Anarquía Coronada

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Carta a nuestras hermanas Sonia y María (17/05/07) // Colectivo Situaciones

Este texto fue publicado como anexo en Ninguna mujer nace para puta (lavaca editora – 2007), y su escritura fue motivado por la invitación de Sonia Sanchez y María Galindo, autoras del libro.

 

Carta a nuestras hermanas Sonia y María

Para escribir este texto nos imaginamos que estamos con ustedes. Las vemos exhaustas tras un largo viaje. Sus cuerpos descansan luego de bailar la danza frenética con que invocaron y encarnaron la rebeldía e inteligencia que dio lugar a un libro que quema.

Hemos sido convidados al difícil privilegio de estar entre sus primeros lectores. Experimentamos intensamente el trance. Tenemos frescas sus marcas. Escribimos estas líneas a gran velocidad para evitar que esas huellas se disipen: ¿cómo elaborar los efectos vivos en nosotros de lo que hemos leído, sin apaciguar su fuerza desorganizadora con palabras inmunizantes?

¿Qué queda en pie luego de ese torbellino que es la puta cuando toma la palabra?

Queda, para nosotros al menos, un ejercicio de memoria corporal: retener la afección, para elaborar esas primeras impresiones que aún están libres de la inercia de los lenguajes ya conocidos. Aceptamos entonces la invitación. No para sumar un texto que duplique vanamente lo dicho hasta aquí, sino para continuar por escrito un intercambio tanto más desafiante cuanto que nos plantea una pregunta infinita: ¿cómo estar a la altura de un pensar que no precisa romper con la sensibilidad corporal sino que, por el contrario, extrae de ella su propia fuerza?

La palabra de Sonia

La dureza y la valentía de tu palabra directa obligan. Cada quien es convidado a asumir una íntima escisión. Debe intentar hacer el mismo ejercicio profundo y doloroso: reconocer qué lugar ocupa en la cadena mortífera de torturadores y torturados en que se transforma el mundo bajo la luz que proyecta la palabra de la puta.

Pero no para quedar a salvo. Tampoco se trata de pronunciarse por la resistencia y contra la dominación. Eso se puede hacer, es preciso a veces, pero insuficiente siempre.

¿Qué significa entonces, para nosotros, dialogar con un texto como éste?

Por un lado, sentir la propia subjetividad como un campo de batalla donde nos medimos cuerpo a cuerpo con las relaciones de poder social. Sin este reencuentro con niveles sensibles habitualmente entumecidos, no hay cotejo posible para nuestra politicidad.

Reconocer la voz prestada que habla en nosotros. Voz del torturador, en un cuerpo rigidizado, negado, entregado. Ese parece ser el punto de partida: la indagación en nosotros mismos de este juego de fuerzas en que el poder siempre se pretende vencedor, haciendo de nuestros afectos, afectos de sumisión. Para confrontar la propia complicidad, el goce de esta sumisión, la servidumbre voluntaria.

Por eso, antes de la palabra viene el vómito.

Lo más difícil de todo es fragilizarse, conectar con la propia vulnerabilidad hasta hacerla decir esas palabras que nos paralizan. Decirlas luego en voz alta y sentir el dolor en nuestro cuerpo largamente endurecido por el esfuerzo de negar estos agujeros. Sentir el miedo. Sentir cómo nos rigidiza. Reconocer por fin en estas durezas el mecanismo que nos entrega a un sacrificio inconfesable: la complicidad íntima con un poder de muerte que opera en y desde nosotros, y que ahoga nuestros gritos convirtiéndolos en síntomas y enfermedades privadas. Reencontrarse con la herida e identificar en ella las marcas que una lucha anterior dejó en nosotros y que perdura como un dolor insoportable.

Sonia empuja esa pregunta, porque ella hizo de ese ejercicio de autoanálisis una interpelación pública. Se queda sin refugio, sin falsas dignidades ni protecciones mentirosas. Y desde allí nos habla. Por eso, al escucharla, quedamos invitados a poner sobre la mesa nuestros propios miedos y privilegios. No hay posición desde la que escuchar a Sonia que no exija ponernos a nosotros/as mismos/as en ese estado de desnudez y valentía para intentar estar a la altura de su palabra.

Volvamos la pregunta a nosotros: ¿qué enunciados nos paralizan?

Seguramente cuando nos catalogan como “intelectuales”, “intérpretes” o “expertos”: otros tantos equivalentes de la posición del cafisho o del parásito en la dinámica social. Por eso, es como si cada vez debiéramos afirmarnos desde el vacío abierto por el modo en que estas palabras aluden a una herida en nosotros.

De hecho, cuando nos proponemos crear una figura de investigador militante estamos intentando abandonar tanto el cuerpo de intelectual (a salvo, pacificador y gozoso de la pura complejidad de los conceptos pero incapaz de asumir las consecuencias políticas de un pensar con premisas situacionales, vividas en los propios problemas que se investigan), pero también el cuerpo del militante clásico que funda la legitimidad de su palabra en una disposición al sacrificio y al roce con la muerte. Si hablamos de “poner el cuerpo” lo hacemos siempre en el sentido de que el cuerpo es el escenario de una guerra, una individualidad en constitución al interior de una lucha en la que siempre se juega la capacidad de crear nuevas vidas, nuevas potencias, frente a la interpelación de muerte del poder.

Precisamos aprender a manipular esas palabras que están allí para congelarnos, para animar toda una fantasmagoría culposa a nuestro alrededor y poner en marcha una ingeniería afectiva destinada al derrumbe y la resignación personal y colectiva.

Sonia nos entrega una nueva clave: ella va cambiando de piel. Dice ser la madre, la puta, la mujer, la amiga, la pobre, la hermana. También dice no ser nada de eso. ¿Quién más pudiera hablar desde todos esos lugares y a la vez no necesitar de ninguno? ¿Quién más pudiera sobrevivir con esa destreza al interrogatorio policial (siempre proveniente de un/a “compañero/a”) que dice: ¿Y vos desde dónde hablás?

La palabra de Sonia tiene la fuerza de convocar un nosotros/as que cambia de tamaños, de alcance, de lengua. Y nos pone bajo una interrogación mayor: ¿qué es hacer una alianza con esa palabra que se convierte en “anfitriona” de un cambio social profundo?

La palabra de María

Hemos visto cómo opera la pregunta de María. En una serie de talleres: “dime, ¿qué palabra te paraliza?”. En documentales: “un pene, cualquier pene, es siempre una miniatura”..

Ahora la vemos nuevamente en acción. Enfoca y pregunta. La pregunta es una máquina que también obliga: hablar, pensar y descartar las palabras fáciles, el testimonio sin concepto, el lamento, la respuesta defensiva. Un método de la mirada y la pregunta que con Sonia como interlocutora alcanza una profundidad máxima. Una metodología que empuja a la elaboración más dolorosa, que es precisamente aquella que debe revisar la intimidad subjetiva de una complicidad. Y debe, si es que decide avanzar, desatar esos nudos que nos ligan a través del miedo a toda la amplia red de laceraciones que constituye buena parte de nuestras sociedades. De allí el acoso del “método María”. María ha inventado estos procedimientos consigo misma y sus primeras compañeras. Ella también debió elaborar desde el sufrimiento sus propios saberes y empuñarlos como armas. Ahora ofrece esa metodología y fuerza a otras a pasarla en limpio, a ponerla en palabras directas.

Así es como, en su proximidad, las personas son alcanzadas por una flecha. Cada quien sale con una inquietud clavada en el corazón. ¿Qué escondes? ¿Cuál es tu complicidad? ¿Qué saber tenés que desplegar?, ¿y qué poder emancipatorio podemos reconocerle?

Es un método que busca, a la vez, emancipar una capacidad plegada y verificar la potencia desestructurante que ese saber tiene respecto de la dominación.

Nosotros también fuimos blanco de esos interrogantes, cuando disfrutamos de su paso (junto a Julieta Ojeda) por Buenos Aires, hace exactamente un año: “¿cuáles son los saberes de un grupo cómo el de “ustedes”? El grupo en cuestión es esta vez el Colectivo Situaciones. “¿Cuándo van a contar lo que saben?”.

Hace un año andamos con esa flecha clavada. No con una, sino con dos, porque hay una segunda pregunta: “¿cómo hace un colectivo mixto para elaborar sus grietas?”

Hacer colectivo

Los saberes de un colectivo son aquellos que enfatizan la sustitución de la individualidad que es obtenida en la obediencia y el miedo a la muerte, por otra que puede desplegarse en la medida en que se construyen las condiciones materiales concretas para una nueva vitalidad. Son saberes sobre cómo el pensamiento y los afectos se articulan en desafío, pero también en los cuidados que hacen posible una nueva afirmación subjetiva; nociones sobre la función de la palabra y el concepto cuando operan como arma en esta batalla.

No hemos siquiera comenzado a responder la primera pregunta, y ya sentimos el resonar de la segunda: ¿cómo trabajan las dimensiones sensibles de estos procesos en los que se involucran? O también: ¿cómo es que asumen todas estas cuestiones en grupos y redes mixtos –de mujeres y hombres– cuando es ésta precisamente la línea divisoria que actualiza los miedos, las sumisiones y los privilegios que queremos desanudar?

¿Qué es un grupo mixto? ¿Es un grupo heterosexual? ¿Es un grupo obediente? Muchas veces sí. Pero retengamos otra opción: un grupo puede ser desclasificador para sus miembros, empujando a cada quien a ir más allá de sí misma/o, y de las estructuras subjetivas que nuestras sociedades nos ofrecen, disponiendo a cambio una composición diferente de presencias y afectos en los que sostenerse. Esto no se logra sin percibir el vacío y la angustia que este desplazamiento genera, pero a cambio proporciona cierta capacidad de reinvención con otros/as, en otros/as. Y en esta medida supone una apertura reorganizadora en torno de qué es ser mujer y qué es ser hombre, y con ello una posible reescritura, para nosotros al menos, de los modos de ser amigo/a, madre/padre, hermanas/hermanos, etc.

Podríamos definir un grupo a partir de la articulación de dos sentidos de lo colectivo. Una dimensión explícita, de agrupamiento, y otra tal vez más determinante aún: aquella que fuerza la emergencia de una multiplicidad grupal en cada uno de nosotras/os. Una multiplicidad que obliga a reorganizar los elementos subjetivos de cada quien. Una puesta en multiplicidad de cada uno que se verifica si da lugar a una despersonalización a la vez que relanza con fuerza y de otros modos las iniciativas individuales.

La experiencia de una grupalidad heterogénea (grupo de varios, uno sólo ya siendo grupo) genera una tensión activa sobre cada quien a la vez que ofrece medios para sostener un desplazamiento subjetivo. Una tensión que se dispone –cuando esta tensión está realmente viva– a forjar una autonomía. Una autonomía, es decir un lenguaje y unas preguntas. Un lenguaje para pensar y unas preguntas que nos orientan hacia las demás desobediencias.

El auto-análisis al que nos vimos empujados a partir del intercambio que con el libro ustedes proponen, nos ha obligado a revisar los fundamentos de las propias decisiones constitutivas del colectivo, verificando que ellas no perduren como un último refugio para nuestros privilegios y cobardías mas hondas. Esas decisiones, en efecto, son condición misma del diálogo que desarrollamos y nos obligan esta vez a preguntarles nosotros a ustedes: ¿ven en ellas una barrera que permanece cerrada a la interpelación de la mujer puta-mujer lesbiana; o, al contrario, ellas son la posibilidad y el punto de partida para una complicidad mayor, en una conversación que nos asusta a todos porque presumimos que su fuerza nos desestabiliza?

La experiencia de lectura del texto nos lleva a una segunda pregunta, que surge también de la activa incertidumbre en la que nos deja: ¿qué nueva individualidad grupal, qué nuevo cuerpo colectivo podrá sostener esta subjetividad desobediente que ha desafiado la ley del patriarcado y que por lo mismo será ahora convidada por éste a una lucha a muerte? ¿Qué sabiduría debemos poner en juego para eludir la propia auto-alienación, que empuja a una «ofensiva ilusoria» sin reparar en la necesidad fundamental de constituir una corporeidad colectiva (una organización) capaz de desarmar el sometimiento? ¿Cómo se construye la invitación a extender esa desobediencia ligada a la vida y a la multiplicidad de voces, desde posiciones de antagonismo abierto (y no pacificado) con la cadena de muerte patriarcal, proxeneta, racista y capitalista?

Buenos Aires, 17 de mayo de 2007

Cambá, Diego, Mario, Natalia, Sebastián y Verónica

Colectivo Situaciones

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