Vivencia y experiencia en la crisis del coronavirus // Amador Fernández-Savater

Un amigo por watsap durante una conversación matutina: “esto es lo más profundo colectivamente que nos ha pasado en varias generaciones”.

Intercambiamos algunos mensajes más a partir de esta afirmación. Yo interrogo la noción de experiencia: ¿es lo que nos pasa o algo más? Y también la cuestión de lo colectivo: ¿es lo que nos pasa a todos a la vez u otra cosa?

La respuesta queda en el aire, como tantas cosas hoy. Mi amigo J. tiene que atender a su madre mayor en casa. Yo, con menos obligaciones, decido aprovechar el tiempo suspendido para seguir derivando sobre las preguntas que se nos han abierto juntos.

Recurro a otro amigo, uno de esos a los que no conoces más que a través de los libros pero que a veces hacen más compañía que tantos vivos cercanos: el pensador argentino Ignacio Lewkowicz. Busco en él no tanto respuestas como buenos términos para plantear la pregunta, mejores herramientas para escuchar y atender la realidad. Me suena que Ignacio tiene cosas sobre esta cuestión, rebusco por la biblioteca y doy con ello.

En el librito Del fragmento a la situación, que Ignacio escribió con Mariana Cantarelli y el Grupo Doce, se puede leer que “tener una experiencia es hacer algo con lo que te hace”. Habría entonces una distinción entre, digamos, vivencia y experiencia. Una diferencia seguramente con su punto de abstracción, porque en la realidad está todo más mezclado, pero que puede ayudarnos a pensar y refinar la percepción.

Vivencia es lo que nos pasa, la huella o el reflejo en nosotros de lo que pasa. Vivencia colectiva es aquello que nos pasa a todos juntos o a la vez. Pero una experiencia sería distinto: no sólo una huella que refleja lo que pasa, sino más una marca que inscribimos nosotros, como un tatuaje. Producir esa marca a través de algún tipo de “nosotros” sería una experiencia colectiva.

Esta situación de crisis por el coronavirus, ¿es pues una vivencia o una experiencia? Es decir, ¿somos contemporáneos de algo o estamos “haciendo algo a partir de lo que nos hace”? ¿Es una situación que padecemos o una situación que logramos elaborar con sentidos propios,habitar?

Hasta las 11.00 no bajo al mercado de barrio -siempre vacío, al revés del supermercado, ¿por qué?-, así que prosigo un rato más pensando con Lewkowicz.

Encuentro en el mismo libro otro juego conceptual que puede llevarnos más lejos aún: la distinción entre “subjetividad instituida”, “envés subjetivo” y “subjetivación”, tomando la subjetividad en su sentido más general y sencillo: maneras de ver, de vivir, de actuar, de sentir y de pensar.

La subjetividad instituida es la serie de operaciones que debemos hacer para formar parte de una cierta lógica, la serie de comportamientos obligados para adaptarnos a una situación. Subjetividad instituida = adecuación.

El envés subjetivo es la distancia, el hueco o el agujero que se abre entre la norma y nosotros: dudas, malestares, preguntas, todo aquello que en nosotros no encaja, no cierra perfectamente y de alguna no se deja gobernar. La subjetividad instituida no es total, ni acabada y perfecta, siempre tiene un “resto”. Envés subjetivo = inadecuación.

La subjetivación es equivalente a lo que antes nombrábamos como “hacer experiencia”: una reapropiación subjetiva de un dato objetivo; no solamente sufrir lo que pasa, sino cambiar la manera de relacionarnos con lo que pasa. Es un exceso, un plus, un desborde de la subjetividad instituida. La subjetivación abre un tiempo-espacio distinto al obligado, inventa otros recorridos, abre otros posibles. Subjetivación = transformación.

La subjetivación colectiva es un proceso de transformación de la situación objetiva -dada, inalterable, cerrada- en situación habitable, modificable, resignificable. A través de la aparición de un “nosotros”, un espacio abierto de participación, una cierta comunidad. El nosotros de una “generación”, dicen Lewkowicz y el resto de los amigos de pensar. Luego volvemos sobre esto.

Conversación con mi madre y con amigos: mi madre, sujeto de alto riesgo en zona de alto riesgo, está tranquila y serena; los amigos, a los que el peligro no ha tocado aún, andan muy nerviosos en general. Reparto consejos de impasibilidad estoica como si fuera Marco Aurelio -vivir el presente sin proyecciones, preocuparnos sólo de lo que está en nuestra mano, trabajar sobre nuestra propia interpretación de lo que pasa-, pero en realidad la procesión va por dentro.

Entonces, ¿estamos ante una experiencia colectiva? Leo en la prensa (hay tiempo hasta para leer El País…) a dos intelectuales hablar al respecto.

El escritor Antonio Scurati dice que sí, que de hecho es la primera experiencia colectiva de los nacidos a principios de los años 70, la primera vez que pueden experimentar el sentimiento de pertenencia a un destino. Sin embargo, acaba su artículo celebrando “la decisión política que ha transformado Italia entera en una zona roja contra la arbitrariedad de las personas, su pánico e irresponsabilidad”. No parece muy claro de qué “comunidad política” se trata entonces, ¿simplemente la de asentir pasivamente a la decisión de un gobierno (sea acertada o no)? ¿La experiencia de la obediencia, la comunidad de los obedientes? No me parece muy convincente.

El ensayista Byung Chul-Han dice que no, porque la situación que vivimos “nos aisla e individualiza. No genera ningún sentido colectivo fuerte. De alguna manera, cada uno se preocupa sólo de su propia supervivencia. La solidaridad consistente en guardar distancias no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad distinta, más pacífica, más justa”. Han parece pensar que la situación objetiva no permite ningún tipo de apropiación subjetiva o de transformación, es una pura determinación y en ningún caso una condición que permita la acción. Tampoco me convence.

Yo por mi parte diría: no se sabe. Estamos en un proceso abierto que se trata de escuchar y en el que se puede intervenir.

Pero lo que me parece seguro es que la zona del “envés subjetivo” está hoy muy poblada. Y es justo ahí donde puede nacer el imprevisto político.

Un poco de ejercicio, limpieza, lectura… ¡No voy a derrumbarme por pasar unas semanas encerrado en una casa equipada con todo el confort moderno! Pienso en historias inspiradoras que me den ánimo, valor y ejemplo. ¡Gramsci en la cárcel! La lectura y la escritura como forma de vida, como forma de habitar creativamente el tiempo suspendido, como disciplina de la atención. Contra la dispersión, el desánimo, la entropía…

¿En qué sentido decimos que el envés subjetivo es hoy una zona muy poblada?

Las medidas de excepción decretadas suponen una interrupción radical del sentido de la vida cotidiana: el trabajo, los niños, los vínculos, las logísticas cotidianas, los cuidados, la movilidad… Nos vemos enfrentados abruptamente a mil situaciones nuevas. Es posible intentar seguir una serie de instrucciones y realizar las operaciones que nos permiten adecuarnos a la situación, pero en realidad por todas partes se abren dudas, problemas, preguntas, fisuras. No encajamos. Las singularidades de las formas de vida -condiciones, contextos, inclinaciones- no encajan en la norma universal homogénea decretada. En cada una de esas preguntas y dudas que se abren -¿cómo ocuparme de los míos? ¿Cómo no perder la cabeza? ¿Cómo entender autónomamente lo que pasa? ¿Cómo hacer algo al respecto?- se decide una forma de vida, se vislumbra un mundo. Lo ínfimo es de nuevo lo más político.

Un ejemplo entre un millón. Amigas madres, amigos padres, educadores con los que hablo estos días me transmiten esta pregunta: ¿qué hacer con los niños en casa? ¿Cómo no llenarles simplemente el tiempo vacío? ¿Cómo explicarles lo que ocurre y darle un sentido? Es posible “comprar” las respuestas prêt-a-porter -una lista infinita de tareas o deberes online, el relato de guerra contra el virus malvado que ha desplegado el gobierno-, pero tal vez ni siquiera podamos costear esa opción o simplemente no nos convenza. ¿Entonces? Hay que pensar e inventar, porque lo dado no alcanza. Todo el mundo está pensando e inventando hoy, aunque lo que más circule como “pensamiento” sean los artículos de opinión asociados a nombres conocidos.

Preguntas, agujeros, fisuras: el “envés subjetivo” está hoy más lleno que nunca. Ni siquiera la obediencia es obvia estos días. No obedecemos sólo porque lo mande el gobierno o la policía, sino que hemos escuchado también el llamamiento de los trabajadores sanitarios a quedarnos en casa para no multiplicar el contagio, para no poner en peligro el sistema de salud y la atención a los más vulnerables. Sin duda los trabajadores sanitarios son estos días el polo de identificación sensible más fuerte, la voz más creíble, seguramente porque están poniendo el cuerpo al extremo, con la vida al descubierto.

La subjetividad instituida vacila. La zona de inadecuación se amplía. En el envés bullen no sólo los malestares, sino también mil prácticas -abiertas o clandestinas, grandes o minúsculas- que “hacen con lo que nos hace”: prácticas de cuidado, de apoyo mutuo, de autoorganización, de supervivencia, etc. En ese envés está el humus de una posible subjetivación colectiva o de una “politización” de la crisis, si se quiere hablar otro lenguaje. Como el 13M de 2004 se “politizó” la situación creada por la gestión mentirosa que hizo el PP del atentado de Atocha, como el 15M de 2011 se “politizó” la situación creada por la gestión neoliberal de la crisis económica por el PSOE: desafiando y desbordando los sentidos establecidos, transformando las maneras de ver y sentir, alterando los nombres y las descripciones propuestas desde arriba (“¿Quién ha sido? Queremos la verdad”, “No es una crisis, es una estafa”, etc.).

Oigo gritos en la calle y me asomo, alguien reprende a un caminante desde un balcón. Se arma una pequeña gresca fea. ¿Son a su modo los “policías de los balcones” un proceso de subjetivación aunque sea “oscuro”? No lo creo. Más bien me parecen la cara B del relato de guerra que se ha empeñado en desplegar el gobierno del PSOE, una especie de plus subjetivo al discurso de movilización total contra el virus (ojo con los desertores, con los malos soldados…). No veo dudas, no veo preguntas, no veo envés subjetivo, no veo invención.

Por último la cuestión generacional. Según Lewkowicz, una generación no es una cuestión cronológica, sino un nosotros que se crea a partir de un problema. Que se apropia de un dato objetivo y lo convierte en una situación habitable: alterable, resignificable, modificable. Un nosotros, es decir, no un público de votantes, de espectadores o de consumidores, sino una fuerza colectiva, una superficie sensible, una nueva piel. Un nosotros que no preexiste a sus operaciones, sino que se configura a través de ellas. Y que puede incluir por tanto, quizá paradójicamente, a gente de distintas edades. A cualquiera que se sienta interpelado por esa apropiación, por esa creación de experiencia.

Scurati piensa la generación como una especie de padecimiento colectivo de una “buena decisión”, la gestión del gobierno italiano frente a la “irresponsabilidad de la gente”.

Han piensa que ningún nosotros puede surgir de aquí, porque la situación que vivimos está cerrada, clausurada. No hay modo de “hacer experiencia” en ella. Sólo cabe la obediencia: aislamiento y pasividad.

Habitar la situación sería por el contrario producir un exceso: una creación de sentido más allá de los sentidos impuestos (del relato de la guerra, por ejemplo). Un sentido que no es sólo “significado discursivo”, sino que arraiga en lo sentido, en los sentidos. Esa creación de sentido es imprevisible, no se puede anticipar. No se puede conocer de antemano su contenido, la naturaleza de sus preguntas, sus modos de organización, sus estrategias y objetivos. El proceso de subjetivación es siempre una sorpresa. Podemos, eso sí, no limitarnos a denunciar al poder y sus abusos, sino estar también a la escucha y atentos a ese envés de la experiencia.

Fuente: Filosofía Pirata

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