Por Rene Olvera Salinas
Desde la hora primera de esta larga noche en que morimos, dicen nuestros más lejanos abuelos, hubo quien recogió nuestro dolor y nuestro olvido. Hubo un hombre que, caminando su palabra desde lejos, a nuestra montaña llegó y habló con la lengua de los hombres y mujeres verdaderos. Era y no era de estas tierras su paso, en la boca de los muertos nuestros, en la voz de los sabedores ancianos, caminó su palabra de él hasta el corazón nuestro. Hubo y hay, hermanos, quien siendo y no siendo semilla de estos suelos a la montaña llegó, muriendo, para vivir de nuevo, hermanos, vivió muriendo el corazón de este paso propio y ajeno cuando casa hizo en la montaña de nocturno techo. Fue y es su nombre en las nombradas cosas. Se detiene y camina en nuestro dolor su palabra tierna. Es y no es en estas tierras: Votán Zapata, guardián y corazón del pueblo.
CCRI-CGEZLN, Montañas del sureste mexicano, 1994.
Hace casi treinta años, las rebeldías de otros calendarios y geografías: el Votán Zapata, el guardián y corazón del pueblo, tomó el rostro de mujeres y hombres indígenas, ordinarios e inconformes del sureste mexicano, quienes resistiendo y aprendiendo a organizarse en contra de ser explotados, despojados, despreciados, reprimidos, fueron y van, al paso, su paso, construyendo formas otras de gobernarse, formas otras de producir su alimento, formas otras de sanarse, educarse, informarse, procurarse justicia, en suma: formas otras de vivir dignamente.
Ese Votán, germinó mujeres y hombres verdaderos, hoy día, con un cargo muy especial: ser maestr@s en la Escuelita Zapatista, cuya primera lección ha sido recoger nuestro dolor y olvido, el de casi dos millares de estudiantes de todo el mundo, y transformarlo en semilla de resistencia que regresará al lugar de donde salimos, procurando germinar, a pesar de que para much@s de l@s estudiantes no sea aún claro el dolor y el olvido que nos aprisiona.
***
Roberto -he cambiado los nombres reales de los protagonistas en esta historia- estaba nervioso, sus ojos bordeando el pasamontañas mostraban el temor común al otro, a la otra, que no se conoce. Hacía apenas un par de horas que las cumbias habían dejado de sonar y él se encontraba ya formado frente al templete del patio central del Caracol de la Garrucha, en territorio zapatista. Roberto estaba ahí, esperando a su estudiante, con quien pasaría cada hora y minuto durante los próximos cinco días, compartiendo un pedacito de su vida en resistencia, y no sólo, también la de sus padres, hermano, cuñada, esposa, tres hij@s y un@ sobrinit@ en camino. ¡Cómo no iba a estar nervioso! No obstante, la convicción de que la lucha no se ha ganado aún mientras la libertad no sea para tod@s en el mundo, convertía ese nerviosismo en alegría, alegría de tener con quienes compartir la responsabilidad de construir otro mundo.
A un lado de Roberto estaba yo, adherente citadino a la Sexta (¡Vaya peso después de esta experiencia!), profesor explotado de la Universidad Autónoma de Querétaro, estudiante de doctorado en la capital. Estaba con los nervios de un estudiante en su primer día de clases frente al maestro, más aún, frente a su Votán, guardián y corazón del pueblo. Quería preguntarle tantas cosas pero un hola bastó para romper el hielo y comenzar a conocernos. Durante las primeras horas, las preguntas eran las de rigor y las respuestas casi telegráficas, pero Roberto se había ya agregado a la lista de maestr@s que ha modificado mi manera de ser y estar en este mundo.
Asistimos juntos a la primera clase colectiva donde estaban tod@s l@s estudiant@s y sus Votan@s. L@s maestr@s regionales nos explicaron que estábamos ahí para aprender cómo es que l@s zapatistas construyen en la práctica y de manera colectiva su gobierno propio y cómo lo sostienen, así como el proceso largo y difícil que fue llegar a ello, donde la educación, la salud, la tierra, la justicia, la democracia, la paz, la información, no son una mercancía –como donde nosotros vivimos- sino que sirven para construir una vida digna.
Dos cosas importantes llamaron mi atención de esa primera clase colectiva: 1) El énfasis en que no es que hayan ganado ya la revolución y puedan sentarse a descansar, sino que es un proceso de siempre, de todos los días y en todas las actividades, cotidianas y no cotidianas y que así será siempre. 2) La invitación reiterada a organizarnos en nuestros propios lugares donde vivimos, para poder luchar junt@s, ya que de otra manera no es posible hacer frente a la guerra que estamos muriendo. Entre el cabeceó, a veces incontrolable del cansancio y el calor, las preguntas surgían al por mayor ¿cómo era posible que habiendo consolidado un gobierno propio y los trabajos colectivos que lo sostienen, nos cuenten a cientos de personas del planeta los detalles más mínimos de cómo lo hacen, poniendo así en riesgo todo lo que han construido, incluso sus vidas? La respuesta: la guerra es mundial y mundial debe ser la resistencia.
Me lleve a la comida estas preguntas latiendo, mientras Roberto se llevaba el pozol y las tostadas. Me invitó, acepté, se sorprendió, y reía mientras yo disolvía la masa de maíz en agua con los dedos y bebía, fueron las primeras sonrisas que intercambiábamos. Después, la redila nos llevaba a una parte más profunda de su corazón, a Dolores Hidalgo –su comunidad- y a su casa, con su familia.
Roberto me enseñó que la comunidad de Dolores Hidalgo es grande, de unas ochenta familias, todas zapatistas. Se llama así por los dolores que trae consigo la lucha, los sufrimientos, lo que cuesta, e Hidalgo por el cura que luchó en la Independencia. Dolores, junto con otras comunidades cercanas forman el Municipio de San Manuel, quien fuera uno de los fundadores de las FLN -organización madre del EZLN- pero ascendido a santo por el propio pueblo. La comunidad y el municipio nombran a sus muertos y sus sufrimientos contra el olvido.
Llegamos a Dolores cuando ya era de noche. Mujeres, hombres, niños, jóvenes, ancianos, nos recibieron con aplausos y ¡Vivas a l@s estudiant@s de la Escuelita Zapatista!, nos abrían el corazón de lo que más quieren y por lo que viven y mueren: su territorio. Roberto me jaló hacía una orilla del campo y me dejó encargado con su padre y su familia, mientras él resolvía las cuestiones organizativas de reparto de l@s estudiant@s a cada una de las familias invitadas. Una compañera estudiante iba con nosotrxs también, Silvana era su nombre. Entre luces de vela –allá no hay electricidad- nos acomodaron los que serían nuestros lugares de descanso y reflexión, de sueños, de aprendizajes compartidos. Allá los salones de clase se difuminaban como neblina por todos los rincones del solar y se llamaban de mil maneras. El sueño llegó. No había descansado tan bien desde muchos días atrás como esa noche.
***
Imposible sería reconstruir cada paso desde el amanecer del siguiente día, y en caso de serlo, igualmente habría palabras, gestos, sonrisas, complicidades, historias que se quedarían sólo en el corazón. Intentaré pues sólo contar algunas historias dispersas, pensando siempre desde el para qué de la Escuelita Zapatista: regar semillas por el mundo esperando la flor de la resistencia…
Mis maestr@s!
Apenas comencé a conocer a la familia que me recibía en Dolores Hidalgo me di cuenta que no tenía uno sino nueve maestr@s que se encargarían de enseñarme las primeras letras en el resistir por la vida, a l@s cuales se agregaban tres más que también eran visita: Silvana, su Votán Ruth y el hijo de ella de diez años de edad.
Los padres de Roberto rondan los cincuenta años, quizá más, siempre he tenido dificultades para calcular edades. Don Manuel trabaja el campo y tiene el cargo de principal en la Iglesia católica de la comunidad, entró en la organización en 1987, pocos años después de su fundación. Doña María Luisa, su esposa, trabaja el campo y la casa. Soledad, la esposa de Roberto, ronda los veintitantos igual que él, y sus tres hij@s tienen tres, seis y diez años cada uno, los dos últimos asisten a una escuela autónoma. Salvador es el hermano de Roberto, siempre sonríe, apenas tiene diecisiete años y espera ya un@ hij@ con Murcia quien es su esposa y tiene casi la misma edad. Todos colaboran en los trabajos familiares y excepto l@s niñ@s en los trabajos colectivos de la comunidad, en donde viven desde que se fundó en 1997 en tierra recuperada a los finqueros mediante el levantamiento armado de 1994.
Los trabajos de hombres y mujeres están perfectamente delimitados. Desde el amanecer, las historias de ambos se trazan de manera distinta, aunque con bastantes puntos de encuentro y compartición de lo ocurrido durante el día. Uno de estos puntos es el fogón de la cocina, ahí se atiza la memoria y la palabra –aunque no siempre sabiendo muy bien el tema por mi incapacidad de entender tzeltal-. Durante las tardes, terminados los trabajos familiares y/o colectivos, ahí se trabajan entre tod@s algunas tareas pequeñas como el desgrane de maíz, pelar limones, desvainar frijol, etcétera, mientras se conversa sobre diferentes temas. Durante nuestro paso también era el espacio donde entre tod@s respondían a muchas de las preguntas después de dedicarle un par de horas a la lectura de los libros de texto.
Mientras transcurrían los días me daba cuenta que la calidad de vida en ese hogar superaba con mucho a la que tengo en la ciudad: alimentación sin agroquímicos vs. alimentación tóxica; techo propio de amplios jardines vs. departamento rentado de cuarenta metros cuadrados sin ninguna vegetación; medios de producción colectivos vs. venta de la mano de obra barata como única posibilidad de sobrevivencia; escuelas y clínicas gratuitas y de calidad vs. escuelas y hospitales caros e ineficientes; y muchos etcéteras. ¿Qué era lo que hacía la diferencia? ¿Cómo habían llegado a construir esa forma de vida en solo tres décadas? Mediante la resistencia y la organización, construyendo trabajos colectivos y autogobernándose insisten desde los niños hasta los ancianos zapatistas. Pero ¿qué significaba eso exactamente?
La milpa para comer
Entre sueños escuché mi nombre varias veces, era Roberto que me llamaba para tomar café y partir a la milpa, no sin antes dotarme del equipo necesario: botas, machete y morral con pozol. Con nosotros iba Don Manuel y Salvador.
Se trata de la milpa familiar, caminamos para llegar a ella apenas unos diez o veinte minutos. En este tiempo las plantas de maíz ya están dobladas para secarse y cosecharlas. Cortarlos los elotes, quitar sus hojas y meterlas a un costal era la tarea; al tiempo que hacer un poco de leña. Rápidamente mostré mi inexperiencia cuando para deshojar un elote dedicaba el mismo tiempo que mis maestros deshojaban tres o cuatro. Don Manuel se acercó a mí, tomando su punta me enseñó cómo tenía que hacerlo y me la dio, nos sonreímos sin decir ninguna palabra y continuamos trabajando bajo el sol.
Roberto, recordando su cargo de promotor de educación durante diez años, me explicó que esa milpa era para abastecer la alimentación familiar aunque la siembra es colectiva, se avanza más así, replicó. Terminamos pronto, pero antes de volver a casa recolectamos huitlacoches –hongos del maíz- a sugerencia mía, comentando que de donde venía era una comida muy rica, y a pesar que en Dolores no se acostumbraba comer accedieron a que experimentáramos zamparnos unos tacos llegando a casa.
Esa tarde, la sensación de haber comido lo cosechado por la mañana comenzó a darme la idea concreta de lo que era la autonomía zapatista. Sembrar colectivamente, en tierras recuperadas con las armas y después mantenidas mediante la resistencia pacífica a los malos gobiernos a través de organizarse, dividiéndose las tareas, pero sin reproducir la dominación, eso –sí, hasta hace falta respirar para nombrar todo lo que se necesita-, definitivamente le daba un sabor distinto a las gorditas de frijol tierno, a los tacos de huitlacoche, a los elotes con mayonesa, y a esos sorbos de café que apagaban las llamas del chile bola en mi boca. Sabían pues a rebeldía y dignidad. Y qué ello no sea en una familia sino en ochenta de esta comunidad, en todas las comunidades del Municipio autónomo de San Manuel, en los cuatro municipios del Caracol de La Garrucha, y en los otros cuatro caracoles, o sea, en un chingo de familias, es lo que convierte al zapatismo como uno de los movimientos más importantes de transformación en la historia.
El trabajo colectivo en el potrero para educarse y sanarse
La comunidad de Dolores Hidalgo para juntar fondos que cubran las necesidades que van teniendo como pueblo, ha echado a andar proyectos de trabajos colectivos de diferentes cosas, comúnmente separados entre los que hacen los hombres y los que hacen las mujeres, por las necesidades distintas que tienen. En el caso de los hombres, uno de estos trabajos es el colectivo de ganado, el cual cuidan entre todos, utilizando los recursos generados entre otras cosas para educarse y sanarse. Así lo han decidido en las asambleas.
Apenas y amanecía cuando estábamos ya todos los hombres de la familia caminando rumbo al potrero colectivo, una amplia extensión de terreno con pasto para que las vacas coman y crezcan sanas. Con afilador en mano, casi un centenar de compañeros preparábamos los machetes para el desmonte, es decir, el corte de la yerba que no come el ganado. No esperamos mucho tiempo cuando ya todos los compañeros estábamos ahí, apenas había faltado uno, que después se pondría al día con el trabajo o sería sancionado conforme al reglamento.
Ante ello pensé en las enormes dificultades que en la ciudad tenemos para asistir tod@s a un trabajo colectivo, y entonces pregunté a Roberto: ¿Qué pasa si no viene mañana? Vendrá al otro día, respondió. Pero seguí insistiendo ¿Y si no viene ni al otro día, ni nunca? Roberto se rio y me dijo que tenía que hacer el trabajo porque en la organización o trabajas o te vas, y entonces pensé en todo lo que había en juego en caso de ser expulsado: la vida con dignidad que han construido durante años en comunidad. Y miren que eso es bastante, fíjense, el trabajo que haríamos esa mañana corresponde a tres meses de trabajo intenso de una sola familia. El trabajo político esta íntimamente encarnado en la vida de todos los participantes de la organización, y no fragmentado como en la mayoría de nuestros colectivos y organizaciones.
Fue verdaderamente impresionante e interesante la manera de trabajar esa mañana. Don Manuel aperturó los trabajos con una oración con la finalidad de dar gracias y que todo saliera bien. Nos colocamos en una larga, muy larga fila horizontal junto al alambrado del potrero, y caminado de frente, cada integrante iba limpiando su paso, sin que nadie se quedara muy atrás ni se adelantara demasiado. Era una forma bastante buena de equilibrar el trabajo. Al cabo de un par de horas, y entre descansos, ampollas, rasguños de las espinas, el grito de –No cortes eso que es un cedro! (o era un cedro), el encuentro de un conejo asustado, el de una culebra perdida, y el pensar constante de en qué momento me iba a desmayar, llegamos al tan ansiado otro lado del potrero. Eran las nueve de la mañana cuando ya bebíamos pozol, me fumaba un cigarrro, y pensaba en ir a descansar cuando se reiniciaron las actividades, faltaba un tramo similar por desmontar. A medio día el potrero estaba listo para las vacas zapatistas.
Antes de irnos a casa pregunté cómo habían hecho para tener sus primeras vacas. Roberto me respondió que solicitaron a un finquero pequeño, de los que no se fueron con la guerra en 1994, que les diera vacas para cuidar en sus tierras por determinado periodo, de las crías que nacen el trato es que quien cuida se queda con la mitad, “la media” le llaman, una práctica usada desde la Colonia y que ahora era usada para consolidar la resistencia. Al cabo del tiempo, regresaron al finquero sus vacas y quedaron únicamente vacas zapatistas, autónomas. Inmediatamente pensé en los esfuerzos iniciales de muchos colectivos y/o organizaciones en la ciudad por hacernos de nuestros propios medios, de nuestros propios recursos, y también como acá, a veces funciona y a veces no tanto y hay que volver a empezar.
Pero esa mañana también aprendí otra cosa. Mientras cortaba infinidad de especies distintas de plantas y saltaban animales diferentes huyendo por su casa destruida, pensé en la falacia de la intangibilidad de los recursos naturales, que significa que por ley los pueblos no pueden talar un árbol ni para hacer leña en sus territorios porque el mundo se está calentando, y eso es cierto, pero lo aberrante de ello es que son leyes dirigidas solo a los campesinos e indígenas y no a las grandes empresas. Acá, si bien se estaba destruyendo en ese momento esa parte de terreno, y las vacas ahí pastando la destruirían aún más, tiempo después los compañeros la dejarían descansar para que se recuperase y volviera a como estaba en ese momento. Pero no sólo eso, se estaba contribuyendo a la producción de recursos para la comunidad de manera directa y no para unas cuantas familias. Se trata pues de lógicas muy diferentes de relación entre las personas y la naturaleza.
Horas después, estaba en una hamaca quedándome dormido después de haber comido una pequeña pava cocinada en caldo a la que titulamos “levantamuertos”, después de ello a cada chinga que nos parábamos deseábamos un “caldo levantamuertos”. Sin embargo, Roberto me despertó para indicarme que teníamos que ir a estudiar, y apenas tomé los libros, ya estaba Salvador y Don Manuel ahí sentados a mi lado contándome la historia de los primeros años en la organización en tzeltal, mientras Roberto me traducía.
Los festejos y las celebraciones para alimentar la resistencia
De cumbia en cumbia se fue acostumbrando el cuerpo y el corazón durante los días de clases. Entre el “cama-cama-camaléon” y “los cuarenta grados mamí”, l@s compas se platican, se cuentan alegrías y penas, se divierten, ríen, y estrechan relaciones. En el caso de los grupos de música zapatistas se recrea la historia de la lucha por medio de sus letras y se corea alimentando la resistencia, se za-patea al mal gobierno! –como se llama el colectivo en el que estoy en la ciudad. Así pasan las horas sin alcohol y haciendo la fiesta en colectivo: la comisión del maestro de ceremonias, los números que se presentan, la preparación del café, de la comida, de la atención de los baños, y todas las actividades que se tienen que hacer en este tipo de eventos.
Pero también hay otro tipo de festejos y/ o celebraciones como las grandes comilonas y las misas, donde se alimenta la resistencia de una forma otra. El cuarto día en la comunidad de Dolores, consistió en levantarse muy temprano para ir al potrero. Roberto me bromeó diciendo que íbamos a desmontar pero en realidad íbamos a matar un par de vacas que el colectivo de mujeres y de hombres acordaron donar para alimentar la resistencia de estudiant@s y maestr@s. Las protestas no se hicieron esperar entre l@s vegetarian@s pero ni modo, ya había consensado la comunidad y al cabo no son sus vacas.
Cuando llegamos a la escena del crimen las vacas ya estaban muertas y se procedía a cortar la carne. Primero, la vaca panza arriba y el retiro de la piel, después los cortes precisos para separar carne y entrañas. Roberto agarró una pata para facilitar la operación y como es costumbre nos tocó llevárnosla a la casa, al igual que un pedazo de cuero para hacer un mecapal. Poco a poco los compas se fueron turnando para hacer los cortes y lavar las entrañas, hasta que encima de unas ramas había tantos montoncitos de carne surtida como integrantes del colectivo de ganado había, tanto de hombres como de mujeres, quienes comenzaron a llegar más tarde para la repartición, ya que según se hace en la comunidad no pueden participar en la muerte y corte de las vacas. Ello suscito también múltiples comentarios y críticas de l@s estudiant@s feministas. Lo cierto es que así es y por el momento no está en discusión, como tampoco está en discusión que los más mayores que ya no participan en los trabajos colectivos sigan teniendo los beneficios que les corresponden, en este caso su porción de carne.
No se trata de que el hecho de matar una vaca para un festejo alimente la resistencia por sí solo, sino que en el acto se fortalece la colectividad, se ejerce la democracia en la toma de decisiones, se palpan o se saborean en este caso, los resultados del trabajo colectivo, se produce y reproduce el espíritu de la comunidad igual que en cientos de prácticas cotidianas y no tan cotidianas como ésta.
Después de la repartición tocó ir a cocinarla, aquella vaca quedo reducida a carne frita bañada en jugo de limón y servida en tacos con frijoles refritos, y por la noche en caldo de res con verduras. Nos apuramos a estar comidos y bañados para la siguiente celebración. L@s compas nos habían preparado una misa para agradecer la estancia en la comunidad y orar por nuestro regreso con bien a nuestros hogares, pero un chikla´kante aterrizó su aguijón en mi espalda y ocasionó que durante toda la ceremonia sintiera escalofrío y comenzara a debilitarme, quizá eso provocó que pensara reflexionara en muchos elementos de la misma.
La misa se realizó en una pequeña capilla de madera y techo de lámina, con un pasillo dividiendo las filas de bancas. Pronto supimos que del lado derecho correspondía sentarse a las mujeres y del izquierdo a los hombres, ello porque a uno de los estudiantes hombres lo invitaron a moverse a su lugar. En la parte trasera de la capilla los músicos entonaban música tzeltal. Don Manuel, uno de los principales, acondicionaba lo necesario para la celebración.
No se trataba de una misa católica como las que conocemos, pareciera que el sacerdote y los principales coordinaban colectivamente la celebración, mientras que el centro no era el altar a la Virgen de los Dolores sino el sahumerio quemando copal entorno al cual estaban parados. La misa fue dada en tzeltal pero Roberto me traducía casi todo. Después de la lectura del pasaje de la Biblia sobre la inmaculada concepción de María, el sacerdote abrió la palabra a l@s asitent@s para que dijeran que significaba para ell@s, como si de una asamblea se tratase. Sólo se pronunciaron hombres. Uno de ellos hizo referencia a la relación de Dios y la lucha, y de cómo fortalecía los trabajos de la resistencia e invitaba a seguir en ella. También habló de que el mal gobierno recurre a propaganda contra la religión católica para dividirlos y entonces disminuir la lucha. En seguida se abrió paso a la comunión a todo el que quisiera, y poco después finalizó la celebración.
Para entonces, vari@s estudiant@s ya habían abandonado el lugar, y algun@s hacían caras de desaprobación, dando paso a comentarios del tipo: “toda la lucha muy bien… pero la religión…” Yo me quedé reflexionando entorno a su papel en la resistencia, en cómo se daba vuelta a su papel colonizador reinterpretándose desde ell@s mism@s, me parecía igualmente colonizador pensar que los instrumentos de colonización entraron sin ninguna oposición a estos pueblos. Pero a esa altura ardía en fiebre y nos fuimos a casa. No quise cenar y preferí ir a descansar. Toda la familia se alarmó y fueron a llamar al promotor de salud, quien me recetó una pastilla para la fiebre. Don Manuel encendió una veladora. No sabía a ciencia cierta qué tan grave era la situación pero decidí que aquella pastilla, la veladora, y el sueño hicieran su trabajo. Al día siguiente partiríamos al Caracol a nuestra última clase, a bailar bajo la lluvia y viajar durante varias horas en la redila rumbo a San Cristóbal de Las Casas.
De lo que no vimos pero que sabemos que existe porque sostiene lo que si vimos: el autogobierno
En los días de estancia en la comunidad no pudimos experimentar directamente todo lo que hacen l@s compañer@s. No pudimos ver las enormes dificultades de lo que significa resistir en un contexto de guerra; de enfrentar pacíficamente el asedio constante de militares y paramilitares; de no hacer caso a la desmoralización constante; de no recibir ningún programa y migajas del gobierno. Tampoco pudimos ver la enorme fuerza organizativa que está detrás de los trabajos colectivos que si vimos y que sostienen la educación, la salud, la producción y el proceso de la autonomía en su conjunto. Pero nuestros libros y l@s compañer@s nos hablaron de ello.
Quizá, lo más importante no fue ir a aprender a deshojar maíz, a desmontar el potrero, a cortar carne, a bailar y escuchar la oración, sino aprender el cómo la manera en que se hace todo ello construye otra manera de relacionarse entre hombres y mujeres y entre ell@s y la naturaleza, otra manera distinta a la de la dominación y el dinero. Y que esa manera de hacer las cosas tiene sus propios principios, tiene sus propios responsables que obedecen lo que la comunidad manda y entre tod@s acuerdan, tiene su propio sistema de gobierno.
En el Otro Gobierno –diametralmente distinto al de arriba- la unidad básica de organización es la comunidad, compuesta por varias familias como las que nos recibieron a casi dos mil estudiant@s. Familias que tienen trabajos propios al tiempo que colaboran en los trabajos colectivos para financiar su educación, su salud, su justicia, y a quienes se comisiona como responsables para hacer reales las demandas por las que se levantaron en armas en 1994. Entre toda la comunidad se elige quién hará los trabajos, quién los coordinará y quién los representará en el siguiente nivel de organización que es el municipal, donde también hay colectivos de trabajo para su mantenimiento. En éste nivel las responsabilidades son mayores pues muchas son las comunidades que hay que controlar, y mayor responsabilidad aún en el nivel más alto que es el regional o la Junta de Buen Gobierno del Caracol, que agrupa varios Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas.
Dicha estructura, con sus funciones propias, es sostenida por el trabajo familiar y colectivo cotidiano y éste a su vez por la estructura del Otro Gobierno, formando ese caracol que no distingue inicio y final, el caracol de la autonomía zapatista en resistencia. Hace treinta años el Votán Zapata, guardián y corazón del pueblo tomó el rostro de miles de indígenas que construyeron en resistencia Otro Gobierno y una serie de trabajos colectivos para sostenerlo. Hoy, treinta años después, Votán Zapata es la palabra y la acción que a través de nuestr@s maestr@s va caminando rumbo al corazón de nuestros territorios, cientos de ciudades y pueblos alrededor del mundo, esperando-haciendo la flor.
[Palabras de los maestr@s regionales en la última clase del Caracol de La Garrucha, en ellas se hace una promesa: El Votán Zapara caminará rumbo al corazón de nuestros territorios para esperar-haciendola flor]
Y una canción para finalizar
México DF, 8 de septiembre de 2013