¿Vos crees que se van a ir así como caballeros victorianos, saludando amablemente a la servidumbre, sacándose el sombrero ante la vecina que los ve irse entre las rosas del jardín contiguo, abordando el carruaje con una última mirada de felicidad, nostalgia y sensación del deber cumplido mientras en el horizonte se pone el sol de un día y aguarda mansamente un nuevo amanecer?
No. Se irán a sangre y fuego. Echando sal en los jardines para que no crezca más el césped, ni germine nunca ningún brote nuevo. Se irán destruyendo, como un incendio, todo lo que había. Destruyendo las molduras, arrancando de cuajo las puertas como hicieron los milicos antes de entregar los campos de concentración. Se irán mutilando a los niños y a las niñas, castrando y violando, para dejar su raigambre de miedo y ofensa. Se irán bombardeando las plazas. Se irán robándose las computadoras y los televisores, las lapiceras, y los libros, y la caja chica. Se irán abandonando a su suerte a los olfas, a los lameculos, a los esbirros. Se irán dejando atado a los perros, hambreados y furiosos; para que después soltarlos sea un riesgo, y obligar a quien vienen a la violencia de matar. Van a mear las paredes y a cagar en las alfombras. Y tirarán arena en los tanques de combustible. Y a envenenar los pozos de agua donde abrevan los animales. Van a partir las llaves a medio girar en las cerraduras. Y se van a llevar los vinos buenos de las bodegas del pueblo, para brindar en tierras extranjeras. Van a hacer daño, con saña y maldad.
Y los pasquines sin dueños aparentes señalaran el daño, pero no las causas.
Y se lamentaran como si las desgracias fueran un castigo del cielo por nuestras acciones. La crisis se ha cobrado nuevos muertos. Hablarán de las condenas que nos caben por ser bárbaros, de la cultura de la violencia, de culpas sin culpables. Y se cuidaran de no pronunciar los nombres de sus socios en el saqueo.
No se irán mientras atardece, despidiéndose fraternalmente. Se irán en medio de la noche, con los colmillos chorreando sangre y de fondo el incendio donde arde nuestro dolor.
Ojalá sepan los nuestros frenar la barbarie de los civilizados antes de que creamos que nos lo merecemos, que es nuestra la culpa, que tenemos como destino la pena y el terror.
Le propongo al presidente que para que todo lo leído no pase y ya que a él y a los mercados no les gusta que los ciudadanos nos expresemos democráticamente, que saque un decreto donde prohíbe las elecciones y el y los mercados se decreten como legítimos representantes de de esta ciudadanía sin cultura y sin sentido común.