Una radicalidad masivizada // Melina Alexia Varnavoglou

La etapa 0

No sé cómo explicarlo, pero la figura de Milei jamás me genero miedo. Sí rechazo, estupefacción, odio quizás (recuperemos esa pasión, no todo es amor “de nuestro lado”). Pero miedo no. Me enredo en los debates sobre si podrá estar a la altura de un líder fascista avant la léttre, me advierto de la importancia de no “agrandarlo”, no proyectar sobre un pequeño neofascista la sombra de un temible gigante totalitario.

Todas estas proyecciones parten creo del error histórico de pensar que este nuevo ciclo de derecha y conservador va a seguir “los mismos pasos” que los fascismos del siglo XX. Como dice Isaac Rosa en su nota en elDiaroAR, el gesto de Elon Musk no un gesto nazi, es algo peor. Es algo que no sabemos exactamente lo que es. Si supiéramos lo que es, dice Rosa, “todo estaría más claro, sabríamos a qué atenernos, lo veríamos venir, y nuestra respuesta sería más sencilla, la misma que daríamos ante un nazi: combatirlo, denunciarlo, ignorarlo, escondernos o secundarlo, lo que sea que haga cada uno cuando se cruza con un nazi. Pero ante un saludo que parece nazi y no lo es, la cosa se complica”.

A lo cual, agrego, la cosa se pone más entretenida. Abre la aventura política de cómo encarar una resistencia desde la etapa 0 del experimento fascista. Y el momento de la resistencia en el que nos encontramos es en el mismo que ellos: la disputa por ciertos consensos.  Va a ser difícil pasar sobre nosotres sin la condena de toda una sociedad, porque es la misma sociedad que nosotres hemos movilizado desde su estructura más sensible en ciertos valores: el respeto por la orientación sexual es uno. En Davos, el presidente ha cruzado obscenamente ese límite cultural, dándonos la oportunidad perfecta para que destapemos toda la olla de la política que hay detrás.  Con la vocación de aunar no solo a la comunidad LGTBIQ, sino de todos los sectores que están siendo atacados, y un llamamiento de conjunto a una sociedad cada vez más empobrecida por ese mismo tipo de políticas. Por primera vez siento que se está tratando más de disputar, que de solamente repudiar. Más de crear, que de sólo reaccionar.

No es entonces fascismo tradicional ante lo que estamos, ni tampoco ante las lógicas de las dictaduras militares en Latinoamérica. Desde la última dictadura militar hasta hoy, el movimiento LGTBIQ+ argentino ha crecido globalmente, implementado un arco de métodos y tradiciones políticas divergentes, desde el anarqusimo al peronismo, se ha politizado y despolizitado y vuelto a repolitizar; ha logrado así masividad y cambiado los modos de vida, desde la instucionalidad: mediante leyes pioneras en el mundo, conquista de derechos y políticas públicas. Pero también a través de la militancia de base y la educación, una fina y constante tarea de “adoctrinamiento” con libros, películas, penetrando en las esferas intelectuales, los medios de comunicación masivos y alternativos, la ciencia, el arte, la tecnología y el deporte.

Porque siempre las personas LGTB estuvimos ahí. Fuimos de a poco creando nuestros propios sistemas de reconocimiento y legitimación social, que es otra forma de decir: nuestra orgullosa existencia; supimos ser nuestro propio lenguaje y circuito cultural, lo cual permitió la creación de comunidad, pero que ahora vemos tiene el doble filo de que se cierre sobre nosotres mismes la conversación. Este es el primero de los problemas a resolver en la etapa 0, al interior de nuestro movimiento: el aislamiento relativo con respecto a todos los demás sectores.  

                                                           

 

Nuestro domingo

Como decía hace poco el activista Lucas Fauno Gutiérrez en una entrevista en Radio Con vos, la encerrona estuvo no en haber apoyado o no un gobierno, sino en haber creído que las instituciones y los medios masivos de comunicación realmente “nos estaban dando un lugar en sus programas y en sus mesas”. Hoy que ya no tenemos esa encerrona, y estamos constantemente al borde de la persecución ideológica y la censura, la batalla cultural se vuelve, al decir del poeta Jacobo Fijman, el camino más alto y más desierto.

Es bastante probable que hoy quien sostiene un discurso homofóbico esté envalentonado, pero no creo que nadie a quien se le de esa discusión, no pueda ser sensible al tema, ni crea que su posición es mayoritaria.

Es quizás eso lo que odian: que hayamos calado tan hondo en la estructura sentimental de un pueblo. Como ocurre con los gorilas con las medidas de justicia social, la dignificación de los “cabecitas negras”, como ocurre también con los macartistas, frente a los piqueteros, y los métodos de lucha de izquierdas: asamblea, paro y movilización; como los homofóbicos, frente a los besos de personas gay en la calle. Una reaccionarez presente pero desfasada. Porque de un lado u otro, por momentos más y otros menos menos, combatidos o apoyados, todas estas expresiones y sujetos son parte de nuestra cultura política y nuestra vida en sociedad. Mal que les pese a algunos.

También, aunque en menor medida (lo cual es síntoma de que la inclusión del término “antirracista” haya sido algo tan enfatizado Ren Lezama) es el mismo caso de lo que ocurre entre los xenófobos y los vendedores ambulantes o “manteros”, o el uso de los servicios públicos por personas migrantes. Buenos Aires es una ciudad profundamente racista, pero de un nivel de cosmopolitismo que hace que el vínculo con personas migrantes sea algo muy cotidiano.  Un amigo que milita en la asamblea de Parque Saavedra trae una pequeña escena: Un domingo en el parque luego de terminar la asamblea, la policía de la Ciudad desalojó un paseo de manteros. Lxs asambleístas actuaron en defensa; pero lo que duplicó la potencia de la intervención fue que una vecina que no era parte de la asamblea, se sumara al repudio, pidiendo que dejen funcionar el paseo, diciendo: “esto es parte de mi Domingo”. Una escena de radicalidad masiva.

 

El arco enemigo

En las antípodas de este tipo de interacciones uno a uno en el espacio público, mucho se habla del éxito de los nuevos métodos de politización que instrumenta Milei, conectados con las nuevas subjetividades de redes, la postpolítica y la mar en coche. Pero no es que los nuestros hayan quedado obsoletos. Sino que simplemente son, siempre fueron, contrahegemónicos y por tanto, lentos. Es mucho más fácil hacer política para el poder concentrado que contra él, lo sabemos. El poder concentrado por lo general ya está guionado geopolíticamente y viene hoy, con su kit de comunicación ya integrado (el hecho al que ya nos hemos acostumbrado, no deja de hacer inédito que el creador de una red social se haya convertido en un líder político y parte de una fórmula presidencial).

En otra escala, nosotrxs también hemos sido muy buenos propragandistas. Del agit prop soviético a la escolástica peronista. Y en el feminismo ¿Qué decir? hemos sido creativas publicitarias directamente.  Hemos creado hasta un color.

Por eso hoy el movimiento LGTBIQ+ , los feminismos y el antirracismo, están ante el desafío de volver a plantarse una vez más contra la sentimentalidad de este nuevo fascismo y llevar a la llama las cenizas de la política progresista y de izquierdas. O al menos, avivarlas.

Algún día, como se apuntaba al kirchnerismo y también contra quiénes defendíamos políticas progresivas y de izquierda, “el relato caerá” y los “zurdos correremos”. Ellos creen emerger en el albor de ese momento. Pues bueno, su relato de estabilidad tendrá también su agotamiento, más pronto que tarde. Y cuando advenga el fracaso, solo quedarán, de un lado y del otro, los más radicalizados de nosotres y de ellos: los verdaderos apasionados de la política, quienes estaremos dispuestos a defender nuestras ideas hasta el final.  Esto es lo que sí da miedo: ¿cómo se los enfrentará siendo democráticos?

Es otra de las preguntas que cada tanto circulan. Creo que no podemos responderla como se respondieron en dictadura ni bajo los gobiernos democráticos de los que venimos. No va a ser pasando a la clandestinidad para formar guerrillas, ni quedándonos en la comodidad supuestamente estratégica del “imperativo del centro”, al decir del periodista Diego Genoud, de rosquear con todos los sectores aledaños al milésimo e incluso con el mileísmo mismo, hasta terminar indistinguibles en una política impropia, o dicho mal y pronto: formando gobierno con el macrismo y con un sector de ellos. Tampoco, creo, funcionará mediante el formalismo democrático del repliegue, para poder derrotarlos “donde corresponde”: en las urnas, con nuestra política propia. Algo tiene que existir entre la enemistad como absoluto político y una política completamente vaciada de enemistad.

Escucho y comparto la intervención del activista transmasculino Ese Montenegro en Futurock, donde dice que “espera que el sábado sea como lo que fue la marcha contra el 2×1 en el macrismo”. El intento de sancionar una ley que permitía reducir la pena y llevar a la liberación de genocidas, implicaba pasar por alto un pacto democrático básico de la sociedad argentina. Me pregunto por un lado qué pasaría hoy, cuando están implementándose nuevos métodos para lo mismo, con el vaciamiento de los sitios de memoria y la destrucción de archivos. Un amigo reacciona negativamente ante la parábola del activista. Dice que comparar una cosa con la otra es darles terreno, que es una estupidez comparar un discurso con una ley que libera genocidas, que es incluso, según él, insultante la comparación para lx hijxs de deseaparecidxs, etc. etc. Como todo con este amigo, es discutible. Yo creo en cambio que es muy elocuente la parábola y también el deseo de que la marcha del sábado sea por un lado tan masiva como la del 2×1, y por otro, que tenga el efecto de demostrar que, así como los genocidas no pueden estar libres en democracia, las personas homosexuales tienen derechos humanos. Y que, como bien dijo Montenegro en la entrevista, no se plebiscitan. 

 

Contra todo en general

Porque no se trata de una marcha en repudio “a los dichos del presidente”, no es que estamos esperando a que se retracte. Vista así, no se trata de una marcha por “nada” en particular, sino de ir contra todo en general. El ataque contra el movimiento LGTB, y el apoyo que se ha demostrado tenemos sobre estas cuestiones, es el caballito de batalla para seguir exponiendo todos los consensos que este gobierno está pasando por alto: como que tiene que haber hospitales y universidades públicas, derecho a la protesta, subsidios, jubilación y sindicatos.

Para eso, primero creo que es importante deshacerse de un mal de los progresismos hoy por hoy: los ghettos autosatisfactorios y los personalismos militantes, el indignismo, la “instagrimazación” y “raverización” de la participación política (amén de las raves organizadas como respuesta política, el repudio del moralismo sobre las drogas, y de la Marcha del Orgullo como fiesta).  Me refiero a la frivolidad, que es la menos placentera de las vanidades. 

En ese sentido, cabe recordar que todas esas figuras que hoy en la comunidad LGTB y más allá, veneramos hasta el fanatismo, como Nestor Perlongher y Pedro Lemebel fueron, mientras militaban, parias políticos: expulsados tanto del peronismo como del comunismo. Amen de la homofobia de los movimientos políticos en aquel entonces; ellos no eran, ni serían hoy precisamente progresistas en torno a su concepción de la lucha política, sino izquierdistas o anarquistas. Esa clase de militantes hoy serían tildados de ultras, sin “vocación de masas”, o de hacer juego a la derecha incluso; quedarían deformes dentro de la ley de talles de lo queer cool progresista. Pero es con la radicalidad absurda y “poco estratégica” de esas locas que se erigieron los primeros movimientos LGTB que hoy disfrutamos como tradición de lucha, en primerísimo lugar y como política pública, mucho después. Porque el movimiento LGTB tiene a la diferencia y la multiplicidad de tendencias dentro de su corazón político. Por eso es tan difícil organizarnos. Pero no mucho más, o quizás incluso menos, que para otros sectores en este momento.

Se trata entonces, para mí, de generar el camino hacia una “radicalidad masivizada”. Lo contrario de una “minoría intensa”. Pero masiva, no por la cantidad de cuerpos en la calle (podremos ser miles o millones como en las marchas antifascistas hoy en Europa), ni en cantidad de seguidores, tampoco por la amplitud de la unidad (que siempre que es sólo táctica, termina durando muy poco); sino en intensidad, siendo moleculares, dentro de la conversación masiva y por construir la apuesta, una vez más, por un consenso que pareciera estar perdiéndose en general, incluso entre los sectores progresistas: que los cambios políticos se logran con organización colectiva.

En los niveles de participación que cada uno pueda tener, desde sumarse a algún tipo de militancia más o menos organizada, a ir a la marcha, compartiendo información, yendo a los principales medios de comunicación o haciendo pintadas, un sticker en un baño, dando el debate entre nuestros familiares y amigxs, con compañerxs de trabajo y cursada, también en las redes. Todo eso es construir radicalidad masivizada. Y lo estamos haciendo bien, porque nunca dejamos de hacerlo. Porque sabemos que la homofobia y la transfobia están a la vuelta de cualquier esquina. Lo más difícil era hacerlo cuando estábamos en el closet.

Sin tomar ninguna acción a la “ofensiva” (nos hemos convocado simplemente en asamblea, en un parque a pleno sol de Enero), vemos como hemos astillado un poco de su plan: han tenido que retractarse, ha bandeado contra su exabrupto, el macrismo, cuya relación de por si es frágil; en fin, han retrocedido con respecto a la radicalidad de su discurso justo en el momento donde pensaban que estaban siendo más radicales que nunca. Fallando así en el aspecto clave de la etapa 0: convencer a los propios. Ni eso.

Con este paso de macabra comedia en Davos, son ellos los que con esto se han pasado “tres pueblos”, o más sencillamente: uno. En uno de sus cuatro o cinco posteos de memes diarios desde la cuenta personal de Instagram del presidente, varios votantes de la comunidad LTBIQ le responden. El usuario matiasrotger redacta directamente una carta: “Estimado señor Presidente @javiermilei , Quiero expresar mi preocupación como gay, anti-kirchnerista, anti-peronista y anti-izquierda, que lo voté y apoyo sus políticas económicas para sacar la corrupción y reducir la inflación y la pobreza. Sin embargo, me duele y preocupa su discurso en Davos, ya que siento que hay un rechazo hacia las personas LGBTQ+ y temo que haya un retroceso en la aceptación y respeto hacia nosotros. Entiendo que su palabra tiene mucha influencia en sus seguidores y me preocupa que pueda eliminar derechos adquiridos como el aborto legal, la ley de identidad de género y el matrimonio igualitario. Aunque estoy de acuerdo en que algunos de estos derechos puedan necesitar revisiones, creo que es importante mantenerlos y mejorarlos. Como gay, no quiero sentir que soy visto como un enemigo por el libertarismo. Creo que es importante tener un discurso más liberal y empático hacia las personas LGBTQ+ y reconocer que nuestra orientación sexual no define nuestra ideología política. Estoy de acuerdo en que ante la ley debemos ser iguales, pero mezclar pedofilia con homosexualidad es un discurso delicado y estigmatizante.
Espero que alguien de su entorno lea esto y le transmita mi pesar. Quiero seguir apoyándolo porque quiero vivir en un país más justo, honesto y ordenado, pero donde me sigan considerando parte de la sociedad. Atentamente, Matías”.

Algunos lo invitamos a sumarse a la marcha del Sábado.

Salvo este momento no han tenido mucha buena suerte los líderes dogmáticos, sino más bien los moderados en Argentina, en parte por peronismo, y en parte, porque creo que quizás siempre necesitamos sentirnos partícipes de los procesos. Los dichos de Milei en Davos no son completamente ajenos a la sociedad argentina en su contenido, pero dejan a casi todo el mundo afuera por su forma: artificiosa y salvaje en su enunciación y con una buena cuota de extranjería. No hay señoras en la verdulería hablando de “wokismo”; el polémico ejemplo de la pareja estadounidense resulta risible frente a los casos de pedofilia en manos de padres varones heterosexuales y curas pedófilos tan conocidos en Argentina, y ya (casi) nadie en nuestro país se atreve a expresar que los homosexuales sean enfermos. Mal que mal, entonces, se quedó hablando solo para los fanáticos, siendo el un fan de los líderes que le dieron sus minutos de fama en Davos.

Pero hay allí un vector para empezar a reestablecer ese consenso, que son, como bien recogen Verónica Gago, en su nota esas “pasiones fascistas” que empalman en la lógica, de, como ellas acuñan, una “economía de la velocidad”: si no tenés plata, el que gasta plata del Estado en medicación para el VIH o para testosterona es tu enemigo.

Tenemos en frente, en la etapa 0, la tarea de evitar que ese tipo de frases hagan algún sentido para la mayoría de las personas.   

Frente a esos experimentos mentales, de los más básicos de los juegos de lenguaje liberales, una cascara vacía sin poder explicativo, lo que resulta más palpable y actual es que si un jubilado tampoco tiene para pagar la medicación, es que nos están robando a todos por igual la plata del bolsillo.

Así como los conservadores propios y ajenos nos hacían parte del ultraje económico del albertismo por ponderar las “políticas de minoría”, la incertidumbre total de la economía y la bomba de tiempo de la pobreza, no está como para que Milei pueda darse estos lujos autoritarios. Si este año (electoral) su diseño financiero no empieza a materializarse en algún tipo de desarrollo productivo real, o un rescate económico para las mayorías, la mecha de la gente va a estar cada vez más corta. Y ante eso ya quedará muy atrás el argumento del gay o el migrante como enemigo. No van a dar los tiempos para pasar a la etapa 1 del fascismo: su principio de consolidación.

De mostrar con realidad e intensidad esto sí se trata la marcha del sábado y del proceso que está por disputarse pasado ese día.

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