Toma y daca // Silvia Duschatzky

La intelligentzia de gobierno no descansa, combina políticas que de un plumazo estrecha la materialidad de las vidas cotidianas con operaciones minuciosas tendientes a borrar cualquier ánimo de espíritus inquietos. La  “limpieza social” va ahora por los estudiantes secundarios. Las tomas no serán legalmente impedidas  ni abiertamente reprimidas sino hábilmente desarmadas apelando a desterrar las ansias de descontento y las tentativas de juntarse a pensar los malestares y las ganas de otras cosas.

No estoy segura que los motivos que respaldan una toma digan todo acerca de los deseos de okupar espacios arrasados por la insensibilidad Cambiemos.

La cuestión no es si otra forma del descontento es posible ni adjudicar novedad coyuntural a un estado de ánimo cuestionador. Lo preocupante son las maniobras de gobierno tendientes a limar los afectos que alientan las movidas de los jóvenes.

En la misma lógica de privatización y ejercicio de una visión jurídica, punitiva y rentable cada familia deberá hacerse cargo de los costos de los “daños” producidos en el escenario de una toma. Así mismo ningún estudiante podrá retirarse de la escuela sin que medie la presencia de un familiar a cargo. Cercos que se cuelan entre las generaciones para desterrar de la faz de la tierra la posibilidad de desprivatizar las vidas y las tensiones,  reduciendo al “calor de hogar” toda la tramitación de desórdenes juveniles.

¿Qué es lo que está en juego?. Los mentores que proclaman vientos de cambio procuran un conservadurismo que descanse en los principios de la familia y la propiedad. Los conflictos inherentes a la escuela deberán replegarse al ámbito de la “responsabilidad” de los particulares no ya inoculando morales de orden ni apelando a la alianza entre estado y comunidad sino corroyendo las subjetividades mediante la amenaza del pago.

La lógica descarnada del capital encontró un nuevo rostro para activar la parálisis. Ni la expulsión, ni las amonestaciones ni otra coartada disciplinaria. La culpa se paga literalmente con lo único que cuenta o que se cuenta. Las familias se vuelven eventuales deudoras de los ocasionales daños generados por sus hijos.

¿Qué pasa por la cabeza y el cuerpo alerta de los padres agobiados por la precaria economía cuando sobre ellos pesa la amenaza de costear lo que las autoridades sentencien como daño?

Sofisticada operatoria de un gobierno que traza una micropolítica apelando al miedo del deudor o a que sólo reine la moneda como mediador del “contrato social”.

En el espíritu  empresarial una toma se mediría en términos de costos-beneficios reduciendo las motivaciones y descontentos sociales del estudiantado y aún de los profesores que acompañan, a meros cálculos económicos. Lo que flota en estas “políticas” ni siquiera debe pensarse sólo desde el pragmatismo de los cerebros empresariales. Se trata de pegar ahí dónde las sensibilidades vulneradas podrían replegarse temerosas de que nuevos huracanes caigan sobre sus vidas.

El riesgo como clave organizadora de la vida social avanzaría en todos los planos disolviendo cualquier pregunta por lo común y minando las potencias de poner en cuestión las claves actuales de la existencia .

La complejidad de la vida y sus manifestaciones es barrida en pos de erigir un modelo social “desalmado” cuyo exponente no es otro que el homo economicus, productivista y portador de una moral particular y solipsista.

 

S.D

Abril 2018

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