Genocidios y Crímenes contra la humanidad // Mirta Zelcer
Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, el juez Hersch Lauterpacht, uno de los padres de los movimientos de derechos humanos, introdujo la expresión “crímenes contra la humanidad”, que ingresó en el Estatuto de Nuremberg. Se denomina con este concepto la matanza y el extermino sistemático de una población civil. Con esfuerzo, las ideas de Hersch Lauterpacht se fueron adoptando en distintos ámbitos, y lograron incluirse en la tarea del Comité de Crímenes de Guerra y la labor de la Comisión de Naciones Unidas creada con ese fin.
Por otro lado, Rafael Lemkin, estudiando los materiales –precisamente– para el juicio de Nuremberg, encontró una pauta de comportamiento para describir y expresar el delito que se ajustaba a la acción de los nazis y serviría para acusarlos: el “genocidio”.
¿En qué reside la diferencia entre una expresión y otra? El concepto de “crímenes contra la humanidad”, acuñado por Hersch Lauterpacht, se ocupaba de la protección de los individuos. “Genocidio”, en cambio, se dirigía a la salvaguarda de la destrucción física de grupos y/o minorías; este último concepto abarcaba tanto naciones como grupos étnicos. En su momento, ambos términos compitieron entre sí.
En 1944 apareció el libro El dominio del Eje en la Europa ocupada publicado por el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Fue allí donde R. Lemkin acuñó el nuevo término para definir un nuevo delito: el genocidio. En el prefacio, Lemkin planteaba el objetivo de ponerle fin a la “omnipotencia del Estado”. Mediante estos conceptos se hicieron viables las presentaciones de juicios por crímenes de guerra. Utilizando términos como vandalismo y barbarie, incluyó el “genocidio cultural” y pretendió que se instalara una justicia interestatal que tuviera en cuenta los genocidios.[1]
Por su parte, la Columbia University publicó el libro de H. Lauterpacht, donde propone que la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre –que sostiene que la protección de los individuos– debía ser la raíz y la base del derecho internacional.[2]
La reciente propuesta del presidente norteamericano Joe Biden de liberar las patentes de las vacunas contra el coronavirus, al tiempo que abrió en la población mundial una esperanza de cuidado, protección e integración, dejó develado el efecto criminoso de la utilización de la propiedad privada y del acopio de valor de renta en el dominio del neocapitalismo. ¿Qué velo descorrió al decirlo? ¿Qué conciencias despertó? ¿Sobre qué cornisa nos hizo ver Biden que estamos caminando? ¿Qué existe de un lado y del otro? Propiedad privada-sí, Propiedad privada-no. Vida-sí, Vida-no.
En nuestra existencia cotidiana, entre la vida y la muerte, se precipitan acciones regulares, “normales”, comunes, referidas al Estado y al capitalismo, que por lo regular resultaban invisibles. Sin embargo, surgió un suceso impensado en todo el mundo que resultó ser crítico; este suceso creó una situación grave y crucial que puso en riesgo de muerte a los seres humanos del planeta. ¿Y quién mejor que el neocapitalismo para moverse en este fango?
En su artículo “Marry crisis”, el autor (o los autores) que se han dado a conocer como “El Comité Invisible” afirma que las crisis en el neocapitalismo tienen un doble discurso. Para este “Comité”, se trata de una doble verdad. La presentan como creadora de posibilidades, pero al mismo tiempo la ven como método político de gestión sobre las poblaciones. Su propósito sería triple y sincrónico: a) sostener una reestructuración permanente en la que el capitalismo se reconvierte en forma indefinida; b) demostrar, justamente mediante esta reestructuración, que las crisis son efectivas y c) ser un generador de un “pavor sin fin”, a través de la supuesta identificación de amenazas para las que, no obstante, el capitalismo actual podría prevenir y evitar un fin espantoso. De esta manera, el capitalismo contemporáneo puede instalar profecías propias del sistema para auto-regenerarse.[3]
Estas percepciones son cercanas a las de Deleuze y Guattari. En las reseñas sobre la lectura de estos autores, elaboradas por Alfredo Aracil de las reuniones del grupo Máquina de guerra que coordina Diego Sztulwarc, podemos leer: “… el capitalismo (…) para su provecho no tiene límite. Hace del límite su motor. Su límite es interiorizado continuamente. (…) No deja de ir a la crisis ni un minuto. (…) Pero por más agudas que sean, nunca se trata de crisis finales. Son parte de su propia dinámica. Porque las sociedades anteriores vivían ese tipo de crisis como finales, es tan difícil asumir que el capitalismo vive las crisis como un elemento de su propio dinamismo. Es la frase que citan los autores [Deleuze y Guattari]: que el capitalismo se aprovecha de que las cosas solo andan estropeadas, con la destrucción de fuerzas productivas, pestes, pandemias, guerras.(…) Lo que las izquierdas vemos como el límite exterior, de límite que no puede rebasarse, el capitalismo hace de la crisis su futuro relanzamiento”. [4]
En cada nuevo envión que retoma el capital neoliberal se incluyen los modos de producción y de acumulación que absorben toda la capacidad científica y técnica de una sociedad.
Sin quererlo, y por retroacción, Biden demostró que la letalidad de la operatoria de este sistema se puso de relieve por la patente de las vacunas respecto de grupos circunscriptos pero inadvertidos, por donde la muerte levita en forma permanente. Conjuntos no instituidos que se forman desde esta política socioeconómica: sociedades indígenas cuyos territorios fueron apropiados por la fuerza, refugiados en los campamentos, sociedades cuyo territorio está ocupado militarmente, grupos de lúmpenes (marginales, indigentes, mendigos, etc.). Tampoco son asalariados. Se trata de aquellos sujetos que no abultan el valor de renta del capital y que, desde ya, no acceden a ningún crédito con valor a futuro. Carne humana que no cuenta como plusvalía humana. Espectros que, cuando se hacen presente (como en este momento en Medio Oriente) es necesario volver a aplastar.
La covid-19 perforó el borde de estos conjuntos condenados a un lento genocidio y la muerte se desparramó. Este hecho, desde los gobiernos, tropieza levemente –sigue habiendo gente viva y asustada– con la voracidad del capital, montada sobre la pandemia.
Para los sostenedores de este sistema, los insaciables neocapitalistas, lo humano queda reducido a cuerpos que sirven sólo como piezas para acumular valor.[5] Sus políticas encontraron formas para conjurar las sensibilidades, los sentimientos y el pensamiento, así como también la acción que se pueda oponer a ellos. Si no fuese así, existen las acciones del Estado para consumar sus finalidades. Creemos que, en la percepción de los capitalistas neoliberales, esta dimensión humana está disociada de la materia del cuerpo humano. De algún modo, la categoría de “humanidad” referida a estos atributos sólo está considerada para su evitación.
El acopio de los nuevos capitalistas no se detiene. ¿Estarán sumando al genocidio –y sin escrúpulos– los crímenes humanitarios? ¿Podrá aparecer algún hecho que se transforme en su límite?
[1]Según el historiador francés Bernard Bruneteau, Lemkin veía la asunción del crimen de genocidio «como el punto de partida de un nuevo Derecho internacional». Dice Bruneteau: «Para Lemkin, el genocidio iba más allá de la eliminación física en masa, que a su juicio era un caso límite y excepcional; consistía, más bien, en una multiplicidad de acciones destinadas a destruir las bases de la supervivencia de un grupo en cuanto grupo. Era una síntesis de los diferentes actos de persecución y destrucción». Así Lemkin, proponía una acepción amplia a la noción de genocidio, que englobaba los actos que más adelante se calificarían como etnocidio y que «se refiere de forma prioritaria a un tipo de aniquilación no física. En cierto modo, la muerte era la consecuencia, y no el medio, del fin perseguido» (ver https://es.wikipedia.org/wiki/Raphael_Lemkin [Consulta: 16/5/2021]).
[2] La expresión “crímenes contra individuos de la sociedad civil” no sólo fue introducida en el derecho internacional sino que bajo ese concepto se unieron rusos y estadounidenses, franceses e ingleses.
[3] “Marry Crisis and Happy New Fear (A Nous Amis)”, Comité Invisible, diciembre 2015. 19:10.
[4] Comentarios del grupo “máquina de guerra» sobre el libro de Deleuze y Guattari El Antiedipo, capitalismo y esquizofrenia.
[5] Decíamos en un artículo anterior que “El exterminio humano sistematizado y la representación de que algunos grupos de seres humanos son potencialmente exterminables –por haber ocurrido, por ser ya un patrimonio de la experiencia de la cultura– ingresó como representación en el imaginario de los individuos que compartían y siguen compartiendo dicha cultura occidental.” Mirta Zelcer “Subjetividades y actualidad” (ver https://www.topia.com.ar/articulos/subjetividades-y-actualidad, consulta: 16/5/2021).