Vida política: psicoanálisis y consumo // Roque Farrán

Dos cuestiones cruciales quisiera dejar anotadas aquí para reflexionar sobre ellas en futuras intervenciones: (i) qué implica “volver mejores” en una sociedad en rápida descomposición, donde paradójicamente el dispositivo de asistencia por excelencia hace síntoma; (ii) y qué relación vamos a tener con el consumo, palanca clave de los movimientos populares, cuando la calidad de vida se deteriora cada vez más notablemente. Creo que ambas cuestiones pueden encontrar puntos fuertes de elucidación y orientación en una ontología spinoziana ligada a prácticas de sí foucaultianas, como ya he mencionado por ahí, que toman además al psicoanálisis como referencia ineludible de nuestro tiempo (pero no expondré por el momento estas cuestiones más teóricas).

  1. Volver mejores

Llueve y no puedo evitar que me inunde la extraña sensación de que nos estamos diluyendo, cayendo como gotas en un vacío inmenso, deslizándonos en un plano sin fin. Las “instituciones estalladas” de las que se hablaba el siglo pasado ya son solo restos, ruinas, desechos por los cuales aun nos peleamos, ocasionalmente, como aves de rapiña. Por eso he pensado que tenemos que dar cuenta de nosotros mismos (pluralizo el título de Butler), sea como sea, con los elementos y recursos que tengamos al alcance; pues la constitución ética del sujeto, su modo de habitar el deseo y vislumbrar un mínimo ápice de lo real por donde enganchar y componer con otros, constituye la punta de lanza de una nueva forma de vida política, en medio del agotamiento y desidia generalizada.

“Saber perder sin identificarse a lo perdido”, es una precisa fórmula de Jorge Alemán que nos puede orientar mínimamente al respecto. Sin embargo, como lo mostró Freud, hay que admitir que al menos una parte nuestra se identifica ineluctablemente a lo perdido. Por eso, como señala Allouch, para hacer el duelo efectivo y recuperar la potencia de actuar, el deseo, necesitamos perder la pérdida misma: liquidar la parte nuestra que permanece ligada a lo perdido. Allí es clave la destrucción: una parte nuestra debe morir, debe caer definitivamente, para renacer de las cenizas. El duelo efectivo es una suerte de redoble de la pérdida, que no nos devuelve a ningún estado mítico inicial sino que nos conecta a la lógica temporal y material del recomienzo.

Hagamos el siguiente ejercicio de imaginación materialista. Supongamos, como dice Jorge Alemán, que una millonésima de segundo antes de que se instauren los dispositivos de poder-saber, se produce el advenimiento del sujeto a lalengua: puro efecto de goce significante que a posteriori permitirá el despeje ético, poético o psicoanalítico. Muy bien. Pero imaginemos aun antes del advenimiento a lalengua –una “millonésima de segundo antes”, si se quiere también– que el viviente se encuentra cayendo infinitamente en un espacio vacío junto a otros átomos y partículas elementales; allí se produce el clinamen o infinitesimal desvío que nos hace ser, según el pensamiento materialista. He podido conectarme en más de una ocasión con ese acontecimiento inmemorial y atemporal, cuyo afecto se caracteriza por una ausencia específica de sensibilidad (impasibilidad), y por eso sé que no estamos limitados a los lazos de parentesco ni a la estupidez sin límites del capital y sus dispositivos de captura gozantes. Darle otra vuelta, e incluso otro uso a los dispositivos, implica no solo saber perder el sentido y jugar con la lengua materna, sino reencontrar la materia elemental de la que estamos hechos para hacernos de otra forma.

El psicoanálisis está haciendo síntoma por todos lados, lo desborda la política: el populismo, el feminismo, el decolonialismo, etc. Sucede que sus instituciones y modos se han ritualizado en exceso, ya no innovan ni leen la actualidad, y hay un impulso de democratización insoslayable en la sociedad ante el malestar imperante que aumenta. Tengo la impresión que el psicoanálisis va a terminar siendo expropiado y practicado libremente por cualquiera. Propongo entonces extender y reelaborar el dispositivo del pase, por el cual se da cuenta del deseo de analista, para su uso en distintas instancias y circunstancias. El pase: dar cuenta de sí mismo ante otros, de una posición enunciativa y sexuada que ha sabido perder sin perderse, destruirse a tiempo, habitar el vacío y excederlo, anudarse en un mínimo gesto solidario dispuesto a recomenzar con otres.

En estos días también he estado pensado mucho en algo crucial y delicado, relacionado con lo anterior, algo que quiero decir también con tacto y firmeza.

Si vamos a volver mejores, y eso señala una tendencia ineluctable, hay un punto crucial que tenemos que tratar: el plano sexual. Cual sea nuestra elección de objeto, tan amplia como nuestra diversidad nos lo permite, hacia donde se dirijan nuestras investiduras libidinales y orientación sexo-genérica, lo que tiene que primar ante todo e igualitariamente es el cuidado de sí y del otro; asumir la responsabilidad por los lugares que se ocupa, las investiduras simbólicas (dirigentxs, profesorxs, funcionarixs, jefxs, referentxs, etc.), y no confundir los planos, no aprovecharse de las circunstancias o situaciones; promover la capacidad de reflexionar en cada paso, en cada modo, en cada aproximación o distanciamiento, acerca de qué produce afectos alegres y qué no, que nos ayuda a componer y qué no. Eso va a ser clave para constituir una trama social compleja, abigarrada y sana, que dé vuelta en serio esta miseria neoliberal donde todo es mercancía y cuenta por uno; porque, si no es así, habremos perdido definitivamente (no el objeto que nunca existió, sino nuestra condición de sujetos deseantes y potentes políticamente).

  1. El consumismo no es el consumo

Respecto de la pérdida del deseo, el consumismo es en sí muy elocuente; la palabra lo dice todo: cada quien con-su-Mismo. No hay Otro para quien ha entrado de lleno en la vorágine de la identidad consumista. Sin embargo, no necesitamos reponer Otros sustanciales y trascendentes que ordenen el todo social, de arriba a abajo, y nos digan qué hacer, qué consumir y qué no; sino apenas espaciar suficientemente, con guiones o actos: hacer notar la diferencia en inmanencia, colocar puntos suspensivos para que entre-tenerse y sos-tenerse se dé entre varios y sea sustentable para el común. Función analítica, función materialista, función feminista, función de un deseo nuevo y urgente, de espaciamiento y sostén; una nueva erótica que nos vincule de otro modo o estamos fritos. Propongo entonces sustituir el con-su-Mismo por el con-su-Otro. Paradójicamente, si se quiere: el con-su-Mismo nos lleva a perpetuar un extrañamiento de sí, una desconexión mortífera respecto al deseo propio y los afectos alegres que aumentan nuestra potencia de actuar y vincularnos, derivando en malas alianzas (relaciones tóxicas); mientras que el con-su-Otro nos ayuda a reconciliarnos con la diferencia irreductible que nos habita y así constituir un sí mismo abierto, potente y deseante, en tanto dispuesto a componerse con otros que nos convengan mejor (nuevas relaciones diferenciantes).

En ese sentido, no se trata de estar ilusamente contra el consumo, como no se puede estar tampoco contra la propia utilidad, la tendencia a conservar el propio ser, o el cultivo de la felicidad; al menos no para quienes somos materialistas y sensibles a lo que aumenta nuestra potencia de actuar en la diversidad que nos constituye. A veces la crítica ideológica, en cambio, puede parecerse mucho a un sacerdocio religioso y moralista que codifica hasta el mínimo detalle como en un acto confesional. Por eso me parece que la publicidad de Sprite en el día del Orgullo, cuyo contenido amoroso y en pos de la felicidad material concreta nos alcanzó a varixs, es un ejemplo claro de que el consumo no es reductible a consumismo idiota; que el uso de los placeres no implica necesariamente envenenarse; que el cuidado de sí y de los otros no exige mandatos y prohibiciones inapelables. Así, provocativamente pensaba, quien siga el mensaje de esta publicidad en toda su potencia: “componete con lo que te hace bien y aumenta tu potencia de actuar, corporal, afectiva y psíquicamente”, no puede tomarse demasiado en serio la ingesta de una bebida gaseosa. El mismo mensaje, su potencia, desactiva el consumo bobo ligado a la asociación espontánea del significante y el significado: Sprite = Felicidad. Claro, para eso tiene que haber lecturas y modos de recepción que extiendan las consecuencias. El modo en que cada quien recibe el mensaje es importante, la complexión afectiva o ingenium como le llamaba Spinoza; no podemos desconocer esa singularidad, y el hecho que muchxs hayamos sentido la ampliación en los modos de componer, el amor y la felicidad, cuestión que excede la marca en cuestión; al contrario, quedar atado a la simple asociación significante es algo que puede ocurrir pero depende de la complexión afectiva de cada quien. No necesariamente el significante queda pegado al significado, por eso recomiendo leer a Spinoza, su concepción de la naturaleza humana ligada al conatus, tendencia a conservar el propio ser, y la distinción crucial entre géneros de conocimiento (la asociación simple responde a la imaginatio).

Por otra parte, el consumo es un término en disputa, no creo se lo debamos conceder tan fácilmente a las estrategias de marketing del capitalismo; el trabajo clave también está en la recepción y lectura de los mensajes. Para mí al capitalismo se lo puede vencer radicalizando sus tendencias; en ese sentido soy más aceleracionista que tribalista.

Como regla general respecto al consumo, o al uso de los placeres, escribe Spinoza: “Cuanto mayor es la alegría que nos afecta, tanto mayor es la perfección a la que pasamos, es decir, tanto más participamos necesariamente de la naturaleza divina. Así, pues, servirse de las cosas y deleitarse con ellas cuanto sea posible (no hasta la saciedad, desde luego, pues eso no es deleitarse) es propio de un hombre sabio. Quiero decir que es propio de un hombre sabio reponer fuerzas y recrearse con alimentos y bebidas agradables, tomados con moderación, así como gustar de los perfumes, el encanto de las plantas verdeantes, el ornato, la música, los juegos que sirven como ejercicio físico, el teatro y otras cosas por el estilo, de que todos pueden servirse sin perjuicio alguno. Pues el cuerpo humano está compuesto de numerosas partes de distinta naturaleza, que continuamente necesitan alimento nuevo y variado, a fin de que todo el cuerpo sea igualmente apto para hacer todo lo que puede seguirse de su naturaleza, y, consiguientemente, a fin de que también el alma sea igualmente apta para conocer al mismo tiempo muchas cosas. Y así, esta norma de vida concuerda muy bien con nuestros principios y con la práctica común; por lo cual, si hay alguna regla de vida que sea la mejor, lo es ésta, así como la más recomendable en todos los sentidos” (Ética, IV, Prop. XLV, escolio, p. 338).

 

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