Nuestro problema no es vivir excesivamente instalados en el presente, sino en un tiempo contraído entre la lista de los pendientes y la proyección de los posibles.
Esta contracción del presente tiene que ver con la expansión “totalitaria” de las relaciones de mercado a toda la vida social: cualquier espacio, cualquier momento se vuelve una “ocasión de negocio”. Nunca es lo que es, sino lo que podría ser.
Vivir el presente pasa por percibirnos inscritos en situaciones y vinculados con otros, engarces de una inmensa malla donde también tejemos y destejemos. La fragmentación actual del mundo es una oportunidad para percibir con más claridad los aquí y ahora concretos que nos constituyen.
La potencia de transformación late en esas situaciones de vida y no “en otra parte”. Pero la concepción clásica de la política redirige siempre nuestra atención y nuestro deseo hacia un “más allá”: más lejos, más arriba, más tarde.
«Lo político” es más un adjetivo que un nombre. Una cierta elaboración de las situaciones. ¿Cuál? La fuga de la economía: la desmercantilización radical de la vida y el mundo. La experiencia del comunismo.