Ni los asados, ni los abrazos, ni los recitales, ni siquiera los libros van a ser lo mismo. Ni los grupos Foucaultianos, las encerronas, los motines, la paranoia, ni el transa que ya ni contesta. Ni el furgón del Sarmiento llegando a Flores. Ni el policía que se vestía de civil para volver tranquilo a su casa, ni tus posteos militantes, ni las ganas de más, ni esa ética que ahora es vigilante. Ni la incomodidad navideña de tener un primo milico. Ya nada será igual a la angustia que sentías antes, a como te pegaban las pastillas, a la vitalidad que se nos va apagando. Ni los imprescindibles, ni la biopolítica, ni las que viajaban afuera como otra forma de decir libertad, ni las conversaciones en la cola del cajero, ni eso que sentías por tu vieja, ni Cristina. Ni la vergüenza de ser ortiba, de estar en el grupo de wasap de la tercera, de tener el 911 fácil, ni la moral cobani. Ni lo que significa escrache, ni las luces del patrullero rompiendo la noche en Rivadavia. Ni extrañar, necesitar, llorar, desear, stalkear, menos aún stokear. Ni esta soledad que quiere destruirnos, ni la indiferencia, ni las convicciones inexpugnables, ni ese desajuste mental que ahora es de muchos. Ni Netflix, ni el gordo de la rotisería, ni el Indio, ni lo zombie, ni La Tarzán, ni Fogwill, ni la larga risa de estos años. Ni las putas de la colectora, los guachines, las rochas, los turros, ni las viejas del bingo que sueñan despiertas con el sonido de las maquinitas, ni el remisero que espera paciente. Ni los linyeras que ranchan al lado del cajero: colchón, Termidor y barbijo. Ni ir a Merlo, Milan, Cuartel V, Brasil o Mar de Cobo. Ni los 24 de marzo, ni el día que empezó todo esto, ni el 26 de junio, ni los primeros días de diciembre cuando caminábamos al kiosco. Ni nuestras pobres desobediencias sensatas. Ni poner un bar, ni flashear emprendimiento, ni escribir giladas en un blog, ni opinar. Ya no va a ser igual tener o no tener plantas en tu casa: maceta, indoor, patio. Ni la palabra salvoconducto, solidaridad, declaración jurada, vecino, aburrimiento, cheto, cuidados, pinza policial y tedio. Ni realidad, trabajo, plenitud, futuro. Ya no va a ser lo mismo renunciar, desertar, perderse, vagar, pedirte perdón, entrenar el desapego. Ni tus explicaciones sobre la revolución, ni tu memoria combativa, ni esas prácticas emancipatorias que siempre son de otras. Sabes que no va a ser lo mismo la distancia, la confianza, la temperatura de tu cuerpo, lo que hacíamos antes de coger. Ni los chistes, los apodos, los descanses, las pajas. Ni los padrastros, ni los pasillos, ni las plazas con juegos. Ni las cervecerías, los puesto de tortilla, ni el vacipan camino a Celina, ni el super pancho bajonero de Once. Menos aún las mamás luchonas, marchar por el plan, viajar todos en moto a laburar a la feria, la escuela. Ni los perros que no paran de llorar, ni los curas villeros que se anotan en todas, ni los gatos que hacen la suya, ni las cosas que aprendes por Youtube. Ni toser, ni escupir, ni estornudar. Ya no va a ser igual el tiempo, que se nos escurre entre los dedos, que no sabemos cómo perderlo, que no se mueve, que es alto buchón, que no entendemos bien qué hacer con él.
Ya nada será igual // Diego Valeriano
3 Comments
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me gustó…
La gran mayoría tenemos que prepararnos para una sociedad poshumana. Ya no sólo carecemos de representaciones que nos permitan habitar el mundo, también terminamos de devenir superfluos (como decía Lewkowicz). Llegó el Siglo XXI.
Te sigo amando Valeriano, en tus letras con olor a frenada de tren.
Cada vez que leo. Huelo eso