¿Cómo se vive un estallido gorra? Escrache, denuncia, linchamiento, miedo, cancelación y toma de la comisaría. La manija, una forma del hartazgo, mucho cansancio. Escuchar una moto y rogar que sea un Rappi, tomar el bondi corriendo para evitar a los guachos y el Facebook como todo llanto. Obediencia, señalamientos, desprecios y posteos. De un tiempo a está parte el tiempo se volvió demasiado gorra. Hasta la revuelta lo es. Una revuelta que estalla lejos de plaza de Mayo y cerca kioskos, zapatillerias, mercerías, locales de accesorios de celulares y superpanchos. Todo se puso horrible, agotador, hostil, temeroso. Gane quien gane el domingo gana la gorra, el FMI, ajuste, desalojos y represión. Horizonte gorra, subjetividad juguete, delegación del estado de ánimo, clamor por palos. Un nuevo tiempo, más ortiba y vigilante, aún más ortiba y vigilante. Todo gorra. Explicadores, opinadoras, comisarios políticos, defensoras de proyectos políticos que son de otros, economistas como estrellas. Un nervio político que es bien de la calle y duele. Los muertos que no sabemos sus nombres porque no militan, las doñas con miedo, volver tarde y ser pollo. Gorra en el aula, en las palabras, en el pabellón, en las pocas ideas que ni esbozamos. Gabinete gorra para darla vuelta. Ya ni alcanza Berni, ni su prepotencia, ni su patrullero, ni la sobreactuación, ni como lo defendieron, ni todo lo vigilante que quiso ser. El estallido pide más, el cuerpo necesita otra cosa, el odio no cesa. Más muerte, más balas, una necesidad ya no de justicia sino de venganza. Una necesidad de que todo cambie a partir de tanto odio que se siente ahora.
Querida arma humeante // Franco «Bifo» Berardi
Al igual que las algas mutantes y monstruosas que invaden la laguna