Hija de una feminista intensamente racista, la doctora en antropología Rita Segato cree que la raza “es el punto ciego del discurso latinoamericano sobre la otredad”. Investigadora del feminicidio en Ciudad Juárez, se exilió en Venezuela, vivió en Nicaragua, Brasil , Irlanda del Norte, la Patagonia y Tilcara, donde se enamoró. La religión y el territorio, los límites de las fronteras nacionales y los discursos sobre la alteridad son parte del mundo de Segato, coautora del primer proyecto de ley de cupos para estudiantes negros e indígenas en las universidades brasileñas.
Elsa Teodolinda Josefa Frigerio, la madre de Rita Segato, huérfana y pupila desde los 7 años, se casó con José María Segato, proveniente de una familia de diplomáticos italianos. Pero también tuvo un amante, quien fue el padre de Rita: un hombre judío rumano llamado Pablo Doctorovich (Fáivele). En una de las páginas web de genealogías, entre los hijos de apellido Doctorovich (nacidos entre la década del 10 y del 20), luego aparece Rita, con el apellido Segato, nacida cuando Doctorovich ya tenía 65 años. Nunca fue un secreto para nadie, menos para Rita que desde pequeña sabía quién era su padre biológico y lo llamó papá hasta que tuvo diez años y él falleció. “Creo que en aquella época había gente más libertaria que ahora. Eran otras maneras de vivir la diferencia. Sin tanto discurso sobre lo legal y más como modos de vida”, dice. Ese ámbito familiar, a la vez antiperonista y libertario, parecen haberla entrenado en su percepción sutil pero combativa sobre la diferencia. “Me percibo como un termómetro o un papel tornasol: voy sintiendo lo que pasa de una manera que me atraviesa pero siempre es algo que debemos pensar porque nos excede”. Con esta genealogía herética y con su intuitiva insurgencia como brújula Rita ha encarado la crítica despiadada a la noción de “otro” (ver su libro La nación y sus otros, Prometeo, 2007), y el funcionamiento de las representaciones de lo mestizo en las diferentes formaciones nacionales: el mestizaje como genocidio, como blanqueamiento que promueve la inclusión diseñada por las élites nacionales, el mestizaje como categoría genérica de lo no-blanco.
“No se puede pensar la Argentina sin las políticas autoritarias como políticas civilizatorias: no hay más que ver los rituales civiles en las escuelas en frontera con Chile, por ejemplo, para entender cómo el Estado ha funcionado históricamente como un aplanador cultural. A la vez que en el espacio público toda marca de diferencia es masacrada, también hay una cultura de acogida en el plano de las comunidades de amigos. Esto es bastante especial en este país donde la amistad está construida y respetada como una institución. Es la amistad la que preserva existencias anómalas, aunque siempre en el margen”.
Empezó a estudiar antropología en la Universidad de Buenos Aires, a la vez que incursionaba en la Escuela Nacional de Danzas y Folklore. Tuvo una profesora que la marcó: Olga Fernández Latour de Botas, autora de “Cantares históricos argentinos”, le enseñó que la Revolución de Mayo no había sido una revolución popular. “Desde entonces aprendí a no creer en la República”, dice Segato, referente de la llamada línea decolonial latinoamericana. A principios de los años 70, en sus ratos libres trabajaba ordenando la biblioteca de Julián Cáceres Freyre, director del Instituto Nacional de Antropología. “Era un momento clave, donde el pensamiento sobre lo folklórico, que cierta derecha ilustrada tenía muy en cuenta, estaba haciendo su giro hacia lo nacional, de una manera por supuesto problemática”. Segato entendía perfectamente ese pasaje y conocía los dos mundos: entre los apellidos dobles y los nuevos aires de época. Segato tenía 23 años y debió exiliarse. Era comienzos de 1975. El diputado Rodolfo Ortega Peña, a quien frecuentaba como profesor, fue asesinado por la Triple A. Segato vio una señal de la tragedia que se avecinaba. “Nunca quise irme de acá. De Argentina me cortaron verde y lo sufrí porque soy una persona muy arraigada”.
Cuando Segato se exilió, primero partió a Venezuela, de la mano Isabel Aretz , una autoridad de la etnomusicografía. Trabajaba en el Instituto Interamericano de Música, cuando la enviaron como investigadora a Nicaragua. Ernesto Cardenal era el flamante ministro de cultura de la revolución sandinista y esa cartera funcionaba en la ex quinta del dictador Anastasio Somoza. Por eso, al ministerio de cultura aun se le decía “la quinta del señor”. Una de las cosas que más llamaban la atención del predio era un inmenso árbol flamboyán, que en Nicaragua también se le dice “Malinche”, conocido por sus flores coloridas y por sus raíces prolíficas. Era un árbol de cinco metros muy querido por Somoza, quien le dedicaba muchísimos cuidados todos los días. “Un día de septiembre entré al ministerio de cultura y veo ese árbol totalmente tumbado. Era algo increíble: ¿cómo un árbol semejante, todo florecido, podía desplomarse de esa manera de un día para el otro?”, se preguntó Segato. A las pocas horas, toda Nicaragua se enteraba del asesinato de Somoza, sucedido el día antes en Paraguay, tras el éxito de la famosa “Operación Reptil” liderada por Enrique Gorriarán Merlo. “La conexión entre los dos hechos era evidente pero fue visto como un espectáculo esotérico y nadie quería hablar de eso. Para mí, decir que esa escena que hablaba del orden de conexión a distancia de las cosas era una casualidad constituía una afrenta a la razón”, dice Segato para dar pie a una reflexión sobre la distancia siempre complicada entre el marxismo y otras formas de pensamiento no eurocéntricas. La insurgencia se hacía intuición de nuevo, sólo que esta vez contra la izquierda: “No podía creer que la izquierda revolucionaria latinoamericana fuese presa de un eurocentrismo tan colonia”.Por entonces Segato trabajaba sobre la tradición africana de la religión shangó en Recife, Brasil. Pasó algunos meses en una comunidad donde los rituales de posesión eran frecuentes, los olores de la carne putrefacta insoportables y la estética de los altares religiosos una fuerza contestataria evidente. Segato ya tenía en su haber una investigación de los ritmos musicales del nordeste de Brasil. Había viajado durante meses con su colega y esposo, José Jorge de Carvalho, haciendo grabaciones. Sobre eso escribiría su tesis de maestría en 1977. Ahora aquellas grabaciones acaban de ser editadas en una hermosa colección de cds y en su presentación aparecen unas fotos en blanco y negro que recuerdan la aventura de aquellos días rastreando ritmos populares, sus raíces míticas y sus rutas antiguas. Esa línea interpretativa abrió varios núcleos de sensibilidad e interés para los múltiples, textos de Rita: la cuestión de la religión y el territorio, los límites de las fronteras nacionales, los discursos sobre la alteridad y la cuestión de la raza. Hay también una conclusión que se dibuja: “La salvación es irse más allá de la frontera”.Entonces, ella volvió a irse. Esta vez a Irlanda del Norte. En Belfast existía un amplio programa sobre etnomusicología y allí se doctoró en la Queen’s University. Era el principio de la década de los 80. En aquel país también fue madre de su primer hijo, siete años más tarde nacería su hija.
La cuestión del género y la violencia tampoco le es ajena a esta antropóloga. En esta línea se destaca, por ejemplo, su investigación sobre el feminicidio en Ciudad Juárez: La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez (próximamente será editado en Argentina por Tinta Limón). También su libro ya clásico Las estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos (Prometeo, 2003). Sus hipótesis son poderosas y hablan del cuerpo femenino como territorio de disputa y apropiación de violencias patriarcales que se renuevan con la globalización.Ella es también una de las referentes del debate sobre la cuestión (y conceptualización) de feminicidio. Algo de este tema mencionó en el auditorio de Lectura Mundi, en el marco de las conferencias preparatorias del I Congreso de Estudios Poscoloniales y II Jornadas de Feminismo Poscolonial, organizado por el IDAES-UNSAM para el próximo mes de diciembre. “La lógica de las mujeres, que muchas veces consiste en vivir ‘en retraso’ respecto de las formas de productividad dominantes emerge sobre todo cuando se pierde la fe en las formas de felicidad estatal. Y estas economías se oponen al discurso eurocéntrico de la economía como crecimiento permanente”, argumentó. Luego se refirió al papel de los medios en la “propagación” de la violencia contra las mujeres a partir de su fuerte dimensión mimética. De allí al boom televisivo de Tinelli para preguntar: “¿Qué aspectos del sistema dependen de esa pedagogía de la insensibilidad y el abuso?”. Mientras habla, Segato piensa. Y también dibuja mientras se le agolpan las ideas y dice que no hay mejor manera de pensar que conversando. Una forma de no disciplinar demasiado a los conceptos ni de aceptar el formateo técnico del texto, conocido como paper.