Anarquía Coronada

todo lo que se pudre forma una familia // Leandro Barttolotta

Peta maneja un camión Iveco y Hongo corre detrás. Pero la amistad entre ambos es anterior a la división del trabajo que impone la recolección de residuos. Se pierde en noches de agite en murgas, plazas o centros culturales, jornadas de militancia y laburo barrial, corsos y recitales de rock. En parte por esas densas biografías barriales, por tener activo un gps catastral de la ciudad de Quilmes, se ganaron el laburo.

“Empezamos pidiendo un camión y armando un circuito, después nos pedían ‘tres camiones por día’ y dábamos vuelta para llenarlos. Llegué a pasar toda la basura de un ‘rolon’ -el container que instalan en los barrios a los que no accede el servicio de municipal- con la mano. Al tiempo y viendo que laburábamos nos ofrecieron la zona del centro”, recuerda Hongo que alterna el atletismo de la recolección con algunas horas como profesor de educación física.

Además de armar de cero un equipo de trabajo que completan otros dos corredores y un “achicador” -pibe que recibe una “ayuda” del sueldo de los propios laburantes y va juntando las bolsas de residuos
en esquinas, adelantándose al circuito del camión y agilizando la tarea de los que van en el estribo- el conocimiento de la ciudad les permitió reconocer las zonas conflictivas en las que por densidad poblacional se produce más basura, las avenidas que son arterias principales, los lugares públicos, los barrios en los que no hay canastos y al toque crecen minibasurales.

Un trabajo picante en el que la solidaridad orgánica entre choferes y recolectores refuerza las amistades previas y crea nuevos lazos formando una familia laboral. Enfrentar la precariedad extrema, la rutina extenuante, la indiferencia y el odio de la ciudad cohesiona a los bifes. “Acá no hay otra, si no te hacés amigo perdiste: unos tienen que correr, otros ir apilando la basura, yo tengo que sentarme y manejar; si no sos solidario te cortás la mano, te caés del camión”, sostiene Peta marcando la sociabilidad piola de los sub-25 y en menor cantidad de los sub-30 -los recolectores senior están en el turno mañana- en la que conviven murgueros, músicos, pibes que recién firmaron la condicional, trapitos part-time y mucha vagancia “con cicatrices en la cara y en las manos que son guerreros y nunca te van a dejar tirado”.

 

vahos del ayer

Recolección de residuos es un área morfapresupuesto municipal. En algunos distritos del conurbano entre el 25% y el 45%, superando a educación y salud. En el año 2014 y luego de un largo conflicto con el sindicato de Camioneros, Quilmes municipalizó el servicio que prestaba la empresa Covelia y sus empleados pasaron a ser municipales. Si desde lejos se los ve como una «aristocracia municipal» que cobra los sueldos más altos, aunque ni a palos se acerquen a los que tendrían con el convenio colectivo de Camioneros, no terminan de ser laburantes municipalizables. Lo cierto es que ante cada pequeño o gran movimiento -si asume un nuevo gobierno o secretario, si pasan a otra área- la mayoría de los choferes, recolectores y barrenderos viven la cotidianidad laboral con cagazo.

Es un mundo fragmentario en el que conviven viejos laburantes ex Covelia que perdieron poder adquisitivo con el traspaso y la brutal devaluación de estos meses y que aún sueñan con la llegada de la reprivatización que les devuelva el adjetivo de aspiracionales, laburantes contratados que ingresaron en la gestión anterior -que ahora padecen la genética antiobrera de Cambiemos versión municipal- y comparten con los laburantes recién incorporados la sensación de que el fantasma del retorno de los privados más que aumentarles los salarios los dejaría en la calle. Pero el último orejón del tarro laburante son los pibes que entraron con el PIL (Programa de Inserción Laboral que incorporó a trapitos y laburantes de la calle) y que oscilan entre esquivar las oleaditas de despidos y seguir corriendo detrás del camión o ser pollos y tener que volver full time a «garrar el trapo».

 

basura de clase

Un jueh rompe el silencio de la noche cuando la ciudad se está por ir a dormir. De lejos parece una onomatopeya de exhalación de algún tenista o un gritito de carrero a su caballo. Algo de eso hay, los pibes que corren van arriando a los camiones. “A mí a la cabina me llega: ooohhheeeehhhaaaahhh. Yo tengo (si están sanos) solamente los espejitos retrovisores; tengo que manejarme sí o sí con el oído. Uno se tiene que poner de acuerdo, no me puedo confundir el vamoooos para que arranque, el paraaaa cuando me estoy yendo al carajo, o el prensalooo prensa…que tengo que tener cuidado porque hay pibes que se cortan los dedos con la prensa”, dice Peta haciendo referencia a las órdenes que vienen de los de atrás.

Cuando se llena la prensa el gritocatarsis habilita una pausa breve en el trote continuo y una pequeña descarga liberadora que se dispara cuando se escucha el crujido destructor que tritura y se traga la basura acumulada. Un boxes más que necesario en medio de una maratón de tres horas que, de domingo a viernes, incluye más de doscientas cincuenta cuadras con calles repletas de edificios y comercios en los que no los dejan achicar y en donde los únicos cuerpos con licencia de runners son los que dan vueltas en la plaza del opulento barrio importado de Palermo.

Pero también desde la cabina se sufre por el tráfico, porque los frenos están hechos mierda, por la impunidad de las grandes camionetas que estacionan en medio de la calle y por el riesgo de que pisen a los pibes. Cuerpos «aplastables» y literalmente descartables para las sensibilidades mickyvainillescas que no distinguen la bolsa de residuo del humano que la carga y cuerpos «verdugueables» para los empleados de seguridad privada y la policía que patrulla la zona. “Hasta que nos conocieron, nos paraba siempre la gorra… por ahí viste que no te dejan ni caminar. Una vez el comando se llevó a uno de los pibes que estaba achicando por averiguación de antecedentes. Te ven dando vueltas por ahí y para ellos es merodeo”, cuenta Hongo.

 

sociología del olor

El plus militante y el amor a la ciudad son también inevitables y aceptadas trampas del corazón que intensifican el sacrificio laboral rellenando con el lomo y las ganas la precariedad urbana. No discriminan zonas ni se hacen los boludos y fantasmean en los barrios más alejados y se recogen los residuos de todo el distrito, aun de asentamientos postergados. Por día levantan entre 6000 y 7000 kilos de basura. En zonas de Solano la cifra puede superar los 11.000 kilos: los domingos y lunes la ciudad explota.

Las andanzas en el lado oscuro y podrido del consumo permiten armar mapitas que muestran la distribución geográfica desigual: “Vos diferenciás la basura de barrios populares de la zona en la que estamos ahora; acá en el centro hay una basura más limpia -ilustra cagándose de risa Hongo mientras Mariano, el más pibe de los tres y que se mantiene callado, sonríe a su lado- cuando ves la basura acá porque se abre la bolsa hay primeras marcas… de tipos que comen rebien: son medio jefes. En otros barrios los residuos son mucha yerba, cáscaras de papa, pañales, pañales y pañales; son bolsas muy muy pesadas”.

Peta -activando sus años de pasilleo en la carrera de Sociología- explica que a la distribución de los residuos y olores por clase y zona geográfica hay que sumarle las diferentes sensibilidades vecinales. “A veces en Solano o en otros barrios de Quilmes Oeste sale el chabón y te dice, ´tomá loco´ y te da una botella. Por más que no tenga nada te ofrece jugo o cualquier cosa para tomar. O tenés que achicar porque llueve y hay barro y se junta mucha cantidad de basura y el vecino te ayuda. Claro que siempre vas a tener los vecinos o las vecinas que te mandan a cagar porque no pasa el servicio hace cinco días y te echan la culpa a vos, pero en el centro es otro mundo; por ahí pedís agua y te dicen ahora vuelvo y no salen más. Tenés que ir a lugares donde el vecino te mira mal, te desprecia; al vecino le molestás porque sos olor”. Simmel, haciendo microsociología con el naso, decía que las impresiones olfativas son las más jodidas de vencer o salvar; como olés te tratan, si olés mal te mal-tra-tan.

Más que falta de conciencia ecológica hay indiferencia y odio de clase. “Yo conozco todos los canastos de la ciudad: conozco cómo vive la gente por su basura -acota Hongo dando cuenta de cómo se puede reconstruir una forma de vida desde sus residuos-, y hay canastos que ya sabés que te tiran jeringas y esos no los ´achicás´, lo mismo que las que tienen vidrios porque te cortan acá -se levanta el pantalón y se baja la «protectora» media negra de fútbol para mostrar las cicatrices en la rodilla-, una vez casi me desangro porque por acá pasa una vena jodida: zafé”. Un laburo a todo ritmo que expone lo insostenible del pataleo de estafados y estafadas de la meritocracia cuando se quejan por «ser profesionales y ganar menos que un basurero». “Hay mucha gente resentida. Igual cuando me dicen eso me cago de risa; no te das cuenta que trabajamos levantando basura, estúpido”.

 

pocos salen vivos de aquí

La basura tiene un ácido que se va comiendo la ropa; un ácido que se siente en el rostro, en los ojos que se irritan y amanecen con más lagañas que lo normal, en la nariz que pica, en la boca que se reseca. Un líquido verdoso que se mezcla con el fierro del camión y que cuando sopla el aire caliente corta la respiración y provoca una insoportable sensación de náusea a la que no queda otra que acostumbrarse. Pero no se trata solo del olor. Los riesgos y peligros urbanos son cotidianos y a la mayoría de los pibes no les pagan insalubridad, lo que contribuiría, según todos los miembros del equipo, a bajar el nivel de ausentismo, “es un laburo en el que a muchos pibes les cuesta ser constantes, más aún cuando te rompés todo el cuerpo laburando y no te dan días ni te pagan insalubridad; salís hasta los feriados, llueve o truene, con angina para que no te descuenten porque te arruinan.

A los cortes, que pueden ser por vidrios o porque algún hijo de puta tiró la rama de un rosal adentro de la bolsa, se suma el desgaste de trabajar en modo frío y calor: bancarse corriendo temperaturas de cuarenta grados o salir a hacer el recorrido con tormentas zarpadas con el riesgo de caerse del estribo o en zonas inundadas electrificarte con los postes de luz, laburar todos los días sin la ropa adecuada o saltando ´doscientas veces al día´ si tocó un camión que tiene un estribo que te llega a la cintura, levantar ´las cajitas de zapatillas en los supermercados Chinos´ que son nichitos para ratas, esquivar los alambres de púa que rodean algunos canastos, meter la mano en un charco sin saber qué carajo hay abajo (siempre imagino que hay bolsas con plata) -tira Hongo cagándose de risa-, o esquivar a los perros salvajes y hambrientos que son también recolectores y compiten a puro tarascón por las bolsas de residuo».

El demoledor ritmo de laburo y las condiciones de precariedad hacen que haya pocos recolectores mayores de cincuenta años: “tenés en el turno mañana veteranos de cincuenta años que son maratonistas, pero son pocos, esto tiene un límite; cuarenta y cinco años, ponele. Por el corazón, pero más que nada por las articulaciones, las rodillas; esto te destroza el cuerpo. Los que llegan vivos pasan a ser choferes o barrenderos que es un poco más tranqui”.

Cada noche finaliza con Peta yendo a volcar al Ceamse de Zavaleta y los pibes acompañándolo. En el camino también se suma cada vez más gente que pide subirse al estribo para que los arrimen hasta el basural. «Ir al vuelco» es el momento más esperado de la jornada: “vamos charlando, comiendo una pizza, escuchando música; si no tenés ese momento para calmarte te vas con una readrenalina -dice Hongo-. Igual creo que eso es lo mejor de estar en la calle: estamos latiendo al ritmo de Quilmes todo el día”.

 

Revista Crisis

Foto: Sebastián Andrés Vricella

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