Under water, Sobre Biodélica, la exhibición de Florencia Rodríguez Giles en galería Ruth Benzacar [1] // Renata Zas

Buenos Aires, septiembre 2018

Entrar a la galería con el típico formato heredado de las fábricas de Chelsea (NY) y recibir un dardo como obra o exhibición es lo que uno intentaría aspirar en una época de masturbación de vocabulario y canales infinitos de acceso a imágenes que nos hacen creer que no tenemos tiempo. Sin embargo, esta aspiración no pareciera realizable cada día. Tampoco se puede vivir en un estado de éxtasis donde uno sólo logra pensar en base a dardos clavados en el cuerpo. Cuando entré a la exhibición de Mariana Telleria[2] en mayo de 2018 ya sabía que iba a recibir un dardo. En el caso de Biodélica lo suponía, aunque lo prejuzgué más suave. El efecto que recibí fue el contrario: más fuerte porque no lo esperaba. En la exhibición de Telleria la luz central estaba desactivada por completo y reemplazada por un sistema cableado de luces azules acomodadas de forma orgánica respetando un orden pseudo geométrico. Por el clima político en el que nos encontramos interpreté la intención de las luces con tono policial, pero si hubiesen sido rojas o naranjas tal vez me hubieran recordado a las ambulancias o camiones SOS que socorren a los autos lesionados en las rutas. Y si fuesen verdes, a la ley del aborto legal, seguro y gratuito que parece haberse vuelto parte de nuestro imaginario, al menos en ciertos círculos sociales.

En Biodélica, Florencia Rodríguez Giles se acomodó a la luz original de la galería Ruth Benzacar y al formato heredado de los años 90 del cubo blanco, hoy fábrica. Con su propuesta encerrada en este contexto la artista ataca una problemática que nos está atacando o que atacamos nosotras: la mutación del género y de los paradigmas culturales patriarcales que oprimían el desarrollo de la actividad política y profesional de la mujer. El montaje con tensores colgando del techo de la galería se asemeja al mundo intra-marino de suspensión y desplazamiento acuático o a la selva subtropical donde lianas caen de árboles de alturas inimaginables. Una a una, aguardando nuestra aproximación esperan las obras empapadas de referentes de ciencia ficción, literatura infantil, manga, documentales de ciencias naturales y libros de biología. Las obras se comunican entre sí y le hablan a su audiencia asistidas de numerosos personajes formados por ojos, cadenas, hojas, trenzas y lianas combinados de una forma que encandila como la belleza. Una belleza con contenido que nos atrapa a la vez que renueva el deseo de permanecer y moverse allí. Incluso acaso, de sentarse a leer. El grafito detallista de los dibujos hace y deshace los nudos de las trenzas y entramados textiles, los tejidos de la piel y de las fascias. Éstos exponen visualmente la complejidad del proceso de mutación social hacia múltiples géneros y expresiones y el debate que lo sigue detrás sobre la igualdad de derechos. Mutar suele atraer la percepción de sufrimiento y/o incomodidad impresa en el cuerpo, esta vez colectivo: el de los oprimidos, el de los opresores, el de los que heredan una historia de opresión aunque no la hayan ejercido, y el de los que tal vez la ejercían inconscientemente y se ven obligados a revisar su educación y metodologías de interacción desde sus orígenes hasta la actualidad. Todo esto rige para todos aquellos que tienen capacidad de observación, porque siempre está el porcentaje de gente al que no le funciona el aumento de lentes ni tampoco la operación de ojos, sino asumo que el aborto ya sería legal.

En el trazo del lápiz enredado en rostros alienígenas y animales de Rodríguez Giles, se ve la energía gastada a través del tiempo puesta en el cuerpo, en el papel, del papel a la tela, en la tela embadurnada en materia química viscosa color rosado, en sus transparencias; en la eyaculación femenina y en el agua como movimiento. Los cuerpos biodélicos, musculares y sexuales, se entregan a un ejercicio de presión y psicodelia. El texto de Verónica Gago que acompaña la exhibición destella algo de “lo que nos mueve es el deseo”, una bandera de las minorías que intenta re-apropiarse del vocabulario capturado por el semiocapitalismo[3] a una velocidad de mutación tan veloz que opera invisibilizando los cambios que opera en la percepción.

Al entrar en la galería y al día siguiente cuando me siento a escribir me invade la duda sobre la necesidad de la palabra frente a una imagen de potencia.  No creo en el sistema de escritura como modo de validación sino como extensión del pensamiento. Tal vez por esto sea importante explicitar que lo que mueve la programación de la galería Ruth Benzacar en este ciclo 2018 casi por terminarse es el feminismo. Hay muchos debates internos hacia adentro y fuera de este -ismo y probablemente tantos feminismos como feministas existamos. Yo nací feminista inconsciente a través de procesos que recién ahora puedo vislumbrar y racionalizar. Tener conciencia de que una es feminista es un debate contemporáneo, al igual que la demanda de desarrollar pensamiento y alternativas dentro y hacia afuera. Tal vez el equilibrio entre la violencia de las imágenes y lo delicado del trazo de Biodélica, junto a la escala de sus dibujos, sean piezas de trabajo claves con las cuales poder pensar.

[1] Imágenes de la exhibición disponibles en: https://verrev.org/2018/10/16/biodelica-florencia-rodriguez-giles/. La exhibición puede visitarse en la galería Ruth Benzacar, Buenos Aires, hasta el 3 de noviembre de 2018. http://www.ruthbenzacar.com/muestras/biodelica/

[2]Ver fotos en https://verrev.org/2018/05/23/ficcion-primitiva-mariana-telleria/ y nota anterior publicada en Lobo Suelto https://lobosuelto.com/?p=20085

[3] “Semiocapitalismo es el modo de producción en el cual la acumulación de capital se hace esencialmente por medio de una producción y una acumulación de signos: bienes inmateriales que actúan sobre la mente colectiva, sobre la atención, la imaginación y el psiquismo social. Gracias a la tecnología electrónica, la producción deviene elaboración y circulación de signos. Esto supone dos consecuencias importantes: que las leyes de la economía terminan por influir el equilibrio afectivo y psíquico de la sociedad y, por otro lado, que el equilibrio psíquico y afectivo que se difunde en la sociedad termina por actuar a su vez sobre la economía”, ¿Quién es y cómo piensa Bifo?, La Vaca, 26 de febrero de 2008. Franco Bifo Berardi en conversación con Verónica Gago, https://www.lavaca.org/notas/quien-es-y-como-piensa-bifo/

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