Walter Benjamin y los misterios de la felicidad del trance

Compartimos un extracto de la obra que Benjamin, nacido en Berlín en 1892, dejó alrededor de la experimentación con las drogas y su intento por ponerlo en palabras.en su nueva traducción de Ediciones Godot. «Lo que uno escribe al otro día es más que una enumeración de impresiones; con hermosos bordes prismáticos, el trance contrasta durante la noche con la vida cotidiana».

Arriba, en Basso, cuando miré para abajo empezaron los viejos juegos. La plaza frente al puerto era mi paleta, en donde mi fantasía mezclaba las circunstancias del lugar; probé de muchas maneras sin rendirle cuentas a nadie, tal como un pintor que sueña en su paleta. Dudé en entregarme al vino. Quedaba media botella de Cassis. En el vaso flotaba un cubito de hielo. Sin embargo, pegaba excelente con mi droga. Había elegido mi lugar por la ventana abierta, para poder mirar hacia abajo, hacia la plaza oscura. Y al hacerlo una y otra vez, me di cuenta de que tendía a transformarse con cualquiera que caminara por ella, como si formara una figura que, claramente, no tuviera relación con cómo se la ve, sino más bien con la mirada de los grandes retratistas del siglo xvii, que colocaban a la persona modelo, según cuál fuera su carácter, delante de una galería de columnas o de una ventana, y hacían que se destacara desde la galería, desde la ventana. Más tarde, anoté al mirar hacia abajo: “De siglo en siglo, las cosas se tornan más extrañas”.

Tengo que destacar aquí en general: la soledad de un trance así tiene sus lados oscuros. Hablando solo de lo físico, hubo un momento en el bar portuario en que una intensa presión en el diafragma buscó alivio en un zumbido. Y no hay duda de que siguió sin despertarse algo realmente hermoso, esclarecedor. Pero, por otro lado, la soledad funciona también como un filtro. Lo que uno escribe al otro día es más que una enumeración de impresiones; con hermosos bordes prismáticos, el trance contrasta durante la noche con la vida cotidiana; forma una especie de figura y es más memorable. Diría: se encoge y traza la forma de una flor.

Para aproximarse más a los misterios de la felicidad del trance, habría que reflexionar sobre el hilo de Ariadna. Cuánto placer hay en el simple acto de desenrollar una madeja. Y este placer se relaciona por completo tanto con el placer del trance como con el placer de la creación. Avanzamos, pero no solo descubrimos los rincones de la cueva en la que nos atrevimos a meternos, sino que disfrutamos de la felicidad del descubridor solo sobre la base de aquella otra alegría rítmica que consiste en desenrollar una madeja. ¿No es esa certidumbre de la madeja ingeniosamente ovillada, que nosotros desenrollamos, la felicidad de toda productividad, al menos de la que tiene forma de prosa? Y extasiados por el hachís, somos seres gozantes de prosa de máxima potencia.

Es más difícil acercarse a un sentimiento muy profundo de felicidad que apareció más tarde en una plaza al costado de la Cannebière, donde la rue Paradis confluye con los parques, que aproximarse a todo lo anterior. Por suerte, encuentro en mi diario la siguiente frase: “A cucharadas se saca siempre lo mismo de la realidad”. Varias semanas antes había anotado otra de Johannes V. Jensen, que al parecer decía algo similar: “Richard era un joven que tenía afición a todo lo homogéneo en el mundo”. Esta frase me había gustado mucho. Ahora me permite confrontar el sentido político-racional que para mí tenía con el sentido individual-mágico de mi experiencia de ayer. Mientras que a mi entender la frase de Jensen equivalía a decir que las cosas están, como ya sabemos, plenamente tecnificadas, racionalizadas, y lo particular hoy se encuentra solo en los matices, la nueva comprensión era totalmente distinta. En efecto, yo solo veía matices, pero eran todos iguales. Me sumergí en la contemplación del pavimento que tenía ante mí y que, a través de una especie de pomada con la que lo recorrí, podría haber sido, precisamente con estas mismas piedras, el pavimento de París.

Eterna Cadencia

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