Las flores y el poder de las flores de décadas pasadas ya no son ni siquiera un recuerdo por estos pagos californianos. Y más allá de los cuidados jardines y parques, un penetrante tufo rancio recorre la sociedad estadounidense por estos días. Proviene de dos briosos torrentes. Por un lado, los famosos ríos de tinta que surgen, e inundan el discurso social, cada vez que se intenta explicar o poner en palabras el horror. Por otro lado, el denso flujo de estiércol que sale de la boca y los gestos de Donald Trump.
“Si me das un dólar secuestro a Trump”, dicen los carteles de los que piden monedas en las calles de Los Ángeles y San Francisco. “Trump basurero”, se lee en las remeras. Pero más allá del rechazo que causa, incluso en los republicanos, resultó nominado. Fue en una convención que tuvo de todo: papelones, escándalos, protestas dentro y fuera, y represión. Los periodistas más experimentados de este país no recuerdan una convención republicana más absurda y decadente.
Trump el mentiroso, el bravucón, el violento, el estafador, el racista, el misógino, el filo-nazi. El tipo tiene en vilo a una parte de la sociedad estadounidense. A una porción minoritaria, es cierto, la que se interesa por cuestiones que van más allá de lo individual: la política, la economía, ese tipo de cosas.
Pese a lo que muchos medios de comunicación intentan instalar, Trump no es un fenómeno ajeno a la sociedad en la que surgió. Es apenas un síntoma. Y un detonante de lo peor de esta sociedad. Es la emergencia de algo que ya estaba aquí, antes que Trump, y que seguirá estando cuando el magnate no sea más que un mal recuerdo.
La irrupción bestial del millonario matón puso en crisis la forma en que esta sociedad se auto-percibe y piensa. Produjo además una crisis de autoestima y de identidad en un país donde funciona, y mucho, el discurso mesiánico del pueblo elegido, con una misión que cumplir en el mundo. Trump es la cara más brutal y sincera de esta sociedad, no bajó de un ovni. Es la expresión más descarnada de lo que en este país se mantiene oculto, bajo la alfombra.
Para Charles Derber y Yale Magrass, Trump es un matón surgido de una sociedad autoritaria, militarizada, una sociedad de prepotentes, abusadores y matones. Del abuso individual se pasa al abuso institucional, y de allí al matonismo imperial.
“Estados Unidos es el matón más grande del mundo”, señalan Derber y Magrass, autores del libro Bully Nation: How the American Establishment Creates a Bullying Society (Sociedad de matones: Cómo el establishment estadounidense creó una sociedad abusiva).
Los autores reponen el contexto social, económico y político que muchos medios escamotean. El ejército, las corporaciones y el estado, señalan Derber y Magrass, dieron forma a EEUU y todas estas instituciones ejercieron la violencia, el acoso, el abuso y la prepotencia en forma sistemática, aseguran.
Por eso Trump llegó a ser candidato a presidente. Representa el matonismo de buena parte de la sociedad estadounidense. Se lo admira. Se lo envidia. El odio y la violencia que exuda representan a muchos ciudadanos de este país.
Pero el establishment no se caracteriza por su sinceridad ni por su honestidad. Crearon el monstruo, pero ahora no pueden controlarlo y se asustan, y fingen sentirse horrorizados. “Es impredecible”, gritan los CEOs encerrados en lujosos baños, entre sanitarios de oro y níveas rayas sobre el mármol pentélico.
La aparición de un personaje como Trump hace que la basura salga a flote y se muestre, incluso con orgullo. Por eso, por estos días, los nazis, los racistas, los misóginos, los violentos se sienten confirmados, legitimados, envalentonados.
Muchos actos de campañas de Trump terminan a las piñas. La grieta yanqui. Quienes osan manifestarse contra el magnate son hostigados y agredidos, con el visto bueno y el aliento explícito del propio Trump. “En mi época, en los buenos tiempos, los colgábamos”, dijo Trump desde el escenario, con referencia a un manifestante afroamericano.
Y si de colgar negros se trata, “a mi juego me llamaron” dijo el Ku Klux Klan (KKK), la organización xenófoba, homofóbica y antisemita fundada en el siglo XIX que dio un apoyo explícito a Trump. En realidad el KKK es una verdadera federación de organizaciones terroristas de ultraderecha que defienden lo que en este país se conoce como “supremacía blanca”. Forma parte de la basura que hay que esconder debajo de la alfombra. De ahí el horror ante el surgimiento de Trump. El bravucón, el botón aguafiestas, el fanfarrón que viene a destapar y a hacer notar las miserias.
Un grupo de periodistas judíos denunciaron sistemáticos acosos en las coberturas de los actos de Trump. “Así es cómo el fascismo llega a los EEUU”, señaló Jonathan Weisman en una columna de opinión de The New York Times, aunque muchos piensan que hace rato que el fascismo consiguió la ciudadanía yanqui, y se pasea, orondo, por estos pagos californianos, y por el resto del país, aunque a veces no se note tanto.
Una fiebre hermenéutica se apoderó de EEUU
El psicólogo estadounidense Dan P. Mc Adams intentó meterse de lleno en las miasmas pantanosas de la cabeza de Trump en su artículo “The Mind of Donald Trump” (“La mente de Donald Trump”), publicado en The Atlantic. Para el profesional, el candidato, que además cobró notoriedad como estrella de un “reality show”, está siempre interpretando el personaje de Donald Trump. “Siempre actúa, se siente observado y actúa siempre ese mismo papel”, señala Mc Adams, quien junto a otros tantos profesionales de los más diversos campos se sumó a la fiebre hermenéutica que se extiende por todo EEUU para tratar de explicar las características del personaje.
Acaso lo mejor del análisis de Mc Adams es que reconoce sus limitaciones a la hora de describir su inasible objeto de estudio: Trump es una personalidad extraña, rara, inclasificable, especialmente con vistas a que puede ser presidente. Es extrovertido, desagradable en extremo, pura energía. El psicólogo lo compara con un dínamo, asegura que apenas duerme y prueba esto último reproduciendo los horarios en los que el magnate envía sus escandalosos mensajes vía Twitter: tres de la mañana, cuatro de la mañana, cinco de la mañana.
“Una existencia jamás molestada por el penetrante sonido del alma”, es ya una definición tradicional, escrita por Mark Singer en la revista New Yorker en los años 90. Por estos días se la recuerda mucho, al igual, por ejemplo, de aquella película de 2006 “Idiocracy” (“Ideocracia”), que muestra cómo EEUU se está convirtiendo en un país de idiotas.
Entre ciertos sectores de la prensa lo que más se notó fue la culpa: “No lo tomamos en serio”; “No supimos ver la amenaza que representaba”; “Le dimos espacio sin ser lo suficientemente críticos”, son algunas de las frases que resumen un sentimiento generalizado en la prensa de este país. Los periodistas se culpan por haber sido demasiado “objetivos” a la hora de reproducir las mentiras y las provocaciones de Trump sin desmentirlas ni criticarlas con suficiente fuerza.
“Trump perderá o yo me comeré esta columna”, desafió desde el título de su artículo publicado en The Washington Post el analista Dana Milbank, seguro de que el magnate no ganaría la nominación para ser el candidato republicano. Cuando esto ocurrió, y luego de que –a través de las redes sociales– los lectores le recordaron su promesa, Milbank cumplió. Y se comió sus columnas, en papel, literalmente, y lo subió a la red.
En un video de más de tres minutos colgado en el sitio web del Washington Post, Milbank se come hasta ocho platos distintos cocinados con el papel de periódico en que salió impreso su artículo, cortados en pequeños trozos y algunos de ellos pasados por agua, batidos o incluso fritos. Lo acompañó con vino de la marca Trump.
Fuente: El Eslabón