Anarquía Coronada

Te quiero, Diego // Agustín Jerónimo Valle

1.- El Diego no puede caminar, parece. Necesita bastón. Le duele, se encorva hacia adelante como sacando el culo pa’trás, como si así pesara menos el cuerpo sobre sus piernas, como si así sus rodillas se olvidaran. Ahí está. En un capítulo nuevo de su vida; hombre de tantas, tantas vidas. En algún momento quizá muera. No lo sabemos, no puede saberse. “Todos los hombres son mortales” es un juicio categórico no deducido, sino inducido: los que estamos vivos quizá seamos los primeros inmortales. Sobre todo Diego. Pero por si acaso, por si algún día muere, hay que pensar. Pensar y entender, antes de eso, por qué lo amamos; por qué Maradona es Maradona.

Porque además, en las valoraciones que se hacen de Diego, se juegan disputas culturales de relevancia cierta. No es lo mismo.

Maradona es el orgullo; es la mayor concentración de orgullo en un cuerpo que han dado estas pampas. Su cara, por ejemplo, en la formación antes de aquel partido contra Bélgica: con ese hambre se morfa el mundo. También curtió el bochorno. Es que claro: No se puede dimensionar la altura sin conocer la bajeza.

2.- Necios quienes festejan “al jugador” fustigando a “la persona”. Hay unidad entre vida y juego, inseparabilidad entre juego y vida, modo de jugar y modo de vivir. Sostener que “como jugador sí, pero como persona, un desastre” es la definición de la estupidez en Argentina.

Hay una misma irreverencia, un mismo atrevimiento, una misma intuición, una cierta autonomía, una misma interpidez en su modo de jugar y su modo de vivir. Esto es muy evidente.

Es un gran reactivo Maradona: allí donde lo ponés, hace saltar a quienes son de derecha. Esto es una idea de Rubén Mira. Siempre el de derecha salta anti maradonianamente; de derecha existencial. Los ortibas y gorrudos. Porque detrás de ese juicio que busca separar jugador de ciudadano, hay dos operaciones morales: una, se lo manda a laburar. Sí, dicen, es bueno en su trabajo, haciendo su gracia. Dos, llamado al orden: genialidad en la cancha, y luego a acatar. Eso pretenden. A trabajar y después obedecer. Operaciones morales de cuño clasista: lo que no toleran los anti es que el Diego sea nacido pobre y haga lo que quiera en primera plana, que sea un hijo de la población postergada,  y se comporte con mayor rapidez que cualquiera. Un villero sin sumisión, un atrevido, eso odian los anti.

3.- Maradona es el principal frasista de la cultura argentina. El mejor creador de frases de la cultura popular argentina; nadie creó tantas frases devenidas patrimonio popular como él. Ningún escritor, ningún político, ningún músico (quizá el Indio Solari y Juan Perón sean los que le siguen, pensando en el último medio siglo), ningún publicista. Un creador masivo de lemas.

O sea: el mejor jugador de fútbol de la historia, además tuvo una vida de fiestero fuerte (lo cual ya de por sí es un plan de vida deseable para mucha gente), y además es el mayor frasista de la cultura popular argentina. Cantidad de vidas tiene Diego.   

La esfera es la forma perfecta. Y Diego es el que mejor la entendió. El tipo más cercano a la forma perfecta. Y también es, Diego, el hombre más gifeable de la cultura argentina; se vio en Rusia su genialidad para la dramaturgia pública: imposible no mirarlo. No hay cuerpo tan propiciante de gif’s e imágenes polisémicas. Maradona entiende los lenguajes: objetuales, corporales, verbales. Entiende los lenguajes, y es mejor que nadie. Su genialidad es de orden lingüístico. Una genialidad cinético-cognitiva.

4.-Dice Gustavo Varela que Diego tiene el campo de juego plegado en el cuerpo. Por eso sabe siempre dónde están los compañeros, los rivales, las zonas de libertad. Diego es un cartógrafo nato. Cartógrafo instintivo. De inmediato arma mapa de dónde están los malos, dónde están los nuestros, dónde está el premio. Porque es un cartógrafo del conflicto, asume  siempre la premisa del asedio, de que hay algunos que lo quieren cagar a patadas, asume la urgencia y también que siempre se puede tener un golpe de suerte, por dónde la ponemos nosotros. Y en el conflicto, Diego tiendea enfrentarse al poder, a los peores poderes. Tiende. Hay pocos “famosos” que hagan eso. Los famosos en general adhieren al statu quo, porque han triunfado y saben que el éxito siempre es el éxito de las reglas. Es que Diego no tuvo éxito, Diego ganó. Diego ganó y no por eso dejó de pelear contra la FIFA, contra Macri… Mil veces pifió, y en parte es porque nunca adhiere sin más al viento dominante; siempre tiene una cuota de autonomía.

5.- Autonomía de lo que el cuerpo puede: puede cinéticamente, verbalmente, dramáticamente, políticamente. Hace algo menos de dos años llegó a las pantallas hogareñas argentinas un videito desde Dubai: en una cinta de correr, transpira Diego Maradona. Toca el panel para reducir la velocidad de la carrera, y pone música: suena un acordeón festivo, “nuevamente, con ustedes, Looooos Palmeeeras!”, y Diego, enfundado en una camperita de lycra brillosa y estridente, continúa siguiendo el mandato monocorde de la cinta, solo que comienza a agregarle variaciones al movimiento, haciendo con el cuerpo los dibujos de la música. Empieza a alternar pasitos más cortos y más rápidos, más largos y más lentos, sacude las manos como maracas, se las arregla para trazarle curvas y vaivenes al suelo negro e incansable del aparato. Convierte la determinación programada en una mera condición sobre la que el cuerpo, con la verdad inmediata de su intuición cinética, impone su propia melodía. De pronto parece que la cinta misma baila bajo los pies del Diego. Es palmario, evidente, que improvisa todo, que todo es un diálogo entre cuerpo y música; como si la música mediante su alma rigiera la materia. La máquina es lo que Diego la hace ser. Belleza inalienable de ese cuerpo. Baila fluidificando al aparato; es el extremo opuesto del baile aparato del gato presidente. Diego baila y expone por contraste lo inerte, la medianía y la vileza de la normalidad generalizada. Diego es un bailarín, siempre lo fue: baila el conflicto con pelota. Diego enseña que la belleza es una dimensión interior al conflicto. Así nos sacó campeones del mundo.

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