Fuente: El cohete a la luna
Diego Sztulwark construye el Método Verbitsky, que investiga para transformar
Cualquier libro es pasible de varias lecturas pero pocos, de Los Hermanos Karamazov a Operación Masacre, son varios libros a la vez. Vida de Perro —título sin duda taquillero— es de esa estirpe; el más próximo, el más prójimo.
Para las góndolas parecería una biografía de Horacio Verbitsky, sin embargo lejos está de una investigación propia del género, carece de chismes y detalles personales; nada se dice de su condición de amoroso padre, abuelo, marido, compañero, amigo, que por cierto lo es. Puede asomar, como del paso, el momento iniciático en el que junto a Bernardo, su padre —el extraordinario escritor y periodista—, descubrían desde el tren una villa miseria, o aquel tan delicioso como interminable viaje de Lima a Madrid con un Juan Domingo Perón sin un peso en el bolsillo, con insoportables escalas en Guayaquil, Bogotá y Caracas, y de cómo gambeteó a López Rega; o el torneo de pesca con Rodolfo Walsh en los magros cardúmenes del río Carapachay. Relámpagos anecdóticos entrañables que se inscriben en el margen de una trama mayor, esa que implica no menos que interpela al lector como sujeto histórico. Por eso Vida de Perro tampoco es un libro de Historia, en tanto dista de seguir las normas de esa ciencia para zambullirse en la poética de una historicidad plebeya que toma de los acontecimientos aquello que rompe y se rebela, lanzándose hacia una transformación.
Que la verdad sea dicha: Vida de Perro no es un libro de ni sobre Horacio Verbitsky. Es un libro de y por Diego Sztulwark (Buenos Aires, 1971) uno de los más brillantes y prolíficos intelectuales de esa generación en que se encuentran, precisamente, los hijos de su interlocutor. Resulta, en este aspecto, cierta transferencia de una generación a otra. Con su propia voz Verbitsky ejerce lo que la gramática latina llama un locus unde, complemento circunstancial de lugar y tiempo, indicador desde dónde, desde cuándo se ejerce una idea o acción. Es a partir de quien se teje la trama; no es sin él, quien narra su intensa experiencia de animal de la polis, testigo de su tiempo, actor y protagonista, legítimo heredero político de Rodolfo Walsh, hoy además constructor, motor y piloto de (este) Cohete (no Comandante, que connota jerarquías milicas prescriptas; ni Capitán, que hubo uno solo). Piloto de muchas vidas.
Sztulwark propone y logra un libro de balances al momento en que el arribo de Maurizio Macri a la presidencia hace emerger la “necesidad de una reflexión política demasiado postergada”, por encima del aturdimiento que desata la derrota. De ese modo el autor desanda un sendero donde desfilan: el golpe de 1955, el diario La Opinión, la resistencia peronista, Cooke, el surgimiento de las organizaciones revolucionarias y la táctica de la lucha armada, Rodolfo Walsh, Perón, López Rega, la dictadura, Juan Gelman, Paco Urondo, los canallas, Malvinas, la posdictadura y los juicios a la cúpula de las Fuerzas Armadas, las variaciones en el modo de acumulación del capitalismo en la Argentina, el papel de la iglesia —y la figura del Papa Bergoglio—, los organismos de derechos humanos, el CELS, el alfonsinismo, los carapintadas, las leyes de impunidad, Carlos Saúl 1º de Anillaco, los indultos, las privatizaciones y la caída del bloque socialista, Página/12, Clarín, Papel Prensa, el 2001, las organizaciones sociales, el ex senador furtivamente a cargo del Poder Ejecutivo, el kirchnerismo, China imponiéndose en el mapa, Julio López, la lucha por la derogación de las leyes de impunidad, la recuperación de la ESMA, la soja y la industria, Chávez, el asesinato de Mariano Ferreyra, el sindicalismo, las izquierdas, La Cámpora, Milani, Maurizio, Milagro Sala, este Cohete a la Luna y nos quedamos cortos. Más de setenta años nos contemplan. Si se acude al índice onomástico que cierran las más de cuatrocientas páginas, se ve que están tods.
Sin condescendencia Diego Sztulwark pregunta, cuestiona y repregunta, marca sus diferencias políticas e ideológicas, lo que le aporta al conjunto del texto no sólo una frescura que insta a la devoración ocular sino que además impregna del refrescante aroma de la libertad: “No me acercan a él sus posiciones políticas de los últimos años —su abierto apoyo al gobierno de los Kirchner— ni el tono denigratorio con el que se ha referido en diversas oportunidades a expresiones de la izquierda (que no son precisamente grupos sin poder), ni la obsesión por desentrañar secretos que se le atribuyen”. Pues, como Verbitsky, Sztulwark también es sistemático y riguroso, implacable en su compromiso con la verdad y cruel enemigo de la estupidez. Avanza en pos de establecer algo así como El Método propio de la investigación política, militante. Aprovecha la documentada mirada de su interlocutor sobre el presente en la “vocación de intervención en la actualidad, no sólo a través del periodismo sino a través de dispositivos prácticos” de distinto alcance. Procura apartarse de “hacer un repertorio de lo mal hecho”, sin desatenderlo, para dejar lugar al “repertorio de saberes disponibles para relanzar la lucha política en nuevas condiciones; y también —y esto es tal vez lo fundamental— de revisar las trampas que han llevado en reiteradas ocasiones a derrotas y frustraciones”. Abdica entonces de todo cholulo narcisismo y entrega la palabra a Verbitsky, que ocupa el noventa por ciento del volumen. En forma esporádica incorpora otros testimonios aclaratorios, de su propia cosecha; reflexiones sostenidas en lecturas ajenas, citas afines, aportes congruentes que hacen al contexto y en absoluto desvían una pizca el contenido ni la atención.
Cuidados en los que colabora la filigrana edición de Celia Tabó, hacen de Vida de Perro también un raro cruce de hoja de ruta para la militancia con Cuaderno de Campo para futuros investigadores políticos, disciplina inexistente en las universidades y que Sztulwark, Verbitsky y Walsh —cada cual a su modo— anticipan en distintos momentos. Investigación militante que “pretende comprender los modos en que se reproducen los poderes para saber cómo enfrentarlos y, a la vez, cartografiar nuevos poderes posibles que muy rara vez la academia y la política convencional generan por su cuenta”. Como sucede en el arte que no está donde se le encuentra, la investigación política crece por fuera de la institución, de las aulas oficiales, de los partidos tradicionales. Similar al ímpetu que arriba desde los movimientos de mujeres, sociales, de hijs de genocidas, de derechos humanos, de aquello que avanza desde los márgenes.
Función que hace de la disposición de la información, de los datos duros, un arma con la que se defienden posiciones, con la seguridad que otorgan los argumentos sostenidos. Donde la escritura resulta una “toma de posición en una guerra cuyo campo de batalla es el propio sentido del tiempo histórico, y la estrategia es la resistencia —que parte incluso de cada uno— respecto de toda tentativa enemiga de fracturar un pasado que se va (que solo vuelve como inocuo homenaje), y una actualidad vestida de hipernovedad (que sólo habla el lenguaje del fetiche y el espectáculo)”. Posición por encima “de cierto desmoronamiento lamentoso que circula en parte de cierto progresismo, en una suerte de sintonía entusiasta con las fuerzas de impugnación del actual estado de cosas”.
Vida de Perro descubre que Verbitsky habla como escribe, escribe como piensa, vive por lo tanto en esa intensidad y esa es su acción, que incluye mucho más que su escritura y vuelta a empezar, “convoca a recobrar el valor de la investigación como instrumento hacia el interior del conflicto social y político en curso”. Reacio a algunas teorizaciones, la sistematización de esta disciplina naciente queda a cargo de Sztulwark, quien parece amenazar con próximos desarrollos en los que este libro funcione como anclaje empírico. Al modo de Kant para Hegel, de los cuadernos azules de Marx, la expedición a los Nambiqwara de Lévi-Strauss, el manojo de histéricas que le mentían a Freud.
Es odioso comparar, mas ambos protagonistas en el texto lo hacen. Reconocen el antecedente del indispensable libro de conversaciones de Juan Gelman con Roberto Mero, Contraderrota. Montoneros y la revolución perdida; por razones obvias. La diferencia reposa probablemente en que Vida de Perro se extiende por otras latitudes más allá de esa particularidad histórica. En cierto modo también recuerda Tepoztlán (1960) de Oscar Lewis (Nueva York, 1914-1970), investigador de lo que con imperial paternalismo dio en llamar “cultura de la pobreza”. Y que aplicó la “historia de vida” como metodología, según la cual hacía relatar una experiencia en primera persona a diversos sujetos. En ese libro lo despliega en forma puntillosa, con el detalle que omite que al momento de grabar los testimonios la ciudad estaba bajo bombardeo aéreo, en plena revolución. La sideral distinción con Vida de Perro esta vez es más aguda ya que el relato se encuentra tramado desde el mismo cráter que dejó la explosión cuando aún polvo y humo no se han disipado (tarda décadas en estas pampas), los oídos continúan aturdidos por el estruendo y, una vez que se constata que se sigue con vida, más o menos enteros, lo primero es saber dónde se está a fin de evaluar cómo se continúa la marcha. Porque siempre nos levantamos una vez más de las que nos caemos.
FICHA TÉCNICA
Vida de Perro – Balance político de un país intenso, del ’55 a Macri
Diego Sztulwark – Horacio Verbitsky
Buenos Aires, 2018
430 págs.