Anarquía Coronada

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LO QUE EL DESALOJO NOS DEJÓ // Red de experiencias territoriales comunitarias

Jueves 29 de octubre. Una noche hermosa de luna llena, en torno a muchos fogones, las familias de la toma de Guernica esperaban lo que deseaban que nunca sucediera.
A las 4 de la madrugada se produce el apagón en la toma y en barrios alrededores. El territorio estaba rodeado. Pocos minutos antes de las 5, en la oscuridad, comenzaron a avanzar las impactantes formaciones de las fuerzas represivas por el norte y por el sur de la toma. Por el lado oeste no hay salida posible, quedaba sólo una salida para escapar. El escenario se transformó en un campo de terror. Centenares de mujeres corrían desesperadas con sus hijes a cuestas y algunas pocas cosas que pudieron manotear en medio del desastre. Mientras muchas otras personas resistían para que ellas pudieran salir bien. Afuera del predio se encontraban con organizaciones sociales, comisiones de salud y vecines que hacían de apoyo y resguardo. Esto no bastaba para consolarlas y desviar sus miradas desorbitadas cuando veían los ranchos arder con las pocas cosas que tenían pero que significaron mucho durante tres meses. Padres que lloraban porque sus hijes permanecían en el predio en medio del ataque o porque los llevaron presos.


La espectacularidad de la represión era muy impactante. Tropas que avanzaban prendiendo fuego ranchos, postas de salud, centros de acopio de donaciones y comedores. Cuatriciclos que pasaban a toda velocidad por los alrededores rompiendo los puntos de apoyo. Helicópteros de la policía con algunos medios que registraban todo desde el aire. La represión y la persecución continuaron varias horas por los barrios vecinos. Muchos jóvenes le gritaban desde sus casas a la policía “ustedes son los criminales”, “asesinos”. El predio fue sitiado. Inmediatamente ingresaron las topadoras. Algunas comisiones de derechos humanos y médicos, mediante mucha presión, pudieron ingresar al predio. Registran lo devastador del paisaje: ranchos incendiados, herramientas, elementos de cocina, animales calcinados.
No hay protocolo que contenga este accionar. Vinieron preparados para la guerra. El despliegue fue de pura violencia y crueldad: apagón, incendios, ejecución de las topadoras ante las miradas de niñeces y mujeres, rompiendo un código que en toda guerra se debe respetar: el de asistir y sacar a los heridos. Los asistentes sanitarios fueron gaseados, atropellados y echados del lugar.


El gobierno, a través de muchos medios, intentaba tapar la violencia hablando de desalojo ordenado. Torciendo la realidad de la misma manera con la que fueron manipulando las mesas de negociación, utilizando la mentira y el desprecio. Mientras se desarrollaba la última mesa en la que se debía firmar el acta-acuerdo y en la que prometían respuestas solo para 250 familias aun reconociendo que el último censo arrojaba a 1400, el desalojo estaba en marcha. Fue el Estado, a través de sus funcionarios, el que rompió los acuerdos. No hay accionar político dentro de la toma que justifique el desalojo. Especularon todo el tiempo con acciones y discursos para dividir, quebrar, enfrentar y desacreditar a las organizaciones que vehiculizaban lo que el Estado nunca pudo gestionar en la toma: la atención y el cuidado a través de la salud, la alimentación, las vestimentas y todo tipo de respuesta a las necesidades. ¿Dónde estuvieron y están las áreas de desarrollo de la comunidad, de la niñez, de género y de hábitat durante este tiempo más allá de los discursos de un Estado que asiste? ¿Cómo vuelve un gobierno que se llama popular de semejante ejercicio de la violencia y despojo a los sectores que reclaman tierra para vivir? ¿Constituye esto lo que una parte de la sociedad y algunos medios celebran?
¡Cuántas imágenes del terrorismo de Estado nos vuelven a sacudir: apagón, cuatriciclos rompiendo puntos organizados para el apoyo a la asistencia, medios cómplices de la violencia y empresarios esperando que el poder político y judicial les garantice la renta sobre sus negociados inmobiliarios mafiosos! No fue posible la tierra para quienes la necesitan para vivir. Hubo represión para sostener el pacto con quien la usurpa y se adueña para sus negocios financieros.


A dos días del desalojo no hay una sola familia de la toma con una respuesta concreta. Los centros en los que prometían alojarlas transitoriamente se encuentran vacíos. Muchas familias fueron a parar hacinadas a terrenos prestados por vecines. Otras andan deambulando por las estaciones y las plazas. Y muchas otras volvieron a los lugares de violencia de donde huyeron.
Quiénes vienen de organizaciones populares desde las cuales llegaron a ocupar funciones en el Estado hoy y conocen la realidad de la pobreza, la marginación y el despojo ¿cómo pueden aceptar el atropello, la humillación y el abandono? ¿Cómo explicaran las represiones venideras? ¿Qué respuestas darán a los sectores que seguirán luchando por tierra para vivir?
Ante la crisis habitacional, la lucha por la tierra es una realidad que no se puede enmascarar, criminalizar ni violentar. La organización colectiva es el desafío para lograr el uso social y comunitario de la tierra.

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