Para pensar el presente con “terrenalidad absoluta”. Una lectura de La ofensiva sensible // Pierina Ferretti

aterrizaje en un mundo turbulento

La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de la política de Diego Sztulwark aterrizó en un escenario particularmente turbulento, atravesado por tendencias radicales y en apariencia contradictorias, que oscilan entre la fuerza emancipatoria de los feminismos y los movimientos populares de diverso signo que animan las luchas contra el neoliberalismo a nivel mundial y reacciones conservadoras neofascistas que también se multiplican por la geografía global contemporánea. Solo para hablar de lo que ocurre en este rincón del continente, cuando La ofensiva sensible… comenzaba a recalar en las librerías de Buenos Aires, una revuelta encabezada por comunidades indígenas contra las medidas neoliberales de Lenin Moreno sacudía Ecuador, el macrismo era derrotado en Argentina, el Frente Amplio perdía las elecciones en Uruguay, una masiva huelga general se levantaba en Colombia contra las reformas del gobierno de Duque, en Bolivia un golpe de Estado ponía fin al tercer gobierno de Evo Morales, mientras un fundamentalista religioso entraba biblia en mano en el Palacio Quemado desalojando a la wiphala en nombre del cristianismo y se desataba una violenta persecusión contra movimientos sociales, líderes políticos y sindicales, militantes populares y comunidades indígenas cargada de odio y revanchismo clasista y racial. Y en Chile, para completar el cuadro, estallaba una revuelta social que desmoronaba la imagen de exportación del que fuera, hasta hace pocos meses, el ejemplo continental de un neoliberalismo exitoso.

 

Como si hubiera estado planeado de antemano, La ofensiva sensible… se presentó en Santiago a mediados de noviembre, en pleno desarrollo de esta revuelta, en una ciudad convulsionada y totalmente transformada por la dinámica diaria de la lucha callejera y la represión policial. Tal sincronía virtuosa permitió que este libro, que se interna en la dimensión micropolítica del neoliberalismo y que se pregunta tanto por las formas en las que los modos de vida neoliberales se imponen como por las fisuras que permiten ensayar formas de vida que se alejen del mando capitalista, llegara en el preciso momento en que los malestares y síntomas de aquellas existencias que no encajan irrumpieron con una vehemencia desbordante en el laboratorio neoliberal por antonomasia. El clima de conmoción, de aceleración del tiempo, de agudización de la sensibilidad y la intensidad de aquellas jornadas produjeron un estado particularmente favorable para lectura de este libro y para la discusión de sus principales hipótesis, que parecían tener en las calles, plazas y barrios de Chile, entre concentraciones masivas, asambleas populares y una cruenta violencia del aparato estatal-empresarial, un escenario de experimentación en vertiginoso tiempo real.

 

Con todo esto aconteciendo no es exagerado señalar que La ofensiva sensible llega en buen momento, al menos para un público dispuesto a pensar sin complacencia, a meterse en problemas abiertos, lejos de las afirmaciones grandilocuentes, de las críticas facilistas, del pesimismo cínico y del optimismo afirmativo reacio a la crítica. Es un libro para mirar el presente sin nostalgias ni romanticismos. Una reflexión anclada en la historia reciente de la Argentina y en los propios caminos recorridos por el autor en los casi veinte años que van desde el estallido del 2001 hasta nuestros días y que marcaron un ciclo cuyos pliegues convocan al pensamiento. La crisis y las prácticas de autonomía del campo popular, el impasse de esas expresiones y la imposibilidad de generar una nueva política, la recomposición capitalista y su especificidad, la experiencia populista y sus límites, la arremetida neoliberal, sus condiciones de posibilidad y su fracaso, son algunos de los pasajes en los que se interna este ensayo, que es, a fin de cuentas, una invitación abierta y una provocación incisiva para pensar políticamente los horizontes todavía difusos de un nuevo proyecto histórico que se amasa en el magma de nuestras sociedades y que cada tanto remueve sus placas tectónicas.

 

Leí este libro al calor de la revuelta. Hice de su lectura un ejercicio de elaboración en momentos en que transitábamos entre la euforia de la fiesta callejera que se había apoderado de la ciudad y la turbación mental y afectiva de no saber con exactitud qué hacer, qué opinar, qué posición sostener, cómo intervenir en la coyuntura que avanzaba siempre más rápido que nuestra capacidad de procesar lo que estaba pasando. Para muchxs militantes y activistas fueron días así, intensos y ambivalentes. Segurxs de estar siendo parte de un acontecimiento determinante, viendo a nuestras organizaciones no solo desbordadas sino varios pasos por detrás de lo que en las calles se suscitaba de manera espontánea, sentimos el desgarro de constatar in situ la distancia entre esa multitud que se levantaba y esas izquierdas -en su abanico heterogéneo- a las que pertenecemos. Leer La ofensiva sensible justo en esos días me ayudó a transitar esa experiencia y a intentar elaborarla. Comparto en estas líneas algunos trazos de esa lectura, que de a poco y con el paso de los meses, ha ido decantando.  

 

el potencial cognitivo de la crisis

 

La ofensiva sensible comienza con una reflexión de carácter metodológico particularmente pertinente a la coyuntura chilena: las crisis tienen un potencial cognitivo en el que se cifran las claves de horizontes en germen y donde se juega la capacidad de la filosofía de abrir -y no obturar apresuradamente con verdades abstractas que hacen de refugio-, un nuevo campo al pensamiento. “Raramente ocurre -afirma Diego- que el grado cero de lo político coincida con el de la escritura. La pérdida de consistencia que se designa con la palabra crisis no siempre alcanza la contundencia capaz de derrumbar hábitos y representaciones. Pero hay ocasiones que obligan a pensarlo todo de nuevo», sostiene al referirse al 2001 argentino, acontecimiento que por lo que abrió en términos de prácticas e imaginación política y también por lo que de esa experiencia se frustró, constituye un inagotable estímulo para su reflexión y es el punto de partida de este libro.

 

La crisis se entiende como momento de alumbramiento y de apertura, de trabajo filosófico en escenarios de peligro e incertidumbre, donde las preguntas que se instalan no encuentran respuestas formateadas, y donde, como dijera hace casi dos siglos Simón Rodríguez “o inventamos o erramos”. Si para la generación de Diego ese momento de alumbramiento fue el 2001, para quienes vivimos al otro lado de la cordillera, el estallido social que comenzó en octubre tal vez cumpla una función similar. El desborde popular, sorprendente hasta para lxs más entusiastas, ha dibujado una situación política nueva que requiere disposiciones intelectuales y afectivas específicas que permitan extraer el potencial cognitivo de este momento excepcional. Las dificultades en este sentido no son menores, pues la crisis no implica solo un debilitamiento en la capacidad de mando del capital sino también la emergencia de nuevxs actorxs, “subjetividades de la crisis” como se las llama en el libro, que no encajan en las figuras tradicionales de las clases o grupos sociales que protagonizaron las luchas subalternas del siglo xx ni responden a las polaridades con las que se entendió tradicionalmente el enfrentamiento político: izquierda-derecha/burguesía-proletariado. La crisis es también una crisis de las izquierdas en su heterogénea composición, desde los sindicatos (en un país como Chile donde solo el 20% de la clase trabajadora está sindicalizada) a los partidos de la izquierda histórica y a los de la llamada “nueva izquierda” agrupada en el Frente Amplio (cuyo desfonde es a estas alturas un dato insoslayable).

 

Así las cosas, ese potencial cognitivo de la crisis que recupera Diego en su riqueza metológico-política tiene hoy en Chile un escenario privilegiado por partida doble: por un lado nos permite ver el resquebrajamiento de la capacidad del neoliberalismo de ordenar la vida social y la multiplicación de actos de desobediencia y desacato y apreciar cómo la crisis abre horizontes de visibilidad, desnuda el poder y sus estrategias, eleva la inteligencia colectiva y la expande por diversos espacios sociales. La “aptitud para radiografiar sin eufemismos las estructuras del orden en las que se desarrolla habitualmente la existencia” que señala Diego como la productividad específica de la crisis, encuentra en el estallido chileno una confirmación elocuente. Por otro lado, la emergencia de un campo popular abigarrado y de nuevo cuño, desanclado de las organizaciones históricas de la izquierda y el sindicalismo, ajeno a su cultura y prácticas, constituye también una crisis para las izquierdas. Es cierto que esta crisis viene de lejos y que sus causas han sido ampliamente discutidas (aunque quizás no tan ampliamente asumidas), pero también es cierto que en la intensificación política del estallido, con un pueblo que se autoconvocó en las calles antes de que cualquier organización sindical o política tuviera si quiera la capacidad de reaccionar, el agotamiento de las formas tradicionales que articularon el campo subalterno y sus luchas durante el siglo xx quedaron de manifiesto.

 

En este escenario de incertidumbres y de intensa movilización social, en que las luchas desatadas superan los esquemas existentes para entender la conflictividad social y para intervenir políticamente, La ofensiva sensible invita a un tipo de elaboración filosófica anclada en la práctica, a una filosofía, como escribiera en sus Cuadernos… Antonio  Gramsci -uno de los convidados a la polifónica y transgeneracional conversación que Diego articula- “hecha en los términos de una inmanencia absoluta, de una “terrenalidad absoluta””; una filosofía que se asienta en la premisa de que “sólo en la actividad práctica el conocimiento es “‘conocimiento real’ y no ‘escolasticismo””. Elaborar a partir del potencial cognitivo de la crisis nos exige apegarnos esa inamnencia y terrenalidad absolutas y en la radical unidad de teoría y práctica. Solo así se puede pensar a la altura del presente y de los problemas que la práctica política del trabajo vivo realmente existente nos pone delante. Una filosofía de la praxis para elaborar en tiempos de crisis podría sintetizar la propuesta metodológico-política que Diego propone y que constituye uno de los elementos, por cierto no el único, de mayor potencialidad en los tiempos que corren. 

 

 

persistencia neoliberal: ley del valor y subjetivación en el “ciclo progresista”

 

Diego cuenta que comenzó a escribir los textos que sirvieron de base para La ofensiva sensible en el año 2016, cuando Mauricio Macri asumía la presidencia de Argentina. Después de trece años de kirchnerismo la interrogación acerca de qué había hecho posible la llegada al poder de un representante emblemático del empresariado neoliberal tras un ciclo de expansión de derechos y de integración social por medio del consumo que resulta indesmentible, cobró urgencia. Ahora bien, como sabemos, las críticas a los gobiernos progresistas, provenientes tanto desde movimientos populares como de intelectuales de izquierda, se vienen elaborando de hace tiempo y han sido contundentes. La mantención o profundización del extractivismo, la desposesión de comunidades y territorios, la desmovilización de sujetxs colectivxs que estuvieron en el origen de las revueltas que posibilitaron la apertura de nuevas alternativas políticas, los déficits democráticos de algunas de estas experiencias, las alianzas establecidas por estos gobiernos con sectores empresariales y la incapacidad o falta de voluntad para alterar las relaciones de propiedad, son algunos de los elementos que la crítica ha desarrollado largamente. Diego, estando seguramente de acuerdo en varios de estos diagnósticos, entra al debate por otro costado, como dice Rita Segato comentado el libro, “por el lado de atrás”, hurgando “en el reverso de las opciones que nos presenta la política de Estado”, poniendo su atención en “esas vidas que se desarrollan en los pliegues de la tierra como la única forma de sobrevivir en un mundo totalizado por el proyecto histórico del capital y del desarrollo”. Así, en “el reverso de lo político”, el autor propone una discusión densa de la coyuntura argentina entre 2001 y 2019 cuyo alcance excede esta delimitación geográfica y temporal.

 

“Frente al orden neoliberal, la voluntad de inclusión no supo constituirse como una alternativa fuerte” sostiene en una de las ideas centrales de su análisis. El kirshnerismo es presentado como una variante débil, como una mediación precaria -recuperando la elaboración de la filósofa cordobesa Flavia Dezutto-, como el resultado de la recomposición capitalista tras la crisis del 2001 y de la incapacidad del campo popular de cuajar sus prácticas autónomas en una nueva forma política. ¿Por qué está mediación fue precaria? ¿por qué el populismo fue la alternativa débil del neoliberalismo? Para el autor la respuesta se haya, al menos, en un doble movimiento: en la neutralización de las energías populares desatadas en la crisis y en el descuido respecto al poder subjetivador de la ley del valor.

 

En lo que respecta a lo primero, el populismo, a juicio de Diego, realiza un movimiento de “negativización de la crisis”, “desposesión de sus saberes”, de “desvalorización de las redes que se constituyeron en aquel protagonismo colectivo” y de “reconducción de las expectativas sociales hacia un horizonte de normalidad”. “Esa negativización -sostiene- tomó la forma de una voluntad de inclusión social” por la vía de la ampliación del consumo y el fortalecimiento del mercado interno. Los límites de esas políticas de inclusión -que se negaron a politizar el consumo y a discutir las formas de producción y distribución de la riqueza- incubaron el germen de la crisis de las experiencias progresistas. En el fondo, lo que se eludía en estas políticas era la fuerza subjetivadora de la ley del valor, viejo problema que instalara el Che Guevara en la Cuba revolucionaria y que Diego trae de vuelta como clave para entender una dimensión fundamental de una coyuntura que ya no tiene el fondo de la revolución de los tiempos del Che, sino la crisis de las mucho menos ambiciosas -en términos de transformación del modo de producción- experiencias progresistas. “[…] la teoría populista -apunta- entendió la disputa en el plano de la subjetividad como una lucha por lo simbólico, que debía librarse, a partir de la centralidad del Estado, en los ámbitos de la cultura y de la comunicación. Supuso que el control del poder político y el aumento del consumo apuntalarían un triunfo en el plano de las ideas, y desoyó así una enseñanza perdurable de las revoluciones socialistas del siglo XX: en nuestras sociedades, la ley del valor es el principal poder subjetivador”.

 

De este modo, contra el asombro progresista (asombro para nada filosófico como había reclamado Benjamin contra los progresistas de su tiempo atónitos ante la emergencia del fascismo) que no acierta a entender cómo ha sido posible que aquellos millones de seres humanos que fueron beneficiados por un conjunto de políticas implementadas por los gobiernos populares adhieran voluntariamente a alternativas políticas de signo abiertamente neoliberal y, en casos como el brasileño, groseramente reaccionario, Diego se embarca en un examen de la micropolítica neoliberal y su relación con los efectos subjetivadores de las políticas de inclusión por consumo. “Las micropolíticas neoliberales -señala- crecieron en la región al calor del estímulo del consumo, de manera tal que las mismas iniciativas que sostenían los ingresos de la población pobre y trabajadora modelizaban aspiraciones y expectativas propias del régimen de individuación neoliberal”. No es falsa conciencia, no es alienación, no es un problema de pedagogía política -como lo plantea Álvaro García Linera-; es la fuerza subjetivadora de la ley del valor y de las políticas que refuerzan un modo de producción que, como sabemos, es siempre y al mismo tiempo productor de mercancías y de una determinada forma humana.

 

Ante esta constatación que explica la dimensión micropolítica de crisis del ciclo progresista y la porfiada persistencia del neoliberalismo más allá de los gobiernos de turno, Diego se pregunta: “¿cómo evitar que la acción de los flujos de capital, que el propio Estado progresista promueve para sostener la vitalidad de su economía, acabe fortaleciendo modos de vida subordinados al mando de los mercados?” En su óptica, una interrupción de las micropolíticas neoliberales pasa necesariamente por la modificación de las relaciones de propiedad y por la alteración en la distribución de la riqueza socialmente producida y del poder de decisición sobre los destinos colectivos. “¿Es posible -se pregunta- revertir la producción neoliberal de modos de vida sin una reorganización de los dispositivos de mercado, desde la propiedad y la gestión de las empresas hasta las dinámicas de endeudamiento?”. El progresismo no está dispuesto a llegar tan lejos, con la consecuencia de que, en estas cosas, si no se avanza, se retrocede. “La negativa del populismo de pasar de la inclusión por el consumo a la politización del mismo, permitiendo un cuestionamiento de las formas de producción y propiedad -concluye-, allanaron el camino a las arremetidas neoliberales”.

 

Dicho todo esto, es preciso remarcar que la reflexión de Diego sobre la experiencia populista se aleja de todo tono antiperonista tan caro a  la izquierda liberal confesa o clandestina. Su esfuerzo parece orientarse en la dirección de una discusión política con quienes dentro o cerca del peronismo, y también por cierto fuera de él, pueden ser interlocutores para compartir preguntas. En este libro, que entró a imprenta cuando la derrota de Mauricio Macri era el escenario más probable de la contienda electoral, busca dialogar críticamente con sectores que hoy forman parte del nuevo gobierno, en el reconocimiento de que en su interior se hallan figuras de reconocida e inobjetable trayectoria en la lucha social y en el entendido de que al interior del nuevo gobierno hay espacio para disputas, énfasis, alteraciones de los equilibrios y configuraciones más o menos favorables a lxs trabajadorxs. Una apuesta de alianzas y de tensiones productivas capaces de empujar los intereses sociales del campo popular, una mezcla nunca perfecta de calle e iniciativas político-institucionales que corran cercos y afirmen avances (o frenen retrocesos) se asoma o se deduce de la discusión que plantea Diego. Estrategias de presión desde abajo, desde el campo popular en su heterogénea composición, hacia un gobierno cuyos equilibrios estarán en permanente negociación, parece ser una de las políticas que el autor imagina para la coyuntura.

 

la rebelión de los hijos de la noche. Síntoma y lucha de clases.

Ahora, bien, si en análisis de “la voluntad de inclusión” el énfasis está puesto en la capacidad de las micropolíticas neoliberales de organizar modos de vida no a pesar de sino que a través de políticas de integración por la vía de la ampliación del consumo, otra hebra de la reflexión planteada por Diego se concentra en la dimensión sintomática de la experiencia neoliberal. Su reflexión se apoya acá en la distinción entre modo de vida y forma de vida que elabora retomando los planteamientos de Pierre Hadot sobre la filosofía como forma de vida. “Llamaremos modos de vida -puntualiza Diego- a toda existencia que persigue una adecuación inmediata a los protocolos de compatibilidad que ofrece la dinámica de la axiomática capitalista […] existencias deducidas de modo directo de los enlaces propuestos por el mando del capital”. Con “forma de vida”, en cambio, se refiere a “toda deriva existencial en la cual los automatismos hayan sido cortocircuitados”. Modos de vida corresponderían entonces al polo “estandarizante” mientas que las formas de vida al polo “singularizante”. Entre ambos, el síntoma, el malestar, se presenta como una posibilidad, nunca segura, nunca garantizada, del pasaje del modo a la forma de vida. Allí, en la posibilidad de este pasaje, donde se aúnan micropolítica y trasformaciones estructurales del modo de producción, se cifra la clave de la lucha de clases en tiempos de la crisis del neoliberalismo.

En la reflexión propuesta cobra particular importancia la cuestión del malestar social y la sintomatología neoliberal como índice de inadecuación existencial con potencial de politización. “Si el modo de vida resuena con los modelos de consumo y de valorización, y la forma de vida supone procesos de autonomía –en el sentido estricto de darse a sí mismo las propias normas–, entre ambos la vida se presenta como malestar o síntoma”, sostiene Diego en esta dirección. Para abordar esta problemática, retoma la reflexión del filósofo Catalán Santiago López Petit en su libro Hijos de la noche sobre el síntoma y el malestar. “Los hijos de la noche -explica- son aquellos que no caben en este mundo”, son aquellos que sufren el “pánico, el estrés y la angustia” y “los diagnósticos inespecíficos de padecimientos vinculados a un deseo que no logra adaptarse a las exigencias conectivas de los modos de vida triunfantes”. De estos “hijxs de la noche” está lleno el mundo contemporáneo y todxs quienes tenemos la experiencia de la precariedad neoliberal podemos reconocernos en esta categoría. Ahora bien, en el cuadro que Diego traza, el malestar es precisamente el punto de partida de una politización posible mas nunca asegurada. Terapias de control del síntoma o lucha de clases son los polos antitéticos abiertos como alternativas. “La crisis -señala a este respecto- expresa una pérdida de eficacia en la capacidad de producir o captar modos de vida. De allí su conexión con el malestar (la enfermedad y la depresión, la ansiedad y el sentimiento de humillación, el aislamiento y la incomunicación) en cuanto fuente de procesos de politización no convencionales, pero no por ello necesariamente destinados a convertirse en desafío abierto al orden. El síntoma -insiste- no es la revolución, pese a que ambos, síntoma y revolución, adquieren relevancia histórico-política cuando se los enmarca en la dinámica de la lucha de clases, y la pierden cuando se salen de ella: el síntoma se confina a la clínica, la revolución a la historia o a la teología”.

Ahora bien, el escenario chileno permite también pensar las complejidades y tensiones del pasaje de los modos de vida neoliberales, síntomas de inadecuación y sufrimiento psíquico a  formas de vida que pujan por la autonomización del mando capitalista. Un proceso cuya temporalidad no es lineal y que está atravesado por superposiciones, idas, venidas y oscilaciones. Lo que la revuelta chilena parece mostrar es que no hay modos de vida infranqueables al tiempo que tampoco hay garantía del paso del síntoma a la forma de vida, pero que la posibilidad está siempre allí, incluso donde parecía que el neoliberalismo había truinfado en su tarea de modelar subjetividades y se mostraba exitoso e inexpugnable como en Chile hasta hace pocos meses atrás. El estallido social se convierte, también en este aspecto, en un escenario privilegiado para discutir las hipótesis que Diego propone en el libro. El pasaje de los modos de vida neoliberales al estallido del maletar social y al ensayo de formas de solidaridad social al calor de la revuelta, la irrupción de nuevos deseos, prácticas de desobediencia, el pasaje de lo privado a lo público, la configuración de polaridades (“lxs privilegiadxs de arriba” y un nosotrxs, “lxs de abajo”, lxs que compartimos un conjunto de experiencias vinculadas a la precariedad de la vida en el neoliberalismo), y el desborde de lo político en su reverso, para seguir las coordenadas de lectura del autor. 

El llamado que realiza Diego, en la línea que recupera de Marx y Freud, es a elaborar un “política del síntoma” que debe sostenerse en la escucha y la alianza: “escuchar al síntoma, aliarse con él, pensar con y a partir de él es la base de toda crítica materialista”. Pero esa apuesta por una “política del síntoma” implica preguntarse por las potencialidades existentes en la experiencia de la precariedad y la fragilidad que halla a la base del malestar social en el neoliberalismo. ¿Es posible pensar una revuelta protagonizada precisamente quienes viven la precariedad en carne propia? Nuevamente los acontecimientos de Chile permiten dar una mirada a estas cuestiones, permiten participar de ese momento excepcional en que se produce un pasaje del sufrimiento privado, individual, de la soledad, a la rebelión colectiva y a la experiencia común de tomar las calles, las plazas, de organizar asambleas, de levantar formas de defensa frente a la represión, etc. Momentos así son excepcionales, porque si puede darse por descontado el aumento del malestar social y de un conjunto de patologías asociadas a las condiciones de precariedad impuestas por el neoliberalismo, nunca se puede suponer el levantamiento de un pueblo en contra de sus condiciones de vida. Mucho se ha discutido acerca de la “servidumbre voluntaria” y la familia de fenómenos sociales que se le asocian, del propio Chile se construyó la imagen de un neoliberalismo monolítico y exitoso y ese extendido diagnóstico revelaba, ciertamente, una parte de la verdad porque no siempre el pueblo se rebela y hay largos periodos en que lo que predomina es la aceptación de las condiciones de explotación. Pero hay también momentos excepcionales y Chile está atravesando por uno de ellos, aunque no llegue a configurarse todavía una alternativa definida y se esté más bien lejos de algo así.

La rebelión de lxs hijxs de la noche en Chile se nos presenta como un “momento spinoziano” en el sentido que Diego le otorga en el libro, como un momento en que “la vida, para proseguir su curso, reclama el redescubrimiento de la potencia de las ideas y de los cuerpos, en las fisuras de la obediencia, en las grietas del encadenamiento convencional de movimientos y pensamientos llamados normales”. Una explosión de la vida para poder perserverar, para poder continuar, puede resumir bien el corazón de la revuelta chilena y puede mostrar hasta qué punto la fragilidad y la precariedad pueden ser condiciones a partir de las cuales una politización se produzca.

Ahora bien, reconociendo la potencialidad política de la precariedad, no deja de rondar la pregunta acerca de qué hizo posible esta revuelta. En “Las virtudes de lo inexplicable”, un texto muy hermoso a propósito de los “chalecos amarillos”, Jacques Rancière da en uno de los nudos centrales de las revueltas contemporáneas que cruzan el mapa global. Dice allí que “los motivos de sufrimiento que se enumeran para explicar la revuelta son exactamente análogos a aquellos por los que explicaríamos su ausencia: unos individuos sometidos a semejantes condiciones de existencia normalmente no tienen el tiempo ni la energía para rebelarse. La explicación de las razones por las que la gente se moviliza -sostiene el filósofo francés- es idéntica a la explicación de las razones por las que la gente no se moviliza”. Así las cosas, el estallido de una revuelta que nos permite acceder a esos momentos en los que aquellos que no se movilizaban irrumpen en el espacio público, y tiene, por lo mismo, siempre un resto inexplicable. Sin embargo, Diego plantea un punto relevante que, sin quitar este carácter propio de toda revuelta, permite pensar en los ríos profundos en los que se va produciendo lo que llama en su libro una “resensibilización” del campo social. Movimientos que despiertan al cuerpo social, que lo desentumecen, que posibilitan la acción en tiempos de terror o de ofensiva sobre la sensibilidad, porque, como se lee en el mismo título del libro, lo que el neoliberalismo opera a nivel social e individual puede ser entendido como un asedio permanente a la sensibilidad por medio de “pedagogías de la crueldad” -para utilizar la expresión de Rita Segato- que tienen efectos disciplinadores y debilitadores de la sensibilidad. En ese marco, Diego identifica que ciertos movimientos, que se alojan indefectiblemente en el reverso de la política, tiene la capacidad de resensibilizar el campo social. Para la Argentina, la línea que traza va de las Madres de Plaza de Mayo, al movimiento piquetero e H.I.J.O.S, hasta los feminismos populares contemporáneos.

Si pensamos en Chile esos movimientos de resensibilización del campo social han sido, al menos hasta donde alcanzamos a ver, el movimiento por los derechos humanos en la dictadura, la lucha del pueblo mapuche (no es casualidad la enorme presencia de la bandera mapuche en las protestas), el movimiento estudiantil, el movimiento por las pensiones y el movimiento feminista. Sin ir más lejos, es posible trazar una línea que va de la emergencia feminista contemporánea al estallido de octubre. Ese pasaje del sufrimiento privado a la revuelta colectiva, que es el tránsito característico operado por el feminismo a nivel personal (empujando a mujeres y disidencias sexuales a rebelarse contra situaciones de violencia superando el papel de víctimas y el confinamiento doméstico o privado del sufrimiento) y a nivel colectivo (generando procesos de reconocimiento y organización entre quienes sufren situaciones de violencia), es lo que a nivel general se ha producido en estos meses en Chile, en un contexto en que el movimiento feminista en Chile ha sido durante estos años uno de los principales instrumentos de resensibilización del campo social y ha ido realizando un trabajo subterráneo de desnaturalización de mandatos y jerarquías sociales cuyo efecto se deja sentir en la revuelta actual. Meses antes de que la Plaza de la Dignidad fuera copada por el pueblo chileno en su conjunto, fue tomada por cerca de 500 mil mujeres el pasado 8 de marzo. No son, ciertamente, hechos desconectados. 

Como vamos viendo, por varios caminos, el estallido social en Chile se presenta como escenario particularmente rico para dialogar con las hipótesis desarrolladas por Diego en La ofensiva sensible, pero sobre todo, para actualizar el proyecto de investigación investigación política que propone, recuperando el método cartográfico de Félix Guattari, que permite “pensar la tensión entre modos de vida estandarizados y creación de formas de vida, como expresión central de lo que podemos pensar actualmente como lucha de clases”. El método de investigación política que propone Diego “se sumerge en lo micropolítico” y desde allí “permite comprender la coextensión entre lucha de clases y producción de modos de vida, y permite captar potencias antes de que estas cristalicen como mutaciones en los lazos sociales”. Una investigación de esta naturaleza nos parece la más adecuada al excepcional momento de revuelta del que estamos siendo parte en Chile.

 

el príncipe posmoderno

Enmarcar la política del síntoma y la micropolítica en la dinámica de la lucha de clases, tal como propone Diego, nos remite a una reflexión por la dimensión colectiva de cualquier intento de creación de formas de vida, dimensión sin la cual quedaría trunco y sería irrealizable. “Para Spinoza -sostiene Diego, convocando la filosofía de quien constituye una fuente permanente de su propia elaboración-, la “vida virtuosa” resulta inseparable de las instituciones colectivas: el “mejor Estado” (es decir, la vida común que ofrece seguridad y libertad) y la vida virtuosa resultan inseparables. No hay abismo alguno entre micro y macropolítica”. Pero en este punto que se extiende a las transformaciones del modo de producción las interrogantes que se abren son enormes. ¿Cómo, a partir de los impulsos igualitaristas que se expresan en las revueltas o, antes incluso, a partir de los síntomas y malestares sociales, se puede erigir un “mejor Estado”? ¿cómo no ceder ante la tentación de hacer de las prácticas de autotransformación un encierro individualista o de pequeños grupos de iniciados? ¿cómo no escindir micro y macropolítica en tiempos de crisis de las formas clásicas que articularon la política de las clases subalternas?, “¿subsiste aún hoy -se pregunta Diego-, al menos como proyecto, la posibilidad de crear una política igualitaria o libertaria?”. La izquierda maquiaveliana del siglo XX, se contesta, “de Antonio Gramsci a Maurice Merleau Ponty, de Claude Leffort a Louis Althusser, pasando por Toni Negri– leyó tanto al florentino como a Marx en la clave de una crítica que se abre a una praxis, según una concepción abierta de la historia para la cual lo aleatorio se hace presente como testimonio de la resistencia de una parte del pueblo a ser gobernado por los poderosos”.

Pues bien, los movimientos populares que han sacudido al continente en las últimas décadas, y que tienen hoy en Chile un escenario privilegiado de despliegue, expresan esa resistencia de sectores del pueblo a ser gobernados por los poderosos: por las finanzas globales, por las transnacionales, por los complejos extractivistas, por las empresas de “servicios sociales” (salud, educación, pensiones, agua, luz, telecomuncaciones, etc) y por las diversas formas de desposesión que imperan hoy en día. Asimismo, las recomposiciones del capital en versiones más o menos autoritarias son la contraparte de estas luchas. “Desde hace al menos dos décadas -repasa Diego-, América del Sur se ve conmovida por una serie de movimientos populares y de contraofensivas reaccionarias que vuelven a tensar y a poner en cuestión las nociones centrales de lo político. Cada nuevo antagonismo -anota- reactualiza la posibilidad de reinvención maquiaveliana: la historia abierta, lo político incalculable, la praxis como fuente de conocimiento, la revuelta como potencial cognitivo. Y cada cierre conservador, en cambio, se empeña en clausurar la brecha, en hacer de lo político un sistema separado, un conjunto de instituciones y un apego al orden jurídico sostenido sobre el a priori de la propiedad privada”.

En este mapa de fuerzas que se enfrentan, el surgimiento de lo que en la misma clave maquiaveliano-gramsciana podemos llamar “un príncipe colectivo” parece ser un nudo todavía lejano a ser resuelto. “El príncipe colectivo -dice Diego- es el pueblo que se constituye como voluntad de un nuevo proyecto histórico, como deseo que conlleva un potencial cognitivo a desplegar como fuerza instituyente”, pero su constitución enfrenta dificultades considerables. ¿Cómo se articula esa voluntad colectiva? ¿cómo se acumula fuerza evitando su dispersión? ¿cómo ser construye un dispositivo que no aplane la heterogeneidad de las nuevas figuras del trabajo vivo pero que evite la fragmentación socialmente producida por el capital?, y, punto central: “¿sigue siendo lo político la instancia capaz de articular esa nueva reunión, esa nueva síntesis?”

Si entendemos lo político la clave propuesta por Diego en la línea de la izquierda maquiaveliana como “el choque entre dos tendencias imposibles de satisfacer: el deseo de dominar de los poderosos, y el deseo de no ser dominados de una parte del pueblo”, podemos sostener que lo político sigue siendo, o puede llegar a ser, ese espacio para realizar síntesis y crear los dispositivos necesarios para intervenir en el presente. “El maquiavelismo -insiste Diego- implica la creación de dispositivos para producir una irrupción igualitaria y una nueva institucionalidad a partir del conflicto y la división”. La irrupción igualitaria emerge con cada revuelta popular contra el mando de los poderosos. Hoy en Chile esa irrupción igualitaria alcanza dimensiones que, por la tenacidad y persistencia del pueblo en su lucha, son francamente épicas. Sin embargo, la creación de una nueva institucionalidad se presenta como una tarea más compleja y como el desafío actual para una posible izquierda maquaveliana. A quienes queramos contribuir a crearla, La ofensiva sensible nos espera con sus interrogantes agudos y su potencia que brota de la “terrenalidad absoluta” del pensamiento contenido en sus páginas y de la contagiosa pasión política que anima a su autor.

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