Anoche tuvimos una primera noche de fiesta privada. Sí, siempre detrás del vidrio, del mismo lado de la mesa. Esta mañana recibo un mensaje de uno de los fiesteros: me desperté acordándome de los cartelitos y las risas de anoche. Entresueños imaginé que tenía que limpiar el depto. Me dormí un rato más y al despertar estaba todo impecable: sólo unas latas de cerveza vacías.
Quise escribirle que entramos de madrugada a limpiar. A borrar las huellas. El humano es el único animal que intenta borrar sus huellas.
Fiestera 2: envía por mensaje wasap registros de la conversación de anoche. -Tomemos el hotel Savoy.- Estamos preparándonos para ser pocos.- ¿No dejaron un mail para suicidarse?. – Apenas nos dejen vamos a desobedecer.- Una agencia de turismo que se llame: vínculos pasajeros.- Los grupos de riesgo son lo mejor que nos ha pasado. – Pagué una fortuna por los dientes, no los puedo romper. – Qué relación hay entre los ojos pequeños y el asado que te estás comiendo?- La única amiga que tengo tiene 87 años.- Apenas nacimos empezamos a cuidar a alguien, nunca nos dijeron que había una edad para eso.- No es que te falte tela, a mí me sobra cuerpo. -Recién nos estamos conogiendo.
Recordé que durante seis años dejé de fumar. Al principio fue un calvario: dolor y depresión, aislamiento social. Tres meses después ya podía hacer casi de todo. Cuatro años después, un día me encontré llevando la mano a una etiqueta de cigarrillos. Un gesto simple apareció así, de la nada. Tuve que golpearme la mano sublevada: yo no fumo.
Hoy, en medio de la resaca y los mensajes de anoche, de nuevo apareció un gesto así, simple: la mano agarró las llaves del auto, muy decidida a salir.
Mateo versión 2.0 ya lo dice: si tu ojo o tu mano te ofenden, córtalos y arrójalos lejos de ti. Es mejor que se pierda uno de tus miembros, a que todo tu cuerpo vaya al infierno.
En verdad les digo: confíen en la mano que se subleva. El infierno seguramente va estar encantador: lleno de amigos.