Entrevista a Alfredo González Reynoso, investigador mexicano de la cultura fronteriza
Por Jun Fujita Hirose
En este septiembre cruzamos por coche la frontera entre México y Estados Unidos, primero de Tijuana a San Diego y luego en sentido inverso. Me llamó mucho la atención la asimetría en el rigor del trámite entre la entrada a Estados Unidos y la entrada a México: en la primera se controlaba pasaportes y visados sin excepción, lo cual nos causó dos horas de espera en una larga cola de coches, mientras que en la segunda ya no hubo cola y pasamos la frontera de modo casi automático, sin mostrar ni siquiera los documentos. ¿Cómo explicas y observas esa asimetría?
Cuando Estados Unidos le arrebató a México la mitad de su territorio en 1848, Tijuana era solo un rancho que el azar puso junto a la nueva frontera. A partir de principios del siglo XX, Tijuana se desarrolló aceleradamente por el comercio que supo hacer con el país vecino: en las décadas de 1920 y 1930, se establecieron bares y casinos en respuesta a la Ley Seca de Estados Unidos; en los años 90, se construyeron numerosas maquiladoras para fabricar productos de exportación a Estados Unidos, y el narcotráfico también prosperó.
Por otro lado, San Diego nació en 1769 como un centro misionero franciscano, y desde 1907 alberga una base naval estadounidense. Esto significa que la ciudad ya existía antes de la creación de la nueva frontera tras la guerra México-Estados Unidos, y que su posterior desarrollo económico giró en torno al complejo industrial-militar. Como señala Norma Iglesias, profesora emérita de la Universidad Estatal de San Diego y especialista en estudios migratorios, mientras Tijuana creció debido a la frontera, San Diego no se ha identificado históricamente con su condición fronteriza.
Esta discrepancia de intereses entre las dos ciudades vecinas se profundizó aún más con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA) en 1994. Con la liberalización arancelaria, Estados Unidos dejó de necesitar a los migrantes indocumentados en su territorio, pues le resultó más económico concentrar la mano de obra en fábricas subcontratadas del lado mexicano. El TLCAN produjo así un doble efecto aparentemente contradictorio, pero en realidad complementario: mientras el cruce de mercancías se volvió más fluido, el cruce de personas se vio severamente restringido mediante muros y vigilancia militarizada. Las largas filas ante los puntos de inspección de entrada a Estados Unidos son entonces un resultado histórico derivado de esta asimetría en las políticas económicas bilaterales.
Hoy en día, además de las maquiladoras, en Tijuana hay numerosos call centers (centros de llamadas) subcontratados por empresas estadounidenses, que emplean a personas que fueron deportadas de Estados Unidos. ¿Cuándo empezó ese fenómeno?
Tijuana evidencia las contradicciones del neoliberalismo. En 1987, Ronald Reagan llamó a desmantelar el Muro de Berlín para promover la transición al régimen neoliberal. Pero, apenas unos años después, ese mismo neoliberalismo tomaría el rumbo opuesto. Así, tras la entrada en vigor del TLCAN, Bill Clinton instaló un largo muro fronterizo entre México y Estados Unidos con placas de acero usadas en la Guerra del Golfo (¡un presidente ecologista!); después del 9/11, George W. Bush militarizó la vigilancia fronteriza con el apoyo de legisladores demócratas; y luego de deportar a tres millones de migrantes indocumentados, Barack Obama se ganó el apodo de “Deporter-in-Chief”. En este sentido, Donald Trump no es una anomalía, sino un desarrollo coherente con la política migratoria previa, y lo mismo puede decirse de Joe Biden.
Pero esta política no es mero racismo imperialista, sino que también responde directamente a las demandas del capital norteamericano. Así como la construcción y la militarización del muro durante las administraciones de Clinton y Bush fueron medidas para asegurar la fuerza laboral de las maquiladoras, las deportaciones masivas bajo Obama, Trump y Biden también proveen de trabajadores bilingües a los call centers. Esta transición paradigmática de las maquiladoras a los call centers en la frontera mexicana refleja el desplazamiento del eje económico en Estados Unidos del sector industrial manufacturero hacia el sector posindustrial de servicios. Así, la política migratoria estadounidense ha sido impulsada conjuntamente por republicanos y demócratas al servicio de la expansión transfronteriza de la economía de su país. Y lo que Estados Unidos organiza en nombre de la “Homeland Security” o “Seguridad Nacional” es en la práctica una especie de feria de empleo transnacional, que consiste en retener y deportar migrantes para reclutarlos como fuerza de trabajo barata en la frontera norte mexicana en beneficio del capital estadounidense.
Mientras que en Estados Unidos el magnate de extrema derecha Donald Trump fue elegido presidente en dos ocasiones, en México el partido de izquierda Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) está en el poder desde 2018, habiendo sucedido a Andrés Manuel López Obrador la actual presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, en el cargo desde octubre del año pasado. ¿Podemos decir que la situación política actual de ambos países es contrastante? ¿O tenemos que tener una mirada más matizada?
Es cierto que Trump normalizó un fascismo desvergonzado en Estados Unidos. Sin embargo, sus políticas sobre la migración en la frontera mexicana y el genocidio al pueblo palestino, entre otras, no son muy distintas a las del Partido Demócrata. En cuanto a MORENA, es cierto que durante el sexenio del expresidente Andrés Manuel López Obrador, el gobierno logró sacar de la pobreza a 13.4 millones de personas y de la pobreza extrema a 1.7 millones mediante la expansión de programas sociales y el aumento salarial, y este logro debe reconocerse. Sin embargo, ese mismo gobierno militarizó diversos sectores sociales al crear una Guardia Nacional dependiente de las fuerzas armadas, a las que dejó a cargo de la infraestructura (aeropuertos, ferrocarriles, puentes), pero sin cambiar las condiciones de violencia generalizadas por el narcotráfico y el crimen organizado. Esto último es especialmente patente con la crisis de desapariciones forzadas y asesinatos de madres que buscaban a sus hijos desaparecidos. Además, MORENA cedió a las presiones de Estados Unidos para llevar a cabo detenciones masivas de migrantes extranjeros, principalmente de Centroamérica (durante la presidencia de AMLO se detuvieron a 2.7 millones de personas, el doble del total registrado bajo los dos gobiernos de derecha anteriores de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto).
Por lo tanto, es difícil afirmar que exista una verdadera oposición entre las situaciones políticas de Estados Unidos y México. Tanto el trumpismo como el morenismo son solo transformaciones aparentes: ambos proclaman romper con el statu quo, pero en realidad ninguno ofrece una genuina alternativa. Y si Trump representa el imperialismo que se quitó la máscara, MORENA es solo un neoliberalismo con rostro humano.