Esperando a Bifo: prácticas de sensibilización para una nueva política no humanista // Diego Sztulwark
I
Se lo critica a Bifo –Franco Berardi– por ser “pesimista”, es decir, porque su propia descripción del mundo como una cybercelda no ofrece salida alguna. De todos modos, pesimismo y optimismo no dejan de ser categorías pobres, inútiles: si el optimismo se ha convertido en un futurismo neoliberal, el pesimismo deviene su contracara, un pensamiento triste incapaz de crear nuevas posibilidades.
El gesto de Bifo incomoda porque realiza dos movimientos: nos exhibe inmersos en un presente sin solución, al mismo tiempo que nos señala problemas y nos invita a trabajar. Leído así, no entusiasma ni desalienta, sino que nos propone producir. Su tesis central sobre el tiempo histórico afirma que ha pasado la época cuando actuar era ya transformar la realidad, mientras que en nuestros días actuar es el esfuerzo por adaptarse o, más bien, por actualizarse ante los cambios vertiginosos signados por la revolución virtual, tecnológica o digital. Si la izquierda revolucionaria se sentía fuera y contra, capaz de interpretar para transformar, dice Bifo, la izquierda actual es impotente, no encuentra afuera en el cual situarse, y debe esforzarse por pensarse dentro y contra, para lo cual se requiere una ejercitación en el empleo de la ironía. Con él, ya no es posible sostener la actitud de la vanguardia que denuncia/salva a los “otros” (alineados, ignorantes, engañados), porque todos estamos hundidos en el mismo fango. La condición común es estar en problemas, la actitud conveniente es declararlo. Estar en problemas es el punto de partida.
II
A Lenin le gustaba decir que la ironía y la disciplina eran los mejores valores de los bolcheviques. Vladimir Jankelevich afirma que la ironía es una cierta capacidad de distancia para lograr nuevas disposiciones. Para Bifo, la ironía es una insolvencia del lenguaje, la capacidad de eludir una sobrecodificación. La ironía es el rasgo de todo auténtico movimiento social.
III
Si estamos dentro –no somos ajenos ni exteriores a los problemas que nos agobian–, el pensamiento deberá partir de esta inmanencia. No hay modo de resolver esto “desde arriba”. Más que miradas externas, perspectivas distanciadas o lecturas sabelotodo necesitamos cartografiar la complejidad del presente desde la experiencia misma. Nos debemos explicaciones situadas, chocar con los obstáculos concretos que las analíticas distanciadas pasan por alto. ¿Cómo conocemos? Bifo sostiene que nuestra realidad cognitiva ha mutado. Estar “dentro” de los problemas ya no tiene nada que ver con adoptar compromisos morales, sino con el dar cuenta de qué no podemos y qué sí. Cuando Bifo diagnostica un proceso de “desensibilización” de la sociedad, roza este tipo de situaciones. No se trata, desde luego, del fin de la sensibilidad como tal, sino de su modulación productivista, prefigurada, codificada, sometida a la lógica algorítmica. Vivimos una reducción de lo sensitivo, lo sensual y lo erótico en la medida en que devenimos cada vez más incapaces de decodificar lo no dicho, de inventar relaciones para signos sin previa compatibilización. Cuando Bifo emparenta este proceso con una muerte de la política, quizás debamos entender esta muerte como la extinción (tendencial, no absoluta) de una voluntad viril de intervención/control sobre un mundo cosificado y aun manejable. El semiocapitalismo no será transformado –dice Bifo– a partir de maniobras de tipo maquiavelianas o leninistas. En otras palabras, lo que muere es la política tal y como fue concebida por humanistas y revolucionarios, o sea, una voluntad de transformación consumada en un Estado.
IV
¿Qué praxis emancipatoria estaría a la altura de un cuestionamiento del semiocapital? ¿Qué sucede con nuestras experiencias políticas? Una clave de interpretación posible para la historia argentina reciente pasa por la reducción –modulación– de lo sensible. Del terrorismo de Estado al neoliberalismo hay un continuo: del terror a la competencia. Rita Segato lo dice con toda claridad: el patriarcado es una metafísica que trata lo vivo como simple cosa manipulable. Las prácticas de contrapoder, desde las Madres de Plaza de Mayo hasta el movimiento de mujeres, pasando por el movimiento piquetero, han sido entre nosotros de índole historizante, resensibilizante y fuertemente irónico.
V
Ironía y sensibilización parecen ser dos claves posibles para desestereotipar lo político. ¿Es posible pensar modos de rechazo y de toma colectiva de decisiones más allá del modelo que va del Príncipe al Partido? En la medida en que las prácticas de sensibilización operan como contrapoderes con relación a la explotación laboral, las represiones, los racismos, los genocidios, la opresión sexual y la destrucción por las finanzas de la naturaleza, no es posible disociarlas de las dos capacidades políticas fundamentales: la de imponer un límite a los poderes y la de experimentar formas colectivas de tomar decisiones. Estas dos cuestiones siguen colocadas en el corazón de lo político, sea lo político poshumano o lo político posrevolucionario.
Habría que reconstruir, entonces, una teoría de la decisión colectiva posrepresentativa, en la cual los sujetos críticos de los procesos de acumulación de capital se desplazarían hacia el centro. No basta para esto con sostener la crítica a la verticalización y la apología de la horizontalidad. Al contrario, este pasaje hacia la no representación implica construir un método, formas de composición y nuevos modos de liderazgos. La llamada horizontalidad queda en estado de abstracción si se desconecta de los modos concretos de tomar decisiones.
VI
Marx había escrito que ya no se trataba, como pretenden los filósofos, de interpretar el mundo sino de transformarlo: un nuevo modo de concebir la crítica como práctica. Este aspecto de la crítica es el que entra en crisis en el mundo cuyas coordenadas Bifo reconstruye. Más que transformar, ya lo dijimos, el sujeto postmoderno se dedica a actualizar sus percepciones y saberes con respecto a un entorno que muta de modo vertiginoso. El cambio en la experiencia estaría en el pasaje de la interpretación-transformación a la actualización-adaptación.
¿Qué tipo de comprensión es practicable en relación con la realidad que vivimos bajo el semiocapitalismo? Quizás la práctica de la traducción –a cargo de todas las luchas que desacralizan, profanan y devuelven al uso común a las dimensiones de la praxis y a la riqueza colectiva que el capital axiomatiza, subordinándolas a la lógica del mercado– nos de un indicio provechoso. De lo que se trata, entonces, es de contra-traducir el mundo, de comprenderlo decodificando, retomando la capacidad de crear sentidos por fuera del mando del capital. De nuevo la ironía: una espacialidad de traducción abierta de problemas que transversalizan lo individual y lo colectivo. Bifo pasará en noviembre por Buenos Aires, será una posibilidad de verificar hasta qué pasos adelante podemos dar conversando con él.
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Sensibilidades. Locuras. Intensidades. Estallidos de un discurso desmanicomializador // Fernando Stivala
Sensibilidades. Locuras. Intensidades. Estallidos de un Discurso desmanicomializador
“la locura no es una fatalidad personal,
es una sensibilidad inaudita,
hendidura por donde entra el
dolor de toda la sociedad.”
¿Sobre qué cosas en relación a algo de lo que hacemos hace algunos años en los terrenos donde convergen locuras podemos hablar, escribir, o contar, sin reproducir los pensamientos hegemónicos?
¿Qué hacemos con esa memoria reproductiva que muchas veces aplasta con imágenes del pasado posibles actos de creación?
¿Cuánta y qué tipo de memoria se necesita? ¿Obedecer la tradición tal como está dada?
Si no nos preguntamos ¿porqué hacemos lo que hacemos?, acontece una manera automática del vivir. Una manera automática de la luchas y resistencias.
¿Qué discursos reproducen sentido?
¿Cómo tejemos puntos singulares (enunciados que tengan efectos sobre nuestras vidas) sin olvidar algunas referencias necesarias, y al mismo tiempo sin pisotear con esas referencias, posibles actos de creación?
¿Cómo construimos algo nuevo en lo viejo, cómo elaboramos algo diferente en todo lo repetido?
¿Cómo pensar procesos de desmanicomialización efectivos, afectivos y prácticos?
Manicomios
¿Cómo vivir sin otros?
Castels nos cuenta que la psiquiatría ha nacido en el manicomio, fue siempre integrante de un proyecto social global. Una de las primeras preocupaciones de los alienistas del siglo XIX fue la de reconocerse especialistas. ¿De qué? De un cierto peligro general que recorre el cuerpo social, amenazando todo y a todos porque nadie está al abrigo de la locura. El alienista se ha presentado como el hacedor de un orden que es el de la sociedad en su conjunto.
Toda una estrategia de regularidad, normalización, asistencia, vigilancia y tutela de alienados, vagabundos, pobres. El alienista está menos emparentado con los médicos, y más con los vigilantes del orden. O para decir más: La medicina no tiene solamente por objeto curar las enfermedades, tiene relaciones íntimas con la organización social.
Paolo Virno trabajando la idea de multitud se pregunta donde encontrar un reparo incondicionado. Dice “que el estar en común es un lecho constituido por usos y costumbres repetitivas y por eso confortables, un cauce que funciona como antídoto para esa soledad. La angustia hace su aparición cuando nos alejamos de la comunidad de pertenencia, de hábitos compartidos, de juegos lingüísticos sabidos por todos. Fuera de la comunidad el peligro es impredecible, constante, angustioso”.
¿Cómo es la vida después del manicomio, o sin los manicomios?
¿Con los procesos de desmanicomialización actuales cuestionamos la lógica hegemónica de encierro, o solo cambiamos de disfraz conservando a los guardianes sociales?
Reinserción social
¿Cómo vivir con otros?
¿Reinserción a qué, a dónde?
Si leemos los artículos de la ley de salud mental 26.657 podemos ver como está basada principalmente en esta posición, haciendo alarde de una resocialización a un mundo que supone normal, a un mundo donde sus valores no están cuestionados.
Intentos de convivencia en casa de medio camino, hospitales de día. Búsqueda de trabajo y vivienda. Manejo del dinero, de la higiene. Construcción de vínculos sanos. Relación con las amistades, con el amor, con la sexualidad. Formas de duelar, de sentir, de hablar, de pensar, de recordar, de negociar, de gozar, de percibir, de vestir, de vivir.
Todo esto en cuerpos arrasados por la sensibilidad.
Estamos obligados a imaginar moradas clínicas.
Espacios donde la convivencia, por un tiempo, sea posible. Sin los encierros ya recontra denunciados, y sin los riesgos de la normalización controladora.
Con encierros denunciados hablamos de institucionalización:
Subestimación de deseos, pensares y sentires, formas de amor paternalistas donde la micro violencia se expresa en el hacer por el otro infantilizador. Naturalización de ser reconocido en el dolor, caracterización patológica que se sobrevalúa o se niega, reconocimiento a partir de ser nombrado así. Posición acostumbrada de víctima y sufriente. Por las dudas pregunto, por las dudas otros siempre saben por mí.
Naturalización de la impotencia. Dependencia.
Personas en estados de desconfianza y paranoia. Mal trato a través de vigilancia y encierro. Sensación de amenaza constante.
Paréntesis: (Nadie hizo tanto para la paranoia en la posmodernidad como Jeremy Bentham, creador de la sensación de que siempre podes estar siendo mirado).
Con normalización controladora hablamos de generalización de normas que suponen comodidad. Reglas abstractas donde algunos saben por otros, donde hay un todos iguales vaciado. Presión de la mayoría que siempre resulta brutal.
Pensamos en situaciones. Armamos pautas cada vez.
¿Entre quiénes? Entre los actores de la situación. Se desdibuja médico-paciente, coordinador-coordinado, sujeto-objeto.
Vivientes que traman en las situaciones. No iguales, distintos pero no jerárquicos.
¿Cómo irrumpe la cercanía y el amor cuando las vidas están signadas por las distancias y el rechazo?
Demasías
¿Cómo habitar estares en común en proximidades y distancias?
Percia cuenta que “la locura no es una fatalidad personal, es una sensibilidad inaudita, hendidura por donde entra el dolor de toda la sociedad.” Quienes no soportan ese dolor ven diagnósticos, víctimas, espectacularización.
En la clínica de las llamadas psicosis o locura Percia prefiere llamar demasías a estos vivientes estigmatizados con la sospecha de una falla.
No es lo mismo escuchar demasías que psicóticos. Las demasías te involucran. Intensidades que ocupan cuerpos. Sensación de no poder más, de es mucho para mí.
¿Quién no tiene estos estados de sufrimiento? ¿Quién no vivió estas sensaciones de intensidad?
Los amigos locos nos ponen lupa a las demasías.
Quizás la diferencia sea estar a flor de piel, en carne viva, sin mediaciones.
¿Qué son las demasías? La capacidad del cuerpo de sentir, de afectarse; que las buenas costumbres, la razón y el control social se dedican a adormecer y anestesiar.
¿Qué hay después del manicomio?
No hay cura porque no hay enfermedad. Hay demasías que quieren ser controladas por una racionalidad del orden. La resocialización no es más que una domesticación de la civilización ante el miedo de la barbarie. Con esta postura solo hay aprendizaje por premios y castigos, o sea por miedos y esperanzas a no contar los deliriros. A pedir disculpas, a estar enojados, a estar insensibilidados.
“Cualquier pretensión que funcione como imperativo obtura la sensibilidad. En lo sensible no hay caridad, identidades, ni suposiciones.”
La disminución del delirio, tiene como costo la disminución de todas las sensibilidades.
El anormal o loco carga con la sospecha de la falla, el anomal sale de las normativas.
La sospecha de la normalidad, de la mayoría, enloquece más a las demasías.
¿Como alojarlas sin presionar, sin la expectativa de la mayoria, de la reinserción?
“Cada uno y cada una puede más de lo que le supone el rol, ¿cómo construir estares en común sin la suposición de lo que podemos?”
Otro problema de la igualdad, ¿cómo llamarlos?
Anormales, pacientes, locos, internos, enfermos, muchachos. ¿Usuarios para igualar?
¿Cuerpos vivientes que son lupa de sentires? Puede ser
En principio sostener preguntas para que aparezcan estos inventos, no para decirles como los tienen que llamar.
Queremos transmitir una clínica que soporte preguntas sin contestar.
¿Se puede alojar la demasía en el estallido sin el miedo, sin el rechazo, sin la expulsión, sin la vivencia de la amenaza?
La pregunta por el “¿qué hacer?” es el momento clínico, no las fórmulas aprendidas en ateneos existosos. Cada situación presupone un conjunto de decisiones.
Los problemas te tienen que conectar con el infinito innumerable de posibilidades.
Puede ser una cosa, y otra, y otra, y otra…
Sensibilidades lupa
Otro problema de los grupos, otra lupa: Sensibilidades que no pueden estar en proximidad con otros porque sienten que se les meten en sus pensamientos. Sensación de que estando con otros no hay posibilidad de distancia. Tiranía de la cercanía, agobio, asfixia, encierro del amor.
Otra lupa: Naturalización de la impotencia. Fuerza que solo demanda. Así se subjetiva, así afirma su modo de ser. Demando, luego existo.
¿Cómo poner límite a la demasía expresada en demanda sin que eso sea abandonar, sin caer de vuelta en el par sujeto-objeto?
¿Cómo generar cercanías que no cubran demandas y distancias que no sean rechazo ni abandono?
Construir, diagramar, experimentar espacios colectivos como relevo de cercanías (amores) y distancias (rechazos).
La demasía requiere el relevo de muchos cuerpos para alojarla. Muchos cuerpos para que circule el dolor, la intensidad.
¿Cómo se soporta la angustia? No se soporta, se aloja, se le da lugar con holgura para que circule, respire, se mueva. Nombramos nuestras angustias, las compartimos, las desolemnizamos, nos reímos de ellas.
Las lágrimas por ejemplo dosifican el dolor porque lo hacen fluir. Imaginen un estallido con dolor e inmovilidad al mismo tiempo.
Estares en común con astucia para no caer en lo preconcebido de la reinserción, de los grupos.
Difícil sostener una clínica con otros que no guarde los modelos moralizantes de los grupos.
Incertidumbre que le queremos transmitir. Tartamudeo que se despliega en la experimentación.
Lo interesante de relacionarse con la locura es que en serio hacen estallar las representaciones. Nos obligan a pensar los espacios inamovibles que ofrecemos como redentores. Sí o sí el pacto social (con el lenguaje como su mayor aliado) queda en jaque. ¿Entonces? Ahí hay que inventar.
Sí o sí te ves obligado a cuestionarte los lugares incuestionados (principalmente: uno mismo). Entonces ahí uno es el experimento.
Preguntarse por las sensaciones y desde ahí buscar nuevos territorios de existencia en común.
Las sensibilidades lupa hacen estallar los lugares seguros, las referencias conocidas. Sino, sabes de antemano y colonizas.
Pistas anticapitalistas
Otras lupas: acumulación de lo inútil, acumulación de amenazas, acumulación de dolores.
Es delirante vivir acumulando bienen innecesarios, pero como es dinero está todo bien. Cuando son objetos inútiles para la producción de valor se sospecha. Las demasías llevan lo inútil a su máximo exponente. Es claro que en la acumulación, el consumo es de bienes inútiles. Tan claro como la acumulación que uno tiene de ropa, libros, recetas; o hipermillonarios que no pueden ni contar el dinero que tienen.
Las demasías nos muestran otras formas de acumulación que no son las capitalistas.
Pistas para encantar, libidinizar vidas sin los modos del habla capitalista.
¿Para qué?
Para ensanchar el horizonte de nuestra imaginación encapsulado por el consumo de sentido capitalista. Góndolas del hacer. Recetas.
Proponemos saberes que se construyen a partir de las situaciones. Producción de sentido a partir de las sensibilidades de los cuerpos afectados.
Las otras, son formas de grupalidad inhibidas por reglas. Que no te pase nada por las dudas.
En cambio que te pase la nada, pista anticapitalista. Estar en la nada no como fracaso o carencia, sino estar en la vida sin la enfermedad de la acumulación de prestigio, poder o dinero.
Las demasías, parece, pueden vivir sin eso.
“Bifo” Berardi en el libro “Fenomenología del fin” dice: “Ocultar la pereza aparentando estar en actividad durante las horas de trabajo son parte de los patrones de comportamiento aceptados en una comunidad de trabajo. Sin embargo, estar sentado en silencio, inmóvil frente a un escritorio vacío, pensando, sonriendo y mirando la pared, amenaza la paz de la comunidad y perturba la concentración de los otros trabajadores. La persona que no está haciendo nada no está comprometida con ninguna actividad y por eso tiene el potencial para cualquier cosa. Dado que el no-hacer no tiene un lugar en el orden general de las cosas, se convierte en una amenaza.”
¿Los lugares de mayor dolor, quizás anuncien posibles enmancipaciones del mundo en el que vivimos?
Neoliberalismo como forma de producción de modos de ser que se adquieren en góndolas. Sensibilidades o cuerpos que se afectan consumiendo.
Lo que tenemos para decir no es más importante que lo que tienen para vivir.
El conocimiento da a la vida leyes que la separan de lo que puede, le evitan y prohiben actuar manteniéndola en el estrecho marco de las reacciones observables: casi como el animal en un zoo. Conocimiento que limita, mide, y modela la vida.
No venimos a dar recetas, sino a proponer meterse en el quilombo de los sentires.
Clínica a partir de la expreriencia. Afectarse y sostener incertidumbres con preguntas.
El método en general es un medio para evitarnos estar en los lugares.
Que la vida le sirva al pensamiento.
No es un capricho anticapitalista, es el golpe clínico que no tiene su reconocimiento en el mercado. Formas inusitadas que quedan por fuera del control normalizador, social, capitalista, de época.
La locura siempre estuvo en esos márgenes.
¿Puede haber un estar con otros sin la presión de la mayoría?
Delirios en común
No importa la verdad o falsedad de lo que somos. Eso no existe.
Los estallidos emocionales o crisis de la razón o brotes de las intensidades no convierten a las personas en seres peligrosos. Ni ser, ni peligroso. Es la lucha política para pensar la vida de otra manera. Sin atribuciones totalitarias que te fijen en identidades.
Nuestras formas de ser son la materia prima de la acción, ¿cómo nos la vamos a reprochar etiquetándola negativamente?
O el que quiera hagalo, pero que no moleste a los demás.
Importa la libidinización, el encanto, el abrazo provisorio a un delirio compartido.
Sensación de tramar algo con otro.
Delirios en común.
¿Qué diferencia hay entre un loco y un político? Un político convence de su delirio a todos los demás.
Los diagnósticos fueron delirios comunes que se normalizaron, por eso obturan. Nos dan vivencia de que no hay salida ni entrada. El encierro acontece cuando no existen comunes delirantes. Por eso creemos que en la locura hay pistas para fugar de los estares en común conocidos y asfixiantes de los rótulos.
Inventamos “el camino del loco” para que no quedar desfasados, solos y te declaren demente. Comandos que aferran, por momentos, puntos de demencia. Un estar en común de desorbitados sin amos, ni jefes, ni banderas, ni ideales a los que haya que responder. Es un proyecto de desatar mundos inauditos, o al reves, de ver mundos inauditos donde suele haber unidimensionalización (etiqueta) de la existencia. Aburrimiento: universión de los hechos. Universidad de la vida.
“El deseo desorbitado puede desear mundos inauditos”.
Liberar los inauditos es un resto de potencia que el pensamiento necesita. Decisión del pensamiento no voluntaria. Decidir pensar que lo existente no agota lo posible. Desgarradura del vivir y del pensar. No soportar el mundo como está: automático, repetido, acatador, aburrido.
Por eso creemos importante incluir la dimensión de la diversión. Posibles versiones de lo viviente.
Encantar puntos de demencia.
“¿Son posibles estares en común sin la lógica adhesiva de la propiedad privada, de la unión fanática?
¿Son posible estares en común donde se sostengan proximidades y distancias a la vez?”
¿Cómo? Amamos lo raro, lo inexplicable, lo demencial.
Si hay un Marlon Brando lo libidinizamos, lo seguimos, lo rodeamos. Si hay un streeper, lo mismo. Si hay problemas de amor, inventamos terapias de pareja.
¿Es posible una comunidad sin estados de sujeción, ni metas?
¿Se puede vivir con otros sin el proyecto de civilización?, ¿sin las intenciones de convivencia, aprendizaje, buenos modales?
Y la pregunta siempre inhibitoria: ¿y si le pasa algo?
“La desmanicomialización es una lógica de los vínculos, más allá de los derechos, es una lógica del estar en común”.
La vida como obra de arte
La brújula que guía las intervenciones-mirada es preguntarse ¿con qué funciona?
Esas acciones (una mirada, una cámara, o un grabador) inauguran ficciones donde cada quien es actor de sus delirios u obsesiones. Así, algunos sonidos, posturas o gestos ganan fuerza. La supuesta fragilidad se vuelve esplendor. Incluso la brutalidad puede adquirir gracia y ritmo.
Alguien recita palabras delirantes. Con un sombrero y bastón se rodea esa fuerza que vibraba sin acento. Allí se adquiere una presencia místico-delirante que gana legitimidad presencial compartiendo rituales no compartibles hasta ese momento. Entonces el delirio abandona el campo psiquiátrico para reencontrar su función ancestral, divina, que no tiene nada que ver con una representación actoral. Es otra cosa.
Hacer teatro es hacer vidas.
Esa incertidumbre no hay que ocultarla. Es la magia-fuerza que tienen este tipo de experiencias. Es lo que hace vibrar las acciones que mostramos. Aquí también se trata de poner el acento o subrayar el: “por un pelo” que menciona Peter Pal Pelbart en “Filosofía de la deserción”.
La seguridad del mundo se ve conmovida, y esa conmoción devela el porcentaje de juego y azar que cargan las vidas.
¿Qué otra cosa busca el teatro si no es esta mezcla de desfallecimiento y milagro?
Teatro y vida como dos expresiones de lo mismo. El teatro y la vida exprimentando (ensanchando) los límites de lo que podemos/sabemos.
La vida y el teatro sacudida por temblores, rupturas de seguridades, intensidades que desbordan toda representación y códigos en el repertorio común. Movilizando lenguajes que ponen en jaque la lengua hegemónica.
Reinventando formas de estar en el mundo.
La vida lidiando con lo irrepresentable, con lo inaudible, con lo inapropiable, con lo inaudito.
Las demasías duelen porque pagan los costos de hacer sozobrar la razón, las seguridades, las identidades.
El arte siempre vino a beber de esa fuente inagotable de sinrazón.
Nosotros tenemos que recuperar esos aires sin presunsiones de normalidad.
¿Cuál es la política?
Cierta relación con la diferencia.
No es apología de lo excéntrico, sino vitalidad cuya regla básica es que cada forma de ser imprevista pueda hacer compartible una trama social.
Es producción de obra de existencia, individual y colectiva. Se trata de sumarle a la existencia multiplicidad, allí donde la vida agoniza encerrada.
Lo pesado de las identidades se desdramatizan, se vuelven leves.
No es una cura, es evitar la manía de reducir a la gente a un solo personaje exclusivo, el del enfermo mental. Papeles que nos aferran monocordemente.
Lo urgente es dejar de representar la misma obra hospitalaria con los mismos personajes víctimas- salvadores pero muchas veces disfrazados distintos.
Cambiar la escena. ¿Qué mas terapéutico que eso?
Se abren nuevas formas de ser, nuevas resistencias, nuevas formas de lucha. Nos llaman a evocar, entre los que pueden y supuestamente no, aquello que la potencia todavía siempre está por descubrir de sí en la escena contemporánea.
Una comunidad de los sin comunidad
Tal vez el Frente de artistas del borda, el circo, o el teatro sean algo de este orden.
Se activa una fuerza, se genera una ola, solitarios se enganchan en algún viaje o encuentro. Un colectivo hecho de singularidades dispares se vuelve a poner en marcha. Cercanías y distancias en juego.
La situación pide las reglas y no viceversa.
Y así mismo, cuando “todo va bien”; eso siempre sucede en el límite tenue que separa la construcción del desmoronamiento.
Veces donde piezas claves minutos antes de la función no quieren ni pueden participar.
Por un pelo salió mal, por un pelo salió bien.
La materia prima de este trabajo son las formas de ser singulares de cada uno de nosotros; y nada más.
Esas formas de ser son los modos de ver, sentir, desear, hablar, recordar, gozar, pensar, duelar, percibir, habitar, vestir, vivir.
Eso es el flujo que le da vida a las obras.
No salir a función, irse en la mitad, intervenir en todas las escenas, conversar con el que debería estar oculto, o hablar sin parar.
El circense que no malabarea, el actor que no representa, el héroe que desfallece; la comunidad de los que no tenemos comunidad.
¿Qué hace que a la gente le guste y emocione?
Estas formas de vida en escena. Las resistencias (al neoliberalismo que todo lo captura) van a proliferar de las vidas más inusitadas.
Poner la vida en escena, en estado de variación.
Modos menores del vivir que ganan en consistencia de existencia.
El teatro, como dispositivo para la conversión de la vida universal en vida múltiple.
Cada uno de estos seres, desde el fondo de nuestro pálido aislamiento anuncian otra comunidad de almas y cuerpos. Nuevas formas de aproximación y distancia. Una comunidad de los que no tenemos comunidad.
Otras combinaciones posibles
Últimos comentarios:
Sobre la inclusión. En el prólogo del libro “Manifiesto Basura” del fab, Diego Sztulwark cuenta el problema ambigüo con el que carga la inclusión.
Por un lado tiene lo mejor de nosotros mismos, ir más allá del egoísmo, vencer la indiferencia para poder estar con otros. El problema de ¿cómo vivir juntos?
Y por otro carga con lo peor. ¿En qué sentido? Esta noción de inclusión suele resultar inseparable de un espacio que no se modifica. Aspecto colonial y normalizante de la inclusión. Seguimos sosteniendo, muchas veces sin darnos cuenta, la noción de Sujeto-Objeto. El objeto como diferencia capturable, y el sujeto redentor con un espacio salvador donde todos y todas se tendrán que incluir. “Una zona de inclusión al cual el exculido debe incorporarse sin que el espacio que lo recibre sufra alteraciones significativas”. Aquí se supone al excluido como pura víctima.
Entonces tiene algo de lo mejor (dar al otro) y algo de lo peor (la anulación del otro).
Y sobre la transformación. Mismo problema: su noción ambigüa, su doble aspecto.
Si la forma por la que se quiere cambiar ya la tenes tipificada, el espacio no sufre alteraciones. Objeto-paciente que para subjetivarse (tener una forma de ser adecuada a la norma) tiene que transformarse en: artista, ciudadano, coherente, racional, normal, etc, etc.
Entonces, ¿transformar qué en qué? Antes, hay que hacer visibles las catergorías de valorización impuestas de antemano, naturalizadas.
Hay transformación pero no en algo. Todo cuerpo es portador de un real de fuerzas que las categorías mentales de la transformación no saben captar. Por eso aquí la transformación carga con la anulación (por subestimación) de las fuerzas del otro. Neutraliza los efectos subversivos del “excluido” suponiéndole una subjetividad (forma de ser) desválida (débil, impotente, víctima).
Entonces no es transformar la basura en belleza, sino que los valores de basura y belleza pierdan peso. Cada cosa es lo que es, y se trata de componer con los pedazos otros ordenes de relación posible.
El acento está puesto en el orden naturalizado de las cosas y no en las personas o grupos. Ya no hay sujeto que transforme a objeto, sino que somos situaciones que estallan, se fragmentan y se vuelven a componer sucesivamente.
No se trata de trasnformar, sino componer con los retazos otro orden posible (vivible) de cosas.
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«La gente normal es aburrida. Prefiero conocer personas que tengan algunos trastornos mentales, gustos extraños o adicciones. « Aclaración paranoica