Una oposición no resignada // Julián Doberti

El humor no es resignado, es opositor

Freud

Interpretar un texto, me parece que esto siempre equivale a la evaluación de su sentido del humor. Un gran autor es alguien que ríe mucho.

Deleuze

“El humor” es el título de un texto breve que Freud escribe en agosto de 1927. Recupera allí algunas cuestiones que había trabajado, varios años antes, en su libro sobre el chiste. Sin embargo, aquí se trata de algo que lleva mucho más lejos el asunto del humor.

Freud toma como ejemplo de la operación humorística la escena en la que un delincuente es llevado al cadalso para su ejecución un lunes, y exclama: “¡vaya, empieza bien la semana!”. En el humor se trata de un cierto uso del desengaño: frente a una situación que previsiblemente despertaría afectos dolorosos, la persona “no exterioriza afecto alguno, sino que hace una broma; pues bien: del gasto de sentimiento ahorrado proviene el placer humorístico”. Pero Freud no se detiene allí, en la mera lectura del placer causado; nos conduce a una dimensión político-ética del humor. Escribe que el humor no tiene sólo algo de liberador como el chiste y lo cómico, sino también algo de grandioso y patético: “el yo rehúsa sentir las afrentas que le ocasiona la realidad; rehúsa dejarse constreñir al sufrimiento, se empecina en que los traumas del mundo exterior no pueden tocarlo, y aún muestra que sólo son para él ocasiones de ganancia de placer”. No dejarse constreñir al sufrimiento y obtener un placer de esa resistencia son condiciones fundamentales de la actitud humorística.

Un poco después leemos que el humor no es nunca resignado –no se trata de la aceptación cínica de la desgracia-, es siempre opositor. Opositor ¿a qué? A ese tapiz plagado de claroscuros, dificultades, dolores, injusticias, contadas alegrías, que llamamos realidad. Frente a lo insoportable de la realidad del mundo, el humor es una oposición digna –es el adjetivo que elige Freud-, en la medida en que logra eludir las “soluciones” de la neurosis y de la locura: el humor rehúsa el sufrimiento sin resignar la salud psíquica. Quizás el humor sea la única salud psíquica a la que vale la pena aspirar: ni la adaptación psicológica, ni el romanticismo de ciertas derivas idealizantes, ni la psico-educación normativizante, ni la medicalización productivista. No dejarse constreñir al sufrimiento, desengañar la expectativa del dolor, afirmar un placer posible frente a lo imposible. David Kreszes lo expresaba así: “se vuelve necesario reconsiderar la grandiosidad patética del humor no en el plano de un supuesto engrandecimiento narcisista –nada me puede suceder, soy invulnerable- sino en el plano del acto de afirmar la condición de sujeto justamente cuando se es puro objeto –frente a la muerte, por ejemplo. Es en este sentido que debe entenderse la afirmación de Freud acerca del carácter opositor no resignado del humor”.

El psicoanálisis, parafraseando a Lacan, no existe. Existen, muchos y muy diversos, psicoanálisis. Algunas corrientes hicieron de lo trágico el signo distintivo de cierta cosmovisión teórica, confundiendo lucidez con cinismo, salud con resignación exaltada, subjetividad con pura pulsión de muerte. Y, sin embargo, en Freud la vida se trata siempre de conflicto, mezcla pulsional, compromisos inestables, fantasías superpuestas como capas geológicas, angustia y sueños, repetición y diferencia… y repetición y diferencia.  En el campo del psicoanálisis, amor rima con odio – ¿quién no conoce ese poema? -, y nadie está más allá de los efectos de la castración. Pero castración significa deseo, y hay deseos y deseos. Se dice en nuestro idioma, con ambigüedad tragicómica, llorar de risa ¿se entiende, entonces, que Masotta haya dicho que el ser humano está estructurado como un chiste?

Creo que la dimensión política del psicoanálisis no puede prescindir del decir freudiano sobre el humor. No me refiero a un asunto ideológico, sino a la actitud humorística como un modo político de tomar una posición, siempre singular, que consiste en no consentir a ser un objeto sufriente del otro. Por eso, no se trata de ningún imaginario heroico o salvífico: alcanza con hacer una broma que disuelve la expectativa trágica de los verdugos.

Anne Dufourmantelle escribió: “en una creación humorística la realidad, sin importar cuán terrible sea, no es negada ni truncada, sino trascendida, procurando al sujeto una posibilidad de salirse con una carcajada”. Reivindicar esa carcajada como un acto político es una enseñanza hermosa del psicoanálisis que nos convoca.

Para terminar, confieso que a veces, algunas noches de pandemia que me encuentran leyendo a Freud en el silencio de la ciudad que duerme, creo escuchar, en algún lugar del texto que me ocupa, esa risa que Deleuze reconoce en los grandes autores. Una risa alegre que me acompaña y alivia, por un rato, la oscuridad del mundo.

 

 

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