Un llamamiento a la amistad // Santiago Sposito

Hace apenas unos días está circulando, de forma impresa, La No Sufras o la ética del segundeo (Milena Caserola 2021) la segunda novela de Diego Valeriano, feroz escritor del blog Lobo Suelto, entre otros espacios. Para quienes no lo conocen, el mundo de Valeriano esta atravesado por el barrio, la calle, la picardía de las pibas y los pibes, sus triunfos y sus tragedias, un profundo odio a la moral dominante, a la yuta, a los botones; y un irradiante y conmovedor amor por la amistad, por el aguante, por vagar, por segundear al otrx. Su filosofía es transgredir, provocar, pasar por arriba el orden establecido, buscar un nuevo paradigma de relaciones humanas libradas de lo careta.

La No Sufras… es una novela, digamos, contemporánea. Economiza cada palabra. Precisamente en ese recurso encuentra su potencia. Con una prosa en movimiento permanente que se escribe al andar, con vértigo, con ansiedad, como vaciando el cartucho de una ametralladora, Valeriano nos sumerge, nos empapa, nos agobia, en el mundo de La No Sufras y de todxs sus protagonistas. Un grupo de jóvenes, amigxs, giran en torno al universo de un personaje peculiar La no Sufras, o la flaca, o Alejandra. Ella hace de la supervivencia un arte de vida: vive en donde puede, en la salita de un hospital en Malvinas Argentinas, en alguna casilla de José C Paz, en los trenes, en las estaciones, en las calles, en las plazas, de día o de noche. No vive sola, siempre está con pibxs, que son suyos, pero no necesariamente por vínculos de sangre, sino por vínculos más profundos.

Para este grupo de amigxs encontrarse con La No Sufras significará un antes y un después en sus vidas. Un nuevo universo, una nueva atmosfera, una enseñanza. En la narración de Valeriano, cada unx de ellxs se convierte, por momentos, en la primera persona del relato y eso nos permite ver la magnitud de las sensaciones, los sentimientos y los pensamientos que van surcando. Viajes en tren, esperas infinitas donde la flaca nunca llega a horario ni a destino, sin un teléfono donde llamarla ni un lugar donde encontrarla; es la intuición quien genera los encuentros.

Valeriano describe con su estilo único la crudeza de la vida en las barriadas del conurbano: la picardía, la inteligencia de las pibas y los pibes (“los guachines”); rebuscársela cartoneando, laburar en el tren, las vueltas desde Retiro en el furgón del San Martín luego de un día extenuante, con frío o calor, bajo las miradas avergonzadas y punitivistas de algunos; la mirada hostil de las fuerzas represivas, siempre intentando intimidar. Valeriano saca belleza de esa escena, pero no la belleza que acostumbran los medios de comunicación, siempre en nombre de la meritocracia. La belleza la encuentra en el amor, en el aguante, en el estar con ellxs porque sí, en segundearse, en cagarse de risa, en “agitarla”, o simplemente mirar por la ventanilla y desconectar sabiendo que estaban juntos, peleando el día a día.

Pero Valeriano es crudo, no le interesa una narración de amor cliché, la típica historia que habla de los pibes de la calle y lo que pudieran haber sido y no son. No le interesa que algún progre guarde algún vuelto de lo que le sobre después de pagarle al FMI, y largue alguna medida mínima asistencial que casi no sirve para nada, más que para luego jactarse en cadena nacional de que un pibe, entre millones, logró pegarla y salir del hundimiento de la pobreza. Valeriano escupe sobre el papel, nos muestra el frío que se vive en las casillas, cuando no alcanza ni para la garrafa, el frío y lo agobiante de pasar las noches sin dormir, fumando cigarros, con la panza lavada, sin siquiera poder cargar el teléfono porque la energía del barrio está saturada. Así vive La No Sufras, sintiendo el frío en los huesos, dándole mantas y frazadas a los pibes y pibas que no tienen techo donde dormir y que cuando sale el sol, bajo su mirada, sin que ellos la vean, esconden la frazada para poder volverla a usar cuando no estén con ella.

En toda la historia late el amor, es una oda a la amistad, a su calidez. Pero también late el abismo, la tragedia… y llega, y cuando llega nos parte al medio. La bronca, la tristeza, el dolor, lo inexplicable, esa bronca que raja la espalda, se hace carne, desgarra. Desgarra a La No Sufras, la viven los demás protagonistas, y con seguridad la vivirán lxs lectorxs. Valeriano no romantiza nada, teje una fábula, una historia, que conmueve profundamente. Y como toda fábula deja una enseñanza: “no sufras”.

El último tramo se lee con los dientes apretados, con un nudo en la garganta, aguantando la humedad en demasía de los ojos. Aunque, quizá, la mejor forma de leer La No Sufras es entregarnos al viaje, dejar que nuestros sentimientos se hagan y se deshagan, atraviesen y hagan la historia, con sus risas y sus agudas tristezas, estar ahí, latir con ellxs. Intuyo que así Valeriano concibe la escritura. En palabras de Diego Sztulwark: “a la inversa de lo que ocurre con las personas que se convierten a sí mismas en personajes cuando comienzan a publicar, Diego Valeriano se engendró a sí mismo haciendo de la escritura flujo seminal y procedimiento de mundanización”.

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