Anarquía Coronada

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Armar una época // YoNoFui, Diego Valeriano

Amor se dice arrancar, ocupar, respirar. Y tierra es otra forma de decir manija, alegría, pelea, plantarse. A Caro, la alegría de sus hijos corriendo por la toma no se la quita nadie: ni las ministras ciegas, sordas y mudas, ni el frío, ni el vigilante de Berni, ni las dudas a esta hora de la madrugada, ni los patrulleros que merodean sabiendo que cada día pueden un poco más, ni ese periodismo ortiba. Ni la orden de desalojo. Ale me dice que las pibas saben, y que cuando se juntan saben todavía un poco más. ¿Cómo no van a saber? Si ya pasaron por todas, si entienden de tanto andar. Si saben lo que somos los chabones, las piezas de alquiler, la calle, las trabajadoras sociales, los trabajos inmundos. Las pibas saben que el ánimo es un músculo que entrenan en la toma, y ese saber recorre todo hasta hacerse piel, abrazo, discusión, asamblea, pallet, nylon, chapa, hermandad inesperada. 

Ale cuenta que hay un clima de resistencia festivo, calmo, seguro. Un clima en el que se puede respirar, compartir esas ganas de respirar, conspirar, darle otra entidad a la política. Construir alianzas. Con Ale charlamos de varias cosas, de la organización, de las giladas, de quienes se borran, de cómo aguantan la toma. Y me cuenta que una piba, una pibita ¿20, 21?, una mina, una mujer, una que banca allá en Guernica le dice: “Nuestra lucha no es solo por un pedazo de tierra, es también para armar una época de recuperación de la tierra, de transformación de la política, de reconstrucción de los vínculos”. Quedamos careta. Careta ella, mucho más careta yo. Armar una época, ocupar una época, recuperar la política, desplazar otra época, esta época que no permite nada: ni respirar el aire, ni tomar el agua, ni reír a los guachines, ni jugar en el campito a las nenas, ni levantar una casa. 

Amar se dice arrancar, tomar es vivir, y habitar es armar una época, esta época nueva, la época de ellas. Revelación, pelea, agitación, construir barricadas para poder respirar juntas, para rajar a los violentos, para seguir mostrando que es acción política, para flashear cosas lindas, para que los garrones queden bien lejos, para vivir la tierra, para seguir haciendo mundo.

#YoNoFui

Foto: Colectivo Luz en la Piel / YoNoFui 

Guernica y la necesidad de desactivar la violencia // Diego Sztulwark

Guernica, de Emir Kusturika

 

En estos días me cuesta distinguir a Kafka de Benjamin. Un judío sin Estado está obligado a participar de la potencia común de quienes necesitan desactivar la violencia del poder. Así lo entendieron Judith Butler (¿A quién le pertenece Kafka?, Palinodia, 2014) y, mucho antes, León Rozitchner (Ser judío, publicado en 1967 y reeditado junto a Otros textos, por la editorial de la Biblioteca Nacional, a cargo de Sebastián Scolnik, durante la gestión Horacio González). El «nuevo abogado» de Kafka, que hace del derecho un puro objeto de estudio, se encadena con la poderosa Crítica de la violencia (Walter Benjamin, 1921), en la que el orden legal del Estado, y el poder coactivo del derecho, son duramente enfrentados como producción ilegítima de poder. En un texto tremendamente inspirador -y de no fácil lectura-, Benjamin articula una perspectiva a la vez teológica -la violencia divina destruye el poder coactivo, de fundamentos míticos- y política (los argumentos de George Sorel sobre la huella revolucionaria como disolución del estado burgués). La violencia pura, divina -o revolucionaria- tiene, para Benjamin, los siguientes rasgos: es 1) no sanguinaria, 2) fulmínea y 3) purificadora. Destructora de poder, no de humanidad. Es decir: 1) ataca al poder coactivo del orden injusto y no a la vida; 2) no es gradual ni se confunde con la violencia administrada del derecho; 3) expía y desculpabiliza al desligar a las personas de la obediencia legal al orden ilegítimo. En su ensayo, Benjamin siente la necesidad de refutar un «anarquismo infantil», despreocupado por la acción real, y el significado profundo de las cuestiones colectivas. Esto la lleva a Butler a aclarar que esta «violencia no-violenta» no es una recusación inmediata de todo orden legal, sino solo de la dimensión de injusticia que se impone como destino a los oprimidos. Resulta muy esclarecedor meditar sobre estas cuestiones, en días en los que el Estado argentino decide sobre qué hacer (desalojar o no) ante el fenómeno de la toma de tierras. Días en los cuales, además, el problema de la violencia reaparece en una confusión perniciosa (asesinato de jóvenes, amenazantes huelgas policiales). La crítica de la violencia propone las condiciones para distinguir la violencia que crea y conserva poder, de aquella otra que funciona en todo caso destruyéndolo. Esta distinción (que recuerda también las ideas de Rozitchner sobre la contra-violencia no asesina) es fundamental y se hace cada vez más importante. En oposición a la violencia que mata y desposee, hay una «violencia no-violenta», que no apunta a los vivos, sino exclusivamente a impedir la coacción desgarradora del poder. Con ella ha de comprometerse sin culpa alguna quien necesita componerse con lxs demás -crear un pueblo-, para crear una vida. Ese compromiso, en Benjamin, se llama Mesías.

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