¿A confesión de parte, relevo de prueba?
En abril de este año escribí un trabajo en el que se podía leer: “Hasta el Coronavirus la situación “política” (entre comillas porque entiendo que lo que hoy circula bajo ese nombre es la negación de la política, es pura gestión del orden existente) ofrecía una disputa acerca de quien gestiona y gobierna al neoliberalismo: o es el Estado, con sus dos variantes, la democrática o la dictatorial (China), o es el capital financiero y las reglas del mercado”.
El 9 de agosto de este año Pág. 12 publica la siguiente declaración de Cristina Kirchner: “El capitalismo demostró ser el sistema más efectivo. Por eso va a seguir. Ahora lo que queda por resolver es quien continuará dirigiendo ese sistema, si el Estado o el mercado”. Cuatro meses antes el presidente Fernández en un reportaje hecho por Fonteveccia el 11-4-20 decía: “Después de la caída del comunismo el capitalismo no se discute”. El panorama es claro y transparente.
Se parte de la base de que no existe otra realidad que no sea el capitalismo, y la política se reduce a una opción entre dos formas de gestionarlo: una sería el Estado y la otra el mismo mercado (el Estado “ausente”). Dentro del populismo y junto con destacados pensadores que militan en esa corriente, como es el caso de Jorge Alemán, la “opción” Estado se divide a su vez en Estado democrático o dictatorial. https://www.pagina12.com.ar/285289-la-tecnica-del-golpe-neoliberal. El autor afirma que Estado democrático les da una “oportunidad” a las políticas de ultra derecha que consiste en que acepten el “juego” democrático que garantiza que el adversario nunca se convierta en un enemigo al que hay que aniquilar como sea. La tercera opción -que descarta- sería la salida “revolucionaria”, que implica una postura “sacrificial” que no repara en la inmolación incontrolada de vidas humanas. (Aunque sería prudente, comento, no confundir una política “revolucionaria” con “la revolución”, en cuanto es esta última la que promueve el asalto por la fuerza al Estado para gobernar y no necesariamente la primera).
Sin embargo es una buena descripción de la matriz o configuración de la política hoy realmente existente. Lo que no dice es que ese modelo hace siglos que ya demostró su fracaso y su impotencia. Los que sostenemos la necesidad de abrir un nuevo ciclo de pensamiento, acción y organización de políticas emancipativas e igualitarias, una tarea imprescindible (pero no la única) es desnudar la esterilidad de este montaje. Dejar de aliviar nuestra precaria situación consolándonos con la crítica fácil al desastre neoliberal, y empezar a hacernos responsables de que este mundo capitalista despreciable existe, entre otras cosas, por nuestras propias limitaciones, que insisten obstinadamente en seguir luchando dentro de las reglas del juego político que justamente han impuesto los dueños del mundo para que nada cambie.
Un síntoma de este estancamiento ha sido percibido nuevamente por las agudas observaciones de Alemán, bajo el neologismo de “nopolítica”. https://www.pagina12.com.ar/282463-politica-o-nopolitica . Así describe la situación: “Denomino con el neologismo «nopolítica» una modalidad donde la política ya no tiene punto de anclaje. Va hacia una deriva sin límites donde la relación con la verdad, la ética, los legados históricos quedan suspendidos sin necesidad de declarar el estado de sitio.” Concluyendo: “Por supuesto una de las posibilidades que inaugura esta horrible pandemia con el crujir civilizatorio que la acompaña es que esta Nopolítica sea lo que termine ocupando el centro de la escena en la mundialización del nuevo estado de excepción propia del Capitalismo contemporáneo. Cuidar de lo político es ahora más que nunca un freno a la locura peligrosa. No hablamos del loco real que en una insondable decisión eligió ser libre más allá de toda apariencia, sino de la locura mala que ve en la vida solo un fondo disponible para sus maquinaciones.”.
Mi referencia a este trabajo, no es discutir los argumentos que lo sostienen, sino para señalar que hable de la nopolitica. Me importa destacar que ese significante “roza” mi convicción de que una de las causas que explican el dominio abrumador de este modo de vida depredador que se llama capitalismo se debe a la ausencia de políticas que inventen una nueva experiencia liberadora. Que hoy la política esté a la “deriva”, sin “puntos de anclaje”, suspendida su “relación con la verdad”, refleja que la carencia de toda política ya está ocupando el centro de la escena. Y si eso ocurre no nos asombra que el capitalismo, tocado de alguna manera por la pandemia, saque a relucir su propia capacidad de hacer crujir a la civilización. Sin duda que lo hará, pero no como un “nuevo estado de excepción propia del capitalismo”, como dice el autor, sino porque está poniendo una vez más en la superficie su lógica y su matriz más íntima: la feroz maquinaria que lo retroalimenta constantemente.
Inventar Otra política.
Las declaraciones del presidente y de la vicepresidenta arriba citadas son, cuando menos, el certificado por adelantado de otra frustración de los que declaran querer salir de este infierno. Porque en la realidad política de nuestro país, y formando parte activa de los partidos y movimientos sociales que forman la coalición gobernante, hay núcleos militantes -me refiero a La Cámpora– que piensan que ante el colapso del marxismo-leninismo ellos son el relevo político de los proyectos liberadores.
Las revisiones lanzadas a la experiencia comunista fueron hechas desde una perspectiva más filosófica que política. Por ejemplo, aduciendo que en su universo teórico aún perdura un esencialismo propio de la metafísica; que el sujeto está preconstituído; que hay un determinismo rampante en sus desarrollos; que construyó una concepción del mundo que desplegó un universalismo sofocante que desconocía el mundo de las diferencias, etc. Estas observaciones fueron la moneda corriente de la “filosofía posmoderna”, que luego desembocará en la ideología reaccionaria de nuestra época sosteniendo un relativismo absoluto y la destrucción de toda idea de verdad.
La crítica estrictamente política está (salvo esfuerzos aún precarios, minoritarios y muy desperdigados) ausente. Solo la derecha ocupó esa ausencia y dio su veredicto: la caída del comunismo es el triunfo de la democracia por sobre el totalitarismo y asistimos al fin de la Historia: no hay alternativa.
Sí, tiene razón la Tacher y los ideólogos del “fin de la Historia”: no hay alternativa: 1) el capitalismo no se discute, se impone por su efectividad y 2) sólo queda (¡nos dejan!) la opción de elegir entre dos formas de Estado, la democracia o la dictadura para componer nuestra vida política con el único fin de gestionar lo inevitable: el capitalismo. Todo cierra. Nos encierra.
Querer insistir sobre la presunta capacidad del Estado para domesticar al capitalismo, es tan arcaico como los que insisten, desde la vieja izquierda marxista-leninista, en hacernos creer que nada sustancial hay que cambiar o reveer en el interior de la concepción política que tomó el poder en Rusia en 1917.
¿Cómo el populismo puede tirar por la borda el primer intento serio de organizar una política con el fin de voltear al capitalismo (y que forjó en la práctica triunfos que nadie puede cuestionar), y dejar intacto el viejo sueño del reformismo? Porque si la Historia es llamada para que de su veredicto tendremos que decir que es cierto que el proyecto comunista fracasó, (1917/1980) pero mucho más cierto es que hace más de dos siglos que el Estado se ha mostrado absolutamente impotente para frenar la maquinaria capitalista. Y aún más, el Estado ha sido el dispositivo que el capitalismo ha utilizado para sus proyectos más reaccionarios, y cuando en tiempos de crisis interviene para ya sea para socorrer a su banca quebrada (Lehman Brothers, 2008) o para darle al pueblo una limosna, (Estado de bienestar) siempre ha sido dentro de la lógica de “dar algo para no perder todo”, que lejos de debilitarlo termina siendo un intervalo necesario para recuperar y reorganizar su brutal dispositivo de despojo a toda la humanidad.
Mientras sigamos dentro del pensamiento de Hobbes que en el siglo XVII precisó cuál era la esencia del Estado moderno no podremos salir del pozo político en el que hoy estamos. Marx y Lenin, pese a su potente doctrina política revolucionaria, agotaron las posibilidades que ofrecía la doctrina del Leviatán “Hobbsiano”, propusieron la idea que así como el Estado servía para garantizar el orden establecido, también podía servir como el lugar y herramienta de transformación revolucionaria ni bien se desaloje a las clases dominantes que lo ocupan.
Por eso se hace indispensable para cualquier proyecto político anticapitalista en serio poner la nueva invención política a distancia del Estado, y si abarcamos con el nombre de “política” a toda acción organizada del pueblo construyendo su capacidad política (que será su propia invención) con pensamientos y principios igualitarios, esta capacidad kdeberá situarse a distancia del Estado, midiendo su potencia represiva,
La poliestado.
Para los que afirman que el corazón de toda política posible estriba en optar por dos maneras de gobernar-gestionar al capitalismo neoliberal: la forma democrática o la forma dictadura, les ha salido una piedra en el zapato.
Resulta que en el seno de lo que se llama “democracia” hace tiempo que han nacido innumerables maneras de producir chicanas jurídicas, trenzas institucionales, desplazamientos de personas, incuidos presidentes, avalanchas de “informaciones” absolutamente descabelladas, trabas de todo tipo para el funcionamiento de las instituciones, despedazamiento e injerencias mutuas entre los poderes constitucionales, negocios descarados que un puñado de oligarcas realizan apoyados desde el interior mismo del aparato gubernamental, falseamiento intencional de la realidad, etc., etc., formando un verdadero circo mediático en el que el pueblo, al que se lo invoca como el artífice y destinatario final de toda democracia, resulta ser el desecho final de este espectáculo.
Pero también aparecen personajes y discursos políticos que antes debían circular por fuera del circuito “democrático”, pero que ahora se pasean sonrientes y amenazantes pronunciando estampidos y disparates verbales dignos de la mejor tradición de los dictadores de antaño. Portadores de un racismo desatado y de cualquier “pudor por las formas democráticas”, se dan el lujo de desafiar la legalidad ocupando legalmente el poder y en nombre de la legalidad… Todo el mundo sabe a quién nos referimos.
Asistimos a un lento pero sostenido proceso de licuado de una diferencia que se instituyó para abrir una opción política sin otra alternativa que no sea elegir entre “dictadura o democracia”. Un juego mortal que se produjo al compás de dos circunstancias decisivas: 1) la caída y fracaso del proyecto comunista de derrotar al capitalismo; 2) la universalización del sistema capitalista considerado como destino inamovible de la humanidad.
Por esa circunstancia es que afirmamos que la existencia social contemporánea se la puede encuadrar como una época marcada por cuatro circunstancias: a) sin políticas emancipadoras; b) vivida dentro de un lazo social mortífero; c) teniendo como único horizonte de futuro evitar lo peor; d) con el reinado de una ideología llamada “posmoderna” que ha destruido la posibilidad de todo pensamiento argumentado, sometiendo a las ideas que aún se osan emitir a un relativismo extremo.
Entonces es el momento de empezar a reinventar una nueva política emancipadora e igualitaria si no queremos seguir observando como víctimas impotentes o escandalizadas el desastre neoliberal. Ya no hay más excusas, hay que empezar a apostar por una nueva experiencia política liberadora.
Hay que mirar la descomposición de la falsa opción entre dictadura o democracia que actualmente se ofrece, como un proceso interno a ese mismo juego. Dejar de lado la clásica opinión que ve en esta confusión un avance de los totalitarismos. Pero diferente también de aquellos para quienes asumir el poder sin límite alguno es una finalidad que no van a abandonar nunca.
Nosotros vemos a esa opción que hoy parece diluirse no como una alternativa, sino como las partes integrantes de un jugo político reaccionario, que permite abrir una cierta flexibilidad para hacerse cargo de la gobernabilidad, por parte del Estado, de los innumerables conflictos que se desatan en el interior de una sociedad que marcha al paso del neoliberalismo. Y, al mismo tiempo, esa parodia de diferencia instaura un sentido común ampliamente difundido tanto por demócratas como por totalitarios, de que la política consiste pura y simplemente en la gestión del orden existente. Es decir: política = gestión.
Por eso estamos convencidos que lo que Aleman denomina como nopolitica es el corazón, la esencia misma de lo que hoy se llama corrientemente “política”. No es su desplazamiento, es su coronación.
Nosotros proponemos desarticular ese dispositivo y no tomar partido por alguna de sus opciones. De tal manera, cada vez que se verifica que la famosa “democracia” puede extender sus brazos para alojar en su seno acciones, discursos, y personajes que tradicionalmente crecían en la orilla de las “dictaduras”, vemos ahí una circunstancia propicia para empezar a desenmarañar esta encerrona que nos condena a vivir sin política verdadera, en serio, emancipadora.
Por si aún es necesario describir esta encerrona, digámosla una vez más: a) el sistema capitalista es inamovible; b) la política se reduce a la gestión estatal de ese sistema bajo dos formas de gobierno: la democracia o la dictadura; c) los programas de gobierno no pueden aspirar a otra cosa que no sea liberar al sistema para que este se auto-regule y desate su impiadosa lógica (Milton Friedman), o tratar de “humanizarlo” para hacerlo más “racional” (John Keynes) ; d) todo proyecto de futuro consiste en evitar lo peor o elegir el mal menor; e) el pueblo, considerado como una víctima incapaz de tomar en sus manos el destino de su vida colectiva debe resignarse, como un simple espectador, a elegir o aceptar al representante de turno. Así de jodidos estamos, a tal punto la política ha desaparecido que los únicos discursos que circulan en su lugar son los de esos dos economistas, ambos sostenedores a rajatabla del capitalismo.
Ahora bien, es necesario liberar a la política de esa cueva. También se lo puede decir de otra manera: ese entramado lejos de merecer el nombre de “política” no es otra cosa que un formidable obstáculo para impedir que circule alguna política digna de ese nombre. Y para nosotros más que “circule” debemos decir que pueda “crearse” una nueva política. Es indispensable empezar a abrir, aunque sea un poco, el mundo en el que vivimos y al horizonte que nos constriñe. Un poco de aire fresco. Propongo empezar por dejar de llamar “política” a todo este dispositivo que nos asfixia. En su reemplazo sugiero (puede haber mejores) llamarla “poliestado”.
Sí, lo que aparece disfrazado de “política” no es otra cosa que una operación por la cual la política se organiza alrededor del Estado para cumplir la función principal de todo Estado: ser el garante de la situación de la cual él es el Estado. En nuestros días la situación de la que el Estado es su garante es el capitalismo neoliberal. Exactamente igual que el Estado comunista era el garante de la sociedad soviética planificada por el Stalinismo.
De la misma manera que nadie llamará a un espectáculo televisivo que despliega un novelón a la hora de la siesta una obra de arte, nosotros debemos empezar a calificar a este novelón político con el que se nos aturde y desmoviliza todos los días, con otro nombre distinto del de “política”. Por lo menos para ir liberado el terreno que hoy ocupa este dispositivo engañoso.
El que recorre todos los días los estudios de televisión, el que va a las casas a recolectar el voto de sus habitantes con la promesa de un programa que los va a beneficiar, el que busca que la justicia electoral le reconozca la personería de un partido y así constituirlo en un órgano más del Estado, el que piensa que el número de una votación electoral o en cualquier otro recinto, es el tribunal inapelable de una verdad política, etc., etc. En fin, el que despliegue el ritual que todos conocemos y padecemos diciendo que está haciendo “política”, hay que decirle que eso no tiene nada de política. Que él es un simple empleado o empleada de una maquinaria que produce la “poliestado”, cuyo fin principal es precisamente obturar que haya política, es decir, una acción y un pensamiento colectivo organizado para, como mínimo, impedir el funcionamiento, en la situación que sea, de la lógica del Capital. Ser un practicante de la “poliestado” es básicamente despojar la creativa del pueblo, de cualquiera, para someterla al orden y las reglas del Estado.
En una nueva era que esperamos se vaya abriendo para las políticas de emancipación debemos reivindicar a la política como una práctica autónoma, edificada sobre sí misma con su propio discurso y formas organizativas, una invención en la que los pueblos edifican, en distintos momentos históricos, su capacidad de luchar para hacer efectivo el principio de igualdad de toda la humanidad. Cuando no queremos que un espectáculo televisivo se confunda con una obra arte, lo que queremos decir es que no toda obra humana merece ser llamada arte. Por eso cuando proponemos llamar “poliesatado” al cachivache que hoy se disfraza de “política”, lo hacemos con el mismo convencimiento de preservar la dimensión que debe tener la política si es, como lo sostenemos, la obra en donde se construye la verdad de la vida social de los pueblos.
La “poliestado” se diferencia de las políticas reaccionarias. Las políticas reaccionarias son ciertos movimientos creativos a los que recurre el orden constituido cuando en su interior irrumpe una nueva creación política destinada a modificar su imperio. Bien ganado tienen el nombre de “reaccionarias” esas políticas porque son una reacción dirigida a neutralizar el despliegue de una nueva política en curso. Así se abre el cuadro de una auténtica lucha política en la que se pone en juego la transformación o la conservación del statu quo. También podemos decirlo así: ante una política activa que amenaza a lo instituido, para defenderlo no basta con la fuerza y el peso del pasado, es necesario inventar una nueva “reacción” política, (una política reaccionaria) para instrumentar y fortalecer la lucha por mantener el orden.
Pero nuestra época, luego del colapso de la secuencia de las políticas cuya matriz fue el marxismo-leninismo, el campo de la sociedad capitalista quedó desierto de nuevas invenciones políticas, más allá de promisorias luchas aisladas o resistencias fugaces. Nada oscurece el dominio casi absoluto del Imperio mundial neoliberal. Entonces, las políticas reaccionarias del pasado ahora se pudren, entran en una descomposición cuyo fétido aroma respiramos todos los días. La “poliestado” no tiene otra tarea que no sea gestionar lo que hay y poner todo su esfuerzo en luchas internas por grandes o miserables tajadas. La gobernabilidad pasa al primer plano para “resolver” todos conflictos a los que da lugar un sistema sostenido en una competencia salvaje de todos contra todos. La política, como la entendemos, queda fuera de todo foco y en su lugar emergen los desechos que se emparchan y combaten entre sí, en un campo abonado por una subjetividad que han tejido en conjunto el neoliberalismo y la posmodernidad. En fin, todo lo que soportamos diariamente.
Por eso, dentro de este momento no muy alentador que atravesamos, en especial referido a nuevas apuestas políticas que nos puedan sacar del pozo en el que estamos metidos, es alentador que el mundo de la “poliestado” vea como se les derrite ante sus narices esa diferencia (democracia o dictadura), en la que encontraron un discurso medianamente consistente para armar el escenario que en pocos años desactivó a la política y permitió la consolidación planetaria del capitalismo. Y no sólo su consolidación sino también su capacidad de colocar nuevamente en sus causes a esos desmadres sintomáticos e inesperados que de vez en cuando explotan sin previo aviso por todo el mundo (indignados, piqueteros, primavera árabe, etc.).
Declaración absoluta.
La política debe reinventarse. Después de las desastrosas consecuencias de la experiencia del comunismo que apostó al Estado y al Partido-Estado como el centro neurálgico de su proyecto revolucionario, hay que dar un golpe de timón. Pero este giro debe reafirmar un principio que llamaremos “absoluto”. Potenciado por el descalabro producido por la pandemia del Covid 19, ahora más que nunca ha emergido a la superficie el carácter irremediablemente destructor de la humanidad como tal que representa el capitalismo mundializado. En el frontón de toda política emancipativa debe estar este punto de partida innegociable.
En consecuencia: “No se puede tolerar más al capitalismo. Con su necesaria y única lógica salvaje de acumular riqueza en manos de unos pocos, somete irremediablemente al hambre, el despojo y la muerte a la mayoría de los pueblos del mundo. Animaliza todo lazo social humano, somete a la cultura y al pensamiento al grado cero de su existencia, al mismo tiempo que poco a poco está haciendo inhabitable al planeta en el que vivimos. Desata guerras y toma por asalto a pueblos enteros. Está sostenido por una inmensa red de dominación mundial que articula, además de su globalización económico-financiera, una hegemonía mediática e ideológica, un enorme poder técnico-militar y un reaseguro político garantizado por el Estado alrededor del cual succiona cualquier intento político para derribarlo. Acabar con este infierno depende absolutamente de cada uno de los seres humanos y la llave que proponemos es abrir una nueva experiencia política emancipativa e igualitaria, sin otra garantía que los efectos que recoja de su acción, pensamiento y organización. Ninguna política digna de ese nombre puede desplegarse si no se sostiene explícitamente en esta DECLACIÓN ABSOLUTA.”
Y no hay que ser cómplice. Esto hay que decirlo siempre y en cualquier lugar que sea. No se puede seguir tolerando que camadas inmensas de intelectuales y dirigentes políticos o sociales, que algunos entre ellos murmuran en voz baja su anti capitalismo, y que nadie cuestiona su honestidad, pero que frente a las cámaras de televisión o donde sea, gambetean esta verdad política absoluta, y se dedican a esgrimir sus firuletes argumentativos dentro de los dimes y diretes de un discurso carente de toda sustancia con el que el capitalismo se oxigena y respira al compás de la “poliestado”.
Esto no es “infantilismo”, ni “anarquismo declamatorio”, ni tampoco el cómodo “revolucionario de escritorio”. Por el contrario, es la plena asunción de nuestra extrema debilidad, pero al mismo término la necesidad absoluta de cortar políticamente con el juego macabro de la “poliestado”. Y si es bien cierto que aún tenemos muy pocas cosas afirmativas en nuestras manos para ofrecer, por lo menos no debemos entregar esta capacidad irrenunciable de oponernos -aunque no haya aún surgido una nueva política revolucionaria afirmativa– de manera absoluta a esta forma social de existencia. La posibilidad de que se abra una nueva secuencia política emancipativa se va a demorar y entorpecer muchísimo más si no se grita de una vez por todas un ¡ya basta! a esta “realidad” que no hace otra cosa que condenarnos al eterno fracaso.
¿Y cómo se hace? Es una apuesta, compañero/ra. Es una creación y no hay receta escrita por nadie para enseñarnos cómo se hace para crear algo. No obstante van aquí algunas ideas: En nuestra época la política se debe afirmar así misma como la invención de una excepción interna a los lazos sociales establecidos a los que busca subvertir. Es un pensamiento y una acción organizada que se somete al principio de igualdad y lucha por la abolición de toda dominación. Su organización independiente se realiza a distancia de los imperativos del Estado, y su acción no representa a nadie sino que es la actividad colectiva de cualquiera que se articula por un lazo político al que le da consistencia un discurso político, que no es otra cosa que la soberana manifestación de lo que ella es y hace.
O sea:
Presentación
Organizada
Liberadora
Independiente
Transversal
Igualitaria
Colectiva
Apuesta
A juntarse y manos a la obra.
Raúl Cerdeiras 25-09-2020