Anarquía Coronada

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Vamos todos a nuestra fiesta desesperada // Ignacio Lewkowicz

Sobre Rodrigo, la cumbia villera y la subjetivación

No hay salida de la villa, incluso se puede caer de la villa, caer en la calle. Pero que no haya salida no significa que no haya subjetivación. Habrá que pensar la villa como condición. Un modo de subjetivación que no tiene los oropeles sarmientinos de la civilización es la fiesta. La cumbia villera es el modo de articulación de la situación fiesta. El clima de euforia de la cumbia villera está sostenido en un fondo absoluto de desesperación. La velocidad, el ritmo, el desacople rítmico, los desfasajes de velocidad son cocaína desesperada, desesperada por la amenaza de la caída. Caída por ejemplo del bajón postmerca; caída por ejemplo de que la fiesta se acaba. La fiesta se termina pero no es la fiesta de Serrat en que el pobre vuelve a su pobreza. No hay retorno al punto de partida porque no hubo salida: hubo fiesta. Si el tango según Discepolo es un pensamiento triste que se baila, y el rocanrol según Solari es un pensamiento crítico que se baila, habrá que pensar a la cumbia villera como una subjetivación desesperada o una desesperación sin pensamiento que se baila. Esta cumbia tiene una conexión con sus condiciones prácticas subjetivas ue no es expresiva, no se nombran esas condiciones, no se denuncian, no se tematizan: están, pero están tan presentes que no se nombran, están ahí en la salida, en cada silencio, está ahí presente. Es decir que la fiesta no se organiza en base al olvido ni en base a la denuncia: la condición práctica es ser fondo omnipresente, evidente, no nombrado de la euforia desesperada.

Rodrigo canta fuera de ritmo. El aislamiento, en principio, según cualquier canon musical, es desesperante, pero en gran medida el desacople rítmico con la banda expresa la desesperación, pero además indica la conexión con la fiesta: está más conectado con la fiesta que con la banda. Por supuesto que esa fiesta incluye la desesperación. También la desesperación del éxito, que incluye a su vez dos figuras, que aparecen permanentemente en los reportajes a Rodrigo: el terror de caer en el éxito y el terror de caerse del éxito. Ese borde, caída en el éxito, vorágine que lo aniquila o caída en derrota –nada que lo aniquila– marca un borde, y ese borde, esa desesperación es lo que se escucha. En ese borde, Rodrigo está investigando el máximo de equilibrio entre apropiarse del vértigo impuesto sin detención posible y claudicar ante el vértigo impuesto sin detención posible; ni se resiste a los imperativos mediáticos ni agradece: intenta en principio aprovecharse de eso. No se trata de vértigo o reposo, sino más bien de un vértigo alienado y propio a la vez, de una indiscernibilidad entre lo propio y lo ajeno, como el aprovechamiento de los romances con Nikita cuando Michael está en prisión. La banda trabaja como la sección uno en una dinámica desesperada de afinación de la subida al micro, bajada de los equipos, tocar, volver a subir al micro: están en misión.

La cumbia villera es la versión postmoderna del cuarteto cordobés o la cumbia tropical. En la cumbia villera la villa es la condición de enunciación absoluta. Se habita la villa desde el sesgo de la desesperación y no desde el sesgo de la pobreza. La música no es buena ni mala, uno conecta con eso o no. Si conecta, la emoción es desbordante, es decir que apunta materialmente a un centro de desolación que no se enuncia ni se estetiza ni se disimula: está. Un término de la desesperación es que la fiesta se acaba: hay que hacer lo más posible porque esto se acaba. El acordeón tiene que meter la mayor cantidad de notas posibles en un tiempo sin fisura porque en la fisura aparece el que la fiesta se acaba. El acordeón tiene que meter la mayor cantidad de notas posibles porque está apoyado en nada; es una banda en la cual los dos términos más característicos se escuchan solos, pero desconectados con la fiesta desde el sesgo de la desesperación –Rodrigo y el acordeón–. Esa desesperación, a diferencia del desgarro flamenco y de la tristeza tanguera, no es expresable, no es estetizable, no es nombrable. La desesperación es una condición presente en silencio. Con esa desesperación uno conecta sin interpretar; ni la música ni la letra dicen algo de eso: uno conecta con un sentido que está más allá del sentido –o más acá, mucho más acá…– en la desesperación pura. El acordeón es la música que queda, lo único que hay de musical, el resto es puro ritmo y vértigo. Pero el acordeón no apoya sobre ese ritmo, suena solo, suena sin sustento, y si uno conecta es porque la villa, la fiesta terminada, es la condición general de la subjetividad contemporánea. A diferencia del cuarteto cordobés, la cumbia villera habla de nuestra condición universal y no de un ellos pobres marginados poetizables. El pobre de Zitarrosa está como otro, una condición de la poesía. Pero el pobre no es el expulsado, y el expulsado es el fondo que irrumpe sin poder estar, el expulsado no es representable y estamos todos tomados por esa condición de expulsión. La cumbia villera habla de nuestra condición subjetiva más íntima, pero no en las letras ni en la música sino en la desesperación de una fiesta que está por terminar.

21-06-01

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