Este escrito que transmitiremos a continuación, tan vigente y anticipado de Milena, fue publicado probablemente alrededor de 1934 y titulado con una pregunta: ¿Quién censura? [1] una interrogación de carácter ciertamente retórico. Lo que le importa sin duda son los efectos adormecedores de la censura y las consecuencias de una determinada estetización de la política en lo creado, en este caso por la vía de la literatura y el cine. Milena se va a referir a la película alemana Hombrecito, ¿y ahora qué? de 1933 dirigida por Franz Wendhausen. El concepto original de la película era según se relata, adoptar un enfoque naturalista, similar al de la novela, homónima de Hans Fallada que el nazismo también “transforma”. La película al parecer sufre cortes extensos, y quedan de esa manera afectada las versiones, romantizando la desesperación producto de la desocupación edulcorada con la inmutabilidad sentimental ocultando los horrores de lo inerme y del empobrecimiento desolador frente a la pérdida del trabajo. Un camino en las decisiones artísticas que continúan durante el régimen su peligrosa e influyente manipulación. Una pregunta que nos aguijonea: ¿ahora qué?…
¿Quién censura? de Milena Jesenská
El film Kleiner Mann. was nun? ¿Hombrecito, ahora qué? Ilustra de maravilla la censura tácita que afecta incluso a los mejores libros cuando caen en manos de la industria cinematográfica. La encantadora novela de Fallada que lleva este título no es, desde luego, una obra revolucionaria. Su final feliz forzado contradice el desarrollo de la acción y no responde a la pregunta planteada por el título.
Un pequeño dependiente de tienda, el señor Pinberg, “un pequeño alemán medio” típico (digamos, típico en la gente sencilla de todos los países), un ser humilde, ama a una joven proletaria, una muchacha buena y valiente. Tras una serie de desgracias y humillaciones, el señor Pinberg pierde su empleo: con la pérdida de su trabajo y de su sustento, se ve también despojado de todos los modestos símbolos de privilegios imaginarios a los que se aferran los pequeños burgueses que se creen un poco por encima de los demás: pierde su buen abrigo, el respeto por sí mismo, la certificación de su respetabilidad; de hombrecillo que era, queda reducido a nada, a una sombra gris expuesta a todo tipo de vejaciones, sufriendo esa extraña timidez, esa amargura, esa vergüenza que engendra el hambre.
Al final del libro, vemos al señor Pinberg, harapiento y hambriento, sin cuello ni sombrero, frente a una vitrina rebosante de comidas suculentas, meditando sobre la crueldad de este mundo, y nosotros mismos nos hacemos la pregunta: Kleiner Mann, ¿was nun? (Hombrecito, ¿y ahora qué?).
Aparece un agente de policía y ahuyenta al señor Pinberg como a un vulgar ladrón; no, ni siquiera tiene derecho a contemplar toda esa comida. La pobreza no es solo una vergüenza, también es un grito.
Ahí está el escándalo, dice el autor, y el lector que se indigna ante la porra del policía, levantada sobre esa espalda honesta e inocente, cierra el libro con una punta de decepción, porque el propio señor Pinberg no se rebela, sino que cae en los brazos de su mujer. A pesar de este final que no lo es, el libro sigue siendo, no obstante, el relato del camino recorrido por el señor Pinberg, y que conduce al paroxismo de la humillación.
Este camino a través de la crisis describe con precisión la lenta decadencia de la que son víctimas miles de hombres y mujeres bajo el régimen capitalista. La rigurosidad de este relato es tal que, a pesar de la ausencia de una solución, el libro señala claramente el camino a seguir, aunque el autor se desvíe y casi caiga en el abismo. Si la película hubiera permanecido fiel al libro-quiero decir, no hay casi ningún riesgo para la ideología burguesa.
Porque el libro en sí, contiene un happy end forzado (tirado de los pelos, inverosímil) que, en un abrir y cerrar de ojos, convierte un caso típico en un caso particular, con el fin de no tener que responder a la gran pregunta que se les plantea a miles de personas que han sido expulsadas de su empleo: ¿Y ahora qué? Pero ahí está el problema: la película es aún menos audaz que el libro. sí, en la pantalla, vemos a la joven —“la corderita”, como él la llama— desnaturalizada en una pequeña burguesa, temblando por los ingresos de su marido, junto a un señor Pinberg que no pierde su empleo ni cae al fondo de la escala social: en realidad, no le sucede nada, salvo que la amenaza de un despido se cierne durante un tiempo sobre su cabeza y altera a su pequeña familia.
Como es imposible, incluso en este tipo de película, eludir los problemas actuales, éstos se resuelven según los cánones de la prensa burguesa: en un cincuenta por ciento, se admite la situación describiéndola tal cual es; en el otro cincuenta por ciento, se la deforma, se la manipula y pinta con los colores del optimismo, la presunta vía para salir de la crisis.
Esto da lugar a películas como Kleiner Mann, ¿was nun?, a películas como L’Aurore, ese kitsch que es una verdadera ofensa al espectador. Películas sobre desempleados que ni se inmutan, que duermen con alegría a la intemperie en los parques, cuya miseria posee el encantador aire bohemio de la vida sin ataduras, a quienes les suceden milagros justo cuando el crudo espectáculo de la realidad debería imponerse, y en las que amables millonarios ejercen de salvadores. O también informes sobre regiones enteras de las que se ha borrado cuidadosamente la verdad, donde personas ataviadas con galas desfilan ante las cámaras como en los filmes de Ulehla o Plicka, que convierten lo que informan en una repugnante caricatura de la realidad.
Y, por último —last but not least— pero no menos importante, descarguemos esta avalancha de películas de guerra y de espionaje donde una mujer, seductora y venenosa, demuestra de manera rotunda, a través de decenas de situaciones, que es valiente luchar por la patria, que es agradable sacrificarse por ella. En conjunto, se trata de intentos burdos y tendenciosos de atontar, embotar, a quienes conservan alguna conciencia de clase; cuanto más vislumbra la ideología burguesa el peligro de un naufragio total, más siente la necesidad de imponerse por doquier. En verdad, el cine burgués lo dice en lenguaje llano: «¡Circulen, aquí no hay nada que ver!».
[1] Este escrito sólo lo he hallado aún en la versión francesa Vivre, Bibliothèques 10/18, que no distingue años ni lugar de publicación, pero suponemos que se escribió enseguida luego del estreno y por supuesto antes de la detención de Milena en 1939. No pudimos hallar tampoco por ahora una exposición completa de la película y la novela. Agradezco la revisión de la traducción personal de la versión francesa a Pilar Shinji