Una biblioteca imaginaria para tiempos difíciles // Diego Sztulwark

Hace ya casi medio siglo el filósofo León Rozitchner imaginaba una biblioteca capaz de reestablecer los contrapoderes aniquilados, lecturas para sujetos entrampados en derrotas, perplejidades y frustraciones. Habría en ciertos libros algo así como una memoria de la democracia. Un saber sobre aquello que en el presente resulta escamoteado: el fundamento popular de la ley. La biblioteca de Rozitchner no resulta inaccesible. Aunque el estilo de lectura que él imaginaba como clave de acceso es, sin dudas, severo (por inconformista). Abierta a cualquiera, la biblioteca sólo funciona ante el lector doblemente politizado. Es decir, dispuesto a investigar -antes que a aceptar- el peso de la impotencia pública. Sin esa disposición, la relación con el texto queda inhabilitada. Y a sustituir la concepción erudita del saber por una apoyada en las posibilidades del cuerpo (el cuerpo y no el poder es la categoría central de esta biblioteca).   

En el primer anaquel imaginario se encuentra El príncipe de Maquiavelo. Libro de la fascinación política moderna, en cuya ambigüedad está su grandeza. Porque descubre, en el enigma mismo de la dominación, la subyacencia de los contrapoderes populares. La inyección de terror, temible sello de la tiranía, inhibe y repliega la trama del cuerpo ciudadano y sus posibles enlaces. El poder soberano del déspota actúa sobre esa relación entre potencia y saber sobre la que descansa la democracia política de la multitud. Ahí donde el agudo florentino es reconocido por la ciencia política convencional como el maestro de la técnica y la astucia, del dominio por el temor y el escepticismo, Rozitchner encuentra (en el revés de la trama del texto) la condición sufriente del pueblo y los saberes capaces de reagruparlo.

En un segundo anaquel hallamos la Ética de Spinoza. El filósofo que, al decir de Toni Negri, lleva la política democrática a las alturas de la metafísica sistemática. El filósofo detrás de todos los filósofos nos ha legado un tratado de insurgencia moral. Su obra máxima aspira al saber como proceso de constitución de la potencia común. Partiendo de la experiencia de cada cuerpo singular. El pensamiento spinoziano se expande políticamente siguiendo la línea de composición de la multitud. De allí la insistente consigna de Rozitchner (que convierte los atributos de la substancia en conciencia histórica): “cuando el pueblo no lucha, la filosofía no piensa”. En Spinoza el punto de partida se juega en la corporeidad propia y apunta desde ahí a una concordancia más amplia. Su importancia es la de ligar los dos extremos del proceso constituyente: el descubriendo de la propia intimidad como recinto de un nuevo poder (“no se sabe lo que puede un cuerpo”) que se prolonga por la vía de una concatenación con otros cuerpos, revirtiendo en duro combate los mecanismos de encubrimiento histórico impuesto por el terror y la religión.

El tercer anaquel nos lleva al libro De la guerra, de Carl Von Clausewitz. Este “general intelectual” importa por su capacidad para teorizar -precisamente- el enfrentamiento. ¿Qué habría que aprender de este pensador armado, leído por Lenin, Schmitt y Foucault? La naturaleza de las estrategias fundadas en el colectivo más amplio de la nación. Aquellas en las que, al contrario de lo que se sucede en el duelo entre jefes y en las guerras de conquista, la fuerza proviene de las pulsiones y de la moral, y se plantean como resistencia popular. Leer a Clausewitz más allá de Clausewitz, quiere decir para Rozitchner, ir más allá de la delimitación de la figura del general conductor, cuyo mando es jerárquico y centralizado, para reelaborar la guerra de modo íntegro desde el poder del pueblo.

Los otros anaqueles nos son más familiares. Allí encontraremos inevitables, a Marx y Freud. La propia obra de Rozitchner se concentró muy particularmente en una enseñanza sobre cómo vincularse con estas fuentes de conocimiento sin hacer de ellas un conocimiento meramente categorial de procesos objetivos. Marx y Freud leídos siempre contra las lecturas que hacen de ellos doctrinarios que opacan la naturaleza subjetiva y rebelde del sujeto colectivo y singular. Marx y Freud en cuanto que disponen del arte capaz de decodificar el “velado secreto del poder social”.  

Esta conformación de la biblioteca de León Rozitchner se encuentra enumerada en el comienzo del libro Perón: entre la sangre y el tiempo, un libro más leído de lo que se cree, si consideramos la asombrosa cantidad de ediciones y reediciones agotadas. Pero leído con un cierto pudor. Porque es un libro en el que -según una de las múltiples lecturas que hizo de él a lo largo del tiempo Horacio González- supuso una ardua terea de comprender a Perón y a la izquierda peronista (y por tanto también a la no peronista) desde lo que en ese nombre y esa experiencia subsistía como obstáculo. Incomprendido León, dice González: aún cuesta reconocer en su filosofía la “sombra doliente de lo popular”.

La Tecl@ Ñ

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