Anexo a la edición española: Sobre el Club del Trueque (noviembre 2002) // Colectivo Situaciones
Este breve escrito sobre las redes de trueque en Argentina agrupa un conjunto de hipótesis –más que provisorias- de una investigación aún inconclusa: se trata sólo de borradores de trabajo que aquí presentamos como un anexo a pedido de la editorial Virus. Más allá de la improvisación que estos apuntes implican, es necesario remarcar la complejidad y la extensión del fenómeno del trueque, que se despliega en todo el país y ocupa a siete millones de personas. Por lo tanto, no se trata de una experiencia marginal, sino de la forma específica en que millones de personas resuelven buena parte de su existencia. A la vez, no es sólo una modalidad de supervivencia, sino más bien otro modo de vida que intenta constituirse más allá de la omnipresencia del mercado y del Estado. Actualmente la experiencia del trueque atraviesa una profunda crisis como consecuencia del crecimiento inédito que experimentó tras la debacle económica de diciembre. Intentamos esbozar aquí algunos de esos problemas. 1 El primer club de trueque nació el primero de mayo de 1995, en Bernal, al sur de la provincia de Buenos Aires. Sus fundadores pertenecían a un grupo ecologista llamado Programa de Autosuficiencia Regional, que trabajaban desde fines de la década del ochenta en emprendimientos productivos autosustentables. La experiencia tiene su mito fundador: cuentan que todo comenzó con la abundante cosecha de zapallos que se produjo tras plantar algunas semillas en una pequeña terraza. Su dueño –uno de los tres fundadores- empezó a repartir zapallos entre los vecinos y éstos, a su vez, a darle productos a cambio. En 1996 ya existían 17 clubes, que pasaron a ser 40 en 1997, 83 en 1998, 200 en 1999, y en el 2000 crecieron a 400. Además, se incorporaron dos redes que ya existían pero pasaron a reorganizarse alrededor del trueque: por un lado, la experiencia empresaria de la Red de Profesionales, que ayudó a potenciar iniciativas, y por otra parte la Red de Intercambio de Saberes y Cibernética Social que hizo importantes aportes metodológicos, incorporando los intercambios de saberes como una nueva modalidad y poniendo énfasis en la capacitación permanente como condición para el crecimiento de la red. En un principio, el intercambio de productos era realizado a través de la inscripción en planillas de lo producido y lo consumido por cada prosumidor (término que sintetiza la característica fundante de quienes trocan: son productores y consumidores a la vez), las que luego eran volcadas a una base de datos informatizada con la cual se regulaba el intercambio. Con el crecimiento de la experiencia este método fue insuficiente, no sólo porque volvía casi imposible el trabajo y la manipulación de semejante complejidad de flujos de intercambio, también porque se tendía a centralizar el comando de la información en el club de Bernal, donde desde el principio se hacía la contabilidad. Lo que originalmente fue el surgimiento de clubes locales se constituyó luego como una red (Red Global del Trueque) articulada de numerosos nodos (clubes de trueque), fundamentalmente a partir de la invención de una moneda social (crédito) que permitió la conexión entre los distintos nodos. Sin embargo, hoy también persiste el trueque simple o directo: se intercambian clases de inglés por ropa o dulces caseros por el diseño de etiquetas para esos mismos frascos. El 2001 fue el año de la explosión: los nodos se multiplicaron hasta llegar a los 1800, y entre diciembre de 2001 y marzo del 2002 llegan a constituirse 5.000. La red se extiende a todo el país. Se calcula que tres millones de argentinos viven de los intercambios que realizan en el trueque y otros tantos millones participan de él ocasionalmente. La crisis económica fue el desencadenante de tal “engorde”: a partir de la imposición del “corralito” financiero en diciembre junto a la creciente recesión y los aumentos de precios de los alimentos empezaron a sumarse 5.000 personas por día a la red. 2. Partimos de una hipótesis que sintetiza el por qué de nuestra investigación en las redes del trueque (habría que tener en cuenta la existencia de otros procesos paralelos -y diferentes- aunque emparentados a través de elementos, como son las compras comunitarias que realizan algunas asambleas barriales, las diversas experiencias productivas desarrolladas por determinados movimientos de trabajadores desocupados y la ocupación de fábricas por parte de los obreros una vez que sus dueños deciden cerrarlas por improductivas): El nuevo protagonismo social en sus múltiples formas tiene un desafío: su producción y reproducción social; es decir: la socialización del hacer en sentido material. Desde esta perspectiva, el desarrollo de las de experiencias radicales depende hoy de sus capacidades de construir y vincularse con redes alternativas de producción material. Si el proceso abierto el 19 y 20 de diciembre instituyó una negación radical de las formas de la política existentes, el despliegue de esa negatividad -o, diríamos, su positividad- implica el desarrollo de otras formas de relación social[1], de otras formas de existencia: no subordinadas al capital, más allá de la exclusión capitalista y que intentan no ser recapturadas o reabsorbidas[2]. En síntesis: las formas de sociabilidad alternativa tienen ante sí la prueba de concebir y construir formas de organización que vayan más allá de la discusión colectiva y democrática –aparecida y afirmada en el proceso asambleario- y que impliquen prácticas que comportan una socialización material del hacer. En este sentido, los clubes de trueque involucran, a través del “intercambio multirrecíproco” –uno de los tantos conceptos que el fenómeno utiliza para pensarse a sí mismo—, prácticas alternativas en las relaciones con el dinero, los objetos y las instancias de producción, circulación, intercambio y consumo. El trueque intenta romper con la dominancia de la distribución normalizada que impone el mercado y apuesta a la creación de sociabilidades solidarias. Por tanto, es una experiencia que implica muchas más dimensiones que las del puro intercambio económico. Si la noción de prosumidor intenta diluir la diferencia entre “trabajador” (sujeto) y “producto” (objeto) porque los prosumidores aspiran a mantener la experiencia directa y simultánea de ser productores de lo que ofrecen y consumidores de lo que obtienen en dicho intercambio, la recuperación del vínculo entre producción y consumo apunta a establecer un criterio regulador que resista la fuerza de abstracción del equivalente general (dinero). En su lugar, se apuesta a la producción de lazo social, de vínculos directos y cotidianos, a la puesta en común de potencias y capacidades productivas, a la generación de un movimiento de reciprocidad y cooperación que no persigue la acumulación, y que aparece, más bien, como un flujo de dar y recibir no determinado exclusivamente por la ganancia. Es así que en el espacio del club se realizan periódicamente encuentros de intercambio (ferias) y reuniones administrativas, pero también actividades de capacitación, recreativas, asistenciales y productivas. Lo que surge es una serie de problemas mayores a la hora de pensar una economía paralela: ¿Cuál es la medida que rige el intercambio que funciona en las redes de la economía alternativa?¿Aparecen en el trueque elementos que resitúan el carácter de mercancía de los productos como sólo uno de las dimensiones del intercambio? ¿Aparece un más allá de la noción de equivalente general, es decir, de un valor trascendente que reglamenta, mide y legitima al resto de los valores?¿Qué elementos de intercambio simbólico constituyen estas prácticas? ¿Es la existencia de lazo social –o, por lo menos la suspensión del individuo posesivo– lo que habilita esa dimensión no estrictamente utilitaria? Y en ese sentido, tomando en cuenta la diferencia hecha en este libro entre sociedad con mercado y sociedad de mercado (Polanyi), en los clubes de trueque ¿deja de existir –aún parcialmente- la esfera económica como autonomizada del resto de la existencia social? Las posibilidades de compra con los “créditos” (nombre de la moneda del trueque) alcanzan prácticamente todas las áreas de la economía y no, como se supone, sólo los rubros más urgentes. Quien va al trueque encuentra posibilidades de consumo de todo tipo, las mismas que en el mercado formal se vuelven prohibitivas: ropa, artículos de decoración, atención psicológica, peluquería, talleres de música y una variedad que se reformula según los barrios y las especificidades de cada territorio. Es decir, el intercambio multirecíproco dudosamente pueda denominarse simplemente de “supervivencia” o de “subsistencia”. Más bien, instituye –como decíamos- la posibilidad de otro modo de vida. La particularización –singularización- de la moneda por la base, al decir de Toni Negri, remite –en el caso del trueque- a la incorporación de una dimensión de futuro implicada en el hecho de que en el intercambio se encuentra un bien presente por una promesa de un bien futuro. Por ejemplo: se intercambian empanadas por “dos” cortes de pelo. Uno de los cortes, indefectiblemente, depende de la confianza y la perduración del compromiso. Negri, insiste en que un éxodo material necesita un proyecto de futuro porque lo biopolítico está atado a lo real y, a la vez, al intento de recuperar algunas formas de utopía. Marcel Mauss también habla de la importancia de la noción de tiempo para pautar las contraprestaciones. El don, según Mauss, comprende necesariamente la noción de crédito ya que el intercambio recíproco se realiza con la seguridad de que un don (regalo, visita, etc.) será devuelto (obligación a largo plazo). El desarrollo de tan vasta red de autogestión social implicó una figura específica y novedosa de la actividad militante: los coordinadores. En su comienzo los coordinadores eran los encargados de fundar un nuevo nodo –reuniendo los elementos disponibles– y atender las funciones regulatorias que de allí surgían. Si se trataba de conectar puntos productivos para salir de la impotencia, es decir, de la soledad, los coordinadores eran los encargados de llevar adelante una lucha feroz contra el aislamiento. Se trata de una figura que articula la capacidad emprendedora, la capacidad gerencial y la capacidad política. Los coordinadores son los encargados de (re)establecer los vínculos entre capacidades productivas y necesidades comunitarias, ya sea con la conformación de un nuevo nodo de la red, o a través de las modalidades que hace poco se han puesto en marcha como la (re)construcción de rutas de producción y comercialización de alimentos y medicinas que conectan a pequeños productores con organizaciones y comunidades sociales, o como alternativa práctica a las redes multinacionales de producción (transgénicos). Los coordinadores apuestan a la autorregulación de precios. Se trata de un proceso complejo y con mecanismos diferentes. En algunos lugares consiste en la capacidad del propio nodo de conseguir productos de una “canasta básica” a muy bajo precio que limita los precios posibles. Otro ejemplo es que el 50% de lo que cada nodo recauda con los bonos de contribución -fundamentalmente entradas a las ferias- sea devuelto a los socios mediante la compra de insumos que fomenten la producción. 3. Mucho se habla –y con cierta razón- de que en el trueque se dan fenómenos de corrupción, especulación, de acumulación y de estafas. Pero esas “impurezas” –nada sorprendentes en los fenómenos de cierta escala, sobre todo cuando se alzan sobre el suelo fragmentado de las sociedades neoliberales– no alcanzan a penetrar en las razones de la actual decadencia de las redes más abarcativas del trueque. Un punto clave para entender la actual crisis de las redes del trueque pasa por lo que en economía suele llamarse la cuestión del “respaldo” de la moneda –en este caso el crédito–: es decir, la relación de correspondencia entre el volumen de lo producido y el circulante monetario. Para decirlo sin rodeos: una de las causas más profundas de la actual encrucijada de las redes de intercambio pasa por la carencia productiva[3] en los nodos. La masificación de la concurrencia y la emisión de créditos no fue acompañada por el consiguiente aumento productivo –ni en variedad– lo que saturó, secó y descompuso buena parte de la dinámica que se observaba en casi todos los nodos existentes. Se generó una brecha abismal entre necesidades de consumo y capacidad productiva. En el fondo, el problema no es estrictamente económico –como suele suceder– sino más integral y sencillo: las redes del Club del Trueque trabajan sobre la producción de subjetividad, de lazo social. En el centro de la red está la figura del prosumidor, que –como decíamos más arriba– intenta sintetizar en sí mismo las posiciones que habitualmente el mercado escinde: las de la producción y las del consumo. Y bien, el carácter abierto de la red y la invasión de necesidades de la población que comienza a volcarse masivamente sobre las redes alternativas buscando soluciones instantáneas a sus urgencias más básicas alteró la constitución de esta figura del prosumidor e hizo del trueque una extensión del mercado capitalista sin más. Este fenómeno desató los mecanismos –tan habituales en el mercado formal– de especulación con productos escasos y de primera necesidad, la falsificación de la moneda, la acumulación de moneda, el control político del nodo, etc. Este tipo de sabotajes que estuvieron siempre presentes, habían existido en un segundo plano hasta que con la crisis se volvieron centrales y aceleraron la crisis de la experiencia. Ahora bien: la experiencia de la economía alternativa no ha concluido. De un lado, las redes del trueque no han desaparecido. Ciertos nodos que se cerraron a tiempo han logrado sobrevivir. Por otro lado las redes como tales no han desaparecido y se hallan en un proceso de reflexión intenso sobre las formas de autoprotección que les permitan un relanzamiento. Pero quizás la transformación más importante pase por la incorporación de procesos y flujos que se desprenden de la red mercantil y que van estableciendo, incluso, acuerdos cada vez más significativos con instituciones estatales locales. Surgieron así nuevos fenómenos como las “megaferias”, donde se reúnen integrantes de distintos nodos o clubes de diferentes puntos del país, y donde concurren hasta 20.000 personas a intercambiar productos y servicios; comenzaron a articularse redes de compras comunitarias que establecieron vínculos entre todo tipo de productores de alimentos (arroz, aceite, harina, etc.) y los nodos o megaferias; se intentó organizar una red de salud al interior de la red de trueque incorporando como prosumidores a médicos, enfermero/as, psicólogo/as, etc.; se fundó la primera farmacia de medicamentos genéricos del país, experiencia que proyecta extenderse a diferentes barrios y se pretende en el mediano plazo conseguir un laboratorio donde producir los propios medicamentos; hubo acuerdos con varias municipalidades del país para cancelar tasas municipales con las monedas de la redes del trueque, ingreso que el municipio usará para mantener programas de empleo, promover planes sociales para desocupados y contratar como proveedores a emprendimientos productivos de la red del trueque. La experiencia de las redes del club del trueque fue una monumental experiencia de masas de economía alternativa. Esa experiencia ha sido capitalizada. De aquí en más el trueque, organizado como tal, será uno de sus elementos, pero ya no el único. Las experiencias (los saberes, los contactos, etc.) se multiplican, y la incorporación de conocimientos técnicos y profesionales se van haciendo cada vez más reales.
[1] Estas formas sociales nuevas están implicadas en la doble modalidad implícita en su ser potencia: potencia desplegada como multiplicidad, fuerza, acto y también potencia como potencial, como apertura de posibles, como lo aún no realizado y por tanto con posibles convocados por la posibilidad de la posibilidad. [2] La captura es captura de la potencia en sus dos sentidos anteriores: apropiación del acto y la fuerza, dándole orientación a la multiplicidad y conduciendo la energía hacia ideales o modelos instituidos, pero también captura se utiliza en el sentido de lo que amputa los posibles potenciales. [3] En efecto, lo que está en juego aquí es el hecho de que las redes de la economía alternativa tiendan a autonomizar la producción social efectiva respecto del mando del capital. |