“Tenemos que abrir centros de aborto en cada calle. Que los heteros se esterilicen masivamente. ¿Siete mil millones de esta mierda de humanos? Hay que pararlo urgentemente”
–Fóllame irrumpió con una temática y una música muy disruptivas para la sociedad francesa de los años 90. ¿Por qué el aspecto político de la novela fue tan poco comentado y todo parece reducirse al sexo?
–Creo que es porque soy mujer. Cuando publiqué esta novela, yo era joven y a la crítica literaria no le parecía esperable que una mujer tuviera opinión política. Sobre todo, si no había pasado por la universidad. Por todo eso, fue un shock imaginar en aquel momento que estos pensamientos sobre el sexo podrían salir del cerebro de una chica. Era demasiado. También hay que considerar que la gran mayoría de las críticas y entrevistas fueron hechas por cerebros masculinos. Y he observado que cuando se trata de sexo, la luz desaparece de los cerebros de los machos. No quieren oír hablar de sus propias prácticas. Y aún menos verlas desde el punto de vista de una autora. Es por eso que el silencio de la prostituta es fundamental. De todos modos, cuando escribí el libro, yo no pensaba en el lado escandaloso o sexual. Estaba en ese momento muy centrada en una rabia proletaria, y muy consciente de lo que me pasaba. En Fóllame intento describir un mundo donde cuidarte es imposible porque la violencia económica y política te pesa demasiado y te come la imaginación hasta el punto en que la única respuesta posible es un baño de sangre y de nihilismo. Lo más difícil, tal como lo pienso en el libro, es asumir que no puedes tampoco cuidar a los que amas. Los ves caer uno detrás de otro. Y eso es lo que te hace perder la dignidad.
«Cuando publiqué esta novela, yo era joven y a la crítica literaria no le parecía esperable que una mujer tuviera opinión política. Sobre todo, si no había pasado por la universidad», dice Virginie Despentes.
–También su ensayo Teoría King Kong causó un enorme impacto. Era el año 2006 y la obra fue presentada como un “manifiesto del nuevo feminismo”. ¿Ese nuevo feminismo ya llegó?
–En la época de Teoría King Kong, se hablaba de la cuarta ola feminista. Supongo y espero que lo que llega hoy en día sea más un tsunami internacional que otra ola más. Y lo espero porque, si se tratara solamente de una ola, el backlash será fatal, mientras que un tsunami no dejaría nada de las viejas creencias, imposibilitando la venganza.
–En ese libro usted señalaba que los hombres también padecen el patriarcado. ¿Cómo es eso?
–Pues para empezar, trabajan para un orden patriarcal del que disfruta un determinado porcentaje de la población mientras que todos los demás son tratados como esclavos modernos. Los hombres se obsesionan con la autoridad y la autoridad no la tienen ellos: la tiene los grandes jefes de empresas o sus accionistas. Los hombres se someten a un orden que no es un orden justo y son capaces de morir para defender fronteras o valores que no son beneficiosos para ellos. Son los máximos tontos, se comen las migas de los poderosos y disfrutan en casa de una pequeña autoridad y de la posibilidad de la violencia doméstica. Eso no es una vida, es una sumisión absurda. Y por eso, por ser obedientes y cargar con lo que el patriarcado espera de ellos, aceptan mutilarse de la posibilidad de sentirse vulnerables, de la posibilidad de tener deseo propio. Es una lástima. Y lo siento mucho por ellos, que creen que luchan por sus propios intereses.
–A los 30 años dejó de beber y a los 35 abandonó la heterosexualidad para “transformarse en lesbiana”, según explicó. ¿Cuál de esas decisiones fue más difícil y qué resultado han tenido en su vida personal y profesional?
–Parar de beber es extremamente difícil. Abandonar la heterosexualidad es una fiesta. La ausencia de castigo en estos últimos diez años fue una fiesta deliciosa. Parar de beber es otro asunto, es un luto temible y una confrontación brutal contigo misma.
–¿El lesbianismo permite entender mejor el feminismo?
–El lesbianismo no te ayuda a entender mejor el feminismo, sino a ser feminista en la alegría. Lo veo mucho más difícil para las pobres heterosexuales que tienen que tener en cuenta sus propios problemas y además encargarse con toda la mierda de la masculinidad heterosexual, que es una catástrofe internacional extrema.
–¿Cómo es su vínculo con la maternidad?
–Afortunadamente no he tenido hijos. Ahora que tengo casi cincuenta años, me parece una catástrofe la experiencia de ser padres. Odio la estructura familiar. Odio el sentimiento de pertenencia que tienen los padres hacia sus niños. Odio la transferencia de neurosis de padres a hijos. Odio la manera en la que tener hijos te obliga a trabajar el doble para conseguir el dinero y tener una vida de mierda para mantenerlos porque nadie te ayuda para nada cuando eres padre. Y más que todo, odiaría tener ahora un adolescente en mi casa y decirle: “Este es el mundo en el que vas a vivir”. Es un mundo feísimo, brutal, absurdo, grotesco, violento, asesino. Es urgente que las mujeres y los hombres dejen de dar a luz. Y paradójicamente, nunca la idea de “ser padres” –y más específicamente de “ser madre”– fue tan glorificada. ¡Más de 7 mil millones de putos humanos! ¡Peor que las cucarachas! Agresivos, destructores, crueles. ¡Más de 7 mil millones! Y seguimos con la propaganda idiota de “qué maravilla dar a luz”. Qué horror.
–En su país, Francia, ha surgido un grupo de mujeres que publicaron un manifiesto en contra de algunas prácticas, como el escrache, y credos del movimiento MeToo: entre ellas, Catherine Deneuve y Catherine Millet. Ellas disienten en que toda mujer es, por definición, una víctima, y además alertan contra el puritanismo sexual que conllevan las denuncias de acoso. ¿Qué piensa sobre esas críticas?
–Lo más difícil para las francesas no fue la presencia en la lista de Catherine Deneuve y Catherine Millet: ahí estaba también la maravillosa Brigitte Lahaye, presentadora de radio y antigua actriz porno, y eso sí ha sido doloroso… No puedo decir que haya entendido muy bien el texto. Denuncian la sexofobia dentro del ámbito cultural y también que es más y más difícil escribir sobre pornografía o trabajar en películas con sexo explícito, fuera del gueto del porno. Sin embargo, no me pareció que las feministas tuvieran demasiado que ver con esta situación. Primero, lo analicé como algo propio de la clase alta. Eran todas mujeres heterosexuales, hijas y esposas de poderosos que venían a defender los derechos de los más poderosos y su derecho a abusar de sus poderes. Justo estamos en una época de Europa en la que los poderosos no soportan los límites. Al final creo que se trata también del temor. Estos hombres de clase alta piensan que merecen las más dóciles putas del mundo y así enseñan que tienen poder.
–Vivimos con la impresión de que impera una gran libertad sexual. Pero usted dice que “el problema es la sexofobia”. ¿A qué se refiere?
–Me refiero al hecho de que puedes vomitar tu odio en las redes sociales mientras no muestres una teta. Hay robots cazatetas… Como si fuera lo único capaz de poner en peligro el orden social. Tetas. Eso es sexofobia. Miedo irracional al cuerpo de la mujer y de la sexualización que conlleva. Me refiero al hecho de que miles de adolescentes han sufrido acoso online o en la vida real porque habían chupado una pija o se habían dejado grabar mientras cogían. Si hubiera una gran libertad sexual, seríamos incapaces en 2019 de llamar a una chica “puta” por tener deseos. Y sería impensable tratar mal a alguien porque le guste el sexo. La libertad sexual no puede pasar si no viene con una desestigmatización de la sexualidad de las calentonas, de las sinvergüenzas, de las que disfrutan de coger sin tener que justificarse con motivaciones románticas o reproductivas. No hemos salido de la sexofobia que ha caracterizado a los monoteísmos. Y no saldremos si no hacemos una revolución de género total, con la abolición de la idea misma de géneros.
–¿La joven que usted fue en sus comienzos literarios hubiera imaginado que se transformaría en miembro de la Academia Goncourt?
–No he sentido una metamorfosis radical cuando entré en ella. No me han invitado a formar parte del jurado para que cambiara lo que soy. Lo que me ha cambiado, y mucho, fue vender tantos libros con Apocalypse bebe y Vernon Subutex porque hace casi diez años que la cuestión del dinero se convirtió para mí en una no-cuestión. He comprado, el año pasado, el departamento en el que vivo. Convertirme en propietaria, esto sí me ha cambiado mucho. Me da una sensación de tranquilidad económica profunda, que cambia todo mi sistema de pensamiento aunque no puedo dejar de ver que los refugiados se mueren literalemente en la miseria a doscientos metros de mi casa y eso hace que no me sienta cómoda con esta posición de nueva proprietaria. No sé lo que la joven que fui habría pensado de Virginie Despentes… Las escritoras me parecían muy lejanas. Pero me acuerdo que me parecía muy gracioso leer el Hollywood de Bukowski, cuando el pobre hombre empezaba a pensar en invertir para no pagar impuestos. Y no me parecía mal. Porque sus libros no habían perdido el tono. Espero no perder mi tono tampoco.
–En un mundo fuertemente institucionalizado, usted desarrolló una formación sobre todo autodidacta. ¿No sirven la escuela/universidad en la actualidad?
–Sirven un montón, sí. Puedes hacerlo sin formación universitaria, pero te costará más. El trabajo de escritor pide disciplina, y ésta la aprendes en la universidad. Es genial pasar tu juventud en los bares escuchando punk rock y hardcore pero no te prepara para nada en lo que respecta al trabajo de la escritura. La formación universitaria también te prepara para ser juzgada todo el tiempo y soportarlo. Y te enseña a respetar las estructuras de la autoridad, y a tragar las injusticias sin gritar como una rabiosa. Todo esto he tenido que aprenderlo muy tarde, y me cuesta.