Sergio Nicanoff
Con los resultados electorales definidos podemos decir que lo que muchos/as pensábamos que no sucedería, al menos en esta coyuntura, se ha producido y Macri es presidente. Con un 51.4% frente a un 48.6% obtenido por la candidatura de Scioli, una alianza dominada por un partido de la derecha orgánica gobernará los próximos cuatro años de la Argentina. Desde ya el carácter atípico de esta elección que conduce a la mayoría de la población a elegir sólo entre dos opciones nos obliga a señalar que los porcentajes de ambas fuerzas no reflejan sus apoyos reales sino que se trata, en un porcentaje importante, de votos prestados que no necesariamente acompañan ni mucho menos el conjunto de las políticas del macrismo o el sciolismo-K. Habrá que hacer un análisis más fino de los resultados electorales en los días venideros. Con este borrador escrito para Contrahegemoníaqueremos aportar prioritariamente a la discusión sobre por qué se ha producido este giro, hasta hace un mes inesperado, en el escenario político y –mucho más decisivo– qué pasos creemos necesarios dar desde las organizaciones populares para enfrentar los años venideros.
El repunte final del FPV ubicándose a menos del 3% no fue suficiente. Sin duda una primer aproximación marca que el epicentro del triunfo de Cambiemos estuvo en CABA y sobre todo las provincias del centro del país con un triunfo arrasador en Córdoba, amplio en Santa Fe y Mendoza a lo que se sumó el aporte más modesto, en términos del padrón nacional, de las victorias en Jujuy, Entre Ríos, San Luis y la Pampa más un triunfo inesperado en La Rioja. Aún así, una clave determinante de la victoria estuvo en Provincia de Buenos Aires ya que la victoria del FPV con un 51.1% apenas superaba por un poco más de 2% las cifras alcanzadas por Cambiemos -48.9%- mientras que varios dirigentes K habían calculado que para ganar el ballotage se necesitaba un triunfo por más del 6% u 8% en la estratégica provincia bonaerense.
Ganó Macri, ¿y ahora?
La discusión en las semanas previas al ballotage ha girado alrededor de si se debía votar en blanco o votar a Scioli para frenar el ascenso del macrismo. Exacerbada infantilmente, salvo excepciones que tratamos de reflejar en nuestro portal, esa polémica se basó en estereotipos que evaluaban que quienes llamaban a votar en blanco eran cómplices de la derecha, así como que todos los que plantearon el voto a Scioli lo hacían desde posiciones de subordinación y defección total a la derecha neodesarrollista revestida de discurso nacional-popular. Por estas horas circulan pases de factura que se basan en esas concepciones.
Nosotros entendemos que avanzar en este sentido sólo sirve para desviar la atención de la discusión central, que es cómo pararse en esta coyuntura y construir un piso de resistencia sólido. Esto no significa evitar un balance del ciclo K sino todo lo contrario, pero debe ser hecho no desde la descalificación y el slogan sino desde la búsqueda de procesos de reflexión, lucha y resistencia que aporten en el camino de construir un bloque histórico de las clases subalternas y sus organizaciones populares, capaz de resistir con eficacia en lo inmediato y proyectar una perspectiva emancipadora de cara al futuro.
Razones de una derrota
No descartamos la importancia relativa de determinados hechos y tácticas electorales fallidas que erosionaron las posibilidades electorales del K. Así se puede mencionar la negativa de Randazzo a disputar la gobernación tras sufrir la baja forzada de su postulación; la rapidez con que Cristina y su núcleo duro se rindieron a la aceptación de la candidatura del otrora denostado Scioli con la expectativa de resguardar porciones de poder en la estructura del Estado; la resistida candidatura de Aníbal
Fernández –personaje que como recordamos desde este portal sólo podía ser ubicado como progresista por un brutal olvido de su pasado duhaldista, su complicidad con los asesinatos de Darío y Maxi así como su defensa de los peores actos de la administración K–; la evidente acción de determinados sectores internos del FPV por voltear la candidatura de Fernández, lo que terminó por favorecer a Vidal colaborando con la pérdida de la provincia de Buenos Aires; la postura del FPV en el ballotage de la Ciudad de Buenos Aires de llamar a votar en blanco –sí, el FPV llamó hace apenas meses a votar en blanco en un ballotage– impidiendo, supuestamente, la derrota de Larreta a manos de Lousteau y la consiguiente sepultura de la candidatura de Macri y una larga, larga lista de hechos de ese tipo. Nada de esto, sin quitarle a algunas de estas cuestiones algún nivel mayor de importancia, nos parece determinante por sí mismo. Hay aspectos estructurales que a nuestro entender adquieren mucha más relevancia.
En primer lugar hay una derechización regional de los procesos neo desarrollistas que se hizo evidente este año. El kirchnerismo terminó en Scioli, y Scioli claramente implicaba un proceso de derechización que se hubiera planteado en toda su magnitud de haber ganado. Dilma ganó en Brasil apoyada en los movimientos populares y enfrentada a la derecha, pero al otro día de su triunfo aplicó un brutal plan de ajuste con el aval de Lula, colocó un connotado neoliberal al frente de la economía y empezó a reducir gastos en salud, educación y recursos del Estado. La base social que la apoyaba, está sufriendo el aumento del desempleo, la caída del salario y el encarecimiento del costo de vida debilitando el único sostén que puede movilizarse para evitar el golpe blando parlamentario, escenario que la derecha orgánica mantiene como posibilidad. En Uruguay el gobierno de Tabaré Vásquez y el Frente Amplio estableció una inédita medida que decretó la esencialidad de la huelga docente con sumarios y destituciones masivas de maestros a la vez que negociaba su participación en el llamado TISA con Estados Unidos y otras administraciones neoliberales para establecer la desregulación de los servicios y el comercio. Tuvo que volver atrás con ambas medidas porque se encontró con una reacción popular, con paro general y una marcha de 50 mil docentes y estudiantes así como la toma de varios establecimientos educativos, como hacía mucho tiempo no se veía en el país vecino. A su vez, la actual administración frenteamplista colabora en primera fila con la ofensiva sobre Venezuela. Como vemos, en todos los casos los neodesarrollismos están girando a la derecha. En la base de ese proceso se encuentra el impacto de la crisis mundial que se expresa entre otras cosas en la baja aguda del precio de los commodities, la disminución del crecimiento de China y el agotamiento de los ensayos tibiamente distribucionistas que no modificaron ninguna de las bases estructurales dejadas por las fuerzas neoliberales. Como la salida política ante las limitaciones estructurales a las que se enfrentan es parecerse más a la derecha, las fuerzas que apoyaron el ciclo de los progresismos pierden toda mística y se erosionan las expectativas de sus bases sociales primando el desánimo, como se pudo ver en determinados sectores del kirchnerismo ante la candidatura de Scioli. Esa salida por derecha ya la había impulsado la propia Cristina en las legislativas del 2013 con la candidatura de Insaurralde para oponerle un clon a Massa. La aplastante derrota de ese momento -un verdadero anticipo de la actual- y el devenir del intendente de Lomas de Zamora nos eximen de mayores comentarios. A su vez, ante una copia determinadas franjas prefieren los originales sin mediaciones.
En segundo lugar contra el discurso de la politización que supuestamente dejaron los gobiernos progresistas hay que afirmar que por el contrario el resultado evidente de este ciclo es la despolitización de gran parte de la sociedad. La permanente construcción de un discurso que enfocó las conquistas del período como mero producto de la capacidad y voluntad de Néstor y Cristina por mejorar las condiciones de vida de su pueblo; la apelación permanente a la lógica de la “inclusión” a través del aumento en la capacidad de consumo, sin problematizar el hecho de que esta lógica construye sujetos pasivos (reacios a cualquier esfuerzo asociativo) e individualistas (cuyo máximo objetivo sería acceder a la compra de nuevos bienes en el mercado); la concepción de construir una militancia hegemonizada por la lógica estatalista, tan cara a las concepciones dominantes del nacionalismo popular, convirtiendo miles de militantes populares en funcionarios con el subsiguiente grado de despolitización por abajo y desarraigo de las construcciones políticas; la consiguiente prioridad por mantener la gobernabilidad al costo que sea abandonando todo rol crítico y capaz de hacerse eco de las demandas sociales surgidas desde abajo; el afán por quebrar y fragmentar toda organización popular que resistió esos procesos de encuadramiento, fueron todos aspectos que potenciaron en el mediano plazo esa despolitización y pavimentaron el camino de una nueva derecha.
En tercer lugar el K siempre creyó que el rival político ideal era el macrismo y planteó que el ideal de la reconstrucción del sistema político post 2001 consistía en un bipartidismo al estilo chileno con una fuerza de centroderecha y otra de centroizquierda dominante, rol que imaginaba para sí, por lo que en reiterados momentos le dio aire a la administración macrista. De esa manera la bancada del FPV acompañó con sus votos una larguísima lista de leyes impulsadas por el PRO, lo que garantizó la gobernabilidad de Macri durante años. En la ciudad eso se expresó en el apoyo a la especulación inmobiliaria, los negociados con grandes grupos como el de IRSA y “la plancha” que el sindicato Unión de Trabajadores de la Educación (UTE), dominado por connotados K, hizo durante todos estos años evitando todo tipo de confrontación profunda y sostenida con la administración PRO. El monstruo tuvo sus Frankestein entusiastas en las filas del FPV.
En cuarto lugar nada de esto significa igualar el ciclo K con lo que representa el macrismo. Siempre adherimos a una caracterización que no parte de una mirada superficial que concibe al kirchnerismo como mera continuidad del neoliberalismo. Sin duda, el proyecto hegemónico kirchnerista –hoy claramente resquebrajado– pudo construir una alianza que abarcó desde fracciones de la clase dominante hasta franjas mayoritarias de las clases subalternas porque comprendió que, después del 2001, la recomposición de la gobernabilidad requería tomar en cuenta e incorporar determinadas demandas de ese ciclo de luchas. La combinación de crecimiento económico, con cierto desarrollo del mercado interno y la industria, junto a los recursos provenientes del extractivismo –con los superávit mellizos comercial y fiscal– más la legitimidad social por su gestualidad inicial (al renovar la corte suprema menemista) y antiimperialista (al impulsar el NO al ALCA), su política de derechos humanos, de fomento a los emprendimientos culturales y de creación de Universidades Públicas, la ampliación y nacionalización de las jubilaciones, la existencia de las paritarias, la Ley de Medios, la Asignación Universal por Hijo y una política internacional de perfil latinoamericanista, le permitió la reconstrucción de la gobernabilidad y el despliegue de una enorme capacidad de asimilación e integración de buena parte de los movimientos populares. Pero eso se combinó con continuidades e incluso profundizaciones de aspectos clave de la etapa neoliberal que hoy afloran con toda su magnitud.
Los elementos negativos más visibles se ubican en la profundización del extractivismo (con el agronegocio y la megaminería a cielo abierto como emblemas) con un discurso que antepuso la lógica productivista y el falso paradigma del progreso ante los evidentes costos sociales y económicos de todo tipo que conlleva la lógica del saqueo de los bienes comunes de la naturaleza; se manifiestan en la evidencia de que el brutal crecimiento del PBI en los primeros años del ciclo K, y el evidente aumento del empleo, tuvieron como contracara estructural que más de un tercio de los trabajadores se encuentran “en negro” (es decir, sin ningún tipo de derechos laborales) y que casi el 50% sufre distintas formas de precarización del empleo. Allí se ve la falacia del discurso neodesarrollista que deposita gran parte de la mejora social en el crecimiento económico y la industrialización, cuando en realidad la generación de más riqueza no dice nada respecto a cómo se reparte; se evidencian con la crisis energética –consecuencia de que el K mantuvo la matriz menemista de privatización de los hidrocarburos, apenas modificada por la renacionalización parcial de YPF– lo que demanda una constante salida de dólares para financiar las importaciones de combustible; se muestran con la suba acelerada de la inflación, fruto de los bajos niveles de inversión de capital como así también de la concentración monopólica y oligopólica de la producción y distribución de las mercancías en el país, más que de un supuesto recalentamiento de la economía por la puja salarial, tal como afirma la vulgata neoliberal. El punto es que el capital busca mantener intocadas las altas tasas de ganancia que obtuvo en estos años, trasladando aumentos salariales a precios y evitando aumentar sus inversiones productivas, a pesar de los enormes subsidios que buena parte de las grandes empresas recibieron del Estado en este período; los límites se visualizan en el deterioro acelerado de los servicios públicos de las empresas privatizadas y la infraestructura en general, como se ve en el sistema de transporte, en las brutales y reiteradas inundaciones –como las que presenciamos en La Plata hace pocos años o en Lujan y otras zonas de la provincia de Buenos Aires este año- y en los colapsos del servicio de electricidad ante cualquier suba importante de la temperatura. Allí se pone de manifiesto cómo el ciclo K mantuvo continuidades clave con el ciclo anterior que eclosionan en la actualidad. Finalmente, se manifiesta con toda su fuerza en la extranjerización de la economíadonde, más allá de la utópica búsqueda de la burguesía nacional por parte del gobierno, el grueso de las empresas más grandes son trasnacionales y/o parte de grandes grupos locales trasnacionalizados.[1] El gran capital realmente existente apunta a las exportaciones agroindustriales o de ciertos nichos tecnológicos, mucho más que al mercado interno. Acomodados al ciclo de financiarización del capitalismo actual, todos esos grupos utilizaron buena parte de los subsidios estatales para la fuga de capitales y la especulación cambiaria. La falta de divisas, la baja acelerada de las reservas del Banco Central y el aumento del déficit fiscal –ante la ausencia de todo cambio en la matriz inequitativa de los impuestos en la Argentina, donde la mayor recaudación sigue proviniendo del IVA– tienen su raíz en el tipo de capitalismo dependiente y atrasado que domina la estructura socioeconómica de nuestro país. Sus aspectos más negativos afloran con toda su fuerza ante el nuevo escenario mundial, más allá de las medidas de redistribución del ingreso, de aumento de la inversión estatal y de cierto crecimiento de la industria local, que se ensayaron en el ciclo K. Con la disminución del crecimiento económico se pone en evidencia mucho más lo que se mantuvo y profundizó respecto al neoliberalismo, que los aspectos que, sin duda, se modificaron.
Los verdaderos desastres de la administración de Scioli durante 8 años en la Provincia de Buenos aires evidenciaron estos elementos con toda su crudeza y una buena parte de la huida del voto del FPV –más de dos millones y medio entre 2011 y el 2015 si tomamos la primera vuelta– se explica a partir de esto y no con la culpabilización infantil que cierto progresismo pretende atribuir a la izquierda y el voto en blanco.
El problema central es que el descontento social ante la crisis estructural del modelo neodesarrollista lo pudo capitalizar mucho más una coalición de derecha que la izquierda y las fuerzas populares. Hay allí un elemento que tiene que ser pensado en toda su profundidad. El triunfo del macrismo no puede ser leído en clave de la derechización de más del 50% de la población argentina, más allá del núcleo duro de Cambiemos que sin duda asume esa perspectiva. Hay que reflexionar por qué franjas de nuestro pueblo votan, como forma de castigo a sus gobernantes, a quienes sin duda empeoraran todos esos aspectos. Hubo sectores empobrecidos, invisibilizados por el discurso oficial, que votaron por el macrismo cómo una forma de expresar su descontento por su situación cotidiana.
También debemos decir que esa situación nos habla de los serios límites de las corrientes que postulamos una salida no capitalista y estamos muy lejos de ser percibidos por las clases subalternas como una opción de peso capaz de canalizar ese descontento.
Una derecha renovada
Aún sin prever el triunfo final del macrismo, desde este portal tras las PASO advertíamos sobre el riesgo de minimizar el ascenso del PRO y su hegemonía sobre una coalición de la derecha -instalada desde hace rato la UCR en ese polo ideológico-. Decíamos en esa oportunidad:
“El macrismo es el que mejor encarna los elementos identitarios del neoliberalismo más recalcitrante, que tiene bases sociales importantes en la sociedad Argentina.
La estructura social del país con su acentuada fragmentación social, el persistente vaciamiento de la educación y la salud pública con el consiguiente desplazamiento de importantes franjas de la población –superior al 50% en CABA– hacia la educación privada y las prepagas, el crecimiento de los barrios privados y, peor aún, el sueño de muchos de vivir en esos barrios, la gran herramienta hegemónica de la inseguridad, el peso de las capas medias asociadas a fenómenos como la sojización, el quiebre de los espacios públicos y el deterioro de las formas de construcción colectivas de sentido, la precarización y heterogeneización acentuada de la clase obrera son, por mencionar algunos aspectos, sólidas bases para que crezca una opción de derecha con fuertes perfiles tecnocráticos. Los elementos simbólicos conservadores permean fuertemente a amplias capas medias y de asalariados convencidos de que su mejor posición social obedece a su supuesto esfuerzo individual mientras el Estado sostiene con planes a quienes no quieren trabajar ni esforzarse. Ése es un núcleo central del neoliberalismo a nivel mundial, la idea de que la exclusión es culpa de los excluidos. Se observa en el mundo y en la región que esas interpelaciones se apoyan en franjas sociales más proclives a movilizarse bajo banderas reaccionarias disputando las calles en determinadas coyunturas, posibilidad que las propuestas de derecha no tenían en otros momentos históricos, al menos en Argentina. El carácter volátil de esas movilizaciones no debe hacer perder de vista su reiteración. Es sobre esas fracturas sociales y sobre ese imaginario que puede consolidarse un espacio orgánico con posibilidades de construir hegemonía. Es cierto que esas propuestas aun tienen límites sociales claros después del 2001, pero también lo es que han crecido persistentemente y negarlo es suicida. A su vez, las divisiones y dificultades serias para resistir al macrismo y sus medidas en CABA, incluidos todos los espacios de la izquierda, requieren de un análisis más detenido con alguna dosis importante de autocrítica”.
Hoy debemos agregar que el triunfo de Macri también expresa un fenómeno regional donde la derecha orgánica ha sido capaz de entrar en un proceso de modernización con nuevos liderazgos de una generación más joven: Capriles en Venezuela, Macri aquí, Lasso en Ecuador, en determinado momento Piñera en Chile, etc. En muchos de esos casos son figuras surgidas directamente del propio poder económico más concentrado que busca actuar en el sistema político de manera directa, sin mediaciones y que mediáticamente aparecen como supuestamente más moderados, capaces de aceptar –al menos discursivamente– ciertas leyes sociales surgidas de los gobiernos progresistas pero a la vez, desde los espacios institucionales que alcanzan a controlar, generan medidas que acentúan la fragmentación social y la destrucción subjetiva de las clases populares.
Respecto a la Argentina, es un hecho regresivo histórico ya que desde la segunda década del siglo XX el poder económico más concentrado no podía construir una herramienta política plenamente propia por lo que debía apoyarse en las dictaduras militares reiteradas (seis golpes de Estado en el Siglo XX) o en las alas de derecha de la UCR y el PJ hasta llegar a la coalición menemista donde era el carisma de Menem y su control del peronismo lo que permitió implementar el programa histórico de la derecha liberal. Hoy, por el contrario, esa derecha orgánica es la que controla el Poder Ejecutivo, hegemoniza la alianza de gobierno y administra con sus cuadros gerenciales las estratégicas Provincia de Buenos Aires y la CABA uniendo la administración nacional con los dos distritos principales del país.
Ese cambio histórico se explica no sólo por los efectos de largo plazo del ciclo neoliberal y sus continuidades en el kirchnerismo sino también, paradójicamente, por determinados efectos del 2001. Efectivamente, la destrucción del esquema bipartidista que nunca más se pudo recomponer abrió paso al ascenso del PRO como una nueva herramienta política que albergó cuadros de la derecha del PJ y de la UCR junto a los restos de experiencias clásicas de la derecha cómo la UCEDE de los Alsogaray, el Partido Demócrata, el Conservador, la Democracia Progresista y una variada fauna, en parte partícipe de la dictadura de Videla, pero que no tienen un papel determinante en el nuevo armado. A su vez, gran parte de su base activa recién se acercó a militar en esta estructura durante el ciclo K, tanto desde las universidades privadas, alguna pública cómo la Facultad de Derecho de la UBA o los estratos gerenciales de muchas empresas. Otra vertiente proviene desde los círculos católicos o protestantes virulenta o tibiamente opuestos a algunos de los cambios en las pautas de la vida cotidiana que ha traído el postmodernismo pero también determinadas conquistas relacionadas con la diversidad sexual y la problemática de género. El caleidoscopio de apoyos incluye un sector del judaísmo profundamente sionista.
El ascenso del PRO es también un retoño no deseado de los contradictorios sentidos que operaron en el proceso de luchas condensado en el 2001 en un plano aún menos directo y más retorcido. En esas jornadas populares mayoritariamente se expresaron sentidos de lucha que evidenciaban la voluntad de amplios sectores de tomar la política en sus manos y construirla desde una concepción de acción directa, democracia de base y protagonismo que algunos expresamos en la formulación de Poder Popular. Pero otra de las tendencias que se expresaron en ese proceso –y que por cierto había emergido antes– tenía que ver con la antipolítica, es decir con concebir la gestión de la vida social como algo absolutamente ajeno, necesariamente corrupto y en manos de una clase política que por definición es lejana, no propia. De allí la tentación de encontrar al administrador honesto, que no venga de “la política” y tome las decisiones de la administración de manera eficiente, no contaminada por “lo viejo”. El macrismo expresa con mucha capacidad ese sentido común que empalma con elementos centrales del neoliberalismo pero a la vez se nutre, de manera deformada, de cierto malestar con los procesos transformistas que absorbieron a lo largo de estas décadas de democracia burguesa a los dos partidos mayoritarios y a camadas enteras de líderes obreros, territoriales y estudiantiles. Si Menem fue el primero en explotar esto convocando al sistema político a Reuteman, Palito Ortega, los mismos Daniel Scioli y –duhaldismo de por medio- el propio Macri; es el espacio del ingeniero el que mejoró la fórmula popularizando a un connotado miembro de la más alta elite por medio de la gestión del club de futbol más emblemático del país y convocando figuras del espectáculo y el deporte cómo Miguel Del Sel, Mac Allister o Baldassi.
La imagen de venir desde “fuera” de la política borrando todo el pasado del Grupo Macri y del propio Mauricio en la gestión del conglomerado ha sido clave para su crecimiento.
Contó además con una altísima protección mediática y el uso de una constante victimización frente al gobierno K que a su vez, como vimos, actuó de manera funcional frente a la gestión del PRO.
Medidas próximas, fortalezas y debilidades del gobierno de Macri
En lo que respecta a las medidas económicas venideras hay una visión bastante extendida, previa al resultado electoral de que, fuera Macri o Scioli el ganador, el núcleo del programa venidero reside endevaluar fuertemente –la Unión Industrial pretende que existe entre un 30% a 40% de atraso cambiario–, competir en exportaciones vía salario más bajo y subir las tarifas de los servicios públicos;reiniciar un ciclo de endeudamiento negociando con los Fondos Buitres y generando las condiciones para un salto en la llegada de inversiones de capital extranjero; mantener en caja el conflicto social con la dureza necesaria aunque sin suicidarse –lo que implica continuar con ciertos aspectos redistribucionistas del neodesarrollismo–; y reformular la política internacionalalejándose del eje de Venezuela-Bolivia-Cuba, a partir de un acercamiento hacia Estados Unidos.
En el fondo, para el bloque dominante, en todas sus fracciones, ha llegado el momento de cerrar definitivamente el 2001 y las concesiones que se debieron hacer en el marco de las relaciones de fuerza generadas por ese ciclo de luchas.
La diferencia respecto a la victoria de Scioli tenía que ver más con la posible gradualidad de esas medidas económicas o con una política internacional más cauta, al menos inicialmente, en su distanciamiento hacia los países del ALBA, no con una supuesta distinción entre dos modelos como planteo el discurso K. La victoria de Macri marca un acentuado giro de la política internacional –en especial respecto a Venezuela cómo se ve en su anuncio de apelar a la llamada clausula democrática para apartarla del Mercosur– y un escenario donde el ajuste tendrá mayor velocidad. Algunos sostienen que Macri no buscará un ajuste feroz en lo inmediato sino consolidar progresivamente su poder. Otros dicen que el efecto del triunfo, los meses de expectativa que un sector social amplio le suele conceder a un nuevo gobierno y el amplio apoyo mediático le generan condiciones como para arrancar con una devaluación amplia y un ajuste importante aplicando rápidamente lo que después le costara más hacer. Una variable de esa mirada anuncia una feroz remarcación de precios antes del 10 de diciembre para que los costos de ese ajuste caigan en el actual gobierno lo que permitiría además presentar las primeras medidas del gobierno cómo “salvadoras”. Creemos que es más posible una combinación de las dos últimas perspectivas porque la anunciada unificación del tipo de cambio y el levantamiento del “cepo” al dólar sólo se puede sustentar en una fuerte devaluación que inexorablemente se trasladará a los precios.
La apuesta del macrismo es compensar ese ajuste con una fuerte entrada al mercado de los dólares que los agroexportadores retienen al no haber vendido la cosecha esperando la devaluación; una llegada de capitales extranjeros atraídos por las nuevas condiciones más favorables, un firme apoyo de EEUU y la Unión Europea amplificando la suba de la bolsa y las acciones de las grandes empresas que su triunfo ya trajo. Ese flujo, suponen, le permitiría mantener la venta de dólares y un “veranito” de consumo para las clases altas y medias urbanas mientras busca el acceso a un nuevo ciclo de endeudamiento externo para financiar eso. El resultado final es conocido por gran parte de la sociedad, pero puede demorar unos años si logra pasar el escenario complicado del 2016 y obtiene una victoria en las legislativas del 2017.
Ese programa requiere enfrentar las protestas iníciales con una acentuada militarización de la sociedad a nivel de la vida cotidiana –más policía, más cámaras, más gendarmería en las calles, más casos de gatillo fácil y torturas en las comisarias, tendencias que operaron con indudable fuerza en el ciclo K– y de leyes más duras para la movilización y los piquetes. En lo posible tratará de evitar megarepresiones muy visibles, pero las desarrollará, como quedó muy claro en el Indoamericano, el Borda o la Sala Alberdi, si el nivel de movilización supera un determinado umbral. Nada sustancialmente diferente en ese aspecto de lo que la tríada Granados, Casal y Berni auguraba si el triunfo era de Scioli.
Para consolidarse cuenta con los ya descriptos procesos de fragmentación social, la desideologización y despolitización de una importante franja social, la euforia de los mercados y la llegada de capitales, el rotundo apoyo empresarial y mediático pero también de importantes franjas de la burocracia sindical plenamente dispuestas a instalarse en ese escenario negociando con el nuevo gobierno. Allí se anotan en primera fila Moyano y Barrionuevo pero también más de un burócrata que se mantuvo en el FPV en este ciclo. De manera que Cambiemos tendrá una pata sindical que no tuvo la Alianza.
Cuenta con la acentuada diáspora de las organizaciones populares y la apelación permanente a la “desastrosa herencia” que le deja el kirchnerismo. A su vez, todo conflicto social será mostrado como una conspiración del K duro para no dejarlo gobernar, en especial en la explosiva Provincia de Buenos Aires.
Al mismo tiempo intentará acercarse a sectores del peronismo, requisito ineludible de la gobernabilidad, sea a través de miembros de la liga de gobernadores afines al sciolismo, como Urtubey, sea por medio del Frente Renovador de Massa. Éste deberá resolver entre la tentación de una alianza con el macrismo incorporándose al gobierno o su seguro intento de disputar la estructura del PJ, lo que requiere mantener un perfil al menos tibiamente opositor. Un camino intermedio es intentar el control del peronismo a la vez que negocia con el gobierno de Cambiemos apoyo legislativo tanto a nivel nacional cómo, sobre todo, en la Provincia de Buenos Aires pero sin asumir cargos ejecutivos demasiado visibles.
Todas esas tendencias pueden jugar a favor para que el nuevo gobierno derive en algo mucho más trágico que es la posibilidad de un ciclo hegemónico dominado por la derecha orgánica.
En contra de la posibilidad de que el gobierno de Macri se consolide en los próximos años operan también importantes factores.
Aunque el discurso catastrofista de cierto progresismo K anuncia una sociedad fascistizada la cuestión, cómo señalamos, es mucho más compleja y contiene elementos que no abonan esta hipótesis. Cualquier ajuste deberá tomar en cuenta que, a diferencia del menemismo que se encontró con un pueblo al que la hiperinflación le había asestado un duro golpe que lo llevó a aceptar al neoliberalismo – y aún así debió enfrentar fuertes luchas como las de los telefónicos o ferroviarios-, el gobierno actual se encontrará con un piso de resistencias que no es el del 90. El nivel de organización y existencia de organizaciones populares por abajo, sin caer en ninguna magnificación falsa, es importante aunque su talón de Aquiles son sus escasos grados de unidad. A su vez, la consolidación de la salida neoliberal pura requiere de una feroz derrota de las organizaciones populares a nivel celular que para nada se ha producido aunque el ciclo K las haya debilitado. Hay franjas sociales más conscientes de lo que estas políticas implican, que se expresaron en el voto a Scioli como mal menor así cómo en los muy minoritarios votos en blanco o nulos o la abstención. Eso implica un piso determinado para la resistencia que puede ampliarse ante determinadas coyunturas. También algunos de los sectores que votaron al macrismo desde la despolitización y el descontento, pero no de una acabada visión reaccionaria, pueden desengañarse rápidamente.
A nivel del sistema político Cambiemos tendrá minoría en ambas cámaras, sobre todo en el Senado, con lo que frecuentemente tendrá que apelar al decreto lo que pondrá en evidencia la falacia de los discursos republicanos. Además deberá sostener un gobierno de coalición con la UCR y la Coalición Cívica, un tipo de gobierno para el que no hay ninguna tradición política en Argentina. Al mismo tiempo tendrá que construir una cuarta pata peronista de su gestión que requiere de otros niveles de acuerdo. Si el PRO se cierra en sí mismo, con el problema que ya tiene de una aguda carencia de cuadros para administrar la gigantesca Provincia de Buenos Aires, generará agudas disputas internas. Ya los radicales hacen oír en los pasillos su descontento por lo poco que les viene tocando en el reparto de cargos. Si, por el contrario, el PRO abre el juego deberá asumir niveles de descentralización de las decisiones que son contrarias a su naturaleza. La llegada de miles de tecnócratas provenientes de la gestión empresarial, muchos de ellos sin experiencia previa en la gestión pública, que traerán lógicas de administración acuñadas en el seno del poder económico puede derivar en una perversa combinación de aplicación de políticas de exclusión sazonadas por la ineficacia e incapacidad de sus cuadros medios, lo que puede acelerar su desgaste. Sin duda, en los empleados estatales en general y en la docencia en particular se encontraran polos de resistencia que hay que fortalecer y potenciar en los años venideros.
La cuestión de fondo es que la recomposición de la gobernabilidad K estuvo muy lejos de reconstruir el sistema de partidos que destruyo el ciclo del 2001 y una fuerza nueva o una coalición de partidos puede llegar a ser desbordada rápidamente por una crisis de gobernabilidad.
A su vez, las tendencias estructurales del sistema capitalista en crisis que ya describimos no son de corta duración. La baja de los precios de las exportaciones y la disminución de las exportaciones hacia determinados mercados no son aspectos que vayan a desaparecer en lo inmediato. Por el contrario, hay un escenario global de alta volatilidad que puede repercutir de maneras inesperadas y que va más allá del flujo inicial de capitales que la euforia del poder concentrado garantice. De la misma manera, si el triunfo de Macri refuerza un escenario regional más derechizado la relación de fuerzas hoy existente en la región, aún con el triunfo del macrismo, no escoró todavía definitivamente a favor de la alianza del Pacífico y el TPP propiciado por EEUU. En cambio, una derrota de los bolivarianos en Venezuela en las próximas elecciones del 6 de diciembre sí implicaría un cambio clave en las relaciones de fuerza de la región. Si ese escenario se da estaríamos frente a una oleada neoconservadora regional con características de revancha de clase que se volverá el vector dominante durante un período.
Lo determinante en ese escenario pasará por la capacidad que tengamos las fuerzas de la resistencia para construir barreras insalvables a las estrategias de la fuerza gobernante.
Pensando la resistencia
No hay que encerrarse en las miradas que conciben la política tan sólo como juego de ajedrez entre la militancia organizada, y advertir que la principal brecha que se abre es en la sociedad civil. La combinación de crisis mundial del sistema capitalista que se expresa como crisis civilizatoria, el agotamiento del modelo neodesarrollista, el recambio político con el ajuste que trae el macrismo y el descontento social, con un posible nuevo ciclo de luchas, abre la posibilidad de crecer en influencia social en la población. La tarea esencial de la izquierda independiente o popular en la que nos referenciamos pasa por insertarse sólidamente en esos conflictos porque, si no se autoniega, tiene para ofrecer una concepción diferente al de otras opciones: el poder popular, la crítica a la política sistémica cómo mera representación y una perspectiva de la revolución como autoemancipación de las clases subalternas.
Es imprescindible evitar sectarismos aislacionistas así como todo bandazo de sobrevalorar o minimizar las posibilidades del gobierno macrista. Una de las claves pasa por construir anillos de unidad alrededor de la conflictividad social y no de meros acuerdos de orgánicas, sin descartar esto último pero sin que sea el eje exclusivo de la recomposición de la unidad. La lucha social defensiva y reivindicativa deberá tener marcos de amplitud importantes y más amplios aún los anillos defensivos que se deben desplegar para frenar o dificultar la ofensiva represiva. Esto requiere que el nivel de medición para impulsar la unidad deba pasar por la actitud y disposición concreta de desarrollar y potenciar la conflictividad social por abajo.
Al mismo tiempo que se es amplio en la lucha hay que evitar todo intento de compartir y/o subsumirse en estructuras y herramientas hegemonizadas por el K, no guiados por concepciones sectarias sino porque estos espacios siempre supeditarán las demandas populares a la estrategia de recomposición del K y su regreso como fuerza gubernamental. El triunfo del macrismo le abre al K más duro alguna posibilidad de recomposición. Si se impone como vector dominante de la resistencia eso significa la renuncia en los hechos a todo proyecto emancipatorio que cuestione al sistema capitalista y el retorno a un neodesarrollismo que ha tenido mucho que ver con este escenario más adverso. Pelear juntos, si hay voluntad real de hacerlo, sí. Seguidismo oportunista, no. Paralelamente hay que diferenciar la base social que acompañó este ciclo de sus estructuras y cuadros dirigentes.
Es imposible aún determinar si habrá un eje de conflicto que será el determinante en los años venideros. Seguramente las luchas sindicales, empezando por la de empleados públicos cómo ya señalamos, las estudiantiles, de género y contra los efectos más brutales del extractivismo estarán a la orden del día. Aún así, nos parece que los conflictos en las grandes urbes con un capitalismo que reformatea agudamente los espacios públicos expropiándolos para el mercado en múltiples dimensiones y que potencia enormemente la especulación inmobiliaria expulsando a las clases populares hacia las periferias adquiere una dimensión específica a abordar con profundidad en los próximos años. El derecho a la ciudad cómo articulador de la enorme variedad de disputas al interior de las metrópolis puede ser un eje muy importante. No faltan organizaciones con nivel de desarrollo por abajo que lleven adelante luchas de resistencia por la vivienda, la salud, la educación, el enrejamiento y la privatización parcial de plazas y parques, la multiplicación de grandes torres y el colapso de los servicios, por mencionar algunas de las cuestiones que reflejan cómo opera la desposesión a nivel de la ciudad. Lo que falta son miradas de conjunto que condensen capacidades de presión y movilización en determinados puntos para hacer retroceder algunos de esos avances. Faltan espacios que canalicen la voluntad de miles que se llenan de bronca frente a estos procesos pero que no tienen donde expresarla. Si sabemos que en el corto plazo van a crecer, cómo ya lo vienen haciendo, exponencialmente las tarifas de transporte y de servicios públicos hay que pensar iniciativas que hagan frente a esos procesos que construyen una ciudad cada vez más cara e invivible para las clases populares. Nos imaginamos que quizás haya condiciones para la aparición de espacios por abajo, abiertos, que no partan del requisito de tener una identidad partidaria u organizativa previa, asamblearios, pensados desde la democracia de base, cuyos ejes muy simples sean asumir la defensa en todos los niveles de lo público y comunitario y el derecho a la ciudad por medio de la autoorganización y la acción directa. Que seguramente deberán ser impulsados inicialmente por una militancia vinculada a espacios organizados previamente pero que no tengan como objetivo absorberlos para engordar sus orgánicas sino para desarrollarlos en el territorio como construcciones comunitarias con vida propia, masiva, pública, en la calle, como aporte a reconstruir niveles de sociabilidad por abajo que sean un piso político-cultural para la resistencia hoy y para un proyecto emancipador de cara al futuro. Su nombre es lo de menos –comités, casas populares, etc.- lo determinante es el sentido que deben adquirir. Obviamente, el despliegue de estas formas de organización implica combatir las lógicas autoreferenciales, vanguardistas –en el peor sentido del término- y elitistas que colonizan gran parte de nuestras prácticas.
Hay que evitar que la prioridad puesta en la disputa por los sentidos de la conflictividad conduzca nuevamente a un mayor peso de posiciones de autonomismo extremo que niegan la necesidad de desplegar estrategias integrales que den disputas en diversos niveles. Más aún, es necesario hacer esfuerzos por la convergencia de determinados embriones de lucha político electoral surgidos recientemente como Pueblo en Marcha en CABA y Provincia de Buenos Aires, elPartido por la Dignidad del Pueblo en Jujuy o el Frente Ciudad Futura en Rosario así como otras experiencias provinciales que pongan el acento en potenciar en otros espacios las construcciones de Poder Popular y no en subordinarlas a las herramientas políticas. Esa convergencia debe despojarse de toda tentación de asumir un perfil centroizquierdista bajo la errónea especulación de pretender canalizar una parte de la base social y activismo cercana al K desde esas posturas.
Ese plano de recomposición de la unidad no debe entenderse como contradictorio con el acercamiento al FIT y la continuidad de alianzas electorales y, por supuesto, en los conflictos por abajo. Los compañeros han ocupado por mérito propio un lugar en el imaginario social que los ubica como la única fuerza de izquierda nacional y, salvo tentación autosuicida (lamentablemente no totalmente descartable) eso no se modificará en el escenario venidero. Un horizonte de lucha por el socialismo, una voluntad efectiva de presencia en los conflictos –sobre todo sindicales– y el crecimiento de mediaciones impulsadas desde ese espacio relacionadas con la lucha de género, la diversidad sexual o experiencias culturales y de contrainformación los ha ubicado como polo indudable de todo reagrupamiento y resistencia popular. Al mismo tiempo, esa recomposición choca con límites indudables. Sabido es la dificultad y rechazo expreso de algunos de sus componentes a toda ampliación del FIT, lo que actuó como traba de toda recomposición profunda de la izquierda que vaya más allá de pedir que se los vote. De manera más preocupante, el conjunto del FIT concibe el acuerdo como algo exclusivo de las orgánicas partidarias y en el plano electoraldesaprovechando la posibilidad de desarrollar espacios, locales, comités unitarios por abajo abiertos a todo un activismo que no milita en ninguna de las fuerzas partidarias, pero ve con simpatía todo reagrupamiento y quiere mantener la necesidad de una salida socialista como bandera. Algo de la potencialidad que otra forma de construcción puede tener, se vio en la convocatoria del denominado Polo de Izquierda a apoyar y participar en el FIT en CABA. No parece que estas serias limitaciones, que tienen su sustrato de fondo en que los partidos fundadores del FIT comparten la prioridad dada a la disputa por la “dirección” y la representación del pueblo trabajador, vayan a modificarse, al menos en el corto plazo, con lo que toda estrategia que se centre exclusivamente en constituirse como cuarto polo o pata al interior del FIT se encontrará con dificultades insalvables.
Estamos convencidos que en el ciclo de resistencia que se avecina entre las construcciones prioritarias se encuentra la necesidad de construir una articulación de espacios que compartieron –y en algunos casos aún comparten– matrices identitarias comunes, como un aporte a una unidad superior. Su nombre es lo de menos, “izquierda independiente”, “izquierda popular”, “nueva-nueva izquierda”. Lo decisivo debe estar en las concepciones que lo orienten: su voluntad firme y decidida por dar batalla al sistema sin medias tintas; que sea portadora de una subjetividad que prioriza la praxis –en su sentido gramsciano de fusión de teoría y práctica– por sobre los dogmas y los programas “perfectos” que terminan siendo sólo papel; que recupere de la generación del 60 y del 70, entre otras cosas, el imperativo de poner el cuerpo, de involucrarse de lleno en la acción transformadora; una subjetividad que tenga como norte principal la construcción de colectivos sociales regidos por las formas más democráticas posibles, sin renunciar por ello al desarrollo de instancias organizativas que posibiliten la transmisión de la experiencia y la continuidad de las prácticas emancipatorias; una subjetividad que camine hacia un horizonte de una sociedad sin explotados ni explotadores, pero que asuma que el tránsito hacia esa utopía se hace desde ahora, construyendo con otros valores, forjando los embriones de las relaciones sociales venideras; una subjetividad que entiende que hay que combatir todas las formas de opresión (de clase, de género, de etnia) porque comprende que las relaciones de dominación operan en todos los planos de la vida social y no sólo en el de las relaciones de producción; una subjetividad que rechaza los discursos que, en nombre del progreso, la modernidad y el desarrollo de las fuerzas productivas, destruyen los bienes comunes de la naturaleza y ponen a la humanidad a las orillas del abismo; una subjetividad que cree que la construcción de contrahegemonía es, sobre todo, la construcción de Poder Popular y esto implica que las clases subalternas pasen a ser sujeto de cambio, que se constituyan como clasepara sí, recuperando el poder-hacer como mecanismo de cambio y empoderamiento colectivo basándose en la autoorganización, la autoeducación y la autoemancipación.
Munidos de esas certezas creemos que se puede aportar seriamente a la construcción de un bloque histórico junto a otras tradiciones emancipatorias y colectivos populares que operan en las más diversas dimensiones de la vida cotidiana.
Es un interrogante si existirá la madurez necesaria para articular ese espacio como un vector específico del período de resistencias o por el contrario primarán estrategias que tienden a diluirlo tras el K o a invisibilizarlo tras la necesaria convergencia con la izquierda.
La empatía con determinadas concepciones de la política no nos impide -aún más, nos demanda- continuar siendo un espacio abierto al diálogo entre las diversas concepciones revolucionarias y todo el arco de las luchas populares. Acompañando las batallas venideras, revisitando nuestra memoria, que es mucho más que un pasado inerte, y sin renunciar jamás a los sueños de un futuro emancipado, seguramente nos seguiremos encontrando con todos/as aquellos/as que no se resignan.
Notas
[1] De acuerdo a la Encuesta Nacional de Grandes Empresas 2012 (ENGE) del INDEC, dentro de las 500 empresas más grandes de Argentina, sólo 178 son de capitales nacionales (aquellas en que la participación de capital foráneo no supera el 10%) mientras que 322 son de capitales extranjeros.
(Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/)