Violencia sin vacaciones // Lucía Naser

Entre la insuficiencia de cualquier cosa que podamos decir y las náuseas que traen las noticias de valizas escribir y hablar de lo que pasó es casi que una responsabilidad y no para sumar al ruido de las redes sino porque lo que sucede necesita urgentemente ser pensado y enfrentado como algo que no puede suceder más. Nunca más.
 
Mutilación genital de una mujer en un balneario de este paisito que tantxs confunden con paraíso de derechos. Y sin dejar de condenar toda violencia, no: no es lo mismo que cualquier rapiña o acuchillamiento, o las peleas entre rotos, o un infortunio causado por alguien que «se pasó». Lo que sucede necesita ser interpretado. No vamos a poder hacerlo solxs.
Hace ya años que en ese balneario – que en la primera juventud de mi generación fue el corazón de un jipismo que recuerdo alegre, amoroso y ciertamente desbundado – pasan horrores que escriben crueldad sobre el cuerpo de mujeres y gurisas. Ni vacaciones de la violencia ni la violencia con vacaciones: no hay descanso para el odio a nuestros cuerpos. No hay poder sentirnos a salvo, a menos que los espacios los diseñemos nosotras. Y después se acusa a las mujeres de separatismo. Y seguimos buscando alternativas para poder seguir saliendo afuera, para no perder espacios, para seguir ganando derechos que supuestamente ya son nuestros.
 
Un paisaje paradisíaco puede volverse infernal dependiendo lo que en él suceda, y una fiesta puede volverse un espacio de tortura dependiendo de lo que ahí sucede. Algo así le pasa a valizas pero también le pasa al mundo desde que dejaron de esconderse y callarse las violencias y las heridas que escribe y reescribe violencia machista. 
 
En el correr de los años lo que siempre habíamos pensado como «joda» se reveló sufrimiento y acoso para muchas. Lo que era «romance», relaciones de opresión. Lo que era verano, oportunidad de encontrar a mujeres y pibas con la guardia baja. En todos los casos? No, claro que no en todos los casos. Pero en suficientes que en este caso es lo mismo que decir: demasiados. Ya lo dice Ahmed sobre la infelicidad de las mujeres: esto no nos gusta chicos. Apesta para nosotras. A nosotras nos gusta la fiesta y la joda y el desbunde y drogarnos y coger. Tanto nos gusta que demasiado tiempo hicimos la vista gorda a tantas cosas para no «aguar la fiesta». Tanto nos gusta que nos bancamos demasiadas cosas para no tener que dejar de ir. Pero ese tiempo llegó a un fin. Y las que tienen que renunciar y retirarse no somos nosotras.
 
¿Se imaginan llevar a la práctica la consigna feminista de pija violadora a la licuadora?  No, no se imaginan, cierto?  El machismo sin embargo lleva cabo todas sus más aberrantes consignas: desde si la veo con otro la mato, a hay que darle para que aprenda. El machismo es cultura de la violencia que no descansa en ningún momento y que mucho antes de infligir el código penal va moldeando a golpes físicos, verbales o emocionales el mundo y las subjetividades (por suerte el feminismo y otros movimientos le hacen cada vez mas oposición y competencia sin lograr aún destituirlo de su status dominante). La escalada de lo horrible-posible está veloz y empinada, como decidida a actuar en formas múltiples y dolorosas. Su pedagogía de la crueldad como lo viene enunciando Seagato opera, y a veces deja marcas invisibles, otras veces visibles, y otras ausencias. Estas marcas – visibles o no – nos constituyen y son imborrables. Son irreparables con o sin procesamiento de la justicia aunque duele mucho más cuando la impunidad las recubre dejando además del dolor, silencio, violadores sueltos, asesinos indemnes, compas que al día de hoy no sabemos dónde ni como están, niñas muertas.
 
La palabra mutilación la asociamos a religiones horribles, a lugares lejanos a contextos de guerra y hoy nos estalla en el espejo de lo que somos.
Nada más cercano. Nada más literal que cortarle la vulva a una mujer. Performativamente es tan claro y sin embargo es tan difícil de traducir. 
Activa nuestro miedos más profundos.
Lo que pasó le jode la vida a una compa pero también nos pasó a todas y va a seguir pasando. Cada noche que salgamos o que mejor no salgamos porque la noche está una mierda. Cada trago que pidamos o que dejemos de pedir. Cada vez que caminemos solas, o nos vayamos o mejor no nos vayamos con alguien de una fiesta. Seguirá pasando en nuestro deseo tantas veces contraído por la angustia, por la tensión de lo que podría pasarnos, de lo que les pasa a otras, de lo que nos pasó. Seguirá pasando y tendremos que encontrar formas de autocuidado que no se vuelvan alimentación para el crecimiento del miedo. Por que si los actos de extrema violencia son mensajes les decimos que no recibimos este: que no lo aceptamos, que no somos su destinataria, que no hablamos esta lengua.
Nuestro cuerpo no es su terreno, no es su chiquero, no será quitado de los espacios. Porque los que tienen que irse no somos nosotras. Y la semiótica cobarde de este acto anónimo nos hiere a todes, mucho más profundo de lo que aún comprendemos.

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