Anarquía Coronada

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Roque Farrán

Hypotheses non fingo: Lo real está estructurado como un nudo borromeo // Roque Farrán

Leemos, leemos y leemos. Por hábito, por profesión, por defecto, por angustia, o porque en realidad no sabemos hacer otra cosa. Pero no siempre esas lecturas producen un verdadero acontecimiento intelectual que toma el cuerpo y afecta, transforma el pensamiento y produce una alegría infinita que te pone en la difícil tarea de transmitirla, contagiarla, comunicarla de algún modo. De allí la escritura insistente. Eso me ha pasado muy pocas veces, pero creo que podría anotar algunos hitos que han marcado mi vida en momentos puntuales: (i) cuando entendí que el sujeto no era el yo en Lacan, (ii) cuando entendí la lógica paradójica del acontecimiento en Badiou, (iii) cuando me encontré con la escritura de sí en Foucault, (iv) y ahora con la beatitud y la vida verdadera en Spinoza. 

Quizás la venganza por haber leído tanto haya tomado forma de escritura; quizás sea una forma-de-vida. Estoy escribiendo mucho, por todas partes, mis amigos me dicen no puedo seguirte y yo sigo escribiendo: post, notas, colaboraciones para distintos medios, artículos, capítulos, eventuales libros, en espacios como este, etc. ¿Por qué escribo? No sé. O sí: no puedo no hacerlo, es mi modo de pensar y vivir al mismo tiempo, de orientarme en el presente: necesito lanzar escritos e imaginar que quizás algo pase, algo vuelva, aunque sea mínimo, infinitesimal, un desvío, un encuentro, una lectura, etc. He llegado incluso a pensar que la escritura es mi “práctica de sí” ejemplar, paradigmática: el modo de transformar mi relación imaginaria con las condiciones reales de existencia, el simbólico redoblado, el sinthoma, y no sé qué más. Pero he comenzado a notar que además de escribir necesito decir, practicar un decir veraz, directo y simple, nada elocuente ni erudito, que vaya al hueso, a lo real, que trabaje el concepto. Quizás retome las clases: la lucha de clases. Es la nominación de un deseo real.

Pero antes necesito volver a pasar por el psicoanálisis y el despertar de un sueño. Pese a que me he resignado a escribir sobre Freud, pues me siento un poco alejado en este momento de esas lecturas, hace poco desperté pensando en su teoría. Viniendo de un sueño denso, se me arremolinaban algunas palabras: psyché extensa, escritura, tópica, etc. Y pensaba que había algo de lo real en esas escrituras metapsicológicas, algo real que se había constituido en Freud más allá del “amor al padre” o el “complejo de Edipo” o la “realidad psíquica” (todo términos señalados por Lacan como límites freudianos); y que, en definitiva, cada quien escribe con el material que puede. Luego leí una cita de Lacan donde habla justamente de la materialidad del decir y la escritura matemática; entonces pensé que el psicoanálisis podría concebirse como una teoría materialista del sujeto, en dos vertientes, precipitadas en la escritura: materialismo de la psyché tópica extensa (Freud), materialismo del decir topológico intenso (Lacan). 

Topología en extensión e intensión, podría decir. Esto de habitar en distintos planos, temporalidades desfasadas, espacios superpuestos, etcétera, quizás haga de mis intentos de comunicación, actos fallidos por naturaleza; pero creo que hay quienes captan la idea que voy tramando topológicamente en el decir y escribir, entre equívocos, incluso a veces me lo hacen saber y me alegra. La topología no sustituye a la historia, solo que acelera las conexiones y las historicidades. El fin del mundo llegó hace rato, el descerebre y el estado zombie es lo normal, el asunto es siempre: cómo vivir después de todo. Somos seres en relación, ineluctablemente. Todo lo real es relacional porque no hay relación-proporción esencial entre las cosas, las palabras, los seres, los saberes y los sexos. Por eso hay que inventar o fabricar o modular o desarrollar cada vez, caso por caso, singularmente: las relaciones, conexiones, operaciones, nominaciones. Lo que hay y lo que no hay no son opuestos, son demarcaciones que se habilitan mutuamente. O mejor dicho: Lo real es racional, y lo racional es relacional, y lo relacional emerge verdaderamente cuando se constata que en el fondo no hay relación-proporción entre las cosas, ni entre las palabras, ni entre nada, y elegimos salir del fondo y la angustia que eso genera. Aunque podríamos no hacerlo. Y a partir de allí hablamos, callamos, hacemos política, arte, amor o ciencia. Es la potencia infinita e inmanente. Quienes no han accedido a estas simples verdades, viven como zombies en esos mundos imaginarios que llaman “realidad” (psíquica o mediática, no importa), donde es posible decir una cosa como la otra porque lo simbólico es moneda falsa (“posverdad”, le llaman), donde cunde el horror a lo real y lo único que se valora es lo que dicta el mercado (económico, social, cultural o subjetivo, tampoco importa). 

El modo de ser zombie tiene su correlato comunicativo en el troll. A veces leo reacciones intempestivas muy agresivas en las redes sociales. Y me preocupa. Porque pienso que la potencia en la cual podemos encontrarnos y desarrollarnos, neutralizando los dispositivos que nos debilitan y dándoles otro uso, implica captar la singularidad de cada medio, de cada práctica. Escribir donde se pueda, practicar el psicoanálisis, practicar la filosofía, la política, el arte, el derecho, etc., no todo es lo mismo: cada práctica tiene su especificidad, su modo de exceder los límites, los aspectos reglados, normalizadores, para abrir nuevos posibles, desplegar aspectos estratégicos, reformular lo dado, etc. Si no confundimos todo, mezclamos todo, aplanamos todo y le exigimos a cada práctica que responda en los términos y valoraciones de las otras. Hay que trabajar delicadamente los entrecruzamientos, los tejidos y entramados. No proceder como elefantes en una cristalería. Lo cual no excluye decir lo que hay que decir en el momento oportuno: la práctica de la parresia. Pero hay que asumir el riesgo, captar el nudo de determinaciones y exponerse, asumiendo el equívoco irreductible. Decir la verdad, ser directo, implica al sujeto que la enuncia y se compromete por ese mismo acto; de ninguna manera es una simple descarga agresiva, montada en una aserción incuestionable. Quizás se trate, como canta Drexler, de amar la trama más que el desenlace.

Milner afirma que el nudo borromeo sólo se verifica por el corte en el que todos los hilos se dispersan. Sin dudas, ese modo abrupto de lo real del nudo resulta insoslayable. Hay que pasar por ahí al menos una vez, o dos veces. Borde de la locura o la muerte: figuras del horror. Pero el nudo borromeo también puede pensarse desde un principio constructivo: el trenzado solidario. Basta con que vayamos alternando y entrecruzando los cordeles, como se hace en una trenza, para que al contar seis gestos de cruce (o múltiplos de seis) y conectar los extremos, volvamos a hacer el nudo. Esos cordeles figurados pueden ser nada más y nada menos que las pulsiones eróticas, autoconservadoras y mortíferas; el ello, el yo y el superyó; el cuerpo, el alma y el pensamiento; la vida singular, la imagen y el intelecto material, etc. En fin, los elementos necesarios que hayan encontrado para mantenerse con vida, con cierta forma-de-vida que no se reduzca a la mera supervivencia.

Me vuelvo a preguntar, después de un tiempo, sobre tempranas escrituras: ¿tiene sentido hablar de “ontología política”, incluso de “ontología nodal”? No puedo dejar de asumir esa co-implicación entre los términos aludidos, y sin embargo hoy me resuenan distinto. La expresión en sí, “ontología política”, me resulta insensata: una solución de compromiso momentánea (sintomática) entre tendencias contrapuestas, ante el temor de dispersión inminente. Lo real habrá sido el corte. El anudamiento real se verifica retroactivamente por el corte en que se afirma: eso se sostenía. No hay a priori ni garantía alguna. La ontología, hoy, define para mí una práctica concreta; la política, otra. Entre medio: infinidad de prácticas. Si hay encuentro entre ellas, acaso, es en virtud del deseo real en juego en cada práctica y de lanzarse a la contingencia absoluta; de nuevo: nada lo garantiza. Y sin embargo, esa es la apuesta de transmisión entre la diversidad de prácticas motivadas por el deseo real; no por el imaginario de las clases, los lazos y las representaciones; ni por el discernimiento correcto de los nombres, las tradiciones y la lengua. En términos políticos: el nudo no es la rosca, y la trenza no es la transa. Si hay una política ontológica de la transmisión de saberes y el uso de las prácticas, es porque se apuesta al anudamiento de deseos desde el trenzado riguroso, por co-implicación, en el cual solo el corte mostrará cada vez que eso se sostenía. 

La escritura de sí es política // Roque Farrán

  1. Sin dudas las condiciones reales en las que se asienta el capitalismo actual son objetivas: tienen que ver con las relaciones de producción, la economía, la precariedad laboral, los mecanismos de segregación, etc. Pero cada vez se hace más evidente que las condiciones fundamentales para su reproducción y perpetuación son subjetivas: tienen que ver con la dificultad de hacerse tiempo, de darse tiempo, de disponer del tiempo. Y si repito la palabra “tiempo” es porque quiero hacer notar la diferencia en la repetición, su dificultad inherente. Se nota hasta en los momentos de ocio, en los ratos libres y en las vacaciones: el empuje al goce, la ansiedad, el hedonismo depresivo, no dejan percibir el hueco que nos habita, el espacio vacío donde podría alojarse un deseo inédito, la chispa de un modo de producción y subjetivación distintos que conduzcan hacia otra cosa. Así, suelo imaginar que si este sistema se destruyera de golpe, por un factor exógeno, es difícil saber en verdad quiénes sobrevivirían; porque, aunque nos quejemos del capitalismo y hasta articulemos eventuales críticas, estamos sujetos inexorablemente a él. Incluso los críticos, autonomistas o marxistas, inoperosos o escrupulosos, que somos en cada caso. El capitalismo es una “forma de vida”, como ya muchos han notado. Si es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, no es por casualidad, pues ambos se encuentran inexorablemente anudados, junto a nosotros mismos. Liberar la imaginación material del tiempo exige, también, una práctica ético-política consecuente que corte el nudo de la servidumbre imaginaria, simbólica y real, en el que se encuentran embrolladas nuestras vidas.
  2. Quizás haya sido Althusser –junto con Benjamin– uno de los primeros teóricos que advirtió que nuestra historicidad, en las formaciones sociales actuales, está tejida de múltiples temporalidades entrelazadas que no remiten a avances o retrocesos en función de una línea de progreso ideal, sino que constituyen la materialidad de sus propios procesos, instancias, niveles y prácticas diferenciadas. Entender esa complejidad es clave para la vida, en cualquier parte del tejido social, no tanto para su reproducción como para su transformación. El entendimiento material de los procesos que nos constituyen es lo que nos permite atender lo singular en cualquiera de sus manifestaciones: desde la llamada micropolítica o las relaciones sociales, a las constituciones nacionales o plurinacionales, los estados que nos protejan y redistribuyan, la escritura de sí y las nuevas tecnologías. Hay tres puntos singulares en los que no habría que retroceder de ningún modo, ni concedérselos al enemigo, es decir a quienes desean la destrucción de la trama social compleja; esos puntos son: 1) defensa del Estado materialista (gran condensador de las relaciones sociales donde se inscriben también las luchas de toda clase); 2) defensa del consumo materialista (a través de una “democratización del goce” propiciada históricamente por modos de gubernamentalidad popular que redistribuyen los recursos); 3) defensa de la teoría materialista (donde se producen conceptos ajustados al caso y la coyuntura, tramados al cuerpo social, y no meras abstracciones o universales vacíos). Hay que saber hacer allí en esos tres puntos estratégicos también, sino no habrá transformación posible de las condiciones reales de existencia. No voy ahondar aquí en estos aspectos, esbozados en otros escritos, pero voy a tratar de despejar un punto singular de incidencia que habilite un modo otro de anudamiento a partir de la escritura.
  3. Tenemos que prepararnos muy seriamente, no para la catástrofe eventual, sino para dejar de ser como somos y transformar de verdad los accidentes estructurales que nos constituyen en acontecimientos históricos. Algo de sabiduría práctica y material, a la crítica y el malestar actuales, no le vendrían nada mal. Es más, considero que resulta indispensable anudar a las concepciones habituales de la crítica la noción ética del cuidado de sí. Encontrar el rasgo singular de cada quien; allí donde insiste, una y otra vez, pese al fracaso irreductible en que se aloja; allí donde se juega la verdadera potencia, la que puede y la que no puede; allí donde lo imposible se muestra como “lo que no cesa de no escribirse”; allí donde el síntoma “no cesa de escribirse” y apacigua; allí donde se anuda y abre el tiempo. Allí se condensa lo que me interesa y convoca de los otros. No todos lo hacen en todo terreno o igual medida, no importa, no hay comparación ni canon, no hay relación-proporción entre nada (sexos, epistemes, poderes, placeres, etc.); hay escrituras del deseo, uso de los saberes y uso de los cuerpos, apuestas decididas. Nada más. Los brillos y las marquesinas dejémoslos a las vedettes, los currículums y los premios a los académicos. No se trata de ser pasivos o encontrarse afectados, como se dice a menudo: ser mansos o lúgubres; ni devenir empoderados o proactivos, como se promociona actualmente: ser alegres y festivos; se trata de hacer algo con lo que nos hicieron ser, de asumir la actividad en la pasividad, de afectar y ser afectados, de inventar nuestros afectos, de hallar la potencia en la falta. Hacer algo con la falta, con la falta en el Otro, porque si no hubiese un hueco allí donde caerse muerto, al fin, ¿cómo diablos podríamos desplazarnos para sacudir las cadenas y despertar?
  4. En un informe reciente de Unicef se afirma que el suicidio de adolescentes, en Argentina, se ha triplicado durante los últimos treinta años. A veces se confunde el dato estadístico con lo real. Pero lo real no es la estadística, ni esta remite a su causa próxima. Lo real es el sufrimiento singular. Lo real es que la vida en general no tiene ningún sentido; dárselo es un efecto puramente significante, no literal, sino metafórico: que nos anuda sin ahorcarnos, que nos arroja sin caer en el abismo, que nos corta sin desangrarnos, que nos vuela la cabeza sin apagarnos definitivamente. El desprendimiento del cuerpo cada vez, imagen sutil, es efecto del significante y de la entrada en el lenguaje. Despeje de un decir en nombre propio, sin miedo al error o a equivocarse. Pensamiento material y tiempo donado. La responsabilidad adulta por alojar el deseo de los jóvenes y traerlos del lado de la vida no es moral, ni espectacular, ni divertida; es una responsabilidad ética que consiste, nada más y nada menos, en hacerse a un lado con presteza y acompañar la travesía singular que hace surgir del vacío una chispa divina: un sentido en lo real, con lo que haya; sea un amor, una obra de arte, un descubrimiento teórico o un entusiasmo político. Sin idealizaciones trascendentales ni jerarquías de valor de ningún tipo, que cada gesto investido libidinalmente marque la diferencia y arroje la cifra singular del sentido que no hay, en esencia, que no preexiste a la apuesta.
  5. Por eso no entiendo las exclusiones ni los privilegios en ningún campo, mucho menos en el campo “popular y democrático”. ¿Por qué nos cuesta tanto pensar en términos de anudamientos? ¿Tan difícil es pensar lo que aportan las diferencias, las singularidades, al común? Es cierto que no se puede prestar atención a todo, todo el tiempo, pero basta propiciar cierta escucha, cierta disposición, cierta sensibilidad por lo que acontece, para que los tiempos se encuentren a su modo. Las prácticas económicas, las nuevas tecnologías, la ontología antigua y moderna, las ciencias, el psicoanálisis, el arte y la política, ¿por qué no habrían de encontrarse en un espacio común de composición? Componer para pensarnos, pensarnos para ser, solo es posible en el cruce y sin purismos. El problema de la grieta es que nos trabaja mucho antes de que la pensemos, digamos y situemos. La grieta pasa por su definición misma, no hay acuerdo en principio acerca de qué es la grieta: para algunos remite a la división de clases sociales (económica), para otros a la división entre populismo y neoliberalismo (política), para otros a la división mediatizada K/antiK (ideológica), para otros incluso remite al ser y el ente (ontológica). La verdad es que la grieta atraviesa todas esas divisiones porque habita al sujeto mismo que habla, piensa, desea y, definitivamente, va a morir. Lo único que nos hace uno, para la desdicha o la felicidad de cada quien, es el goce.
  6. Encontrar el punto sintomático donde se goza singularmente, sin rechazarlo ni abismarse en él, tomando una mínima distancia para modularlo o trabajarlo. Allí se aloja una potencia irreductible a la lógica de la valoración mercantil. Puede ser a partir de cualquier práctica. Por ejemplo la escritura. Desde hace varios años escribo en Facebook, asiduamente, tratando de elaborar al mismo tiempo un modo singular de hacerlo; algo que más tarde pude conceptualizar con Foucault como “escritura de sí”: práctica ético-política cuyo ejercicio concreto en la antigüedad tomaba el curioso nombre de hypomnémata. Encontrar el modo singular de uso de un medio material concreto no es tarea fácil, ni en la antigüedad ni ahora. El muro de Facebook no es público ni tampoco privado; hay una zona intermedia (extima) de indistinción relativa en la cual se cruzan amigos y amigos de amigos susceptibles de interesarse o sentirse interpelados por lo que escribo, cuyo objeto es conjurar o neutralizar chismes, malentendidos, dicotomías y contradicciones típicas; compartir lecturas y reflexiones. No escribo allí para informar, banalizar o autopromocionarme; se trata de practicar una escritura ético-política que busca generar una comunidad responsable de amigos y amigas virtuales. Por eso no admito trolls ni subjetividades que se les asemejen. Existe una libertad irreductible en juego: nadie está obligado a mantenerme como contacto, si le molesta el uso que doy al medio o prefiere los modos más habituales y convencionales, puede prescindir de mi insistencia escritural; nadie está obligado tampoco a sentirse ofendido conmigo por eso, al menos si dispone de cierto grado de inteligencia material. Escribo como si cada post fuese el párrafo de un próximo libro. Es que nadie sabe lo que puede un cuerpo, nadie sabe lo que puede una mente, nadie sabe lo que puede una escritura. El cuerpo, la mente, la letra, surgen de un anudamiento inesperado. Surgen del deseo expuesto. ¿Quién podría decir a priori cuál es su lógica? Un imbécil, un necio o un canalla, tal vez. El modo de uso, en el cuidado de sí, que es cuidado por los otros, el mundo y los saberes, es lo único que decide en cada caso. Una escritura simple y directa, sin subterfugios ni adornos retóricos, que no explique ni emocione, sino que conduzca a un despertar real. Nadie sabe tampoco cómo funciona la transmisión. Cada quien viene de mil y una historias, enmarañadas y distintas, esquivando o prorrogando la muerte, pero hay un punto singularísimo en el cual somos únicos e infinitos; somos escritos. Allí nos perdemos y encontramos irremisiblemente. Asumirlo no nos deja en falta, ni nos vuelve menos activos para re-escribirnos, en esa pasividad esencial del médium, con lo que hemos sido hechos. La rueda de la historia política, para moverse convenientemente necesita de esa sabiduría ontológica ancestral, pues una y otra se encuentran indisolublemente ligadas.

Así pues, cada punto singular del tejido social, por más insignificante que sea, si se encuentra modulado y orientado materialmente por una práctica concreta, puede tener su incidencia insabida en el conjunto. Esa es la apuesta, aunque no haya garantías.

Notas extremadamente subjetivas sobre el estado de la cuestión: goce, escritura, inflación e inclusión // Roque Farrán

I.El neoliberalismo avanza como un monstruo gigante y descerebrado, avanza y sigue destruyendo todo a su paso. No podemos pararlo porque estamos encerrados y le hacemos el juego a cada paso, cada quien en su pequeño círculo, comunidad, clan o tribu de pertenencia, implementado estrategias mínimas de supervivencia y desconfiando de los demás. ¿Qué nos falta para encontrarnos, para unirnos, para enfrentar al monstruo o dejarlo caer, en lugar de alimentarlo constantemente con miedos y prejuicios? ¿Mística, épica, un/a líder fuerte y decidido/a que interpele el sentido de lo no dicho aún? ¿Un cónclave de sabios y caciques, madres y abuelas que reagrupen las fuerzas? Puede ser, quizás haga falta todo eso y más, pero sobre todo hace falta, pienso, un nuevo concepto de lo político. Un concepto de lo político que piense la articulación desde la lógica del no-todo y el goce femenino. Un modo de articular las diferencias, sin excepciones ni totalizaciones, pero bien anudadas, bien tejidas las diferencias, para que el inveterado monstruo caiga por su propio peso. En consecuencia, estoy escribiendo un texto monstruoso, mutante, feminista y algo más, que desea producir ese otro concepto de lo político. Además me divierto mucho al escribirlo, indudablemente hay un goce ahí, por algún lado, deslocalizado, que me permite jugar entre instancias formales y circuitos de legitimación para hacerles trampa: hacer pasar de contrabando otra cosa, encriptar y desencriptar, jugar el juego de la lengua, los dispositivos y las prácticas. Solo la escritura podría habilitarme semejante cosa.

II Pero no solo son las condiciones de producción las que hay que cambiar, bajo los movimientos políticos en curso, sino los modos de circulación y recepción de los pensamientos y escrituras que se generan. Doy un ejemplo. Un amigo me manda un escrito muy bueno, sobre las condiciones subjetivas en el neoliberalismo, donde cita un trabajo que escribí hace tiempo; no sé si le aporto mucho en realidad pero le agradezco el gesto. Recuerdo también a otro amigo, hace varios años, atribuyéndome la autoría de una idea nodal ante su maestro de prestigio internacional (Laclau), en un Workshop, cuando yo era un absoluto desconocido. Más acá de la justeza o no de ciertas situaciones, es indudable que a todes nos gusta el reconocimiento. El yo, el narcisismo, la especularidad son irreductibles. No tiene sentido denostarlos o querer superarlos porque forman parte de nuestra naturaleza humana y social, tanto como el ser “seres hablantes, mortales y sexuados”. No es culpa de las nuevas tecnologías, la necesidad de reconocimiento es intrínseca y ancestral. El asunto es poner cada cosa en su lugar, encontrar el ajuste más económico a los registros de la experiencia: imaginario, simbólico, real. Reducir el daño y el sufrimiento en vano. Es cuestión de análisis y luego de escritura. Las escrituras se comunican desde su singularidad-plural, se entreveran los nombres propios como constelaciones; no vale la pena forzar las cosas, ni las palabras, ni las citas. Si bien muchas veces me suelo preguntar por qué tal o cual no me cita ni me nombra, si conoce mi trabajo, etc., lo sé por experiencia propia: a veces no es cuestión de relaciones de poder y mero prestigio, también prima el olvido, cuando la identificación o la proximidad son fuertes, o cuando la ambivalencia afectiva impide reconocer en el otro lo que se cree propio, etc. En cualquier caso, vale la pena decirlo, exponerlo con honestidad y apertura, sin cálculo ni estrategia, porque entre amigos o aliados no puede primar la lógica de destrucción del enemigo. Somos responsables por reponer las mallas de lo imaginario, lo simbólico y lo real en la escena pública que el neoliberalismo destruye y los pequeños circuitos de supervivencia deniegan obstinadamente.

III. A veces siento que nos empatanamos demasiado con ciertos conceptos, como “lucha de clases”, “poder” o “goce”; conceptos que parecen explicarlo todo en última instancia (o en primeras nupcias). Y sin embargo, al repetirlos y repetirlos, no hacemos más que aumentar el pantano en que nos encontramos metidos. Como si fuésemos el Barón de Münchhausen y quisiéramos sacarnos de allí por nuestros propios cabellos. Hace falta otra cosa que la explicación redundante; necesitamos prácticas efectivas y variables: éticas, políticas y epistémicas. Realizar otros movimientos, decursos y rodeos, inventar o forjar nuevos conceptos. Incluso practicar una escritura que nos saque de nosotros mismos, del pantano y del marco simbólico en que nos hundimos sin cesar, junto a él y sus inconsistencias. En definitiva, una escritura que nos constituya a nosotros mismos en otra escena. Hay algo del difícil concepto de lo genérico que trabaja Badiou que me resulta familiar en ese extraño sentido: lo absolutamente cualquiera. Pienso en esa suerte de coleccionismo desprolijo que practicaba mi viejo, tempranamenente objetado por mí según me contaron luego. Salíamos a dar vueltas por la plaza Colón o alguna otra plaza y mi viejo juntaba piñas en el cochecito, cuando se quería acordar yo las había tirado a todas. Si bien no llegó a ser tan grave como en los casos patológicos de amontonamiento descomunal, siempre hubo en su casa lugares donde se acumulaban objetos sin uso. También se acumulaban personas en reuniones interminables, o caían a toda hora de manera imprevista. Jamás fui demasiado afecto a los objetos y a las reuniones prologadas, creo que solo los libros han llegado a incrustarse en la materialidad del espacio que habito; o me han permitido crear ese espacio que llamo casa. Sí, recuerdo ahora con más agrado aquella vez que nos volvimos del primer viaje al mar con bolsas de arpillera repletas de caracoles, almejas y conchillas. ¿Dónde habrán quedado? Quizás algún resto de esos objetos perdidos -no toda reunión era mala, por lo visto- motiva el impulso de escritura y el amor por los libros que hacen que la gente se junte, cada tanto.

IV Se me podrá objetar que apele a cuestiones demasiado subjetivas para exponer conceptos que no las solicitarían en principio. Pero no es por casualidad ni capricho, el estilo de escritura que cultivo. Parte de un diagnóstico de los malestares de nuestra época, las imposibilidades de conexión y el aplanamiento discursivo que supone la división de esferas en la sociedad. Que no asume la división de y en el sujeto, su impureza ligada a la verdad. En el célebre caso de extorsión que involucra toda una trama de complicidades entre la Justicia, los medios y la política, parece que D’Alessio le habría dicho justamente a Etchebest: “la verdad es subjetiva”. Alto vuelo filosófico el del canalla. Supongamos que es cierto y hagamos el siguiente ejercicio teórico, en lugar de condenar el posmodernismo banal, el subjetivismo y el pensamiento francés in toto. Etchebest le podría haber respondido: “sí, la verdad es subjetiva y vos sos un hijo de yuta” (lo cual debe ser literalmente cierto). Pero si hubiese leído a Badiou, quizás podría haber sofisticado la respuesta. Le habría dicho entonces: “sí, la verdad es en parte subjetiva, pero hay distintos modos de ser sujeto y responder por la verdad; tipos como vos son operadores oscuros de la verdad, de cuyo acontecimiento ustedes no quieren saber nada, por eso los motiva el odio y la destrucción, la avaricia y la canallada sin límites; mientras que hay otros sujetos cómplices de la verdad que se hacen los boludos y miran para otro lado, porque deniegan el acontecimiento, le restan importancia, y solo piensan en contabilizar ganancias según una lógica meritocrática que nos conduce a la autodestrucción; por último, hay sujetos fieles a la verdad, de la cual no creen saber nada porque es genérica, no puede dar lugar a la estafa ni al cálculo de valores, no excluye a nadie y se activa en un acontecimiento cuyas consecuencias se trata de seguir rigurosamente. A elles me confío ahora”. Suponiendo que hubiese podido articular semejante respuesta teórica, la verdad es que muchos sujetos se sienten estafados y desamparados ante el macrismo porque no encontraron el acontecimiento político y los nombres propios en que esa verdad genérica se verifica y fortalece (aún en la extrema debilidad). Para muchos de nosotres el acontecimiento habrá sido el kirchnerismo y sus modos inevitablemente fallidos y parciales de dar lugar a la verdad genérica que somos. Si volvemos a gobernar tendremos que transmitir rigurosamente los conceptos necesarios y practicar la teoría de un modo que no dé lugar a especulaciones vanas. Materialismo a todo nivel, incluso y sobre todo en las subjetividades implicadas.

V Por último, la inflación presente afecta sin dudas a las subjetividades implicadas. La inflación económica y la inflación narcisista, ambas están hechas para las heridas. Por eso pienso que necesitamos, inlecutablemente, recuperar un pensamiento genérico del Estado que descomprima las cosas, las palabras y las diferencias. “La inflación es la demostración de la incapacidad para gobernar”, dijo Macri. Al contrario, “la inclusión es la muestra palmaria de la capacidad para gobernar”, decimos nosotros. La inclusión genérica es lo que hace un Estado popular, nacional, democrático y feminista que no consiente las distinciones entre clases, razas y géneros como operadores fundamentales del reparto, porque piensa en el conjunto y su trama. La lógica política no puede subordinarse a otras lógicas. Es lo que muchos que votaron no entendieron. Pero quizás ahora esa verdad genérica muestre su fuerza ineluctable, aunque sea un momento de extrema vulnerabilidad para todes -o justamente por eso.

 

Roque Farrán, Córdoba, 17 de abril de 2019.

¿Qué es lo real? La filosofía como arte de lucha y práctica de libertad // Roque Farrán.

I. Me gustaría abrir este breve escrito con algunas preguntas inquietantes que se desprenden de lecturas recientes en torno a la ciencia, lo real, el sujeto y las desapariciones: ¿Y si la ciencia contemporánea nos hubiera planteado la desaparición cómo única respuesta posible ante lo real? ¿Y si ese estado potencial de nuestro modo de ser, más que responder a la posibilidad efectiva de la bomba nuclear, obedeciera a la calculabilidad integral del sujeto? ¿Si la algoritmización de nuestras vidas, cantada como el último avatar del sujeto, no fuese más que el corolario empobrecido y reificado de aquello que se produjo hace ya mucho tiempo? Creo que algo de eso nos trata de transmitir Agamben, con su habitual jovialidad y elegancia, en el opúsculo: ¿Qué es real? Allí se detiene a analizar la misteriosa desaparición de un brillante físico italiano, Ettore Marjorana, quien habría advertido muy tempranamente que los experimentos en torno a la física cuántica iban “por mal camino”. La hipótesis que desliza Agamben, desmarcándose de un anterior estudio, es que el problema no residiría tanto en las consecuencias prácticas de la teoría cuántica, esto es: la fabricación de la bomba atómica, sino en lo que implicaba ontológicamente para el sujeto, en su misma historicidad arrojada al cálculo extendido de probabilidades (tanto en la física como en las ciencias sociales).

La hipótesis que intentamos proponer es que si la convención que rige la mecánica cuántica es qu la realidad debe eclipsarse en la probabilidad, entonces la desaparición es el único modo en el cual lo real puede afirmarse perentoriamente como tal, sustrayéndose a la sujeción del cálculo. Majorana hizo de su propia persona la clave ejemplar de la condición de lo real en el universo probabilístico de la física contemporánea y produjo de este modo un acontecimiento al mismo tiempo absolutamente real y absolutamente improbable. Con la decisión, esa tarde de marzo de 1938, de disolverse en la nada y de borrar toda huella experimentalmente comprobable de su desaparición, le planteó a la ciencia la pregunta que todavía aguarda una respuesta que no puede exigírsele y que, no obstante, es ineludible: ¿Qué es real? 1

Es interesante esta hipótesis agambeniana: la única posibilidad de responder ante la generalización del sujeto que opera la ciencia moderna, su sujeción al cálculo probabilístico, es la desaparición sin dejar huellas. Una reivindicación de lo real que no es nueva, si se recuerda a aquel sabio oriental que se incineró para mostrar un punto ante los insistentes argumentos pirronianos, o la misma Simone Weil que se dejó consumir como forma de protesta política, etc. (aunque sabemos que la “pasión por lo real”, como bien señaló Badiou en El siglo, fue un sino importante de las subjetividades del siglo XX). Lo importante es que la pregunta por lo real, sea lanzada en la cara de los incrédulos sin ningún pathos subjetivo, en un acto implacable.

Diría, aunque me adelanto a lo que vendrá, que la respuesta a lo real asume dos formas perentorias: anudar o desaparecer.

II. Retomo la pregunta por el lado político, entonces: ¿Qué es lo real? Durante la jornada del 24 de marzo anduve dándole vueltas todo el día a esa cosa. La “cosa misma”, podría decir. Pero no puedo. Entonces escribo. Entre idas y vueltas, paseos y la Gran Marcha. Escribí bien temprano: “Memoria, Verdad y Justicia hacen un nudo irreductible”. Es una forma de lo real, sin dudas. Y pensaba en el nombre del cuarto nudo, en el nombrar, en la implicación, en cómo seguir anudando, etc. ¿Es necesario acaso?, ¿o la cosa se sostiene así, y nada más? También pensé que escribir en serio sería desaparecer, no como un ejercicio de coquetería intelectual, sino desaparecer efectivamente, en lo real: tocando ese punto insoportable en torno al cual quienes sostienen y reproducen este mundo miserable ya no (te) soportarían más, ni un minuto más, y (te) desaparecerían. El nudo real se verifica por el corte: “violencia divina”, escribía Benjamin. Quizás algo de eso no ha cesado de escribirse. Devenir puro e insensato médium de los desaparecidos de la historia, por el lado de aquello que no la tiene ni nunca la ha tenido: lo no-sido, lo inexistente, lo real. Tocar lo real, escribir lo real, devenir real en acto, no debe ser fácilmente soportable por nadie. A lo mejor es una de las formas de la muerte; esa palabra que designa muchas cosas que ignoramos, en el límite de la imaginación. A lo mejor es un nombre del deseo, purificado, lo cual es siempre un peligro. Pero no lo sabemos. Escribimos a ciegas lo real, en torno a los otros dos (simbólico e imaginario), como podemos. Y recordamos. O anudamos, con otras palabras. Nada más. No lo sabremos hasta el corte final. Mientras tanto la vida va, y no es poca cosa. Cuestiones ontológicas que encarnan en su historicidad concreta.

III. No obstante, siempre he sostenido que lo real no se verifica sólo por el corte; también hay cicatriz, que recuerda. La escritura que sigue el deseo es una de las formas de esa cicatriz. Por eso no es bella, o no lo es al menos bajo el patrón de belleza actual. Quizás tiene algo de anacrónica. De a poco voy entendiendo la lógica retroactiva que permite cernir el deseo, en ese sentido escritural o cicatricial, no tan puro. Deseo de filosofía, escribí hace tiempo. Pero antes fue la tesis, el proceso institucional y su defensa; luego le siguieron otras, innumerables defensas en otros terrenos, ataques y entrenamientos coyunturales que resignificaron los anteriores. También la precipitación material del nombre de lo que hacía (Nodaléctica) y, finalmente, las tomas de posición y las definiciones más ajustadas al caso. Ahora puedo decir que arribo a una definición clara y consecuente de mi práctica, la filosofía, que me resulta bastante adecuada a lo real del objeto: el vacío atravesado en el anudamiento de las condiciones materiales. Y además, se sitúa de manera decidida entre las prácticas sostenidas por mis maestros, sin identificarme plenamente con ellos y sin alejarme tampoco apresuradamente de ellos. Tomando el tiempo necesario para la elaboración del modo singular. Acá estoy, escribiendo, y sí, qué importa quién habla, mientras tome posición y se haga cargo de responder por lo real en juego, donde le toque en suerte. Entonces la pregunta correcta sería: ¿anudar o desaparecer? La decisión insondable responde por lo real en juego. La decisión no es soberana ni excepcional, es absolutamente singular: un modo de ser irreductible. La existencia está sujeta a valores trascendentales, el ser no: hasta un cúmulo de cenizas desperdigado en el espacio, un múltiple cualquiera, da cuenta de ello.

La clarificación de esta tesis, que es también una apuesta por el pensamiento en vida, exige tomar posición no sólo respecto a la ontología sino al modo de practicar la filosofía. Vayan algunas definiciones en ese sentido, que interpelen a otres.

III. En principio, suscribo a la definición althusseriana de la filosofía como “lucha de clases en la teoría”, sólo que me gustaría complejizar ambas nociones: la de “lucha” y la de “clase”. Aquí tenemos que seguir el ejemplo de Althusser, sin imitarlo. Así como Althusser permitió complejizar la casualidad estructural entre los diversos niveles, instancias y prácticas de la formación social, con el concepto de “sobredeterminación”; y luego otros althusserianos han propuesto, siguiendo sus mismos pasos, hablar de “sobreinterpelación” para pensar la complejidad de los mandatos y discursos amos que constituyen a los sujetos; pues asimismo, creo que tenemos que pensar la “lucha de clases” en su complejidad inherente y no como un principio unívoco: no sabemos cuáles son las clases hasta que no entran en lucha, y no sabemos tampoco cómo se darán las luchas, es decir, el modo que asumirán en qué estructuras, niveles y prácticas. Entonces no podemos descartar a priori ningún modo, ningún espacio, ninguna táctica de intervención: instituciones, asambleas, redes sociales, medios, el estado mismo, etc. El dinero no define la pertenencia de clase; la clase no define el modo de inclusión del Estado; el Estado no se define solo por la reproducción de las clases; las clases no están definidas sino por las luchas concretas y reales que conducen a la transformación de las relaciones de producción, en cualquier nivel de pertenencia o inclusión; las relaciones de producción no son sólo económicas, se encuentran sobredeterminadas. Desajustando pertenencia e inclusión, anudando las luchas en simultaneidad, saliendo de los esquematismos de toda clase, podremos transformarnos efectivamente. Sino seguiremos en la repetición, por arriba o por abajo, por izquierda y por derecha, por afuera o por adentro. ¡No cedamos en ningún terreno, materialistas unidos en lucha!

IV. En consecuencia, concibo a la filosofía como una práctica de libertad, es decir, como producción de un espacio liberado de las coacciones y urgencias diarias que permite, no obstante, entrenarse y ejercitarse para responder a ellas de la manera más efectiva posible. La filosofía como práctica concreta y completa de formación: acotada en sus bordes o condiciones materiales, e infinita en sus mediaciones conceptuales o ejercicios espirituales; no mera teoría del conocimiento, ejercicio lógico-sofístico, historia del pensamiento o hermenéutica epocal del ser. Claro que se trata de ejercitarse para las luchas reales, en efecto, pero luchas que se practican en condiciones de cierta protección y cuidado, con una orientación basada en la experiencia y la tradición, como sucede por ejemplo en un Dojo. Es decir, no se trata en filosofía de la lucha diaria, del ajetreo cotidiano librado al azar de choques y repeticiones, en la calle o en las instituciones; como tampoco en las artes marciales luchamos siempre en torneos y competencias, o eventualmente en la calle misma. Antes –durante y siempre– hay que entrenar el cuerpo y el alma, prepararse para la lucha a todo nivel. Por eso es necesario sostener un espacio de entrenamiento diferenciado, lo más riguroso y protegido posible, donde se cultive la disciplina y el respeto, como también la posibilidad de juego e invención. No se trata de que todos hagan lo mismo, que reine la confusión o la indiferencia en los grados, destrezas y responsabilidades, tampoco de confundir los espacios y los roles, pero sí de habitarlos sabiendo de esas posibilidades de entrelazamiento y transferencia que hacen a la formación conjunta. Entender que una forma de vida nueva tiene que saber anudar, llegado el caso: conocimiento técnico y sabiduría, experiencia e invención, afectos y modos de transformación de sí en cada coyuntura. No me gustan las comparaciones externas ni las analogías apresuradas, hablo de lo que practico: inmanencia de las prácticas, incluida esta breve y condensada escritura. Desde allí –o aquí– deseo interpelar para que otros también lo hagan a su modo. Para eso, sostengo hace tiempo, necesitamos en concreto una teoría materialista del sujeto.

V. Sigamos el ejemplo de Marx, también sin imitarlo. Así como Marx, a diferencia de los socialistas utópicos, se alejó de una crítica moralizante al capitalismo por considerarla inefectiva, y elaboró en consecuencia una crítica rigurosa de la economía política; asimismo, nosotros, tenemos que alejarnos de una crítica moralizante al neoliberalismo y su cultivo del individualismo contemporáneo, para efectuar en consecuencia una crítica rigurosa de la constitución del sí mismo y el sujeto. No basta con escandalizarnos y clamar a viva voz por los viejos valores perdidos del colectivismo y el pacto social primigenio, tenemos que trabajar sobre el terreno del adversario, invirtiendo sus mecanismos y dando vueltas sus cañones. Necesitamos, repito, una teoría materialista del sujeto que nos encuentre implicados en cada punto de este entramado social que rápidamente se descompone. Nunca existió eso que idealmente creemos ver en el pasado, por eso la crítica materialista no repone “valores” sino que trabaja sobre lo que hay para hacerlo mucho mejor. Cultivar un ethos materialista, en consecuencia, resulta necesario para elaborar una teoría materialista del sujeto. Una teoría materialista del sujeto no puede ser solamente contemplativa, comprensiva o explicativa, sino que ha de implicar ejercicios concretos que formen y transformen al sujeto en cuestión: desde la escritura hasta la invención de conceptos, pasando por multiplicidad de prácticas (políticas, ideológicas, científicas, marciales, espirituales, etc.). Una teoría materialista del sujeto ha de implicar, ante todo, al sujeto que teoriza en su formación y por ella se transforma; cuestión que siempre sucede junto a otros, en distintos niveles, espacios, tiempos y prácticas.

VI. Por último, una breve mención a la lógica que podría orientarnos en este proceso de constitución ontológico-política. Ante la forma-mercancía y la lógica del valor, anteponer siempre la forma-nudo y la lógica del entrelazamiento. La sustitución del modo de producción capitalista que atraviesa y desorganiza todas nuestras actividades cotidianas, desde las prácticas económicas a las prácticas afectivas, puede comenzar en cualquier parte o lugar del tejido social. Las células del modo de producción y la forma de vida deseables que lo sustituyan (no importa ahora cómo se llame), pueden constituirse en cada ínfimo acto o gesto, en tanto no busquen la producción de algo que entre en una zona de intercambios valorizables, sino que procedan mediante el entrelazamiento riguroso y la producción de la forma-nudo. Imaginemos en cada instancia, nivel y práctica social cómo proceder, de tal modo que si uno de los términos del enlace no se sostiene el conjunto de la trama se desvanece. Máxima sustentabilidad, rigurosidad y solidaridad en los enlaces e intercambios que nos constituyen. Sólo eso, llevado a la enésima potencia, hará que el régimen de verdad que sostiene este modo de producción ya inviable caiga por su propio peso.

1 Giorgio Agamben, ¿Qué es real?, Buenos Aires, Adriana Hidalgo, 2019.

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