Anarquía Coronada

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Valeriano - page 4

Reivindicar Olavarría // Diego Valeriano

Hay que reivindicar Olavarría como lo que es. Como lo que realmente significa en miles y miles de almas. Hay que reivindicar el viaje, la fiesta, el consumo y el descontrol. Cuarteto único e insustituible que late cada vez. Hay que reivindicar a la pareja que van con los nenes de 4 y 6, a los perdidos, a los que vuelven colgados de un camión, a los intoxicados, a los que saquean, a los que no quieren que nadie los proteja, a los que se juntan el viernes a la salida del trabajo y arrancan con la heladería cargada de escabio, a los que toman falopa después de cuatro años, al que se peleó con la mujer y se fue, a las pibas de 15 que salieron en el bondi con la “Banda del Oeste” y avisaron a su familia cuando ya estaban en la ruta, a los que el corazón ya no les aguanta, a los runflas, a los gedes, a los turistas. Hay que reivindicar Olavarría frente al neoliberalismo careta y también frente al estatismo asfixiante. 

Hay que reivindicar que nada alcanza, que sabemos a dónde vamos, que si dejan los controles hay muertos, que si no también, que el rock mata, que nada es previsible, que las avalanchas brotan, que intoxicarse está bien, que a veces convertirse en un despojo es algo bueno, que solo nos cuidamos nosotros y un poco a nuestros costados. Hay que reivindicar las pocas bocanadas de libertad que construimos, hay que reivindicar a quien las convoca, a quien usamos de excusa para activarlas. Hay que reivindicar algo casi inexplicable que nos reclama, que nos empuja, que nos activa algo olvidado. Hay que reivindicar que esto que hacemos atenta contra nuestras vidas, que sabemos quién es Solari, que a veces seguimos con nuestras cosas, que ya demasiados controles nos abruman diariamente.

Polaquito // Diego Valeriano


Los guachines pueden todo y lo que no lo fabulan. Fierros, motos, nevados, historias, hacer algún quiosco, arrebatar viejas solitarias en calles oscuras y esconderse en su pobreza. Pueden mentir que roban y son porongas, porque eso los hace más poronga: saben como hacerlo con las dosis justas de tumba, código penal y desarrollo social y así todos caen.
Empastillados disparan, se toman un bondi al bajo, se enamoran, no toman rehenes, devoran todo, aprenden palabras para poder usarlas en el momento adecuado y siguen construyendo un mundo distinto al relato adulto lleno de derechos, carreras, contenidos, redenciones y largos plazos.
Ser poronga es mejor que ser alumno, hijo, promesa, caso, estadística. Es mejor que esperar, es mejor que ser empleado, es mejor que hacer un curriculum, es mejor que estar lleno de odio y pedir que maten a un pibe, es mejor que estar lleno de culpa y decir que son víctimas.
El Polaquito es ante todo un mentiroso, un partícipe necesario (aunque no lo quiera) de una discusión carente de sentido sobre el futuro de gente careta. Una discusión aburrida y monótona que no le da voz a los pibes. O cuando se la da ya está guionada de antemano.
Ojala el guacho se haya visto en la tele el domingo, reunido con los que quiere de verdad y que a pesar de que todos lo festejen, brinden por su pedantería y sapiencia, en el fondo se haya molestado fuerte porque los ortibas le taparon la cara.

Reivindicar Arsenal // Diego Valeriano

Reivindicar a ella sin dudas, reivindicar la exaltación del consumo, el amor y el viaje desde cada barrio del conurbano. Reivindicar que ella puede, que se atraganta Leuco, lo que puede un cuerpo, que Duran Barba sonríe, que las Madres la quieren. Reivindicar las texturas, colores, entusiasmo y olores de esos cuerpos. Reivindicar todo, a pesar de las diferencias de una tribuna VIP de millonarios y un campo lleno de casi runflas que no llegan a fin de mes.
Reivindicar que no hace tanto había motitos por todos lados, cuotas, Cocas chorras, plata en cada movilización, laburantes volviendo al barrio, bolsones de arena en la vereda. Reivindicar los chizitos en lugar de las tutucas y que no se podía conseguir un puto salón de fiestas para un 15 sino lo reservabas con tiempo. También que si ibas el sábado ya no había asado, el aire prendido a 23 toda la noche, navidad en Santa Teresita, pedir empanadas seguido, los múltiples subsidios, los senegaleses enfrentando a la Federal y a los pibes mirando con desdén a la bonaerense. Reivindicar  los nuevos derechos, a los becarios del Conicet buscando el verdadero color de bandera. Y ante todo reivindicar que no quedan dudas de que el consumo libera.

Luciano desaparece dos veces // Diego Valeriano


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Se desaparece dos veces cuando alguien postea 30001, cuando no hay amor, cuando se banaliza todo, cuando se sobreactúa, cuando se mezcla para ensuciar, cuando exponen al polaquito. Se desaparece dos veces cuando sigue la impunidad, cuando casi ni lo nombran, cuando te sigue  dando miedo que esté el patrullero en la esquina, cuando te sigue dando miedo que no esté. Se desaparece dos veces cuando se exalta la lucha política por sobre otras vidas, cuando los hechos se acomodan a la propia fe, cuando la novia de un preso tiene que hacer lo que no quiere para poder verlo en la comisaría, cuando ellos nombran a López, cuando nadie dice donde votaría Luciano, cuando el volumen de tu voz es según quien gobierne, cuando la vieja de mitad de cuadra ve a todos sospechosos, cuando hay requisa en la plaza, cuando con guita se arregla todo, cuando denunciar es fácil, cuando se minimiza como un caso más de excesos policiales, cuando va quinto candidato a diputado, cuando no cambian al jefe de calle, cuando un pibe asustado dispara, cuando ser transa es lo mejor que te puede pasar, cuando se está en guerra, cuando no se lo nombra para no molestar, cuando ni te acordás que Stornelli fue el ministro, cuando le pegan a un viejo a la salida del cajero, cuando decís que esto es una dictadura. Se desaparece dos veces porque es incómodo, pibe, chorro, cabeza, porque sus amigos eran peores, porque era uno de tantos, porque eran pocos en el acto en Lomas del Mirador, porque nadie sabe quién es Rosemary Chura Puña. Se desaparece dos veces porque la policía sigue haciendo lo mismo, porque la vida es horrible, porque ser pibe es un destino difícil, porque andan enfierrados, porque la gorra domina la calle, porque saben darnos miedo, porque agarrar la Rivadavia en una Honda 100 es el mejor futuro, porque la crueldad es enorme, porque hay muchas lágrimas tatuadas

Fuerza propia // Diego Valeriano

Las que miran desde el bondi, los atontados por la falopa, los vendedores de zoquetes, los que cortan el pasto de la vereda, los que venden bolsas de residuos, los que descartan piola, las que usan calzas y camisetas de futbol, los que fumando esperan que tiren las hamburguesas del Mc Donalls, las que se exhiben en instagram, los que tiran cortes, los letristas de campaña, los que se refugian cuando no se puede otra cosa, los que bajan en Flores, las que traen una tiza de lejos, los que fracasan con un indoor, los que te hacen bajar la vista cuando te miran mal desde el carro, los que pierden y no se quejan, las que ya no se pueden ir, los guachines, los que escabian de mañana, las que no se dejan educar, las turras, los que postean angustiados, las doloridas, el que vende tortillas en la estación de Muñiz, los que toman la chanchita en Temperley, la piba que quiere todo, las que ya no creen, los que no tienen ni idea de que mierda es el futuro, las que votan con desgano, los que siempre pierden, las feriantes infinitas, los que no vieron el recuento, la que ni extraña, tus enemigos, los que ya ni creen en Cristina,  los que nacieron en el 2001, los veranos en ruta 4, los que odian la política, las que deambulan por la ciudad, los que transan, los que ranchan, los que saben que el presente es lucha, las que saben que el consumo libera.  

Las pibitas y los pibitos son peligrosos // Diego Valeriano


Las pibitas y los pibitos son peligrosos, lo son porque desde muy chicas saben dónde queda desarrollo social de la Muni, porque saben ir solos al juzgado de San Martin, porque saben cuál es el auto de la directora, porque saben que la psicopedagoga es una traidora, porque le revisan la mochila al trabajador social, porque saben la clave de la tarjeta, porque saben el tono y la cara a la hora de pedir. Su peligrosidad reside en que la caretean: reciben sonrientes la bolsita de caramelos de todos los días del niño que se festejan por ahí, la taza de chocolatada en la copa de leche, los inflables en la plaza de Sol y Verde que llevaron de parte del concejal. Pero en esa sonrisa esconden una venganza. No les gusta esa mirada condescendiente, esa solidaridad, ese entusiasmo militante que parece ensañado con ellos.
Son peligrosos porque no les cabe la escuela, prefieren el tren, ser corridos por la policía, perderse en cualquier feria, contar historias, decir que van al bajo, verduguear a los que tienen uniforme de escuela, cagar a piedrazos los techos vecinos, vender medias con el hermano en el centro, trepar un árbol, conocer un transa, sentir en la boca el sabor de un enfrentamiento, deambular.
Son peligrosas porque saben de la muerte, del ocultamiento de la madre, de la traición del hermano. Saben también decir padrastro sin confiarse, saben no quedarse solas con el tío, saben acompañar a la abuela los días de cobro, saben guardarse un canuto, saben dónde queda Ezeiza, Magdalena, Caseros y la Unidad 8 de Los Hornos.
Saben que tienen que aprovechar antes de ser adolescentes, saben que la inocencia aún les garpa, saben que los consideran menos enemigos de lo que son, saben que no los pueden psicologiar, saben lo que puede un cuerpo. Son peligrosos porque saben que no pueden confiar, porque en algún momento te va a re caber por ortiba y adulto, porque saben quiénes son sus enemigos, porque miran la vida desde otro lado, porque a pesar de todo se nos nota el miedo. 

El 2001 sigue en la calle // Diego Valeriano

                                                   El 2001 sigue en la calle                                   

                                                                                                                              Diego Valeriano

 
Una orden de desalojo que nadie se anima a ejecutar, las salitas vacías de médicos y remedios, la zanja tapada de botellas de plástico, las pibas que no aparecen, el bautismo de un sobrino que termina en una batalla campal, el comedor que sigue funcionando y María lleva los tupper. El 2001 sigue en la calle entre los pibes que deambulan, en la insurrección que late en forma de guacho, cuando el barrio se moviliza a la comisaría y el enfrentamiento es inevitable, cuando es diciembre, cuando todo es una fiesta.
El 2001 sigue en la calle. ¿Y adentro? Adentro no,  adentro hay un plasma cada vez más grande, un teléfono nuevo para cada uno, escabio y asado los domingos. Se pide el certificado de alumno regular para la asignación, se paga el viaje de egresados casi en término. Cristina ganó con el 54, y aún hoy la votamos. Adentro los guachines tienen la Play, Aylén festeja los 15 en un salón cerca de la estación, se azuleja el baño, compramos el sillón en cuotas, se terminó la pieza de atrás, se hace el trámite de ANSES desde el teléfono, se discute en el Face, se mira Intratables y se asiente con la cabeza, se prende el aire fuerte esos días que son un infierno, se pide empanadas para la noche.
El consumo libera derramando insurrección desde adentro y hace que el 2001 siga presente afuera, que se agigante en cada calle, que siga transformando los territorios, liberándolos, haciéndolos cada día más difíciles, cada día más festivos. El 2001 sigue ahí, en la posibilidad necesaria de saqueos, en la vieja regando las plantas de la vereda desde atrás de las rejas, en la remisería de la esquina que saca pibes a robar, en el floripondio pelado, en el puesto de gendarmería, en la feria de San Miguel, en la loza a medio terminar, en la policía que baja la mirada si está sola, en las pibas que ni saben a qué van a la escuela, en la familia entera que va en moto por ruta 4, en La Flaca que llora a Marquitos, en la  irrupción permanente de otras formas de vida, distintas, desordenadas, ásperas y gozosas, en las batallas que nos quedan para defender el consumo y la fiesta.

 

¿Quién puede frenar una tanqueta de la Federal? // Diego Valeriano

Los pibes que miran mal, las turras con esos shorcitos, los guachines que se escapan y nadie busca, los amanecidos que cagan a piedrazos un patrullero a la salida de Jessy, las pibas que salen a la noche a pesar de todo esperando poder vengarse, los que ranchan, los gedes sin edad ni dientes ni promesas.
Los que no tienen mirada crítica, ni leen, ni especulan, ni dudan, ni postean, ni nada. Los que se hacen cargo de las provocaciones, los eventeros, las que van porque hay que ir, los limpiavidrios, los que no marchan con ATE, las que odian que les llenen las horas con talleres, los que se funden en otros mirando las estrellas en Huracán, los que saben que siempre es más peligroso quemar un patrullero que pensar, las que le hacen la segunda a los que toman la escuela, las que no necesitan ni piden explicaciones, los que no quieren trabajar.
Las que marchan por el plan y a la primera de cambio se esconden a fumar, los que ya están dando la batalla en una esquina de Paso del Rey, los que transan, las que viajan, las que ni se cansaron en Olavarría,  los que cuando superan en número a los de la local los arrebatan, los que pincharon a Esteche, las que odian los nenes que cuidan,  los que venden plantas,  las que cuando el profe habla de Maldonado están mirando el Instagram,  los que descubrieron a la Gendarmería hace mucho, las que trabajan en la calle del Cementerio de Morón, los oportunistas, las que construyen confianza y ahí, justo ahí, se chorean la caja y no vuelven nunca más.
Pueden frenar la tanqueta de la Federal porque son los verdaderos enemigos de Macri, porque rompen la normalidad careta, porque saben desde las tripas quién es el enemigo, porque no opinan ni tienen discurso, porque nadie los conduce, porque encienden batallas en lugares inconcebibles, porque no dan tregua, porque tienen muertos, porque van por atrás, porque ante todo son una fiesta.  

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