Desde que Mariano Molina me contó que, junto a Ximena Talento, estaban filmando a Horacio manteniendo conversaciones con varios de sus amigxs, no dejé de insistirle -espero no haber llegado a atormentarlo- con la importancia de que ese material se publicara. Con Ximena ya habíamos hecho, hace algo más de una década, una larga filmación conversando con León Rozitchner. Pero éstas tenían una enorme desventaja: el tiempo. En la época de las conversaciones con León, sólo llegamos a invitar a Ricardo Piglia. En cambio, Gonzalianas consta de dieciocho conversaciones con diecisiete contertulios (dado que con Diego Tatián hubo dos encuentros). Destaco una decisión más de Gonzalianas, conversaciones sin apuro: la publicación de “El pañuelo”, extraordinaria pieza leída por González en ocasión de recibir el premio mayor, el pañuelo de las Madres, de mano de Hebe. “El nacar más brillante de la congoja argentina”, escribe González, que perteneciendo a la historia nacional la excede, nos permite leer “las insignias de un pasado próximo” y “lo que ocurre en las calles de Chile y Bolivia”. Cuando Mariano me avisó que estaban planteando la presentación del libro para la semana mas apretada del año me mordí los dientes. Me era imposible pensar mas allá del prólogo que redactaba fuera de fecha para un nuevo tomo de las Obras de León Rozitchner para la editorial de la Biblioteca Nacional y de la presentación de un libro sensacional: “Nada que esperar, historia de una amistad política”, de otro amigo de Horacio y de varios de nosotros, Sebastian Scolnik. Cuando por fin tuve Gonzalianas en mis manos, no sé por qué, lo abrí por el final y encontré estas palabras: “Yo acepté esto no sé porqué. Tener una excusa para hablar con ustedes”. El texto no lleva firma y no lo necesita. Imposible no reconocer la autoría de esa voluntad de conversación.
Si la semana era ya imposible sin Gonzalianas, cuando Liliana Herrero anunció la salida de Humanismo, impugnación y resistencia. Cuadernos olvidados en viejos pupitres -libro sobre el cual González trabajó los últimos dos años, y de cuya importancia tenía noticias por Pía y Guille- ¡el vértigo fue total! ¿Cómo agregar la lectura de estas 449 páginas de un ensayismo tan elaborado en un escuálido manojo de días imposibles? Me dije entonces que mi responsabilidad, en todo caso, se limitaba a compartir con ustedes, hoy, un comentario de Gonzalianas. Pero al reparar en la tapa de Humanismo y ver el rostro de Horacio en la tapa, sobre ese fondo hecho de otros rostros -de Benjamin a Heidegger, de Sartre a Gramsci, del Che a Cooke, pasando por León- un impulso insano me precipitó hacia el índice y encontré allí los siguientes títulos: “las tragedias filosóficas de Oscar del barco y León Rozitchner”, “Los fantasmas de John W. Cooke”, “Oscar del barco y la deshistorización de la culpa”, “El solitario de Chivilcoy”. No lo podía creer. Cada uno de los cincuenta y ocho “cuadernos” que componen Humanismo era mas atractivo que el anterior y cierto movimiento automático de la mirada me hizo contar en pocos segundos un total de no menos de siete cuadernos dedicados directa o indirectamente a Rozitchner, sobre quien intento desde hace meses escribir algo que quizás un día sea un libro. Lo notable para mí era que el libro de León que estábamos prologando a contrareloj con Cristian Sucksdorf -libro en el que León lee a Deleuze, Agamben, Lacan, Levi Strauss, Laclau y Castoriadis, entre otres- termina con dos notables textos sobre Horacio. Por lo que leí esos fragmentos de Humanismo como un extraordinario dialogo póstumo sobre la amistad intelectual, que es también hoy entre nosotrxs una reflexión sobre el reverso de la enemistad. Si me apuran, agregaría mas: tuve toda la impresión de que esa conversación tenía menos de cierre extraordinario de una querida historia reciente y más de programa venidero. Desde ya, quedé completamente atrapado en la lectura y a la vez consciente de que no llegaría a promediar la lectura de ninguno de los dos libros para la presentación de hoy. Las palabras de aliento de Liliana, a quien consulté mas o menos desesperado por la situación, fueron mas o menos las siguientes: “la lectura de Humanismo está comenzado”, estamos en una fase “preliminar” y quizás un modo de admitirlo sea confesar que “se dialoga con Horacio sin haberlo leído de modo completo”. Estas palabras de suyas me animaron a seleccionar algunos fragmentos de Humanismo. Me detengo en un párrafo de la página 154. Allí Horacio se refiere al reactualización que le interesa. Se trata de un humanismo capaz pensar en acto sus presupuestos, es decir, de “investigar sus propios soportes retóricos, sus procedimientos de escritura y ver en ellos la posibilidad de recrear una lengua universal, que mueva nuevamente las pasiones íntimas y mundanas de lo político”. A continuación, González presenta las tesis contrapuestas de Masotta y Rozitchner respecto a las operaciones necesarias para desplegar el plan humanista. El primero, llamando a incautar desde la izquierda fragmentos claves del pensamiento clásico o de derecha, el segundo desconfiando de ese tipo de apropiaciones por considerar que no hay nada en la izquierda que preceda como un sujeto constituido, e insistiendo mas bien en crear y discernir unas categorías -una subjetividad- de izquierda, nunca dadas de antemano. Es impresionante -discutible, fascinante- el modo en que González procede a des-antagonizar estas tesis contrapuestas mediante dos operaciones críticas: la primera de ellas, por medio de un salto a la actualidad. La segunda, por medio de la ya proclamada revisión de los supuestos que animan a los argumentos enfrentados. De la actualidad González presta particular atención al ascenso de una derecha reaccionaria que se apropia del lenguaje de las izquierdas, comenzando por “lo libertario” (invirtiendo el sentido de la incautación masottiana). Respecto de la revisión de los supuestos argumentales, González presenta una breve exposición de la teoría rozitchnereana de los “índices personales”, aquello que en cada quien es a la vez lo más histórico y lo mas propio. Se trata de un momento decisivo del pensamiento de León, que Horacio toma del libro Ser judío en que Rozitchner se refiere a la mirada del antisemita como aquello que revela en él la presencia “de lo inhumano en lo humano”, determinando su propio tránsito -desde lo judío- a la izquierda. ¿Qué extrae de este pasaje González? la recuperación de un “sedimento irrevocable”, potencialmente activo, “humanista” y/o de “izquierda”, presente tanto en Masotta como en Rozitchner y en González mismo. Así trabaja Humanismo: recogiendo los hilos de una larga discusión plagada de rostros y nombres -ninguno de ellos remitidos nunca a un pasado definitivo, sino mas bien recobrados todos por comunicaciones extraordinarias, como las que se suceden entre Lezama Lima y Guevara y o entre Cooke y el propio autor. Así al menos parece presentarlo Horacio en una nota al pie aparentemente casual: “adicionalmente, una anotación personal, conservo en el desorden de mi biblioteca un folleto donde se publica el alegato sobre los convenios petrolíferos que Cooke hace en el Congreso con la dedicatoria del autor a León Rozitchner, fechada en La Habana”. No voy a adelantar aquí lo que Rozitchner escribe en su texto “Oh amigos” sobre González (algunos quizás los conozcan). Me detengo en cambio, si, en una referencia de Humanismo sobre León, en la página 390: “mucho le costó a León haber escrito ese libro -su libro sobre Perón- y también el de Malvinas, criticando la totalidad de la empresa militar y sus apoyos-, porque su voz se confundía con la de un filósofo incapaz de comprender las formas dramáticas de lo colectivo y popular. No era así. León actuó como sombra doliente de lo popular, introduciéndose en el otro adverso, para escuchar y pensar. Un texto adverso de León era más comprensivo -como le gustaba decir a él: de profundis– que cientos de panegíricos de cualquier cosa que sea”. Me detengo acá, digo, porque en este pasaje se vuelve muy evidente el valor otorgado al esfuerzo de comprensión, como un punto de encuentro entre conocimiento y justicia.
Leo una ultima cita, para mi completamente fascinante de Humanismo: “El ensayo” -dice en otra nota al pie de González- “es lo que escribimos sin querer, cuando notamos que menguan los soportes ya consagrados de conocimientos y se acreciente el interés por nuestro estilo propio, nuestra inconsecuente como dúctil confusión con la que pasamos el contenido realista a la forma estilística. Ese pasaje es imperceptible, como lo es la propia decisión de ensayo. Si decidimos escribir a través de un yo, esa decisión quizás arruine nuestros propósitos y sólo surge a luz un moralismo, un estilismo o un dandismo. Escribir ensayos solo ocurre si estamos distraídos”. Esa distracción inspirada, cuya pretensión es revisar todos los supuestos de los fenómenos que nos importan, hizo de González un gran armador de escenas intelectuales y políticas, y el escritor de un legado demasiado inmenso. Lamento no estar hoy allí con ustedes para escucharlos en vivo. Pienso que Liliana tiene razón: Gonzalianas y Humanismo -dos libros que se complementan en muchos aspecto- nos permiten continuar o recomenzar una larga conversación que siempre nos debemos con ese enorme pensador nuestro que es Horacio González.
[1] Este texto fue escrito a toda velocidad la mañana del sábado 18 de diciembre, cuando me enteré que no podría asistir, por razones sanitarias a la presentación en la Biblioteca Nacional de los libros de Horacio González: Humanismo, impugnación y resistencia. Cuadernos olvidados en viejos pupitres y Gonzalianas, conversaciones sin apuro, compilado por Mariano Molina, ambos editados por Editorial Colihue. Agradezco a Mariano Molina haberlo leído.