(sobre Merci Patron!, de François Ruffin)
Traducción: Santiago Sburlatti
Como no corremos el riesgo de tener a los estudios Universal tras la espalda y, en realidad, no se trata exactamente de una película de suspenso, podemos revelar un poco la intriga de Merci Patron! de François Ruffin. Es la historia de Serge y Jocelyne Klur, empleados de ECCE[1], filial del grupo LVMH[2], más exactamente empleados de su fábrica de Poix-du-Nord, antaño encargada de la confección de la ropa de marca Kenzo. “Antaño”, porque, mundialización obliga, el grupo consideró oportuno deslocalizar toda la producción en Polonia. Mediante la cual los Klur fueron invitados a emplearse en otro lugar. Sin embargo, ellos exploran metódicamente la diferencia entre ser empleables y ser empleados. Después de cuatro años. Evidentemente, el fin de los derechos fue aprobado desde hace mucho tiempo, girando a los 400 euros por mes, la casa más fresca –forzosamente, ya no hay calefacción y hubo que replegarse en la única pieza habitable. En la sección de las virtudes tonificantes, contamos también la eliminación de todo exceso alimentario y la adopción de sanas resoluciones dietéticas: incluso podemos ir a hablar de racionamiento –Navidad con una rebanada de queso blanco, amigos de la frugalidad lo apreciarán.
Estamos allí, es decir ya a lo grande, cuando se produce un aviso de confiscación de la casa, ni más ni menos, como consecuencia de una deuda por seguro de 25 mil euros. Para los Klur, que consideran que se es “importante”, incluso un “capitalista” a partir de 3 mil euros al mes, es como caer por un golpe de una magnitud que los expulsa fuera de la Vía Láctea. Lo que no impide, por otra parte, extraer las consecuencias prácticas. En este caso bajo la forma del proyecto, si es así, de prender fuego la casa –lo única cosa que los Klur verdaderamente han tenido y en la cual han aprendido todo lo que la existencia les reservó de alegrías.
No hay nada más local que el caso de los Klur. Y no hay nada más global tampoco. Porque los Klur ofrecen de forma concentrada un resumen casi completo del sistema. Sin embargo, contrariamente a todos aquellos que trataron antes que él la condición salarial de la época neoliberal, la película de François Ruffin no tiene ninguna intención analítica o pedagógica. Es una película de otro género, difícilmente identificable, por cierto, respecto a las categorías cinematográficas habituales. Lo más justo sería decir sin duda que se trata de una película de acción directa. Porque Ruffin, que tiene entre ceja y ceja a Bernard Arnault desde hace un buen tiempo, quiere literalmente hacer algo con la situación de los asalariados de ECCE. En 2008, ya había hecho irrumpir imprevistamente a los despedidos en la asamblea general de accionistas de LVMH. Esta vez, será el ataque frontal: Klur-Ruffin contra Arnault. La época neoliberal enseña que si no se reclama con la fuerza necesaria, no se obtiene nada; Klur-Ruffin va a exigir. Con la fuerza que haga falta. En este caso: ¡45 mil euros de indemnización por reducción a la miseria, más un contrato de duración indeterminada (CDI) en alguna parte del grupo para Serge! Y sino, campaña de prensa. No en Le Monde, no en France Inter, no en Mediapart: Fakir, periódico fundado por Ruffin y radicado en Amiens. ¡Temblad, poderosos!
Es en ese momento que la película entra de repente en la cuarta dimensión, y nosotros con ella. Porque en la frente del elefante, el ataque del mosquito sembró una fiesta sagrada. Y los poderosos comienzan a temblar de verdad. No podemos contar aquí la serie de hilarantes peripecias que conducen a ello, pero la tendencia al spoilermanda al menos de ofrecer ahora mismo el fin de la historia: ¡Bernard Arnault se derrumba! Nos pellizcamos. Es simple, no lo podemos creer. Decimos que el proyector está conectado a un difusor de hongos, del que somos víctimas. O todo es verdad. Como la física contemporánea ha establecido la existencia de la antimateria, la física social de Merci Patron! nos descubre el universo paralelo de la antilucha de clases: todo allí sucede como en la otra, pero a la inversa. Es el oprimido quien hace morder el polvo al hombre de los escudos. Sospechamos que esta irrupción del universo invertido en el universo standard es un acontecimiento raro. ¡Pero lo hemos visto con nuestros propios ojos! Entonces tenemos que creer. Con este efecto particular que la rendición del entendimiento da enseguida, al deseo de renovar los resurgimientos del buen universo en el malo, y por qué no de transfundirlo completamente.
Pasada la incredulidad, el primer efecto de esta película como ninguna otra parecida, es pues el de dar el gusto de revisar con fuerza sus ambiciones. Comenzando por tomar exacta medida de lo que anuncia. En primer lugar, la pesadilla de la derecha socialista: ¡la lucha de clases no ha muerto! Esto no era sin embargo por no haber redactado todas las variantes posibles e imaginables de su muerte. Es que, de la lucha de clases, se puede decir lo que quiera: que su paisaje se ha complejizado; que el hojaldrado de la capa intermedia de “cuadros” ha creado una amplia categoría de seres bifaces, parte del lado del capital (por identificación imaginaria), parte del lado del asalariado (por status); que esta nueva sociología ha hecho perder a la polarización de clases su nitidez original, etc. De la lucha de clases, por lo tanto, se puede decir todo eso. Pero ciertamente no se puede decir que ha desaparecido. Para repercibir el núcleo, hay que sin embargo aumentar las operaciones de cortocircuito, que nos hacen volver al hueso: característicamente, los obreros de ECCE que irrumpen entre los accionistas de LVMH en tren de discutir los dividendos, son el cara a cara puro del capital explotador y el trabajo explotado. O en tal caso los Klur: la miseria directamente relacionable a la valorización del capital.
Evidentemente, están allí los espectáculos que la derecha socialista mucho quisiera ahorrarse, y que por otra parte se emplea en conjurar en tanto puede, a través de todas las armas de la negación. En la imagen de la fundación Terra Nova que, en 2011, se había puesto a explicar que las clases populares (“populares” para no tener que decir más “obreras”) eran, sino sociológicamente inexistentes, en todo caso políticamente poco interesantes: ya no era para ellas que la derecha socialista debía pensar su política. Como sabemos, el problema de los muertos mal asesinados y mal enterrados es que regresan. Aquí, después de todo los muertos son el 25% de la población activa, a los cuales agregar otro 25% de empleados –un ejército sagrado de zombies. Y la promesa de noches agitadas para todos aquellos que se hayan propuesto la desrealización de la realidad misma. Tenemos que creer que los fantasmas conservan todavía el poder de aterrorizar a algunos, si se lo juzga por la urgencia de Bernard Arnault de enviar los esbirros de su seguridad para negociar con euros el silencio de los Klur. El secretario general del grupo, un jerarca del Partido Socialista, convencido de que el progresismo consiste esencialmente en el aumento de los dividendos, es solo un pequeño resumen de toda la historia de su partido, duplicado de un famoso papanatas[3], de quien todas las maniobras expertas conducirán a Bernard Arnault a una doble derrota: ¡pagar y la publicidad!
De este modo, llega a las “clases populares” para volver de la nada donde se las quiso enterrar, y regresar de ahí con algún estruendo. Radica allí, sin duda, la segunda buena noticia del evangelio según San Klur: podría ser que este orden social sea mucho más frágil de lo que se piensa. En todo caso, comenzamos a plantearnos preguntas importantes durante esa escena sublunar en que vemos a un ex-comisario de informaciones generales, transformado en espía privado para el imperio de la cartera, negociar con los Klur delante de una cámara oculta (busca una grabadora debajo de la silla…) y volverse casi histérico con la mención de Fakir. Que la campaña de prensa pase por Le Monde, Mediapart o por François Hollande, tiene solución. Pero Fakir! Es Molière en les Picards, con, en el lugar de Diafoirus que patalea en “El pulmón!”, el ex-comisario Machin volviéndose chiflado: “¡Fakir! ¡Fakir!” –si se lo amenazara con enviar todo a CNN o al Papa, él seguiría aullando como un poseído: “¡Fakir!”.
Llegados a este punto de viosonado del film, y totalmente asombrados, intentamos recuperar el equilibrio por nuestra cuenta para desarrollar nuevamente algunas ideas generales. Por cierto, ¡con la ayuda del comisario mismo! Quien, desde el fondo de su sentido común de poli, es poseedor de una filosofía política en estado práctico: ¿por qué Fakir, que estan pequeño? Porque, afirma el comisario, “son las minorías activas las que lo hacen todo”. Si los Klur entrenados por el camarada Ruffin tienen el poder de poner a Bernard Arnault en cuatro patas, está claro que de frente, se tiene miedo. Confusamente se toma conciencia de que tantas villanías acumuladas no podrán quedar eternamente impunes, y miedo. Pero entonces ¿hay diez, cien Klur-Ruffin, un ejército de Klur-Ruffin? ¿Y además decididos a obtener algo diferente que la simple indeminización de la miseria? ¿Y si la esperanza cambiaba de campo, si el combate cambiaba de espíritu?
Lo propio de las películas de acción directa, es que sus efectos se propagan bien después de su última imagen. De éstas, salimos cargados como una usina eléctrica y con el deseo de derribar todo –puesto que, por primera vez, es un deseo que se nos aparece como realizable. Aplastados como estábamos por la traición de la derecha socialista, por el estado de emergencia y la nulidad de las boutiques de la izquierda, Merci Patron! nos saca de la impotencia y nos reconceta directamente con la fuerza. No es una película, es un clarín, un levantamiento en masa posible, un fenómeno en estado latente. De este acontecimiento político potencial, es necesario hacer un acontecimiento real.
(Traducido de: http://www.monde-diplomatique.fr/2016/02/LORDON/54740)
[1]Entreprise de Commercialisation et de Confection Européenne.
[2] LVMH Moët Hennessy – Louis Vuitton, más conocido como LVMH (inicialmente las siglas de Louis Vuitton Moët Hennessy), es un conglomerado multinacional francés dueño de más de 60 marcas de renombre alrededor del mundo. Tiene su sede en París, Francia, y está presidido por Bernard Arnault, el decimotercer hombre más rico del mundo y considerado el más rico de Francia (con fuertes lazos con Sarkozy).
[3] En francés en original “cornichon”, que literalmente significa pepino pero que es usado despectivamente también para hacer referencia a una persona imbécil, un papanatas. Particularmente, en este caso se asocia “famoso papanatas” en relación a François Hollande.