Tres temporadas del golpe // Suely Rolnik

La serie del golpe en tres temporadas por Suely Rolnik, publicado en https://outraspalavras.net/brasil/666381. Traducción al castellano la debemos a la gentil colaboración de Liliana Vives, a quien agradecemos una vez más su gesto para permitir que lectores de la lengua castellana tengan acceso a este texto de Suely Rolnik , psicoanalista de Brasil
La serie del golpe en tres temporadas 

Un paisaje siniestro se instauró en el planeta con la toma de poder mundial por el régimen capitalista en su nuevo doblez financiero y neoliberal-, poder que lleva su proyecto colonial a las últimas consecuencias, su realización globalizada. En este contexto, simultáneamente, también contribuye al aire tóxico del presente paisaje: el ascenso al poder de fuerzas conservadoras por todas partes, cuyo contenido de violencia y barbarie nos recuerda, para quedarnos sólo en el siglo XX, los años 1930 que precedieron a la segunda guerra mundial y los años más recientes de regímenes dictatoriales, que se disolvieron a lo largo de los años 1980 (es el caso, por ejemplo, de los regímenes militares de América del Sur y el gobierno totalitario de la Unión Soviética).

Como si tales fuerzas jamás hubieran desaparecido de hecho, pero sólo hicieron un retroceso estratégico temporal al acecho de condiciones favorables para su vuelta triunfal.
Neoliberales y «neo» (?) Conservadores unidos! ¿Cómo así?
A primera vista, la simultaneidad entre estos dos fenómenos nos parece paradojal: son síntomas de fuerzas reactivas radicalmente distintas, así como son distintas sus tiempos históricos. Además de las diferencias más obvias que consisten en el transnacionalismo de unas y en el nacionalismo de las otras, el alto grado de complejidad, flexibilidad, sofisticación y refinamiento perverso, propio del modo de existencia neoliberal y sus estrategias de poder está a años luz del arcaísmo tacón y de la rigidez de las fuerzas abrumadas de este neoconservadurismo -cuyo prefijo «neo» sólo tiene sentido porque se articula con condiciones históricas distintas de las anteriores. Si la convivencia entre estos dos regímenes de poder turba nuestra comprensión, pasada la perplejidad inicial, va siendo evidente que el capitalismo financieramente precisa de estas subjetividades rudas temporalmente en el poder. Son como sus capangas que se encargan del trabajo sucio imprescindible para la instalación de un Estado neoliberal: destruir todas las conquistas democráticas y republicanas, disolver su imaginario y erradicar de la escena a sus protagonistas -entre los cuales, prioritariamente, las izquierdas en todos sus matices.
Una coincidencia de intereses de neoconservadores y neoliberales en relación a este objetivo específico permite su alianza temporal. La torpe subjetividad de estos (neo) conservadores es arraigadamente clasista y racista, por no decir colonial y esclavista, lo que los lleva a querer cumplir este papel, sin ninguna barrera ética y en una velocidad vertiginosa. Cuando ni siquiera nos damos cuenta de uno de sus golpes, otra ya está en vías de suceder, generalmente decidido por el congreso en la calada de la noche. Además, colabora para su interés en esta tarea el hecho de que ésta sea muy bien remunerada por el poder ejecutivo. Este les ofrece en cambio abultadas sumas de dinero para realizar proyectos absurdos en sus regiones de origen y, con ello, ampliar su apoyo local. Se instaura un campo de negociación entre el Congreso y el Ejecutivo, en el que los diputados, en posición ventajosa, pueden chantajear a voluntad, exigiendo más y más dinero para cumplir su función de capangas. El ejercicio de esta misión les proporciona un goce narcisista perverso, a tal punto inescrupuloso, que llega a ser obsceno. A ese goce se añade la patética exposición de su vanidad por tener de vuelta el poder en sus manos, lo que alimenta su autoimagen de machos matones que ellos exhiben como si trajeran en la solapa arcaicos y ridículos blasones. Mal saben que con su trabajo sucio, se prepara el terreno para el libre flujo del capital transnacional, cuyos líderes, globales y locales, son los verdaderos señores del poder y que los eliminarán de escena tan pronto se vuelven innecesarios. Es en este escenario que se da el nuevo tipo de golpe, creado por la actual versión del capitalismo: una serie que se desarrolla en tres temporadas.
Aunque el guión de la serie que se presentará se basará en su versión brasileña, este es muy similar en sus versiones en la mayoría de los países de América Latina (habiendo sido la primera en Paraguay en 2012). También trae elementos para abordarlo en sus demás versiones en el resto del planeta, como en España, Polonia, Hungría, Austria y Rusia. Con variaciones de matices para adaptarse a los diferentes contextos, la estrategia del nuevo tipo de golpe de Estado tiende a ser la misma.
Ruta de la serie
En la primera temporada (que en Brasil comienza en 2005 con el «Mensalão»), se establece una alianza entre, por un lado, los poderes Legislativo, Judicial y Policial y, por otro, el empresariado nacional – más directa y activamente los grupos que tiene el poder de los medios. La política y el derecho se encuentran plenamente integrados (lo que, por lo demás, no es nuevo en Brasil). Los jueces involucrados en la operación del golpe manipulan deprisa las reglas constitucionales existentes -o incluso las cambian si es necesario-, en favor de los intereses políticos en el poder, los cuales no sólo comparten, pero tiene en su defensa un papel central. Se condenan a prisión acusados sin prueba concreta (como es el caso de Lula), mientras que son considerados inocentes o castigados con penas mucho más leves, acusados sobre la base de pruebas escandalosas. No hay posibilidad alguna de prever las sentencias según las reglas de la justicia democrática, propias de un Estado de derecho; sólo se logra identificar los intereses políticos que las conducen, e incluso sin saber con certeza cuáles serán sus estrategias para justificarlas.
Sostenidos por esta alianza y ocupando la mayoría en el Congreso Nacional, los capangas del capitalismo financiero dan el golpe que expulsa del gobierno a sus líderes más a la izquierda. Se utiliza para demonizarlos no sólo denuncias de corrupción no comprobada (es el caso de Lula), sino también su supuesta responsabilidad por la crisis económica del país, que en realidad es sólo un síntoma local de la crisis mundial (es el caso de Rousseff ). Pero la serie del golpe no se cierra con la condena de varios líderes del PT y del proceso de destrucción del imaginario democrático, culminando en el episodio del impeachment de Dilma (agosto de 2106). Una vez concluido este primer trabajo sucio y ya parcialmente destruido este imaginario, comienza su segunda temporada. Aunque otros elementos tengan el papel de reos a lo largo de la serie del golpe, el personaje demonizado continuará paralelamente a ser protagonizado por los líderes de izquierda, principalmente los del Partido de los Trabajadores, teniendo siempre a Lula como foco privilegiado. Su demonización atravesará todos los episodios hasta el final de la segunda temporada de la serie, cuando se consumará la farsa de la condena de Lula y su consiguiente exclusión del proceso electoral para presidencia de la República.
Segunda temporada
En la segunda temporada de la serie del golpe, el foco será el indispensable desmonte de la Constitución. Para prepararlo micropoliticamente el script se concentrará en hacer mucho más aterrorizante el fantasma de la crisis económica, así como intensificar la descalificación del imaginario progresista, ya parcialmente conquistada en la primera temporada. El desmonte de la constitución se dará por medio de un nuevo conjunto de trabajos sucios a ser realizados por los capangas. El primero será el bloqueo de gastos públicos: la Propuesta de Enmienda a la Constitución, así llamada la «PEC del fin del mundo», promulgada en diciembre de 2016, congela los gastos públicos por veinte años bajo el argumento de la crisis económica. Este bloqueo se centra en los subsidios para el desarrollo y en los fondos destinados a los programas sociales, sobre todo a la educación y la salud. Además de desmontar leyes promulgadas durante los gobiernos petistas que ampliaron el acceso a la educación y a la salud de calidad para la mayoría de la población, el golpe desmontará igualmente la universidad pública, a través de recortes de fondos de educación e investigación. El segundo trabajo sucio consistirá en la indecente reforma laboral, que incluso incidirá en la educación al alcanzar las universidades privadas (inmediatamente después de la promulgación del cambio de tales leyes, varias de estas universidades expulsaron en masa a sus profesores, sustituyendo esos puestos con profesores con salarios miserables y sin derechos laborales).
El tercero consistirá en las indecentes reformas del seguro social y de la previsión y el cuarto, en la privatización de los bienes y empresas estatales más rentables, o que se harán rentables por medio de arreglos espurios, para ampliar la lista de las privatizables. Y cuando esos capataces no consiguen la mayoría del Congreso para votar alguna carta o ley necesaria para tal desmonte, condición para que el poder ejecutivo pueda hacerlo, entrarán rápidamente en escena las agencias que tienen las mayores bases mundiales de indicadores financieros, que lideran la evaluación del mercado global de capitales y, por lo tanto, la clasificación de riesgo para las inversiones (como Standard & Poor’s y Moody’s Corporation). Su operación consiste en rebajar las notas de la economía brasileña o amenazar con hacerlo, lo que ofrece poderosa munición para que los cambios de políticas públicas que aún sufren alguna resistencia en el propio Congreso sean finalmente votados, bajo amenaza de quiebra del país (es lo que se está llevando a cabo en Brasil en relación con la seguridad y que ya se ha producido en Europa, con Portugal, Grecia, Irlanda y España, que recibió un acrónimo elocuente  “PIGS” (puercos, cuerpos, cerdos). Y el Estado de Derecho, habiendo así rápidamente destruidos los elementos de «res pública» o de democracia social que lo caracterizaron en su arquitectura moderna (la cual, en Brasil, así como en varios países del continente sudamericano, comenzaba a instalarse, con los gobiernos progresistas post-dictaduras, justamente los blancos del nuevo golpe). La intención es transformarlo, al final de la serie, en Estado neoliberal, cuya función está estrictamente enfocada en lo que interesa al capitalismo transnacional y sus cómplices de las élites locales: facilitar al máximo la circulación de sus inversiones para crear condiciones ideales para la multiplicación del capital invertido y lo más velozmente posible.
Mientras se desarrollan estas nuevas operaciones, los propios capangas del capitalismo globalizado serán los próximos blancos de las denuncias de corrupción, preparándose el terreno para su eyección tan pronto su tarea esté concluida. En la última temporada de la serie del golpe, el nuevo régimen laanzará a estos conservadores en la basura de la historia, sin el menor constreñimiento. Esta es una primera diferencia en relación con los golpes de Estado que se utilizaron del ejército: aunque éstos también fueron ejecutados por los conservadores (en el caso, militares) y bajo el mando de los poderes hegemónicos del capitalismo en su doblado anterior (en la época, principalmente en ese contexto el régimen necesitaba un Estado totalitario y, para ello, tenía que mantener a los conservadores en el poder tras el golpe y por un largo período).
Paralelamente, aún en esta segunda temporada, mientras se introduce en la narrativa oficial las denuncias de corrupción contra los políticos capangas, lo mismo se hace con el empresariado nacional, incluyendo a los altos ejecutivos. Se ahorra de esta operación a los bancos, parte del empresariado ligada al capital financieramente y que incluso, en el mismo momento, ha perdonado una parte significativa de sus deudas con el gobierno. Se trata principalmente de las grandes empresas que, organizadas en carteles, monopolizan la construcción de obras públicas, no sólo en Brasil, sino también en países aliados de los recién depuestos gobiernos progresistas, sobre todo en los continentes latinoamericano y africano que constituyen mercados prometedores. La permanencia en escena de esta parcela del empresariado sólo interesa a los líderes del capitalismo globalizado mientras necesiten su complicidad no sólo para la destrucción del imaginario de izquierda -y de la defensa de las leyes democráticas que éste sostiene-, sino también para traer datos que, respaldan y refuerzan la idea de que estamos ante un eminente colapso económico. Con este apoyo, se crean condiciones favorables para las privatizaciones y el exterminio de tales leyes, principalmente las que conciernen al trabajo. En lo que concierne al trabajo, en Brasil, esto no se limitará a su precarización, pero llegará al cúmulo de legalizar condiciones habilitantes hasta entonces consideradas por la Constitución como definidoras del trabajo esclavo y pasibles de castigo. Que se diga de paso: la decisión de legalizarlo confirma que tales condiciones persisten hasta hoy y no sólo en las zonas rurales; basta con mencionar el trato dado a los inmigrantes ilegales en la industria de la moda. El objetivo de apresurarse a introducir a empresarios y altos ejecutivos como nuevos personajes villanos de la serie es preparar el terreno para sacarlos del mando, principalmente de las obras públicas, tan pronto como el derecho a las privatizaciones esté instituido.
Con esta doble expulsión -de políticos y empresarios- y ya habiendo instaurado en el país una grave crisis institucional y económica, acentuada por la parálisis de las obras públicas resultante de las prisiones de las figuras claves del empresariado nacional que las comandaban, el terreno estará totalmente listo para la llegada de las inversiones sin trabas del capital transnacional. En esta segunda temporada de la serie, entre los dispositivos del golpe son particularmente importantes las escenas del ring entre distintas mafias de políticos sórdidos, así como entre ellos y las mafias del elegante empresariado. «Premiados» por sus delaciones, se destruyen mutuamente ante la sociedad que, noche tras noche, asiste perpleja al espectáculo grotesco del derrocamiento de ambos en las pantallas de la televisión. A ese espectáculo se tiene acceso igualmente por las redes sociales que se puede consultar en cualquier momento, así como por los periódicos, que parte de las clases medias y altas leen al despertar. Con esta amplia e ininterrumpida divulgación, la atención de toda la sociedad pasa a concentrarse en las espantosas imágenes y mensajes, escritas o habladas, de negociaciones de faltas económicas y políticas, clandestinamente captadas en llamadas telefónicas, correos electrónicos y grabaciones, así como en documentos entregados por los delatores o encontrados por la policía en allanamientos de sus oficinas y residencias. Es un verdadero show de psicopatía que llega a ser divertido pues nos recuerda a las más hilarantes películas B y sus cañones. La triste diferencia es que, en este caso, la narrativa ficcional se basa en datos de la realidad. Si estos, por sí solos, provocarían una total indignación, al ser debidamente editados en la construcción de la narrativa, cuya función es preparar el terreno para el golpe, ellos tienen el poder de generar graves efectos micropolíticos en las subjetividades: la propagación de la inseguridad y el miedo de colapso.
¿Hay realmente algo nuevo en el uso de narraciones ficcionales por el poder?
Es verdad que no constituye novedad el uso por el capitalismo de la manipulación por el discurso, sea verbal o de imágenes, por medio de la construcción de narrativas que demonizan al enemigo de la hora, como estrategia micropolítica de poder para viabilizar y justificar sus proyectos macropolíticos. Esta estrategia fue ampliamente usada por el régimen desde su fundación (basta citar la catequesis, una versión de narrativa ficcional, en el modo palabras de Dios, único y universal), habiendo mejorado con la llegada de los medios de información y comunicación de masas, a finales del siglo XIX, que acompañó a la segunda revolución industrial. En este contexto, además de haber sido un dispositivo central de las estrategias de producción de subjetividad en el siglo XX, fue ampliamente usado por el poder en los regímenes totalitarios, así como en la preparación de los golpes de Estado de los años 1960 y 70. Pero el modo como se actualiza este dispositivo de poder no es idéntico: aquí reside una segunda diferencia entre las dos versiones del régimen, industrial y financiera.
El avance exponencial de las tecnologías de información y comunicación a distancia desde finales de los años 1970, no sólo hizo su uso micro y macropolítico más sutil y poderoso, pero fue lo que, en parte, viabilizó la propia conquista del poder globalizado por el capitalismo, en su nuevo doblez. Las narrativas de propaganda realizadas por el capitalismo industrial (igualmente diseñadas y financiadas por una alianza entre empresarios y políticos) eran toscas, difundidas por la radio y la televisión (cuyo uso aumentó después de la segunda guerra mundial), así como en los cines antes de las películas. Las nuevas tecnologías de comunicación permitieron una mejora significativa de este dispositivo del poder: la sofisticación de los lenguajes y de las técnicas de manipulación y publicidad (lo que incluye un profundo cambio de la televisión), la multiplicación de los medios y el alcance mundial de la divulgación de los mensajes en tiempo real. Si divulgar falsas informaciones tampoco es novedad y forma parte de la composición de las narrativas ficticias impuestas a las subjetividades, en el capitalismo financieramente dicho dispositivo se perfecciona. En el caso de los robots que pasan a actuar en Internet, las llamadas fake-news no sólo venden, sino que simulan su legitimidad con infinitos “me gusta” instantáneamente producidos por tales robots, lo que las hace parecer masivamente aceptadas, intensificando y propagando su ilusoria credibilidad.
Tampoco son los mismos en los dos contextos los focos privilegiados para producir temor e inseguridad y movilizar la furia conservadora. En los años 1950 y 60 del capitalismo industrial, el foco era el fantasma del comunismo propagado por la guerra fría: una amenaza que encontraba respaldo en la reciente divulgación de los horrores totalitarios del estalinismo, la cual traía de vuelta a la memoria de las masas los traumas provocados por el nazismo y, el fascismo, cuyos efectos aún infectaban su subjetividad. Se proyecta ese fantasma en los gobiernos con tendencias democratizantes (fue el caso de Jango, en Brasil), proyección cuyos efectos en las masas preparó el terreno para los golpes de Estado en los años 1960 y 70. Sin embargo, en los años 1990, las experiencias de gobiernos con tendencia a la izquierda tras el fin de las dictaduras, movilizaron amplia identificación en las capas más desfavorecidas de la sociedad -la gran mayoría-, ya no siendo posible asociarlos al comunismo como un fantasma amenazador, y menos aún a su versión totalitaria, añade el fin de la URSS y la caída del muro de Berlín. Es entonces esta identificación que la doblez financiera del capitalismo necesitará destruir. Para lograrlo, se elige la corrupción como foco para la demonización de las izquierdas en la narrativa a ser construida y mediatizada. Si la acusación de corrupción ya ha sido y sigue siendo ampliamente usada por el poder para eliminar a sus enemigos, usarla contra líderes de izquierda tiene un adicional de eficacia: la destrucción de su imagen de honestidad y de una sincera complicidad con la agenda social, de las principales virtudes que les son atribuidas en el imaginario de los que con ellos se identifican, la cual los diferenciaba de los demás políticos, que en el país son tradicionalmente asociados a la corrupción. En el caso específico de Lula, asociarlo a la corrupción pretende destruir igualmente la imagen de que su origen de clase garantizaría su complicidad con las causas sociales. La idea de que son todos «harina del mismo saco» hace que a la inseguridad y al miedo, se añada la decepción, generando una especie de apatía por agotamiento.
Pero el uso por el régimen colonial-capitalístico de estrategias micropolíticas para sostener sus estrategias macropolíticas no se reduce a la propaganda. Este es sólo uno de los dispositivos de su modus operandi micropolítico, el cual es mucho más amplio y complejo y, con desdoblamientos y variaciones, es por él practicado desde su fundación en el siglo XV. Y tiene más: éste es uno de los elementos fundamentales de su modalidad de poder.
Matriz micropolítica del poder colonial-capitalista: el abuso de la vida
La estrategia micropolítica del poder colonial-capitalista consiste en invertir en la producción de una cierta política de subjetivación, matriz del régimen en esta esfera. Tal política tiene como elemento fundamental el abuso de la vida como fuerza de creación y transmutación, fuerza en la que reside su destino ético y la condición para su continuidad. Esto incluye la potencia vital en todas sus manifestaciones y no sólo en los humanos, siendo que en los humanos el abuso no se restringe a su manifestación como fuerza de trabajo, como se pensaba en el marxismo. La intención del abuso es separar la subjetividad de su potencia vital, obstruyendo su acceso a tal potencia y destituyendo así de su poder de elección para conducirla, lo que la hace dócil y sumisa a los modos de existencia necesarios al régimen y a su propia la exploración.
Sin embargo, en el nuevo doblez del régimen, la intervención en esta esfera se refina y se intensifica. El abuso de la fuerza vital va más profundo: su propósito no es más simplemente el de hacerla dócil y sumisa, como lo era en el capitalismo industrial en sus primeras y segunda revoluciones. Por el contrario, la intención ahora es estimular esta potencia y acelerar e intensificar su productividad, pero desviándose de su destino ético, para convertir su naturaleza de fuerza de «creación» de nuevos modos de existencia en respuesta a las demandas de la vida, en fuerza de «Creatividad», a ser invertida en la composición de nuevos escenarios para la acumulación de capital (económico, político, cultural y narcisística). En el lugar de la creación de lo nuevo, lo que se produce (creativamente y cada vez más velozmente) son «novedades», las cuales multiplican las oportunidades para las inversiones de capital y excitan la voluntad de consumo. Aunque esta voluntad se ha movilizado desde el doble del régimen anterior, ahora encuentra a su disposición una continua explosión de nuevos productos, cuyas imágenes -que le llegan como bombas por todos lados, lanzadas por los medios de comunicación e información-, alimentan sin cesar su compulsiva voracidad. Es decir, la potencia vital pasa a ser usada para la reproducción del status quo; sólo se cambia, creativamente, sus piezas de lugar o se hace variaciones sobre las mismas.
Si el nuevo tipo de golpe de Estado no hace uso de la fuerza militar, no es sólo porque gobiernos rígidos, totalitarios y nacionalistas no le convienen. Además de estas razones macropolíticas, hay razones micropolíticas que funcionan según la misma perspectiva: tampoco le conviene la subjetividad rígida identitaria propia de regímenes autoritarios que convenía al capitalismo industrial. El régimen capitalista anterior necesitaba cuerpos dóciles que se mantuvieran sedentarios, cada uno fijo en su lugar, disciplinariamente organizados (como los obreros en la fábrica). A diferencia de eso, el capitalismo financieramente necesita de estas subjetividades flexibles y «creativas» que se amolden, tanto en la producción y en el consumo, a los nuevos escenarios que el mercado no para de introducir. En otras palabras, el nuevo régimen necesita producir subjetividades que tengan la maleabilidad de circular por varios lugares y funciones, acompañando la velocidad de los desplazamientos continuos e infinitesimales de capital e información.
Esta es otra de las razones por las que no interesa al nuevo doblez del capitalismo el uso de la fuerza militar en sus golpes de Estado; es con la fuerza del deseo que los realiza micropoliticamente. Esto se hace por medio de la corrupción del deseo, mientras que sus capataces hacen el servicio bruto en la esfera macropolítica. Es por esta misma razón que es también micropoliticamente que no interesa al nuevo régimen mantener conservadores en el poder tras los golpes de Estado, y mucho menos regímenes dictatoriales y nacionalistas.
El brote conservador
Volvamos a la serie del golpe. Más para el final de la segunda temporada, a la manipulación de las subjetividades arriba descritas se añadirá otro dispositivo micropolítico de poder que incidirá más directa y vehemente en esta esfera y en su uso instrumental en la esfera macropolítica. Para el cumplimiento de tal tarea, serán más que perfectos los groseros capangas del neoliberalismo con su mentalidad infame y su aflicción de masacrar a todos aquellos que no son su espejo. Es cuando irrumpe más violentamente el brote conservador.
Se apela más fanáticamente a la moral gregaria, familiarista e identitaria que, aunque presente desde el principio en el guión de la serie, bordea ahora el delirio. Se toma como objetivo la cultura en su sentido amplio: de las prácticas artísticas, educativas, terapéuticas y religiosas (no cristianas) a los modos de existencia que no encajan en las categorías machistas, heteronormaticas, homofóbicas, transfóbicas, racistas, clasistas y xenofóbicas. Con amplia divulgación por los medios, ciertos tipos de prácticas pasan a ser asociadas al demonio, como lo eran en los siglos de la Inquisición las prácticas de mujeres que fueron peyorativamente llamadas «brujas», calificación que autorizaba su prisión, tortura y muerte. (Esto, por lo demás, continuó sucediendo después de la Inquisición – son más de un millón de mujeres asesinadas como brujas desde entonces -, y continúa reproduciéndose aún hoy. Basta recordar que es a la figura de la bruja que se asoció a Judith Butler para atacarla en que se ha convertido en una de las instituciones culturales más respetadas del país en la que se realizaba el simposio internacional que Butler había ayudado a organizar).
Tal dispositivo de manipulación de las subjetividades preparará el terreno para efectuar cambios en las leyes vigentes en estos campos. En tres ejemplos, todos ocurrieron en el mismo período (de mediados al final del segundo semestre de 2017).
El primero es el arte: ciertas prácticas artísticas -las que traen a la luz cuestiones de género, de sexualidad y de religión-, pasan a ser descalificadas y criminalizadas. En esta operación se mata dos conejos de una sola tirada: se demoniza las prácticas ligadas a estas cuestiones que no se encuadran en sus formas dominantes y, con ello, se demoniza igualmente la dignidad ética del arte en su ejercicio activo de la pulsión creadora , neutralizando así su potencia micropolítica. Tal potencia consiste en hacer sensibles las demandas de la vida al verse sofocada en las formas vigentes de existencia individual y colectiva, cuando éstas perdieron su sentido por los efectos que los encuentros con la alteridad mutante del entorno produjeron en los cuerpos. Materializadas en obras, estas demandas vitales tendrían el poder de contagio de los públicos que a ellas tienen acceso, lo que tendería a movilizar la fuerza colectiva de transfiguración de las formas de la realidad y de la transvaloración de sus valores. Atacar el arte es atacar la posibilidad de irrupción social de tal fuerza, dificultando aún más su acceso por las subjetividades.
El segundo ejemplo son los movimientos que performatizan mutaciones de las subjetividades, especialmente en los ámbitos de la sexualidad y de las relaciones de género (movimientos feministas, LGBTQI, etc.). La operación en este caso consiste en movilizar la vuelta a los valores de la heterosexualidad monogámica de la familia nuclear patriarcal como forma absoluta de lazo social y de erotismo (si es que tiene sentido mantener esta palabra en este caso). El objetivo es interrumpir la propagación del proceso pulsional de crear nuevos modos de existir en estos terrenos. Un proceso que se desencadenaría por la urgencia de la vida de recuperar su potencia en tales terrenos, en cuyas formas dominantes se encuentra debilitada.
El tercer ejemplo se refiere a los negros e indígenas que, en diferentes proporciones en función de los circuitos del tráfico de esclavos africanos, forman la mayoría en las sociedades de las ex colonias. Si el comportamiento dominante en relación a estas capas de la población siempre consistió en su humillación y estigmatización -lo que incluye sus tradiciones culturales y, principalmente, la perspectiva que las conduce, según la cual éstas se actualizan en nuevas formas en función del contexto – , ahora tal comportamiento se exhibe públicamente con orgullo, sin el menor pudor. En Brasil, esto se manifiesta del lado de los negros en la destrucción en serie de terracotas de Candomblé: la asociación con el demonio de esta práctica religiosa de origen afro legitima a los agentes de ese mito, los cuales lo divulgan amplia y abiertamente, exhibiéndose orgullosamente en las redes de comunicación e información.
              (Destrucción de las vasijas o terracotas de Candomblé)
En el lado de los indígenas, el blanco son sus tierras, a las cuales están indisociables y visceralmente vinculadas sus tradiciones culturales (además del hecho obvio de promover su sustento). Si la toma de las tierras que desde siempre les pertenecen nunca ha dejado de existir desde el inicio de la colonización, la operación actual consiste en la abolición de las leyes que habían demarcado tierras a ellos destinadas, sea de las que les pertenecen desde siempre, o de aquellas a donde fueron llevados después de las demarcaciones – leyes cuya promulgación por la Constitución Ciudadana, de 1988, había sido fruto de una ardua lucha de las décadas anteriores. Ahora es con el apoyo de la ley que los empresarios rurales expulsan a los indígenas de sus tierras. En la mayoría de los casos, como siempre, se mata primero a sus líderes, preparando así el momento de la expulsión de la comunidad entera, momento en que, si es necesario, se apela al genocidio.
Si en el tercer ejemplo, el de las tradiciones culturales africanas e indígenas, el objetivo de estas operaciones que componen el golpe es más obviamente macropolítico (la expropiación de los terrenos del Candomblé y de las tierras indígenas, así como el ataque a los movimientos negros e indígenas que se vienen fortaleciendo , basta colocarlo junto con los otros dos ejemplos de operaciones, simultáneamente en curso, para darnos cuenta de que hay también en este dispositivo un objetivo más sutil, micropolítico, indispensable para la preparación del cambio de leyes en los campos de la educación de la salud, del derecho a la tenencia de tierras y de la preservación ambiental.
En el campo de la salud es en este mismo momento que diputados federales desentierran un proyecto de ley que pretende incluir la homosexualidad entre las enfermedades a ser tratadas. En el hilo del lema de la «curación gay» se pretende legalizar terapias (psicológicas o religiosas) cuya función es transformar la orientación sexual de todos aquellos cuyas prácticas escapan de las categorías dominantes de género y sexualidad. En la década de 1990, la Organización Mundial de la Salud (OMS) descartó cualquier proyecto que asocie la orientación sexual a la enfermedad, y que en Brasil el Consejo Federal de Psicología prohibió esta asociación en 1999 y el Consejo Federal de Medicina, de 30 años – es por lo menos sorprendente, por no decir estresante, que la cuestión haya vuelto a bailar en Brasil en pleno año de 2017, provocando una acalorada polémica. Pero es menos sorprendente el retorno de este fantasma si lo situamos en el universo de operaciones micropolíticas del guion del golpe: de esta perspectiva, el hecho de que tal proyecto de ley haya sido descartado no impide su impacto como dispositivo micropolítico de poder que incide en la producción de subjetividad .
En el campo de la educación, durante las discusiones en el congreso en torno a la nueva Base Nacional Común Curricular (BNCC) se demuestra en los currículos escolares cualquier abordaje de temas como la política (el famoso lema: «Escuela sin partido»), la identidad de género , la orientación sexual y las culturas africanas e indígenas. Aprobada en diciembre de 2017, en la nueva BNCC se eliminaron trechos que afirmaban la necesidad de una enseñanza sin prejuicios. Más específicamente, fueron excluidos más de diez fragmentos que mencionaban las cuestiones de género y sexualidad y eliminados de la bibliografía textos que abordasen la mitología de los orixás, con el argumento de que su contenido sería demoníaco. Tales cortes del currículo escolar tienen su lastre en las operaciones micropolíticas mencionadas en los dos ejemplos anteriores (LGBTQI y negros e indígenas) y participan en la construcción de la misma narrativa que ahora tiene en estas capas de la sociedad su nuevo personaje villano.
La misma dimensión micropolítica de las operaciones del poder en este campo está presente en los recortes de fondos de educación e investigación en las universidades públicas, arriba mencionados. Si el hecho de que, históricamente, el acceso a las universidades públicas en Brasil siempre fue privilegio de las clases más acomodadas -lo que sólo empezó a cambiar en los gobiernos petistas-, el desmonte de la propia universidad elitista denota que el golpe en la educación no incide sólo en la esfera macropolítica, en la cual su objetivo obvio es eliminar el recién conquistado acceso de la gran mayoría a la educación. Su objetivo micropolítico es debilitar el acceso a la información y a la formación intelectual en la sociedad brasileña como un todo, lo que tiene por efecto debilitar la potencia del pensamiento, esencial para descifrar las asfixias de la vida en sus formas presentes y combatirlas, creando nuevos escenarios. También forma parte de la dimensión micropolítica del golpe en la educación, los efectos de la nueva ley laboral en las universidades privadas. Si es obvio la meta macropolítica del despido masivo de los profesores – aumentar exponencialmente el lucro de las empresas de educación, pagando menos a los profesores y bajando el valor pagado por los alumnos para aumentar su clientela, su meta es también micropolítica. Durante los gobiernos petistas, con la mejora de calidad de vida de las capas sociales más desfavorecidas, éstas pasaron a frecuentar universidades privadas.
El objetivo micropolítico del  despido masivo de los profesores no fue sólo el de bajar aún más la calidad de educación que les ofrecía estas universidades, la cosa es más perversa: tales universidades usaron la disminución del costo del estudio como foco de sus campañas publicitarias, ampliamente difundidas casi concomitantemente a dicha dimisión. De cuño indiscutiblemente populista, la narrativa de tales campañas tiene por efecto llevar esta capa de la sociedad a creer que el acceso a la educación habría sido ampliado. El mismo discurso populista fue utilizado por el gobierno federal para legitimar su Base Nacional Común Curricular, en una gran campaña publicitaria, varias veces al día durante meses, por todos los medios de comunicación.
En el campo del derecho a la tierra, que incluye las leyes ambientales y las que conciernen a los indígenas, en el mismo año de 2017, el presidente Temer promulgó un decreto extinguiendo la Reserva Nacional del Cobre y Asociados (Renca). Se trata de un área ubicada entre Pará y Amapá que cubre 4,2 millones de hectáreas, creada al final de la dictadura militar para evitar que los minerales fueran explotados por empresas extranjeras. En esta reserva, viven algunas comunidades indígenas, además del hecho de que el Renca se ubica en el «Escudo de las Guianas», área que envuelve parte de la Amazonia brasileña, Venezuela y las Guyanas. En este escudo se encuentra la mayor extensión de áreas protegidas del mundo, con menos del 1% de deforestación, además de allí vivir especies que no existen en otros lugares del mundo. Desde el punto de vista macropolítico, tal decreto que pretendía contemplar los intereses de la bancada ruralista y abrir nuevas oportunidades de inversión para el capital internacional, fue un fracaso. Temer fue llevado a retroceder por la presión de su enorme repercusión negativa nacional e internacionalmente (principalmente por parte de los ambientalistas); y que se ha convertido en una de las más antiguas del mundo. A pesar del fracaso de la operación en la esfera macropolítica, queda nítido aquí que la operación micropolítica de la descalificación de las culturas indígenas pretendía, entre otros objetivos, contribuir a su éxito. Más ampliamente, en tal decreto queda nítida la matriz micropolítica del régimen colonial-capitalista: el abuso de la vida – no sólo de la vida humana, ni de la vida de una región, sino del planeta como un todo.
El conservadurismo es imprescindible para el capitalismo financiero globalizado
 
Ahora podemos escurrir más precisamente la operación micropolítica de la nueva modalidad de golpe propio del capitalismo financiero globalizado y la razón por la cual para realizarla le es necesario insuflar el conservadurismo como un dispositivo esencial de poder. En la primera temporada la fragilidad de las subjetividades, derivada de la expropiación de su fuerza de creación por el abuso, es acentuada por la inseguridad que les provoca la demonización de las izquierdas en el gobierno y el fantasma de la crisis. En la segunda temporada la inseguridad se intensifica con la demonización de las clases política y empresarial como un todo y el tono más vehemente apocalíptico en torno a la crisis económica, a la que se añade la crisis institucional que viene a desgarrar el Estado a ojos vistos. Esto hace que las subjetividades tiendan a aferrarse a cualquier promesa de estabilidad y seguridad y pasar, por eso, a proyectar su malestar en las figuras de chivo expiatorio que desempeñan el papel de villano en el itinerario del golpe, de las cuales los muchachos las salvarán. Pero en los episodios finales de la segunda temporada, un paso más se da en la estrategia micropolítica. Hasta entonces el papel de villano era desempeñado por los políticos acusados de corrupción para que las subjetividades pudieran proyectar su malestar en el Estado, así como por el empresariado sobre el que podían proyectar su odio de clase. Ahora, la estigmatización de modos de existencia detonantes permite que se proyecte el malestar en segmentos de la sociedad, que ya no pueden ser simplemente encajados en las categorías de clase.
Es la propia alteridad que pasa entonces a ser demonizada, lo que lleva a reforzar más gravemente el ya existente blindaje de las subjetividades en relación a su experiencia vital. Es que siendo ésta compuesta por los efectos del otro en el cuerpo, tales efectos, ahora demonizados, se vuelven peligrosísimos en el imaginario y deben ser denegados a cualquier costo, para que no se corra el riesgo de absorberlos. Esto tiene el poder de desmovilizar aún más la potencia de transfiguración de la realidad colectiva, de la cual la experiencia de habitar la trama relacional tejida entre distintos modos de existencia sería portadora, si las riendas del destino de la pulsión estuvieran en nuestras manos. Las condiciones están dadas para que el deseo se entregue más plena y gozosamente al abuso colonial-capitalístico de la pulsión vital.
En suma, en los episodios finales de la segunda temporada de la serie del golpe, mientras se intensifica la operación macropolítica de desmonte de la constitución y de la economía nacional, se intensifica igualmente la operación micropolítica de producción de subjetividades entregadas a la cafetería del deseo. Con esta doble operación indisociable, se prepara la sociedad para la tercera y última temporada: la toma del poder político y económico por el capitalismo globalizado. Ella estará finalmente lista para recibirlo de brazos abiertos como el salvador «civilizado» que saneará la economía de su quiebra y reestablecer la dignidad de la vida pública, devolviendo al país su prestigio perdido y la serenidad a sus ciudadanos. Fin de la serie. Golpe concluido.
 
La máscara de la legalidad democrática
Para llegar a este programado gran final de la serie, es necesario eliminar todo tipo de estorbo que interrumpa o disminuya la velocidad de la circulación de capitales, de información y de subjetividades por varios lugares y funciones. Los obstáculos se pueden encontrar en cualquier ruta del capital y son de órdenes variadas y variables – personas, grupos, instituciones, servicios, puestos de trabajo, fronteras, países, leyes, imaginarios, hábitos, modos de existencia, etc. Siendo así, ellos no encajan en figuras fijas organizadas en pares binarios por oposición, lo que hace obsoleta la figura del «enemigo», tal como se configura en la tradición occidental. Pero en su juego mediático perverso, el régimen usa esta figura, vistiendo sus obstáculos con la máscara del villano de la serie, para hacerlos blanco de la voluntad de destrucción por las masas. Esto dura un breve período, el tiempo necesario para sacarlos del frente; y, rápidamente, nuevos obstáculos ocuparán el lugar de villano.
El Estado de derecho y el régimen democrático están entre los principales obstáculos macropolíticos al capitalismo financieramente globalizado. Para eliminarlos se usa la misma operación micropolítica que apela a la figura del enemigo; sin embargo, aunque la operación tiene la misma lógica, en este caso se invierten los papeles. Aquí los obstáculos al régimen (el Estado de derecho y la democracia) es que serán enmascarados con el personaje del chico, mientras que el papel de enemigo corresponderá a sus detractores, verdaderos o ficcionales; un papel que al final de la segunda temporada habrá sido desempeñado por todos los protagonistas del poder nacional, político y económico (no financieramente). Es entonces que el capitalismo transnacional se presenta como el único mocinho del planeta capaz de recuperar la legalidad democrática – personaje con el que el régimen se enmascara en la serie del golpe de Estado, ocultando así el hecho de ser él su verdadero agente y que es precisamente este tipo de Estado que pretende destruir.
La composición de la máscara de legalidad democrática es sutil y astuta. La segunda temporada de la serie del golpe comienza a ser transmitida por los medios inmediatamente después del final de la primera. Los scripts son idénticos, sólo cambian los personajes que desempeñan el papel de villanos acusados de corrupción. Si, en la primera temporada, parte de la sociedad brasileña aún conseguía ver que se trataba de un golpe cuyo objetivo era aniquilar la imagen de los políticos progresistas para sacarlos del poder, con la sustitución de los protagonistas del papel de villano en la segunda temporada, vence en la segunda, la mayoría la idea de que la expulsión de los gobernantes progresistas había sido una acción imparcial y digna, buscando la necesaria moralización de la vida pública. Tal idea logra incluso contaminar a aquellos que tienen menos acceso a los derechos, parte mayoritaria de la población que había sido favorecida por los gobiernos progresistas y los sentía como sus aliados. En este final de la segunda temporada de la serie, cuando todos los políticos se convierten en villanos, el enemigo pasa a ser la propia política como un todo y, por lo tanto, el Estado de derecho. Esta operación tendría, en principio, una triple ventaja. La primera es desacreditar al Estado en su actual estructura, democrática, para que sea más fácilmente reestructurado según la agenda neoliberal. La segunda ventaja es la despolitización de la sociedad para que ésta deje de depositar en su participación en la democracia al mediador de la defensa de sus derechos civiles, ya que ésta pasó a ser vista como intrínsecamente ligada a la corrupción, donde todos son ladrones. Lo más grave es que la despolitización en la esfera del estado de derecho lleva por delante a la pulsión social de una lucha autónoma en relación al Estado, sea macro o micropolítica. La tercera ventaja es hacer las subjetividades aún más frágiles para facilitar su abuso.
En síntesis
El nuevo tipo de golpe, propio del capitalismo neoliberal globalizado, consiste en un complejo conjunto de operaciones micro y macropolíticas, en el que se pretende matar varios conejos de un solo golpe – todos los conejos que atraviesan las vías, concretas o virtuales, visibles o invisibles, por donde circula el capital transnacional en cada momento. Los políticos de izquierda y el imaginario progresista a ellos asociado (por las dificultades que imponen al desmantelamiento de la constitución, a las privatizaciones ya la entrega del país al capital financiero transnacional y sus comparsas locales), los políticos de alma pre-republicana y esclavista (por su arcaísmo nacionalista e identitario, su ignorancia e incompetencia, y su pésimo hábito de precisar un Estado hinchado para mamar en sus tetas), los líderes del empresariado industrial local (por mantener inversiones en la producción, desperdiciando así oportunidades de aplicarlos en la especulación), los líderes del empresariado nacional de la construcción de las obras públicas (por impedir que el capital transnacional se apropie plenamente de los grandes negocios locales en este sector) y, finalmente, el propio Estado en su versión democrática y / o nacionalista – todo eso acompañado micropoliticamente del desvío de la potencia colectiva de acción pensante creadora que se movilizará ante este cuadro intolerable. Sin embargo, dos posibles efectos de la serie no estaban previstos en su guión. Ambos comienzan a manifestarse al final de la segunda temporada, como consecuencia de la quiebra del hechizo que las acusaciones contra Lula habían generado en la primera temporada y sobre todo del grado traumático al que llegó el desamparo en que se ven lanzadas las subjetividades. Son distintas las estrategias del deseo que se movilizan ante el trauma. En los dos extremos del amplio abanico de estas estrategias, aunque éstas pueden oscilar entre varias posiciones, además del hecho de que los procesos de elaboración tienen el poder de desplazar posiciones iniciales. En uno de los extremos, apelamos a estrategias defensivas que nos llevan a aferrarnos de uñas y dientes al status quo: una respuesta patológica por términos sucumbido al trauma, y que tiene por efecto en los despotencializar. En el otro extremo, se amplía el alcance de nuestra mirada, lo que nos permite ser más capaces de acceder a los efectos subjetivos de la violencia en nuestros cuerpos, de ser más precisos en su desciframiento y expresión y más aptos para inventar maneras de combatirla. Se moviliza entonces la fuerza creadora para transformar el status quo de modo que la pulsión vital cumpla su destino ético: esta es una respuesta saludable que al protegernos de sucumbir al trauma, mantiene nuestra potencia y tiende hasta a intensificarla.
La primera respuesta, fruto de una estrategia de deseo reactivo, tiende a generar una identificación de las subjetividades con los conservadores, lo que las lleva a apoyarlos con euforia y fervor. Con la prolongación de la permanencia de los conservadores en los gobiernos en la segunda temporada y su creciente apoyo por las masas, apoyo insuflado por las estrategias del golpe, éstos acaban siendo elegidos a los cargos legislativos, logrando así establecerse efectivamente en el poder. Más grave aún es cuando se elige al cargo de presidente de la república, lo que viene sucediendo en varios países. El ejemplo más significativo es el de la victoria del brutal Trump para la presidencia de Estados Unidos, bufón psicópata y nacionalista al extremo. Es bueno recordar que el nacionalismo fue uno de los elementos del discurso populista de los capangas del capitalismo financiero, usado por él para la construcción de la figura del «enemigo común» que debe ser eliminado de escena, lo que justifica y legitima el golpe (las políticas europeas anti-migratorias y el virulento anti-europeísmo, fenómenos que se vienen manifestando actualmente, entran en esta misma clave). Pero los capitanes conservadores nacionalistas deberían ser descartados tan pronto como el golpe estuviese consumado: su instalación en el poder es el primer efecto colateral de la serie que no estaba previsto en el guión.
El bufón que agita el espanto del «enemigo externo»
La segunda respuesta, fruto de una estrategia de deseo activo, genera el ascenso de una nueva modalidad de resistencia, que se crea colectivamente frente a la nueva modalidad de poder. Este es el segundo efecto colateral de la serie del golpe que tampoco estaba previsto en el guión. Por ser portador de oxígeno para el aire mortífero que respiramos en el presente, finalizamos con algunos comentarios acerca de este segundo fenómeno.
La nueva modalidad de resistencia
Pasados los primeros capítulos de la segunda temporada, en la que se logró instaurar la ilusión de que no se trató de golpe, sus capítulos siguientes – donde se ve la destrucción de las conquistas democráticas, la penalización de la creación cultural y la descalificación de la política como un todo – no tendrán el mismo éxito. Cada vez más gente, en más sectores sociales y regiones del país, pasa a darse cuenta del serio riesgo que el poder globalizado del capitalismo trae no sólo para la continuidad de la vida de la especie humana, sino del planeta como un todo. La señal de alerta hace que tiende a caer el velo de su ilusión, tejido por el abuso. Se instaura en las subjetividades un estado de urgencia que las hace batallar para abrir el acceso a la experiencia subjetiva de nuestra condición de vivientes y retomar en sus manos las riendas de la pulsión. Esto lleva el deseo de desplazarse de su entrega al abuso ya actuar en el sentido de transfigurar el presente, impidiendo que la carnicería prosiga.
El hecho de que, en su nuevo doblez, quede más abierto que el capitalismo incide en la esfera micropolítica da origen a una nueva modalidad de resistencia: surge la conciencia de que la resistencia tiene que incidir igualmente en esta esfera. Esto aparece en los nuevos tipos de movimiento social que vienen desestabilizando aquí y allá el poder mundial del capitalismo financieramente en la determinación de los modos de existencia que le son necesarios. La propagación de este tipo de resistencia, que se intensificó tras el tsunami de los llamados golpes de Estado provocados por el nuevo régimen por todas partes, ha surgido principalmente entre las generaciones más jóvenes y, más contundentemente, en las periferias de los grandes centros urbanos. En estos contextos, destacan especialmente los citados movimientos de las mujeres (en un nuevo doblez del feminismo), de los LGBTQI (en un nuevo doblez de las luchas en el campo de la homosexualidad, transexualidad, etc., en la que éstas se juntan en torno a algunos objetivos y refuerzan sus objetivos estrategias) y, también, de los negros (en un nuevo doblez de sus luchas anti-raciales). A estos movimientos se suman las luchas por vivienda y el combate de los indígenas, cada vez más amplio y articulado – en ambos, una fuerte actuación en la esfera micropolítica se agrega a su tradicional actuación en la macropolítica. En este nuevo campo de batalla, cada uno de estos movimientos gana nuevas fuerzas.
La irrupción de estas nuevas estrategias de combate nos ayuda a ver que el horizonte del modo tradicional de resistencia de las izquierdas tiende a reducirse a la esfera macropolítica y que esta reducción sería una de las causas de su desorientación e impotencia frente al actual estado de cosas. Tal entendimiento tiene el poder no sólo de sacarnos de la parálisis melancólica fatalista a la que nos haría sucumbir el sombrío paisaje que nos rodea, así como de nuestro resentimiento con las izquierdas, pero también de permitirnos una reaproximación de las mismas. Esto puede tener por efecto un perfeccionamiento de los instrumentos de resistencia en ambas esferas, micro y macropolítica.
La serie del capitalismo financiado comienza bien antes de las tres temporadas enfocadas en sus golpes de Estado y seguramente será muy larga su tercera temporada, en cuyo guión parece estar prevista la instalación plena del poder globalizado del régimen colonial-capitalista. Sus efectos serán delineados colectivamente en los embates entre diferentes fuerzas de las más reactivas a las más activas. Fuerzas reactivas que, en diferentes grados y escalas y con diferentes tipos de expresión, promueven el abuso de la vida en su potencia pulsional de creación – sea actuando en el personaje del villano que abusa o en el de la víctima que se deja abusar. Y fuerzas activas que, en diferentes grados y escalas y con diferentes tipos de expresión, promueven su afirmación transfiguradora, disolviendo tales personajes y, con ellos, la escena en que actúan. Nadie es permanentemente activo o reactivo, tales posiciones oscilan y se mezclan a lo largo de la existencia individual y colectiva. Lo que importa del lado de las fuerzas activas es el trabajo incansable que consiste en combatir las fuerzas reactivas en nosotros mismos y en nuestro entorno, cuyo éxito jamás estará garantizado y tampoco será definitivo.
No es posible predecir el resultado (siempre provisional) de este embate en el que estamos involucrados y que proseguirá en la tercera y última temporada de la serie. Pero hay un aliento en el aire que nos viene de la experiencia de liberación de la pulsión de las secuelas de su abuso colonial-capitalista. A pesar de que esta experiencia es relativamente reciente, nos permite imaginar otros escenarios y actuar en su dirección. Esto nos hace creer que es posible despejar el aire ambiente de su polvo tóxico, al menos lo suficiente para que la vida vuelva a fluir. El tratamiento de tal contaminación es micropolítico: un trabajo colectivo de descolonización del inconsciente, cuyo foco son las políticas de producción de subjetividad que orientan el deseo y las consecuentes formaciones del inconsciente en el campo social. Esta es la tarea que nos desafía en el presente. Después es después: nuevas formas de existencia se instalarán, con nuevas tensiones entre diferentes calidades e intensidades de fuerzas activas y reactivas y sus enfrentamientos, los cuales convocarán nuevas estrategias de resistencia, en un combate sin fin por la vida.
San Pablo, 2017/2018
 
PS: El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, anunció hoy que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, «Prácticamente», porque aunque aún falte el recurso de sus abogados a dos instancias de la Justicia, podemos prever que éstas mantendrán las decisiones de condenarlo y legitimar su inmediata prisión. Con eso, ya podemos decir que el golpe de Estado «propiamente dicho» fue exitoso. Pero el maldito seriado del golpe no termina aquí: a pesar de que el Estado propiamente dicho es uno de sus objetos privilegiados, no es el único. ¿Ha sido la eliminación de Lula el último episodio de su segunda temporada? En este caso, a partir de ahora veríamos su tercera temporada: ¿será su guión cercano al que se anunció aquí? ¿Habrá otras temporadas más? Los juegos de adivinación no son bienvenidos en este tipo de contexto. Además de no poder predecir exactamente su script, los efectos no previstos pueden sorprender a sus autores y traer aliento, como ya viene sucediendo. A pesar de que el serio es ininterrumpidamente campeón de audiencia, y el golpe propiamente dicho ha sido victorioso, el tiro puede salir por la culata. Esto se vuelve una vez notorio en la reacción de la mayoría de la sociedad brasileña a la condena de Lula. Si su victoria fue celebrada por las élites internacionales del capitalismo financieramente, así como por sus elites locales, del lado de sus capas expoliadas (la gran mayoría), así como de las capas politizadas de las clases medias, en Brasil y en el exterior, la reacción fue opuesta . Por ser claramente injusta y fruto de un cruel armazón, la condena indignó tales capas y generó un efecto boomerang: se reactivó poderosamente la fuerza de la presencia de Lula en su imaginario – en el cual él venía rescatando su lugar de liderazgo digno, incluso entre los que tienen críticas a su gobierno. Basta recordar que si la serie del golpe, al inicio de su primera temporada, había logrado hacer que el 80% de aprobación de su gobierno, bajaran al 12% de intenciones de voto, en la segunda temporada su número ya era suficiente para que vencer las elecciones a la presidencia de la república en 2018, probablemente ya en la primera vuelta. 
Pero, como sugiere el texto en su frase final, la historia humana (como la del cosmos) nunca llega a su fin. La idea de fin, sea un gran finale o el anuncio del apocalipsis, es heredera de la idea nefasta de paraíso y de su corolario, el infierno. Son estos los dispositivos más antiguos en nuestra civilización para la instrumentalización de la pulsión y la consiguiente manipulación de las subjetividades. Tales figuras encubren la pulsión con un doble velo de equívocos cosidos uno al otro. El primer velo-equívoco es el de que un día la vida se estabilizará definitivamente (sea -y no por casualidad-después de la muerte o sea en esta existencia, con los substitutos del par paraíso-infierno propuestos en la modernidad). Un velo que encubre sus inevitables turbulencias frente a las cuales actuaría su (en nosotros) voluntad de perseveración. El segundo velo-equívoco es que sólo tendrán el privilegio de este supuesto destino de la vida aquellos que entreguen las riendas de la pulsión a Dios (o sus substitutos en la modernidad), los cuales para merecerlo tendrán que someterse a las órdenes de la Iglesia (o, o de sus substitutos en la modernidad). No hay más tiempo que perder con nuestra nefasta sumisión a tales ideas, propias de la reducción del pensamiento a la esfera macropolítica. Se impone a nosotros la exigencia de librarnos de este reduccionismo en la conducción de nuestras estrategias de resistencia, expandiéndolas para englobar la esfera micropolítica. Esta es la condición para activar la imaginación creadora a fin de que oriente el deseo en la dirección de acciones efectivamente transfiguradoras.
* Con agradecimientos a Josy Panão, Paul Preciado, Pedro Taam, María Alves de Lima, Rolf Abderhalden y Ticio Escobar por los ricos aportes traídos en su cuidadosa lectura de este texto ya todos aquellos que se han dedicado a descifrar la nueva modalidad de golpe y de poder del capitalismo contemporáneo.

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