Un lobo suelto en los festejos…

El sábado Lobo suelto visitó el paseo del bicentenario. Mucha, pero mucha gente. La antigua crisis de representación que a partir del 2001 ligaba fiesta con crisis y lucha mutó en fiesta de unidad sin “peros”. Sabe el Lobo que en esto hay algo efímero, una estabilidad que tienta a la destrucción, pero se trata sin dudas de algo significativo y hasta cierto punto sorpresivo. Las carpas de las Provincias colmadas, la de derechos humanos bastante patética pero imprescindible en su obviedad. Por todos lados frases. Frases que Lobo creía expresivas de fuertes movimientos de lucha y revolución, pero que ahora sabe que pueden convivir con grises difíciles de identificar. Las frases del Che, que hablan del revolucionario movido por amor (y no aquellas que refieren al revolucionario como máquina de matar, olvidadas, como obliterando el hecho que el Che fue un revolucionario en guerra, en guerra de guerrillas) confirmaban la complejidad del uso de los símbolos: no se trata ya de “hacer la revolución”, pero sí del trato festivo con fuerzas populares dolidas. En un extremo, Corrientes y 9 de julio, hubo una fenomenal intervención del Grupo de Arte Callejero. Como parte de los festejos ellas hicieron su anti-festejo contemplado: con un video-graph (tipo info trans) que hacía de arco, de puerta de acceso para quienes venían de la avenida Corrientes. Entre otras consignas que halagaron al Lobo había cosas de este calibre: “Adivinanza: ¿quién financió la campaña del desierto? Respuesta: la Sociedad Rural Argentina”. O “¿quién pretende apoderarse de nuestros cuerpos y regular nuestro goce sexual? : la iglesia”; y así… Es cierto que también cantó Víctor Heredia, y que la gente coreaba “el que no salta es militar”. Pero ¿no están estas escenas de los años 80 inscriptas de modo indeleble en los genes de las instituciones de la democracia representativa argentina? En el otro extremo, como llegando a avenida Belgrano, un niño de unos 8 años se sacaba unas fotos abrazado a unos 4 ó 5 policías de la federal, chochos, y festejados por la familia del menor. Como si fueran granaderos. En los parlantes se anunciaba a Gilberto Gil y a Pablo Milanes. Imagina Lobo que buena parte de quienes poblaron días después la plaza de los Dos Congresos con la consigna de un “bicentenario de los pueblos” estarían escuchando esa music. Lobo no llegó a Plaza de mayo. Allí ocurrió lo más fuerte. Mucho más fuerte que la exhibición de los muchachos del Diego ante el penoso seleccionado de Canadá. El arribo de las columnas de los pueblos que se llaman a sí mismos “originarios”. Sabedor de que el origen está “en todas partes”, como dice cierto filósofo argentino que el Lobo lee, no es este retorno al grado 0 de la tierra lo que lo conmueve, sino esas presencias que por fin se instalan en la conciencia de un país que no puede festejar sin escuchar lo que traen para mostrar. Si: “para mostrar” más que para decir. Sí: Lobo “escucha imágenes”. Los originarios que digan lo que quieran, no es asunto del Lobo, pero las imágenes lo dicen todo, no son “mudas”, y lo que dicen lo dicen de un modo preciso, justo.
LOBO

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