Tinellización de la cultura
Perdí todas mis etiquetas -el nivel de anglicismo en el habla común se naturalizó al punto de ser invisible en tanto que ambiente (McLuhan)-. Perdí mis etiquetas y -pero- recuerdo algunas, las tengo grabadas, en mi mente, en mi cerebro, aunque no sé con certeza dónde se aloja la memoria, y ahora me viene a ella que Nietzsche dice que todos y cada uno de nuestros nervios guardan la memoria; la pierna, el riñón… En fin: veo en mi cabeza la imagen de Marcelo Tinelli sumergido bajo el agua, transparente de pileta, nadando hacia la sumergida cámara -hacia nosotrxs- con una sonrisa que deja escapar burbujitas, agarrarla y zamparle un beso. El Marce, el Cabezón: ¿qué es de su vida? Lo último que más o menos ubico con claridad es su intento en la AFA años ha, frustrado, derrotado, y su programa medio circo, show de baile y extravagancias. ¡Extra vagancias!
Creo que el programa el año pasado estuvo; mi ignorancia sobre el presente tinelliano es cosa personal que muestra lo poco enterado que estoy de muchas cosas. No se puede atender a todo lo que hay, Dios lo sabe. De chico, eso sí, miré mucho a Tinelli. Miraba el programa de las doce, las cero horas de lunes a viernes, “el programa que le robó una hora de sueño a los argentinos”. Su poder de extracción de un pedazo del descanso multitudinal era argumento promocional; poder de convertir intimidad y descanso en entretenimiento. También miraba el de los domingos, de nueve a doce -alto espectáculo-, que creo que fue posterior, que fue el crecimiento de Marcelo. ¿Eran respectivamente VideoMatch y El Show de VideoMatch? Partido de video(s), coincidencia de video, y el show del show. Recuerdo el play-back -anglicismos…- en El Show, y a Tinelli parado conduciendo la escena. Del programa ladrón de trasnoche recuerdo las risas, los no sé cuántos alfajores en la boca de Tinelli, el clima de joda a los gritos, y las bromas, las trampas, los engaños, donde se ocultaba la cámara, como ojo invisible de un cuerpo implacable en su poder de humillar desprevenidos. Recuerdo copiarlos. Con amiguitos del colegio primario, por la calle saludando gente, ofreciéndole la mano para justo antes del agarre sacársela diciendo “¡ooosoo!”, te dejé en orsai, fuera de juego, como hacían ellos, los chistosos de la tele. Pergolini hacía lo mismo -pero más sórdido e invasivo en las vidas de sus humillados-, en su programa llamado: La TV ataca. Después en CQC fue éxito al incluir al progresismo en los dispositivos de empoderamiento televisivo; la TV atacaba también a personas poderosas. La cámara como instrumento simultáneo de juicio y castigo reunidos sobre cuerpos a los que se baja del pedestal. La cámara fetichizada como gestante del producto en pantalla; órgano de extracción de lo que accede a realidad apantallada, la cámara arbitraba, certificaba, visibilizaba que el rey estaba desnudo; efectivizaba la destitución de la investidura trascendental del Estado-Nación. Mostraba que sus líderes eran personas humillables como cualquiera; porque la investidura simbólica de los lugares que ocupaban ya estaba en realidad caída. La tele anotició que un modo de la estatalidad había muerto. Un modo de la autoridad, del respeto, no existían más. Reinaba ahora el desenfado y la desinhibición. (Quizá por eso no pudieron con Menem, conductor perfecto del tránsito de un modo de la estatalidad a otro, y cuando Pergolini lo llamó al aire, y el Turco lo atendió, ni una bala le entró, además porque no estaba bajo alcance de la cámara: después Duprat-Cohon, otros cancheros, lo agarraron viejito y sí lo pusieron en una cámara humillante).
Pero fue Tinelli creo el que instaló el griterío como algo normal en la tele. Venía del periodismo deportivo, era sobre deportes al comienzo su programa; el deporte como espectáculo preparó modos que anudaron los nuevos modos de la televisión. Circo, desinhibición, crueldad, y el porno se fue sumando (en La TV ataca muy explícito).
Ahora no sé en qué anda Tinelli y aunque esta ignorancia sea personal, si tengo que googlear para enterarme es porque el Cabezón ya no es lo que era. Su presencia en la cultura argentina -ayer nomás central e insoslayable- se retrajo, ahora es más lateral. Pero su caída es efecto de la consagración total de su triunfo: en la tinellización general de la cultura, Tinelli ya no tiene mucha especificidad. Ya no tiene mucho para ofrecer cuando el ambiente prolonga los modos de los que él fue mascarón. Toda verdadera victoria rotunda es pírrica. Como la tele, primer artefacto de la historia que emite luz no para iluminar cosas sino reclamando para sí la mirada -mire a la luz-, portero del regimen 24/7, que triunfó atomizándose en las pantallitas celulares. Y hasta el más alto mando del Estado se erige porque era un caído, el humillado de la clase, con la expertise común -ambiental, que no necesita ser aprendida- de gritar agresiones y obscenidades a la cámara, ubicar a los más débiles, hacerles sentir el rigor y reírse.