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Hay que volver a construir una izquierda con pensamiento estratégico // Rodrigo Ruiz

Rodrigo Ruiz es antropólogo e integrante de Territorios en Red (TER) y parte del Gabinete político de la Alcaldía de Valparaíso. A comienzos de los años 90 fue uno de los fundadores del Movimiento SurDA. En 2012 fundó El Desconcierto, una revista de referencia para la izquierda chilena. Fue director y luego, coordinó un sello editorial lanzado por la propia publicación. En 2016 dejó el proyecto. Con anterioridad fue miembro de la dirección nacional del Movimiento Autonomista y formó parte de Convergencia Social hasta el 15 de noviembre de 2019, cuando presentó su renuncia –junto a varios militantes, entre los que se destaca el alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp Fajardo– luego de que se firmara el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución: “Es contrario en esencia a las demandas que las diferentes y diversas manifestaciones han enunciado en las calles”, decía en la carta de renuncia.  Sin embargo, cree que es preciso participar del proceso constituyente y “lograr que la Constitución tenga el contenido más radicalmente posneoliberal”.

Para Ruiz la revuelta expone que en Chile hay un debilitamiento de la dinámica institucional. El movimiento feminista es el que más claramente pone en escena un lenguaje en tensión con la matriz neoliberal. Expresa una fuerza destituyente contra esta forma neoliberal de concebir la vida. Están diciendo –sostiene–: este es el momento para cambiar profundamente las cosas porque estamos en riesgo como humanidad. “Probablemente estemos asistiendo a los prolegómenos de las revoluciones del siglo XXI”, asegura.

 

La impugnación total

Chile es el país pionero de la instalación del neoliberalismo en el mundo. Se ha hablado mucho de los treinta años, pero creo que es interesante hablar de los cuarenta años de neoliberalismo: diez años metidos dentro de la dictadura, como mínimo. Es decir, desde el giro que se da a finales de los ´70, en la dictadura de Pinochet, hacia la instalación del modelo como tal. Eso se expresa en una cantidad de políticas sociales, pero también en el comportamiento de los medios de comunicación masiva, y en la propia Constitución. También en la “gestión civil” del neoliberalismo desde 1990, con un proceso de, digamos, perfeccionamiento democrático en la posdictadura. Todo eso es lo que comienza a reventar el 18 de octubre.

Es muy difícil establecer una hipótesis clara respecto de qué ocurre en Chile hoy. Las manifestaciones son diversas, algunas muy disruptivas, y pasan muchas cosas en paralelo. Pero es evidente que hay un debilitamiento de la dinámica institucional. Eso se expresa en la parte política de la movilización, que va y ocupa las plazas, y en parte en conductas como el saqueo. Todo ello tiene un carácter político porque contiene una impugnación al Estado, y a la forma institucional que instala el neoliberalismo en Chile. Pero claro, el saqueo carece de una dimensión fundamental en la política en tanto no está vinculado con un ideal, un imaginario, y una forma de organización. Sobre todo porque no contiene una ruptura hacia un futuro posible.

Nosotros aquí hemos ido construyendo una lectura que le da mucha importancia a la noción de producción. Hemos leído a Marx desde ese lugar. También a Henri Lefebvre, que cuando habla de la producción del espacio subraya que el lugar teórico de la producción es ya muy fuerte en Hegel. En esta línea es muy interesante cuando Judith Butler dice que la producción del género debe entenderse como parte de la forma en que se producen los propios seres humanos en los marcos heteronormados actuales. Es desde allí que pensamos la construcción política: desde la producción del territorio, la transformación de los territorios, la nueva producción democrática socializada del territorio, donde no son las fuerzas tradicionalmente vinculadas al capital las que lo producen sino las vinculadas a la comunidad. Desde ese punto de vista también hay una comprensión del neoliberalismo como un espacio productivo: un régimen de producción de un nuevo tipo de subjetividad. Y cuando digo “subjetividad” no me refiero solo a modos de pensar, sino a existencias de los sujetos, formas materiales de construcción del sujeto. Eso es lo que está cayéndose, todo eso revienta en alguna medida.

Los estudiantes y el “no más lucro”

Esto empezó en 2006, con la “revolución pingüina”. Después fue muy fuerte el 2011, el 2012, cuando se levantó una consigna masiva: “no más lucro”, sobre todo en el plano de la educación. Una consigna estructural porque apunta a la matriz teórica básica, elemental, del neoliberalismo. Es decir, la idea de que las personas deben concebirse como empresas individuales y que la vida es una especie de proyecto de rentabilización individual del capital humano. Toda esa lógica en Chile está metida a fondo, dispone de un dispositivo de legitimación brutal, tanto por parte del Estado como del mundo privado y sus instituciones.

Todo el sistema educacional chileno está guiado por esa lógica, desde hace mucho. Por ejemplo, los sistemas de medición de “calidad de la educación” están vinculados a la lógica del capital humano. Es una cosa que no existe, a ese nivel, en ninguna parte de América Latina. En Chile hoy es absolutamente inimaginable una institución como la Universidad de Buenos Aires (UBA), o como la Universidad Autónoma de México (UNAM). No vas a ir a la UBA a decir esta es una mejor o una peor universidad en función de si forma un mejor o peor capital humano. Sería impensable, aún con Macri. En Chile eso es el pan de cada día. Te lo repite incluso gente de izquierda. La idea de la sociedad de las oportunidades, la idea del capital humano, está metido en ese nivel de la hegemonía, es brutal.

Entonces, creo que hay un reventón de esa matriz neoliberal que ha sido hegemónica durante los últimos 40 años. Es una revuelta que interroga y que interpela la forma del Estado, que interpela su producción de subjetividad. La gente está diciendo: “Ya no va más, no quiero vivir más de esa forma ni quiero pensarme a mí mismo de esa manera”. En ese marco, el movimiento feminista es el que más claramente pone en escena un lenguaje en tensión con esa matriz; lo verbaliza, lo articula de una forma muy clara cuando recorre todo el problema de la existencia humana: de la reproducción hasta el Estado. Es muy potente, lo pone en tensión desde una cultura nueva.

Revuelta y proceso constituyente

Nosotros pensamos que viene un proceso constituyente que tiene como base esta fuerza destituyente que expresa con especial potencia el movimiento feminista. Es una fuerza destituyente contra esta forma neoliberal de producir la humanidad. No es menos que eso; es una revolución tan profunda como eso. Probablemente estemos asistiendo a los prolegómenos de las revoluciones del siglo XXI. Que no van a ser de barbudos en la Sierra Maestra, van a tener otras formas. Pero son revoluciones en el sentido de que ponen en marcha una potencia destituyente que está enfocada hacia lo más profundo de la construcción del orden actual, hacia los elementos más estructurales. ¿Por qué la gente bota la estatua del conquistador, de Pedro de Valdivia, le arranca la cabeza y la pone en manos de un líder de la resistencia mapuche, de Caupolicán? La gente está diciendo: “Viejo, esto está mal desde que partimos”. Esto tiene 500 años de estar podrido. Es una movilización que se ha atrevido entonces a pensar con esta profundidad histórica.

Ahí viene la pregunta: está abierto un proceso constituyente, ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a construir una nueva forma de Estado como condición de totalización de esta movilización, como la forma de resolver la relación de esta movilización con la totalidad social? Creo que eso aun no es posible. Y eso se relaciona con el hecho de que en Chile no hay un líder. O sea, no hay un Evo Morales o un Kirchner o un Fidel. Y no hay que complicarse demasiado por eso. Hay que escucharlo. Creo es muy interesante. Tengo gran simpatía por los que acabo de mencionar, pero creo que la gente está diciendo: “No voy a resolver mi relación con la totalidad a través de fulanito como encarnación del Estado”. Entonces la lógica del populismo quizás habría que reverla.

A diferencia de la experiencia argentina, acá no hay una fuerza como la que encarnó el kirchnerismo; o sea, no hay un peronismo capaz de conducir una movilización en el pueblo, ni la posibilidad de intentar resolver la situación con este desplazamiento de lo popular hacia la totalidad a través de una experiencia “populista”, para llamarla de algún modo. La política argentina evidentemente sabe, o supo, cómo resolver una crisis política con una movilización de masas. La política chilena no.

Pero sobre todo y más importante, creo que la revuelta debe entenderse en un ciclo más largo y mucho más difícil de cerrar, de capturar. Pensando un ciclo corto, quizá la élite político-empresarial pueda apropiarse del proceso constituyente. De hecho, en ese punto fueron victoriosos: a espaldas de la gente lograron firmar el Acuerdo y diseñar el proceso constituyente. Creo que hay que saber leer cuándo la élite logra hacer su trabajo y encauza esto, y logran instalar esta idea, falsa a mi juicio, de que la Convención constituyente es lo mismo que la Asamblea constituyente.

Pero aun cuando comprendamos eso, el problema de fondo es que esa élite no tiene ninguna capacidad de procesar las demandas más profundas que están instaladas en la calle, que son las que en definitiva definen la temporalidad real de este proceso. No puede al nivel más elemental, en el nivel socioeconómico. La gente dice masivamente, con claridad, y desde hace varios años, “No más AFP”, no más a esa estafa que son las Administradoras de Fondos de Pensión. Pero el capitalismo chileno no tiene cómo diablos funcionar sin formas permanentes de acumulación originaria del tipo de las AFP. Por eso creo que el gobierno y la derecha montaron esa defensa doctrinaria ante el retiro del 10% del ahorro de la gente en las AFP, pese a que fue una forma de inyectar dinero a las economías familiares en medio de la crisis.

Esa gigantesca masa de capital disponible para las grandes empresas financieras, no es más que el dinero de los trabajadores, de sus sueldos. Le sacas esa forma de obtención de capitales a la economía chilena y entraría en crisis una hilera de cosas; entre ellas, el mismo sistema bancario. El otro día escuché que alguien decía: “Salvador Allende había acuñado la idea de que el cobre era el sueldo de Chile, pero ahora el sueldo de Chile es la economía financiera”: es cierto, la nuestra es una economía financiarizada hace rato. La economía chilena es, como muchas otras de América Latina, una economía extractivista. Pero la cuestión financiera es la que rige su funcionamiento. Y la gente tiene serios problemas con esa dinámica. 

¿Cómo resuelves eso? ¿Cuál es el tipo configuración de la élite política que hoy día puede hacerse cargo de eso? No existe. Podemos llegar a redactar una nueva Constitución, pero mi temor es que no lleguemos a delinear los modos de superar un orden económico como el que ha regido por tantos años. Quizás hay otras temporalidades. A eso me refiero cuando digo que hay una corriente subterránea de larga duración que dice: “El neoliberalismo, tal como lo conocemos en Chile, se acabó, no funciona, ni va a funcionar bien de aquí en adelante en ningún momento más”. En cierto punto, esto no es nuevo, la crisis era y es el modo de existencia del neoliberalismo. Pero ahora parece que ya no le interesa funcionar con la fiesta en paz. O ya no puede hacer otra cosa. Quizá Mauricio Macri en Argentina fue eso: qué problema hay si después traemos al FMI y nos mete una inyección de plata, y tratan de salvar acá, y después se van donde sea que estalle la crisis: así funcionan las instituciones financieras a nivel mundial. Bueno, creo que la revuelta nos pone ante la necesidad de resolver ese tipo de cuestiones, nada menos. Así se dibujan los niveles de profundidad con que debiera trabajar la Constituyente.

El desacato: ¡Basta!

La clave es lo que está diciendo el de abajo. Y el de abajo está diciendo: “Basta, esto ya no más”. ¿Qué pasa cuando miles de egresados universitarios dejen de pagar su deuda con el sistema privatizado de financiamiento de la educación? ¿Qué va a pasar si la gente dice “no pago más, se acabó, métanme un juicio, métanme preso, me da lo mismo, no voy a pagar?”. Empieza a haber una situación con ese nivel de anomalía, de disfuncionamiento del sistema. Es un misterio por qué todos pagábamos nuestras cuotas anuales de la deuda de la educación cuando todos sabemos que es una gran injusticia. Pero las pagábamos.

Entonces, hay un momento en que alguien dijo: “No pago más, andate a la mierda, no pago más y se acabó”. Y hoy decimos: “No paguemos más, no paguemos más”. O nos dicen: “Oye, tienen que irse de la plaza”. Y la multitud responde: “No me voy de la plaza, no me quiero ir de la plaza, la plaza es mía, y no me voy, y no me voy, y no me voy”. Y no se fueron. Pero, ¡están apuntando a los ojos! Hay un chico con un ojo menos, dos, diez, cien, doscientos. Y “no me voy de la plaza”. En suma, es impresionante la voluntad popular que dice: “No acepto más que esto funcione como venía funcionando”, aunque no sepa mucho más que eso. Creo que ahí estamos, no sabemos mucho más que eso, pero lo que había no lo aceptamos. Y en segundo lugar, no aceptamos que venga nadie a decirnos cómo tienen que ser las cosas. Esas dos cosas están instaladas radicalmente en la situación de hoy día en Chile, y representan un tremendo desafío para quienes estamos intentando la acción política.

Ahora, que tendrá que haber un nuevo presidente en Chile, obviamente; van a tener que haber parlamentarios, alcaldes; van a tener que haber constituyentes. No se trata de desconocer una dinámica de ese tipo, no van a desaparecer las instituciones, ni es deseable que eso ocurra. Nosotros no somos anti-instituciones; se trata, más bien, de pensar que Chile va a tener que entrar en una especie de proceso de reinstitucionalización. Pensamos que en ello la clave es avanzar hacia una forma más radicalizada de participación social. Es decir, una democracia con real profundidad social.

Las formas de participación política

Desde que llegamos al gobierno local de Valparaíso, desde el día uno, hemos estado impulsando un proceso participativo. Las tres o cuatro grandes cosas más relevantes que ha hecho esta administración, las ha hecho así. Y ese es un proceso para nada sencillo, no es fácil poner entre paréntesis el propio poder político. En 2014, para un libro que luego publicamos, le hicimos una entrevista a Álvaro García Linera donde planteaba esta lógica del Estado y de cómo pensar un socialismo no estatista. ¿Cómo recuperar el imaginario del socialismo, pero no desde la centralidad del Estado? Una centralidad que, además, nunca tuvo, sino que fue algo que se inventó después por necesidad práctica. Un socialismo que tiene como clave la acción de la comunidad organizada y la transferencia de poder a esta instancia. Un Estado que va retrayéndose en beneficio de esa participación. Si pensamos en la red de servicios de salud que articulamos desde la alcaldía en Valparaíso, lo que vemos es un servicio público no estatal, basado en formas de participación profunda, se podría decir. Porque la gente participa, incluso, de la designación de los funcionarios que se van a contratar en ese lugar para trabajar. Entonces, no es una ficción de la participación, sino que tienen decisiones concretas.

Entonces, respecto de los desafíos del momento actual, no se trata de ir a organizar a nadie. Es decir, no creo que tengamos ni la habilidad, ni el conocimiento, ni la potestad, para poder ir a organizar a otro. La primera línea es un ejemplo impresionante. Es una forma de organización que no viene de ningún arriba. Nadie pueda arrogarse la conducción o autoría de semejante cosa, ni se le ocurrió a un partido o a una fuerza “x”. Pero seguramente allí están corriendo ríos subterráneos de memorias históricas, de cuentos de abuelos, de aprendizajes del movimiento popular chileno de tantos años. Pero tampoco sería correcto decir lo contrario: “Bueno, asumamos que ahora es la gente, nosotros retraigámonos”. Este “la gente” es un significante vacío, “la gente” no existe, “la gente” somos nosotros también. Ahora, con eso se juega en el Frente Amplio de una manera un poco tramposa cuando se dice “nosotros hemos estado con la gente en la calle”, “estamos caceroleando junto a la gente”. No, no vengas a joder, caceroleamos todos. El problema es que el Frente Amplio debería ser hoy un artefacto político que radicalice una lógica de la participación, no de repliegue.

Naturalmente, no es fácil encontrar los mecanismos para llevar adelante formas de participación profunda. Pero lo que hay, por ejemplo, en Plaza de la Dignidad es un gran parlamento que funcionó durante varios meses en Chile. Allí la gente hablaba, parlamentaba de formas distintas, con las canciones y consignas. Se puede sacar un promedio al final del día, o de la semana, sobre lo que hay que hacer solo escuchando lo que ahí ocurre. No es necesaria una encuesta, la gente lo indica de alguna manera. No sé cómo en algún momento pasamos de todos los días en todos lados a los viernes en la Plaza de la Dignidad, por ejemplo. ¿Quién instituyó eso? ¿Quién se lo imaginó? No tengo idea, pero ahí está, y funcionó. Hay una lógica organizativa, que, sin embargo, no se puede pensar que esté coordinada en el sentido conspirativo en que lo cree la imaginación del gobierno; esa imaginación medio tremebunda de que hay un poder oscuro detrás de todo esto que digita las acciones a través de las redes sociales. ¡Falso! Es no entender nada. Aquí está pasando otra cosa que tiene que ver, más bien, con una idea diferente de la democracia de la que impusieron en la posdictadura.

Tenemos que ponernos en ese lugar y avanzar sobre un asunto muy relevante. Nos preocupan los déficits de conducción que tiene la revuelta. Ese es un problema real, del que no hay que hacer omisión a partir de una lectura romántica de la movilización. De la capacidad de construir una dirección política para el proceso, que hoy todavía no tiene, va a depender la salida que tenga. Es un problema de la mayor importancia. Y creo que solo se puede resolver si las distintas opciones transformadoras escuchamos lo que está en la calle y nos ponemos a su servicio con más humildad. De lo contrario, la separación entre las distintas izquierdas y la movilización se puede profundizar, se puede prolongar, se puede agravar. Hay que hacerse cargo, sin esconder ese hecho ni por un minuto, de que la movilización no tiene pre constituida una relación orgánica con ningún sector de la política, con ninguno.

La potencia destituyente: de Allende al 18

Tenemos que pensar en serio en la magnitud de la potencia destituyente. El 18 de octubre abrió un ciclo largo. Nosotros siempre dijimos: “el reventón de octubre es una apertura”. Pero decir que es una apertura podría ser un lugar común, algo obvio. Algo menos obvio es decir que, en el marco de ese reventón, no se va a producir un cierre. O sea, no hay que pedirle a ese ciclo corto el cierre grande, porque ahí nos equivocamos. Efectivamente, tienes cierres parciales, como podría ser el Acuerdo por la Paz y la nueva Constitución. Pero lo fundamental es el proceso que se abrió para el pueblo de Chile.

Es interesante volver a hablar del pueblo o, mejor, de los pueblos de Chile. Porque está el pueblo mapuche, y por otro lado, en “el pueblo chileno” no siempre estuvieron realmente contadas las mujeres. Hay muchos pueblos. Todos esos pueblos están diciendo que quieren avanzar hacia una forma de vida diferente. Quienes mejor expresan esto, sin duda, son los más jóvenes. Particularmente las mujeres, porque les toca vivir la vida de una manera más profundamente desigual. En ellas se expresa una suerte de condensación, de cristalización de un imaginario del futuro que se hace cargo, por ejemplo, de que el planeta, así como está, en cincuenta años puede ser inhabitable. Están más conscientes de los problemas de la socialización actual. Están diciendo que este es el momento para cambiar profundamente las cosas porque estamos en riesgo como humanidad. Lo viven así, punto. Y andan en bicicleta por eso, no porque sea más entretenido. Andan en bicicleta también porque piensan en el combustible fósil.

En Chile, ese ciclo largo revienta en nuestra cara el 18 de octubre. Hay que leer lo que está ocurriendo de esa manera. Es un ciclo largo y profundo, que se remonta a cuando se instaló el modelo neoliberal en nuestro país; o mejor, que se remonta a la derrota del otro gran momento de imaginación política que tiene este país, que es el gobierno de Allende. Es decir, cuando Chile se atreve a pensar en un camino al socialismo que no existía en el mundo. “La revolución con empanadas y vino tinto”, una imaginación a escala global. “Vamos a inventar una cosa nueva, punto”.

Ustedes saben que el Che le regaló a Allende –que viajó a Cuba a los pocos días de la revolución– uno de los primeros ejemplares de La guerra de guerrillas. Y en la dedicatoria le puso: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo”. Me parece tonto pensar que la distinción a la que se refería allí es entre lucha armada o lucha electoral. Más bien le dice: “tú y yo estamos pensando en cómo construir una vía latinoamericana distinta a la soviética”. Se sabe que el Che tenía eso en la cabeza. Allende a su manera, por cierto también. Ese proyecto fue derrotado. Cuarenta años de construcción de clase, de levantamientos populares, fueron destruidos en el ’73. Es la contrarrevolución histórica que instala el modelo neoliberal y que destroza un nivel de imaginación histórica que había comenzado a construirse desde los años ’20, cuando entra en crisis la dominación oligárquica en Chile. Bueno, lo que estamos viendo hoy, de nuevo, es una ruptura. Esta vez la posibilidad de una ruptura con esa línea larga, que en América Latina tampoco es tan larga, que instituye su última fase en Chile con la derrota del ‘73. Estamos en un momento que tiene la profundidad histórica que tuvo la década del ´20, del ´30, que es cuando surge la izquierda chilena, se fundan el Partido Comunista y el Partido Socialista, o aquel en que se construye el modelo de la Unidad Popular y el gobierno de Allende, con la idea del socialismo y la revolución con empanadas y vino tinto. Está empezando a madurar una fuerza histórica que tiene esa profundidad. Es una crisis de época; es una posibilidad de apertura de otra época. Que sin embargo, no tiene nada asegurado.

Al lado de eso, no me vengan a joder con el sentido histórico del Acuerdo de Paz, es de otra escala. Volvamos al Frente Amplio y al tipo de responsabilidad histórica que le cabe. Yo creo que debería haberse puesto al frente de este proceso, esa era su responsabilidad histórica, en lugar de intentar cierres pequeños. El Frente Amplio andaba preocupado por cómo salíamos de la crisis en lugar de acompañar y ver cómo la crisis maduraba y se dirigía hacia alguna parte. ¿Cómo va a producir entonces una salida a la crisis por arriba? ¿Qué es eso? ¿A quién le importa hacer eso? A la clase dominante, toda la vida. Cuando el Frente Amplio intenta hacer eso está pensando, muy erróneamente, como clase dominante. No está pensando como pueblo. Esa es quizás la gran equivocación de su participación en el famoso Pacto.

Evidentemente, no es sencillo traducir esto en acción política inmediata. Hay que volver a construir una izquierda en Chile con pensamiento estratégico. El gran problema de la izquierda chilena, después de la derrota del ´73, es que no ha logrado impulsar un proyecto con vocación estratégica –como sí se pararon los comunistas, los socialistas, los anarquistas de principios del siglo XX. Un proyecto estratégico que se pare frente a la historia, que se pare frente al capitalismo del siglo XXI y diga: “Bueno, a ver, ¿cómo le hago?”. Hay que volver a procesar estas ondas largas en función de cómo construimos un proyecto de lucha y de nueva sociedad. La situación está abierta hacia ese lugar. Para eso las izquierdas requieren repensarse y reconstruirse desde adentro.

En otro plano, hay un cierre inmediato, la coyuntura corta se tiene que cerrar de alguna manera. Seguramente, el cierre de la coyuntura va a ser el proceso constituyente. Pero, a su vez, eso abre un nuevo momento importante, que es un poquito más largo, con sus discusiones, con formas de organización específicas. Por ejemplo, me resulta hasta divertido que se hable de “los independientes”, del lugar que ocupan los independientes en el proceso constitucional, como si “los independientes” no fuésemos casi todos, sino una especie de minoría nueva a la que hay que reservarle de forma paternalista unos espacios especiales.

Ahora, el pueblo de Chile se llama “los independientes”, es decir, todos los que no son ellos, todos los que tenemos la desgracia de que no somos de la clase política. Bueno, ¿cómo nos organizamos? Debemos articulamos con ese mundo en condiciones que no elegimos. Esta es la cancha, no la diseñamos nosotros, no dispusimos las reglas del juego ni el tiempo que dura el juego, pero vamos a ir a jugar ahí y vamos a tratar de ganar el campeonato. ¿Y qué significa eso? Que la constituyente que emerge de ese proceso sea lo más cercana al imaginario destituyente que está puesto hoy día en la movilización. Punto. Es decir, que tenga el contenido más radicalmente posneoliberal, si lo queremos decir de otra manera.

Tinta Limón 

 

¡Revuelta o barbarie! // Oscar Ariel Cabezas

Esto no es el fin

La inconsistencia permanece

en la fisura

somos exilio

en la patria del río.

—Daniela Catrileo, Río herido (2016)

En el contexto de la pandemia por Covid-19, en uno de los países con porcentajes de contagio y de decesos más altos, el fuego profano por la dignidad está lejos de apagarse. En la historia política de Chile, el rechazo de la sociedad civil a acatar la normatividad del orden neoliberal constituye un acontecimiento sin precedentes a lo largo de los treinta años de transición democrática. El modelo económico basado en el libre mercado y la privatización de los bienes comunes más exitoso del planeta es un cadáver que solo logra sostenerse sobre la base de la represión del Estado. La rebelión por la dignidad iniciada el 18 de octubre del 2019 (18-O) es una insurrección contra la normalidad de los treinta años de la llamada transición a la democracia. La consigna por el alza del boleto del metro, “No son 30 pesos, son 30 años”, condensa el desborde de un modelo basado en el sacrifico de los desposeídos. La evasión y luego las revueltas en todas las ciudades de Chile no fue otra cosa que la interrupción del sacrificio de millares de chilenas y chilenos, de migrantes latinoamericanos y haitianos que padecen no solo la explotación de la energías extraídas de sus cuerpos, sino la humillación, la discriminación, el desprecio, la indiferencia, el olvido, el expolio de sus vidas.

El 18-O es la primera fractura significativa en la hegemonía neoliberal y la apertura germinal de un laboratorio político y experimental en el que todo parece estar abierto. ¿Qué es lo que se ha abierto? En principio, la posibilidad de una trasformación radical del modo de producción que vampiriza y precariza la vida de la sociedad en su conjunto. La manera en que la sociedad civil ha traducido la experiencia del dislocamiento del tiempo de la normalidad neoliberal ha sido la indignación. El fuego de la pasión política que definió la lucha por la dignidad de los primeros meses, las barricadas en los barrios periféricos contra la represión policial del gobierno, las evasiones en el Metro de Santiago desatadas por los estudiantes secundarios, los cacerolazos durante la pandemia contra la falta de medidas sanitarias y el incremento del control policial, han estado acompañados de un antagonismo radical e insoluble desde las estructuras institucionales de la democracia parlamentaria. La democracia en Chile no es una democracia universal y plural, sino el instrumento de coerción policial de la clases políticas, que suplementa el programa global del neoliberalismo “mundial e integrado”.

La democracia encarnada en la materialidad social del devenir plebeyo, que se ha configurado desde el 18-O, pero que tiene precedentes en las luchas estudiantiles del 2001, 2006 y 2011, es inasimilable a la democracia parlamentaria de la forma-partido-estatal. La revuelta ha interrumpido la democracia neoliberal y la racionalidad de sus mecanismos de dominación micropolítica (subjetividad del emprendimiento, narcisismo autófago, individualismo sin aperturas, miedo al otro, salvación especulativa en el consumo). El tiempo de la normalidad y de su racionalidad ha sido fisurado por la irrupción social que se expresa en la revuelta por dignidad. Esta irrupción es de carácter múltiple y se sustrae a las formas modernas del partido-estado. La revuelta es la resta de la democracia neoliberal y la suma de una heterogeneidad radical de cuerpos que aspiran, a través de lógicas de organización asamblearia y de desmilitarización de la autodefensa de la sociedad civil, a constituirse en un contra-poder. Lo que la irrupción de la protesta social ha expresado es el deseo por destituir un gobierno que ha administrado la crisis del modelo mediante la peor represión social conocida en democracia después del fin de la dictadura en 1989. Así, el movimiento en las calles ha sido un movimiento contra el secuestro de la democracia y la justicia social en manos de la clase política y sus pactos oligárquicos. El odio a la revuelta de la sociedad civil que han expresado distintos sectores de izquierda y derecha a la interrupción del tiempo de la normalidad es el odio a la democracia de los cuerpos que se han expresado en la calle decididos a destituir una forma de gobierno y de sociedad que sostiene las desigualdades sociales y la violación de los Derechos Humanos. El antagonismo social, heterogéneo y plural, ha puesto en escena la descomposición del orden político y ha revelado que las estructuras de representación de las instituciones modernas y republicanas, secuestradas por la política neoliberal, ya no gozan de legitimidad. A través de la consigna la indignación por 30 años de abuso desocultó que el pacto oligárquico no es solo un pacto que a espaldas de la sociedad civil firmaran solo los gobiernos de la derecha, heredera de la dictadura que hizo posible el experimento neoliberal más exitoso del planeta. Los 30 años por los que reclama la sociedad civil son sobre todo los años de pactos firmados por los  gobiernos democráticos de la Concertación y la Nueva Mayoría.

En Chile ha sido la izquierda neoliberal la que sobre todo ha establecido una continuidad con el régimen constitucional que heredó de la dictadura del General Pinochet[ii]. Así, el tiempo de la normalidad de los 30 años es el tiempo hecho posible por el escamoteo de la heterogeneidad de cuerpos que componen a la sociedad civil y por la negociación de las violaciones a los derechos humanos cometidas durante la dictadura. El tiempo de la normalidad neoliberal es el tiempo de los que oprimieron la democracia de la Unidad Popular en 1973 y, por lo tanto, es el tiempo que está inscrito en el legado de la dictadura militar, la que tiene su expresión conceptual y jurídica en la Constitución de 1980. En efecto, desde la década de los ochenta la carta magna del gobierno militar ha hecho posible que el experimento neoliberal sea el más exitoso en el mundo y que el atropello a los Derechos Humanos permanezca en la penumbra de una legalidad que protege a las fuerzas castrenses. De hecho, una de las características de la policía de Carabineros de Chile, durante los primeros meses de la rebelión, ha sido la represión desmesurada, la tortura y el asesinato. Las fuerzas del orden de manera sistemática han mostrado voluntad deliberada por violar los DD.HH. con el motivo de restablecer el tiempo de la normalidad. La criminalización de la revuelta por dignidad ha permitido que el gobierno sea el principal responsable de la mutilación de ojos de los manifestantes, torturas, violación de mujeres, maltrato infantil y asesinato según los resultados del informe anual del Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH)[iii]; esta ha sido la respuesta del gobierno. La revuelta ha interrumpido el tiempo de la productividad afectando la popularidad del empresario y presidente de la república Sebastián Piñera que gobierna con menos del 10 % de aprobación ciudadana. 

El tiempo de la revuelta ha dislocado el tiempo del productivismo y, junto a los efectos de la pandemia por Covid-19, ha herido la lógica del consumo como espacio de recreación democrática y normalización de la subjetividad. El Chile que Tomás Moulián había diagnosticado en el Consumo me consume (1998) describiendo el síndrome de la individualidad neoliberal y la relación con el hedonismo de la pasión por el consumo ha sido herida por la irrupción de la revuelta. La subjetividad que ha emanado de lo incalculable de la revuelta podría llegar a constituir la protohistoria de un umbral emancipatorio o bien de una catástrofe social provocada por la desmesura de la represión. La revuelta es una especie de volcán en erupción y la verdad de una excepcionalidad que no tiene traducción en la normalidad del tiempo del consumo. La sociedad civil, hoy medianamente confinada —según privilegio de clase social y no de política de control sanitario estatal— por los peligros de la pandemia del Covid-19, no parece desear el continuum de una normalidad que se realiza en la compulsión hedonista del fetichismo de la mercancía. A pesar de la pandemia y de la “cuidadocracia” ejercida sobre todo por los sectores acomodados de la población, la crisis de la sociedad del consumo ha sido un destello emanado de la revuelta de la sociedad civil. Esto hace pensar que lo que Jean Baudrillard llamaba “las seducción de los objetos” del espacio mercantilizado del Mall y la subjetividad crediticia de los endeudados por el oasis del consumo ha sido herida por la subjetividad de la desobediencia civil. La subjetividad del 18-O ha emergido como una experiencia novedosa del tiempo que explica la fisura del tiempo del consumo y del productivismo de la modernización mercantilizadora del capital.    

La izquierda tradicional del parlamentarismo neoliberal se viene sumando a la deriva necropolítica desde el pacto oligárquico con los militares y los grandes empresarios desde 1989. Toda la estructura parlamentaria está corroída por la pulsión narcótica (dinero, poder, prestigio) del neoliberalismo y la revuelta lo sabe desde mucho antes del estallido. Lo sabe porque la sociedad civil debe vivir la crueldad perceptible de las fuerzas de la represión, al mismo tiempo que vive la violencia imperceptible inscrita en la subjetividad que habita la angustia y la muerte de la sociedad neoliberal. Por eso, la revuelta no confía en la izquierda del parlamentarismo neoliberal desde que sabe que la “cosa nostra” de los parlamentarios es parte de la injusticias estructurales del sistema. El saber de la revuelta es un “acervo de conocimiento a mano” sostenido por largos años de acumulación de experiencias de injusticia y abandono porque la transparencia de las desigualdades sociales es absoluta.  El promedio de lo que gana un parlamentario chileno es de unos 13.000 dólares, mientras que el salario mínimo es de unos 460 dólares. La rebelión por dignidad es también una reacción a la desmesura de estos privilegios. Y la violencia que se asocia a la emergencia de la marea en las calles que clama por el fin de los abusos se criminaliza porque el Estado neoliberal no tiene ya como contener la rebelión.

En su libro El porvenir se hereda: fragmentos de un Chile sublevado (2019) Rodrigo Karmy, uno de los teóricos de la hipótesis destituyente, ha señalado con acierto que “la violencia popular no es una “violencia hobbesiana” sino una violencia que interrumpe la simbología capitalista” (50). Esta interrupción no ha sido obra de vándalos como ha querido hacer creer el gobierno, sino de un  clamor genuino que está asociado a la consigna de que “Chile despertó” de la hipnosis, del letargo, de la pandemia neoliberal internalizada a punta de crueldad. El despertar es incontenible. La desesperación por parte del gobierno de controlar el “estallido social” ha carecido de la más mínima racionalidad política. La arbitrariedad y el abuso de la fuerza se ha acoplado al sin sentido que se condensó, desde los primeros días, en la sentencia militar de Piñera: “Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable”. Esta proclama bélica contra la emergente sociedad civil es el deseo expreso de asfixiar los ímpetus de la rebelión por dignidad convirtiendo a la sociedad civil en presa de los crímenes de Estado: Torturar, mutilar, apresar niños y asesinar a más de treinta personas durante los primeros meses de la rebelión civil son el resultado de la imposibilidad estructural del gobierno y la casta de políticos que se han coludido con el intento por acallar el clamor de la sociedad civil. Una sociedad desgarrada que ha tenido que padecer los 17 años de una de las dictaduras más sanguinarias de la historia de América Latina y los 30 años de experimentación neoliberal basados en la humillación de las clases populares y la precarización de la vida de éstas. La dignidad de las clases humilladas emerge como un relato desde la epidermis de los cuerpos que se duelen y que se reconocen en las formas y los mecanismos con los que el sistema neoliberal los ha vejado. Pero sobre todo se reconocen en la lucha que resiste la crueldad de una historia de humillación y saqueo de las energías de millones de ciudadanos, ciudadanas e inmigrantes precarizados por el dominio de un sistema con aval global para explotar y usurpar la vida digna.

En Chile la dignidad es el relato entrelazado a los afectos micropolíticos de lo que Diego Sztulwark ha llamado “ofensiva sensible”[iv]. Este relato-afecto es lo que el gobierno no puede ni podrá detener con la estafa del control de la pandemia por Covid-19. En el relato-afecto la dignidad es algo así como la palabra plena de cuerpos que encendidos por la rebeldía oponen resistencia al mismo tiempo que afirman el umbral y la urgencia de una vida distinta de la que han ofrecido los pactos del parlamentarismo neoliberal. Alia Trabucco, una de las voces jóvenes más interesantes de la literatura chilena, hallael síntoma de la oposición al gobierno de Piñera en la ausencia de relato. En su artículo “El otro relato” Trabucco describe la miopía de la oposición y la manera en que la ausencia de relato oposicional y anti-neoliberal revela a una clase política incapaz de agenciarse, sin criminalizar, el clamor de la revuelta social: “La miopía de la oposición, por lo mismo, es gravísima. Supo ceder al ‘relato del orden’ no solo respecto del presente y las urgentes demandas de transformación, sino también respecto del futuro y sus urgencias sociales y ecológicas. La oposición, al parecer, no tuvo un relato propio que oponer. Pero tal vez ese otro relato, el que está imaginando futuros posibles, futuros vivibles, no esté al interior del congreso.”[v] Trabucco narra con la serenidad de quien sabe que la ofensiva sensible de la revuelta es la apertura a un Chile posible y urgente en el que pueda morar la dignidad de la pluralidad de mundos subjetivos. Su sospecha es que el relato de esta pluralidad ya no se halla en la izquierda del parlamentarismo neoliberal.Y en efecto, lo que está afuera del congreso es irreductible a lo meramente parlamentario porque toda esta estructura moderna vive una crisis profunda de legitimidad.

La ausencia de relato de la izquierda neoliberal resuena en la crisis de legitimidad y en la falta de imaginación, y en la retirada del horizonte emancipatorio que defendió durante la asonada de protestas contra el régimen militar de Augusto Pinochet en la década de los ochenta[vi]. La izquierda tradicional es constitutiva de la clase política del Estado patriarcal que pactó la transición a la democracia sin jamás salir de los marcos jurídico-normativos del experimento constitucional de 1980. Se puede decir, en la estela de Trabucco, que la oposición (ex-Concertación y Nueva Mayoría) carece de una narrativa para imaginarse a sí misma como una oposición real al parlamentarismo neoliberal del cual es parteEste diagnóstico no es algo que haya requerido un contingente de políticos y cientistas políticos, sino que es un saber de la sociedad civil en rebeldía. Se trata de un saber colectivo fundado en la experiencia de abusos, saqueos a los bienes comunes y humillaciones por más de 30 años de hegemonía neoliberal. En la inteligencia colectiva del devenir plebeyo de la revuelta del 18-O tiene todos los elementos teóricos y de desocultamiento del principio de crueldad con el que el neoliberalismo articula el mundo de vida.

El saber de la necesidad de otro relato y la crítica al neoliberalismo puede ser expresado por un estudiante secundario, un rapero popular, un militante de la primera línea, una anciana, un mapuche, un obrero, una lavandera, un universitario, un ciudadanx/proletarix nómade con la misma complejidad que la de un gran catedrático de ciencia política. Es por eso que la revuelta social no requiere de los intelectuales de la izquierda tradicional y menos de la academia a la que su inscripción en la universidad, sin distancia del neoliberalismo, la vuelve ajena al clamor del cambio social. La izquierda tradicional y sus intelectuales están agotados y han sido sustituidos por la inteligencia colectiva de la ciudadanía de la revuelta. Por eso, la crítica a la filosofía de Friedrich von Hayek, Milton Friedman, Ronald Reagan, Margaret Thatcher y Jaime Guzmán no llega ya a constituir un relato oposicional. La revuelta es la crítica a la crítica de la filosofía y el más intenso intento por superar el deslegitimado sistema de partidos políticos que sostiene el modelo neoliberal. Los que han pensado que la revuelta social es acéfala o que no tiene una orientación política olvidan que hay una inteligencia plebeya que recorre la estructura afectiva desde los estratos más populares hasta las maltratadas clases medias, de todas las fuerzas y los cuerpos que componen una revuelta  en marcha.  El General Intellect de la revuelta ha zurrado —al igual que lo había hecho en el movimiento de estudiantes en el 2001 (“Mochilazo”), en el 2006 (“La revolución pingüina”), en el 2011 (“La primavera de Chile”)— las pretensiones de ilustración proveniente de la intelectualidad de los partidos políticos. La revuelta en Chile es plebeya, pero no porque carezca de ilustración, sino porque su ilustración es radical respecto de la necesidad de arrancar de raíz el problema; y la raíz es el neoliberalismo y sus políticas de miseria y muerte. Lo que ocurre en el país con uno de los movimientos feministas más fuertes de la región es una revolución molecular, una revolución de los afectos y de la sensibilidad. Esta condición no-moderna de la revuelta es la verdadera novedad. La Pandemia de Covid-19 y la instrumentalización del gobierno de Piñera no podrá controlar una revolución que escapa a los manuales de la ciencia política y del marxismo vulgar.  En la superficie de un neoliberalismo estatal que es molar; la dualidad entre lo molar y lo molecular es la dualidad entre un Estado que intenta reprimir la multiplicidad de mundos subjetivos. Hasta antes de la pandemia por Covid-19 la revuelta había sido imposible de reducir mediante la represión policial y por las estrategias disuasivas de la clase política. La transformación de la ira acumulada en los afectos de una sociedad civil decidida a cambiar las crueldades del sistema ha permitido identificar que la descomposición del sistema de partidos políticos es parte del problema que la revuelta civil desea erradicar. La desconfianza en la clase política no es arbitraria ni menos aún irracional o acéfala. La revuelta por dignidad funciona con un operador de saber-potencia que se traduce en la inteligencia colectiva de la sociedad civil. Así el operador de saber-potencia de la rebelión por dignidad se distingue de los dispositivos del saber-poder  del gobierno y sus aparatos de represión policial. Lo que el parlamentarismo neoliberal no le perdona a la revuelta es que el General Intellect de la revolución molecular en marcha está diseminado en la pluralidad de los cuerpos. La pluralidad no tienen centro es pluralidad descentrada de las lógicas modernas con las que se ha pensado convencionalmente el poder. La revuelta está en todas partes, no tiene un centro de operaciones, ni un Estado Mayor, sino un devenir plebeyo múltiple que en nombre de la dignidad atraviesa los estratos sociales.

 La revuelta no es solo la ira de los humillados o el músculo cargado de energía contra el principio de crueldad del parlamentarismo neoliberal, sino también la inteligencia colectiva de los cuerpos reunidos por la indignación; así, el deseo de dignidad es la inscripción de la pluralidad de mundos subjetivos en la imaginación de un mundo plural que hoy se opone al Estado. En su artículo “Piglia y Walsh: escribir en tiempos de crisis”, el escritor y ensayista Diego Zúñiga piensa desde la sensibilidad de la revuelta que no es posible concebir  la crisis sin imaginar ficciones que tensen la relación con el estado[vii]. La revuelta es hoy la topología en la que ocurre un poema o la posibilidad de una ficción fundacional que tense la relación con el Estado y desborde la ilegitimidad del relato del orden social. Al igual que en la república de Platón, el Estado neoliberal desea dejar fuera la experiencia poética de la revuelta. Por experiencia poética entiendo las intensidades y los afectos de la pluralidad de mundos subjetivos que abre en el cielo turbulento de la historia el clamor por el fin del neoliberalismo. Los afectos y las intensidades que han emanado de la revuelta civil y militarmente desarmada se expresan en la experiencia de un poema vivo que desafían símbolos y pone en crisis el orden. La revuelta es ciudad y está movilizada por la politización de las expresiones artísticas más mundanas. Las danzas, las murgas, los Avengers de la primera línea, el negro Matapacos, la presencia de raperos en medio de barricadas, la canción “El derecho de vivir en Paz” de Víctor Jara, la performance “El violador eres tú” del Colectivo Lastesis, los poemas de La Guerra Florida de Daniela Catrileo, la lectura de los libros de Nona Fernández, las imágenes de las cicletada conducidas por la Wenüfoye, bandera mapuche reprimida desde su genealogía por el gobierno de Patricio Aylwin[viii], entre otros, constituyen la tensión estética o poemática de resistencia a símbolos de opresión colonial y neocolonial. El Negro Matapacos, la Wenüfoye constituyen el clamor de un liderazgo carismático sin precedentes. En el interior de la revuelta social los liderazgos carismáticos se inscriben en la pluralidad de mundos. Estos desafían símbolos coloniales y abstracciones nacionalistas cuya razón de ser es el umbral de un horizonte emancipatorio contra la barbarie neoliberal. 


Nota: agradezco a Lorena Amaro la lectura, los comentarios y sugerencias que generosamente hizo a este artículo

[ii] Véase Tomás Moulian, Chile actual: anatomía de un mito, Santiago de Chile: LOM Ediciones, 1997.

[iii] Véase al respecto el informe del INDH: https://bibliotecadigital.indh.cl/bitstream/handle/123456789/1701/Informe%20Final-2019.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[iv] Diego Sztulwark, La ofensiva sensible: Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, Buenos Aires: Caja Negra, 2019.

[v] Trabucco Zerán, Alia:  https://www.eldesconcierto.cl/2019/12/07/el-otro-orden/

[vi] Freddy Urbano, El puño fragmentado: la subjetividad militante de la izquierda en el Chile post-dictatorial, Santiago de Chile: Ediciones Escaparate, 2008.

[vii] Diego Zúñiga: https://www.latercera.com/culto/2020/01/19/ricardo-piglia-rodolfo-walsh-escribir-tiempos-de-crisis/

[viii] Fernando Pairican, “La bandera mapuche y la batalla por los símbolos”: https://ciperchile.cl/2019/11/04/la-bandera-mapuche-y-la-batalla-por-los-simbolos

La actualidad de Pasolini // Ivana Peric M.

El exceso de información con el que convivimos vuelve inevitable vincular el término “actualidad” con cierta impunidad del presente. Cada vez que nos enfrentamos a un evento inesperado le dedicamos inmediatamente un puñado de palabras, como si con ello se pudiera controlar cualquier desvío de aquello a lo que estamos habituados. Nos sentimos compelidos a decir algo, cualquier cosa, con tal de mantener el presente inmutable. La impunidad, entonces, opera de modo inverso a lo que el sentido común dicta. No es que la reacción ante un evento novedoso esté liberada del juicio de responsabilidad al que está sometido cualquier lectura, precisamente por su condición de experimental. Sino que es el propio presente el que parece liberado de la necesidad de ser vinculado con algo distinto del estado actual de las cosas como condición para su legibilidad.

 

La impunidad del presente parece haberse radicalizado con la emergencia de la así llamada crisis sanitaria. A propósito de la propagación a escala mundial del coronavirus se logró, en cuestión de semanas, disciplinar todas las formas de vida existentes. Y es que no sólo va actuando sobre la realidad de los cuerpos relegándolos a un espacio cerrado, sino que va operando sobre las redes virtuales también infectadas de información acerca de su despliegue. Ante el convencimiento de que el encierro generalizado es la única manera de frenar el contagio, es casi imposible desmarcarse de este aislamiento saturado de explicaciones. Cuestión que envuelve una paradoja sobre todo en países cuya institucionalidad, antes del inicio de la pandemia, estaba siendo cuestionada por revueltas nacidas desde los márgenes del capitalismo. Particularmente en Chile, nos ha situado frente a una aguda contrariedad: en nombre de proteger la salud de todos y todas nos hemos impuesto el mismo aislamiento que, a partir del 18 de octubre, comenzamos a resistir por ser una consecuencia descarnada del neoliberalismo.

 

En el contexto de dicha paradoja, los círculos de pensadores parecen haber estado esperando la aparición de este ser vivo microscópicamente extraño para remover las lógicas individualistas que permeaban sus propias prácticas, no menos expresivas de lo que se estaba denunciando en las calles. A partir de la emergencia sanitaria se reinstaló el ejercicio de citar polémicamente a otro u otra al momento de compartir reflexiones en medios de visitación masiva. Abandonaron su cómoda posición de académicos y académicas encerradas en la universidad para transformarse en verdaderos intelectuales públicos. Sin embargo, su falta de imaginación ha quedado al descubierto. Sus intervenciones tienen en común una vocación de ser fieles a los marcos de legibilidad instalados antes de tener noticias de la existencia del virus. Apelan a términos que son fácilmente atribuibles a sus respectivas autorías. “Máquina biopolítica”, “estado de excepción que deviene en regla”, “paradigma inmunitario”, “precariedad”, “comunismo renovado”, todas ellas exhiben cierto privilegio que niega la apertura hacia una eventual potencia novedosa subyacente a la propagación del virus.

 

No se ha podido imaginar un modo diverso de leer la situación actual que aquel que tradicionalmente ha ordenado la ciencia. Cada uno se ha presentado como si quisiera mostrar su capacidad predictiva, y entonces apuesta todo su valor a si la realidad puede ser subsumida con un mayor grado de verosimilitud bajo el marco propuesto. El virus pasa a ser un evento como cualquier otro, una excusa para sostener obstinadamente una matriz de análisis recitado de memoria, una nueva oportunidad para repetir la música de la cual ellos son a la vez compositores e intérpretes. De esto modo, se insiste en la percepción del coronavirus y las medidas gubernamentales que su amenaza suscita, como un objeto al que hay que tratar con la debida distancia explicativa.

 

Se podría aventurar la hipótesis de que dicha actitud metodológica nace de una falta de amor por la realidad que empaña cualquier esfuerzo creativo. Ese amor que el intelectual italiano Pier Paolo Pasolini decía, citando al cineasta Roberto Rosellini, que era más fuerte que la realidad misma. Tan fuerte que, a fines de los años cincuenta, confesaba que su alejamiento del otrora admirado Gramsci se debía a que objetivamente ya no tenía frente a sí el mismo mundo que éste había habitado, que ya no existía un pueblo al que dirigirse, y que por ende no se podía seguir sosteniendo el arte de contar historias. A partir de la identificación de este giro dramático de la realidad, se sabrá siempre afectado por los acontecimientos que su propia vida atestigua, arrancando desde ellos mismos, y no al revés, cualquier intento de darle forma. Lo que trae consigo una radicalización de la polemicidad reconocible ya en su primer libro publicado, Poesía en Casarsa, con el que a los veinte años se resistió al intento fascista de imponer el italiano como lengua oficial, rescatando en vez el friulano, dialecto del pueblo natal de su madre.

 

Es ese amor por la realidad lo que marcó su experimentación en formatos heterogéneos: la elección de si expresarse en poesía, en novelas, en artículos periodísticos, en textos académicos, en guiones, o en filmes respondía exactamente a su necesidad de hacer hablar a las cosas. Es así como durante el régimen fascista opuso a través de la poesía la espontaneidad del dialecto a la lengua nacional italiana; en el periodo de la Resistencia tensionó la racionalidad de la ideología con la irracionalidad de la pasión sintetizada en sus novelas; en la administración de la Democracia Cristiana interrumpió por medio de sus filmes la unilateralidad del relato del pasado con la posibilidad de su presentificación; en el devenir neoliberal se resistió a la economía del poder con el sudor de los cuerpos que mostraba en pantalla. Todo ello, sin que pudiera ser capturado por una promesa de superación de estos extremos en colisión permanente: su obra estuvo empeñada en mostrar no sólo la irreductibilidad de un extremo en el otro, sino que la imposibilidad de pensar la historia sin reconocer su eterno entrecruzamiento como si de un baile en parejas se tratara.

 

Esta vocación experimental lo llevó a preferir la exploración en el cine porque según afirmaba le permitía, como ninguna otra forma estética, “estar dentro de la realidad sin salir nunca de ella, sin tomar distancia para hablar de ella: (…) expresar la realidad por medio de la realidad”.[1] Lo que quiere decir que la cosa que se ve en pantalla es la misma que se ve fuera de ella solo que en un filme se muestra su duración: en él las cosas permanecen. Y entonces lo que haría el realizador cinematográfico sería inventariar los elementos que hay, por ejemplo, en el mismo paisaje que el novelista recorta, pero sin poder dejar de tomar consciencia de cada una de las cosas allí habidas.[2] De este modo, el cine es concebido por Pasolini como una actividad que se ocupa de la presentación misma de la realidad.

 

Pero ¿cuál es la realidad que infecta el virus? ¿Es una que se va modificando a medida que se resiste a su propagación? ¿Cómo actúan nuestros cuerpos ante la posibilidad de ser infectados y cómo se vinculan con los que no lo están? ¿Qué relaciones se configuran en la batalla por la evitación del contagio? ¿Cuál es la escritura que, infectada de realidad, puede anticipar el mundo en el que viviremos posterior a la pandemia? ¿El tiempo de la propagación afecta la duración de las cosas? Pasolini insistía en la operación de traer textos o personajes del pasado, con su propia forma de decir, al tiempo en el que vivía. La mayoría de sus filmes hacen uso de obras literarias que se ubican a una distancia temporal considerable de su época: utiliza tragedias griegas (Edipo Rey, Medea, La Orestíada), textos bíblicos (fundamentalmente del Nuevo Testamento), algunos textos profanos de la Edad Media y algo, las menos, de la modernidad (El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noches, Otelo, Los 120 días de Sodoma). Con ello, no buscaba actualizar sus contenidos, sino que proponer un vínculo indestructible entre cualquier forma material de vida y cierta vivencia del tiempo.

 

De este modo, la pregunta por la actualidad de Pasolini cobra un nuevo sentido, toda vez que al revisitar su obra la impunidad del presente se levanta a favor de una interpretación de los hechos que asume la responsabilidad de inducirnos a mirar, pensar, y vivir distinto. En otras palabras, con él se lee el presente mirando hacia un pasado que no se termina de reescribir. Lo que nos obliga a hacer nuestro el epíteto con el que empapelaban las ciudades italianas los fascistas en los años 60’ para manifestarse en su contra: “basta de apóstoles de fango”, decían. Actuar como si se fuera un apóstol significa anunciar la palabra que dice aquello que aún no conocemos pero que podemos imaginar. Sin embargo, actuar como si se fuera un apóstol de fango es ensuciarse con la realidad en la que se vive y, por ende, manosear esas palabras al punto tal de hacerlas indistinguibles de la propia realidad que se persigue presentar.

 

La invitación es, entonces, doble. En primer lugar, a asumir el desafío de actuar como si el coronavirus abriera un escenario propicio para no sólo ofrecer una renovada lectura de nuestras prácticas actuales, sino que anticipar un modo de relacionarse que todavía no ha sido imaginado. Y, en segundo lugar, a traer al presente la obra de Pasolini no sólo porque parece abordar sustantivamente ciertas problemáticas hoy agudizadas a propósito de la pandemia que todo homogeniza. Quizás, más fundamentalmente, porque muestra en la propia forma de experimentación que su actualidad depende de la capacidad de conectar dos cuestiones que parecían antes distanciadas, opuestas, o contradictorias lo que puede constituir el primer paso para revertir la anemia creativa que, durante demasiado tiempo, hemos padecido.

 

 

 

Santiago, abril de 2020.

 

[1] Silvestra Mariniello, Pasolini (Madrid, España: Ediciones Cátedra, 1999), 44.

[2] Pier Paolo Pasolini, Cartas Luteranas, 2017.a ed. (Madrid, España: Trotta, 1975), 41.

Chile: revuelta social y Epidemia // Entrevista a Oscar Ariel Cabezas

 

Esta entrevista fue realizada por la plataforma chilena de periodismo alternativo urbesalvaje.com

 

Incertidumbre y amenaza. Sin duda que existe una desconfianza hacia el Estado. Y no es solo en materias económicas y de salud pública. Muchísimos culpan a la clase política de la amplitud de males que aquejan a la sociedad chilena. El empresariado a la cabeza. ¿Chile despertó y está pandemia le va a poner el pie encima al modelo? ¿Otro Estado es posible? ¿Es el Plebiscito lo más importante hoy?

En medio de la pandemia y de lo que posiblemente será la peor de las crisis del sistema sanitario lo más importante hoy es lo que podemos llamar el cuidado del vecino, es decir, del que habita (ella o él) y coexiste en relación a esa otredad de la que también soy parte. La preocupación por el otro, sobre todo por aquel que no conozco y que debido a la eventualidad global del Covid19 podría estar en peligro de muerte es lo más importante en esta contingencia. Todo indica que la forma más efectiva para controlar el contagio es el distanciamiento físico de los otros porque no hay todavía una cura que pueda evitar la muerte. El plebiscito puede esperar los ventiladores y la recuperación de la sanidad pública me parece que es de primer orden. El confinamiento o cuarentena obligatoria dictaminada por el gobierno a primera vista parece ser una medida de sanidad pública y, sin duda, creo que lo es tal como lo ha confirmado la presidenta del colegio médicos de Chile. Pero no estoy seguro de si el gobierno y la precariedad absoluta del sistema de salud pública tenían otras medidas para contener la propagación del virus. Lo cierto es que la medida de declarar un estado de emergencia me parece que es una medida política que cumple, de momento, una función cínica. Por un lado, el estado de emergencia le ha permitido al gobierno generar un estado mental de pánico mediático. Así, el miedo a la muerte y al contagio funciona como una política de control de los espacios politizados por la revuelta social. No es casual que en vez de poner en marcha un plan para habilitar hospitales, intervenir la salud privada, comprar ventiladores, mascarillas, reforzar el cuerpo médico y de especialistas, etc., el gobierno comience a pintar plaza de la dignidad como un desesperado intento por recuperar los espacios y los símbolos que ya no le pertenecen. Te menciono esto por no expandirme en lo ridículo que ha resultado sacar—y qué ganas tenían de hacerlo—a los militares a la calle en las horas en que la gente duerme y el contagio social es ínfimo o casi imposible. Todo esto hace sospechar que el estado de emergencia es una medida de control de la desobediencia civil más que ser una medida de sanidad pública a la altura de la amenaza real que tienen todes los que vivimos en esta parte del planeta de ser contagiados por el Covid19. En otras palabras,  la medida del gobierno está entrelazada al control de la desobediencia civil, desatada por la emergencia de una ciudadanía que había desaparecido desde la época del plebiscito de 1989.  Sin duda, también las mediadas del gobierno de Piñera han tenido que seguir las directrices de lo que globalmente han hecho otros gobiernos para controlar la pandemia. En medio del oportunismo del gobierno neoliberal por detener el malestar social que desató la revuelta del 18 de octubre el cinismo revela ser un arma al servicio del miedo. Se trata del miedo que tiene la clase política, la oligarquía nacional y las empresas vinculadas al modelo neoliberal de que este país cambie de manera radical y se convierta en un modelo experimental de sociedad participativa orientada al cuidado por el otro y a formas de coexistencia basadas en otro modo de ser que el del hedonismo de la sociedad de consumo. Por lo mismo, creo que el plebiscito se puede posponer mientras el cuidado del otro tome la forma subjetiva de la revuelta social del 18 de octubre, es decir, mientras pasemos la cuarentena pensando en el nacimiento de otro modo de vida. Un modo de vida y de coexistencia completamente distinto del modo “sin coexistencia social” al que nos confinó el virus del neoliberalismo. Por supuesto, yo apruebo el cambio constitucional y mis deseos por el plebiscito están basados en que el cambio constitucional es la posibilidad de que el país gire en 180 grados hacia otro modo de existencia.  

Una pandemia como castigo. La catástrofe como sanción global hacia la humanidad. Te parece interesante esa reflexión.

Sí, me parece interesante, pero creo que el castigo introduce en el concepto de  catástrofe una dimensión teológica que tiende a desplazar el hecho de que la pandemia de Covid19 está, por un lado, internamente ligada a las formas de modernización capitalista de la gran industria del mercado agrícola y de la epidemiología. En el caso  de que no sea un virus que se haya escapado de algún laboratorio militar para deliberadamente provocar una catástrofe, el virus proviene, tal como lo muestra el texto del Colectivo Chuang que publicó la plataforma de Lobo suelto, de la industria mundial agrícola. El texto del Colectivo es muy interesante porque retira la posibilidad de leer teológicamente la catástrofe producida por la expansión de la producción industrial agrícola  y el modo en que se vincula con elementos, digamos, no humanos o naturales como sería el caso del Coronavirus. Las clases subalternas que están expuestas al contagio con microbios y catástrofes industriales no son nada nuevos, no constituyen una novedad en la historia del capitalismo y, por cierto, las epidemias tampoco constituyen una novedad. Con la idea de humanidad ocurre algo similar. La humanidad como concepto universal deja sin pensar los efectos que las catástrofes generadas por el capitalismo, en su fase global e hiperdepredatoria, dejan en la carne viva del cuerpo social. En otras palabras, no creo en las teorías que ven en el virus una exterioridad que nos ataca desde fuera y que según la posición en la que se mire, podría salvarnos de los males que le hemos hecho al planeta. Las catástrofes son siempre sociales, afectan el cuerpo material de individuos, colectividades, de poblaciones agrumadas nacional o posnacionalmente. La pandemia de Covid19 lleva casi 60.000 muertos y más de un millón de contagios. Se trata de la primera catástrofe social con resonancias comunicacionales globales y, quizá, de la primera catástrofe que desenmascara la precariedad de los sistemas de salud pública a nivel global. La urgencia de pensar un sistema de salud internacionalizado o globalizado parece que agrega un dato más a la urgencia de salir del fatídico ciclo de gobernabilidad neoliberal. Pero la salud como un derecho universal de cada individuo, de cada colectividad, del vecino, del amigo o de los que aún no han nacido se ve amenazado por la idea de que la pandemia es un castigo que todes debemos pagar. La idea de que deben pagar justos por pecadores es una idea que le hace mal a la izquierda y aún más mal a la urgencia de imaginar formas de cuidado que estén completamente escindidas de la religión del dinero y de la barbarie con la que se consuma el lucro en nuestro sistema de salud.

 

¿Qué rol ha jugado la filosofía en la vida, pasión y posible muerte del modelo? ¿Va a resucitar con una fuerza mayor o va a haber un cambio?

No soy filósofo, por lo que mis opiniones no deben confundirse con las que daría un filósofo de profesión. Pienso que en Chile la filosofía ha sido muy importante en la vida de sus poblaciones. Por poblaciones habría que entender la multiplicidad de cuerpos que han decidido resistir el modelo y por filosofía lo que ha emanado de la interioridad de sus prácticas y del deseo de “cambiarlo todo, sino pa’ qué”. Ha habido, sin duda, un despertar en las universidades, pero creo que la revuelta social ha pasado transversalmente por lo que llamo la emergencia de la sociedad civil. Me interesa mucho remarcar que se trata de una emergencia y no de un a priori de la filosofía política. Ha sido la sociedad civil y el pluralismo de su composición la que ha dado las coordenadas de una filosofía descentrada de los vínculos que las universidades en Chile han mantenido con el modelo de producción neoliberal de saberes. No creo que la filosofía de papers  y carrera universitaria de imitación norteamericana haya contribuido a la revuelta social. Por el contario, el individualismo en los espacios universitarios, la lucha a muerte por el reconocimiento académico, la falta de desarrollo de espacios de colectivización y producción de saberes es lo opuesto a la respiración de las pasiones que han emanado de la desobediencia de la sociedad civil. Por supuesto, esto no significa que la universidad y el conjunto de sus académicos y, sobre todo, de sus  estudiantes esté también recorrida por el espíritu de la revuelta. No estoy seguro de si la universidad como institución desea la muerte del modelo. Pero, si estoy seguro de que la universidad, aquella que se recoge en la comunidad de sus estudiantes y profesores, está contagiada por el deseo de democratizar todos los espacios que permitan que el espíritu de una vieja y necesaria institución esté a la altura de los cambios y orientada a la relación y el compromiso político con la metamorfosis de lo humano, es decir, de lo singular-plural. El  espíritu de una filosofía en que lo común, aquello que nos compete a todes, es algo que ha puesto de manifiesto la revuelta de los movimientos sociales, la coordinadora 8M, el movimiento feminista, el Movimiento contra las AFP y las Isapres, el Movimiento Estudiantil contra el lucro en la educación, las disidencias sexuales, el movimiento Mapuche, y, por cierto, toda esa población que todavía está media invisibilizada de inmigrantes haitianos y latinoamericanos componen la pasión de una filosofía por venir. Una filosofía que no está en el futuro, sino en las luchas cotidianas por la redefinición y construcción de instituciones orientadas a la coexistencia en común. La  pasión y los deseos colectivos por una sociedad distinta están encarnadas en una pragmática materialista—no abstracta— por la definición y redefinición de nuevas instituciones. Yo veo que esto es una filosofía que ha acontecido en las calles y que hoy la filosofía disciplinar deberá heredar como si Sócrates estuviese encarnado en la figura social y política del kiltro Matapacos o en el chico que ondeaba la flamante bandera del pueblo mapuche en Plaza Dignidad. Es probable que el futuro de la filosofía disciplinar y de la propia universidad se juegue en ello. En cambio, el por venir del fin del neoliberalismo sigue estando en las luchas cotidianas de la sociedad civil y en la emanación de una filosofía alojada en la potencia de la imaginación colectiva. La filosofía  suspendida en el aire que cultiva figuras aristocráticas del saber como atributo de una disciplina universitaria ha dejado hace mucho de ser algo interesante.            

Todo Chile en el mismo bote frente a la enfermedad. Barbarie o solidaridad: No hay un valor por la vida; por el respeto a las personas. ¿Campo fértil para qué? ¿Para la solidaridad de toda la ciudadanía o para la barbarie del poder?

La barbarie y la solidaridad son dos conceptos interesantes para abordar el problema de la pandemia de Covid 19 y el problema que está causando en nuestra sociedad. La solidaridad tiene una larga data en la tradición del pensamiento humanista y se le podría conceder que ha estado del lado de una política de la coexistencia pacífica. Cuando el imaginario de la tradición liberal propagaba la consigna de civilización o barbarie la solidaridad se trasformaba en política secular del cuidado por el prójimo y específicamente por los pobres. Esta política de solidaridad ha funcionado durante mucho tiempo como  dispositivo de compensación de las clases acomodadas. Se trata de la conciencia pequeño burguesa del “me preocupo por los pobres” y, así, disfruto de mis privilegios de clase acomodada sin conciencia de culpa. La solidaridad de la conciencia burguesa es un dispositivo importante del proyecto civilizatorio de la sociedad capitalista.  Los siglos XIX y XX están marcados por la consigna civilizatoria de la solidaridad de las clases acomodadas hacia los pobres. No cabe duda que estas formas de conciencia se prolongan en nuestro presente neoliberal e incluso la solidaridad puede aparecer como un dispositivo del poder del Estado para salvar empresas del sector privado. La solidaridad humanista moviliza el cinismo que contribuye a los sistemas de acumulación del capital.  Estar  fuera o dentro del patrón solidario de la civilización es estar inscrito en el privilegio de una solidaridad abstracta. Habría una solidaridad distinta, aquella que está vinculada a los afectos y a las posibilidades de ser afectado o modificado por la afectividad del amor genuino a los otros, a las diferencias, es decir,  a  la mundanidad de los mundos plurales. Esta solidaridad hoy no puede estar disociada de la revuelta social porque la revuelta es un movimiento de solidaridad profundo y transversal. Se trata quizá del primer movimiento de desobediencia civil en que la solidaridad de los mundos plurales coincide con el cuidado del cuerpo social. En otras palabras, la solidaridad como materia afectiva y no como objeto de expiación de la culpa  coincide con la preocupación por los otros, con el cuidado de los otros. La solidaridad que pone en marcha la desobediencia civil en Chile es posthumanista porque ha dejado de ser una abstracción de las clases acomodadas. Lo hemos visto en La Primera Línea, en los grupos juveniles de raperos, en Mon La Ferte… Lo hemos visto en el conjunto de paramédicos, enfermeras y enfermeros que han dado atención y cuidado a los y las manifestantes, en los artistas, en los estudiantes, en los ancianos que sin miedo han ido a Plaza Dignidad. Tu tienes razón en identificar el poder con la barbarie porque este (el poder) no ha dejado de producir formas catastróficas de civilización en nombre de la expulsión de la barbarie, del desarrollo y del progreso. En esta compulsión el poder ha consumado una política de la barbarie neoliberal en la que podríamos desaparecer como civilización. Hoy el cambio climático, el agotamiento de recursos vitales como el agua potable y la pandemia de Covid 19, así como todas las reivindicaciones de la revuelta social del 18 de octubre, despejan el cielo borroso de los años de la Concertación y la Nueva Mayoría. El neoliberalismo es el mal radical de nuestro presente y como tal su Estado y sus instituciones nos ponen en riesgo de muerte. Este peligro es esta vez transversal. En un registro siniestro, el Covid 19 democratiza la muerte porque esta vez no son solo las clases sociales más desposeídas las que padecen la posibilidad del contagio y el riesgo de muerte —aunque debido al sistema de salud y al modelo constitucional lo que en Chile no es democrático es la “cuidadocracia”. Los que se pueden cuidar del contagio o ser atendidos en caso de problemas respiratorios  con ventiladores de alta tecnología no son las clases trabajadoras ni los más vulnerables, sino los grupos sociales acomodados. Quizá, el único principio civilizatorio y de solidaridad afectiva fértil que tenemos es la siguiente consigna: revuelta social o barbarie desde el cuidado del otro y en resistencia civil a las políticas cínicas del control securitario.  

Valor de la vida: Nunca se preocuparon por los niños, los adultos mayores, los reos, incluso los condenados por delitos de lesa humanidad ante el congreso o a Iris le temen a la muerte. ¿El asesino siempre trata de aparentar bondad? ¿Qué rol le da el gobierno de Chile a la vida? ¿La violencia es una enfermedad social frente a los abusos? ¿Vigilar y castigar?

En La ciudad de Dios, libro que compré junto con las Confesiones hace años cuando comencé a trabajar con los textos del filósofo argentino León Rozitchner, me impresionó la referencia a la justicia que hace San Agustín. Los reinados sin justicia, dice Agustín, son como pandilla de criminales. Hay también una teoría del liderazgo porque él cree que una pandilla es un grupo de hombres bajo el comando de un líder. Después de informarnos de estas definiciones nos relata una anécdota. Un pirata ha sido capturado por Alejandro Magno. El emperador le dice al pirata si le parecía bien tener el mar infestado con sus piraterías. El pirata sin tartamudear le responde: lo mismo que te parece a ti tener infestado todo el orbe: solo que a mí por piratear con un pequeño barco me llaman ladrón y a ti por piratear con una imponente armada te llaman emperador. Aunque nos guste más el pirata, en ambas posiciones hay ausencia de justicia. En ambas hay composición  de  una pandilla. El Estado neoliberal es el lugar en que la justicia y la posibilidad de que ella ocurra dentro del marco jurídico se ha retirado completamente. La retirada de la justicia abre paso a la desvalorización de la vida. El neoliberalismo es precisamente eso; la desvalorización brutal de la vida porque el conjunto de sus máquinas que van desde la subjetividad molecular del emprendedor individual hasta la subjetividad cínica del médico de clínica privada que devalúa la vida cuando decide subordinar el cuidado médico al valor del dinero. Por muy engorrosa que sea la discusión filosófica sobre la cuestión de la biopolítica, me atrevo a decir que el neoliberalismo no es en ningún caso un Estado biopolítico. Por lo contrario, el neoliberalismo es el estado avanzado de la necropolítica y, en efecto, Chile es en América Latina el paradigma más exitoso de Estado neoliberal. Las  formas en el Estado chileno han articulado una política de la muerte con un régimen de acumulación de capitales que no tiene precedentes en ningún otro país de la región. La consumación necropolítica del neoliberalismo se ha expresado de manera muy fuerte en la producción y dominio de los lugares de encierro como técnica de aniquilamiento, tortura, vigilancia y control de la población. El campo de concentración de Tejas Verdes y el Estadio Nacional, por dar solo un ejemplo entre muchos más, fueron las primeras y más visibles formas del control necropolítico del neoliberalismo chileno en su fase de terror y violencia. En su fase de simulacro democrático tienes desde La Oficina, órgano creado por la Concertación para el aniquilamiento y el encierro de grupos de ultra izquierda hasta el infanticidio que en los recientes años hemos conocido como el infierno del SENAME. A esta lógica necropolítica del castigo y la vigilancia de la población se acopla, lo que quizá sean los dos pilares más importantes del modelo neoliberal: la vampirización y transformación de la vida de trabajadores y trabajadores a partir del sistema de AFPs y el robo de las potencialidades intelectivas y de imaginación de los estudiantes a través del lucro en la educación.  El Estado en Chile ha sido desde sus orígenes una institución sin justicia. Pero desde 1973 hasta el segundo gobierno de Sebastián Piñera, es decir, el actual gobierno, su aparato de poder se ha consumado como un instrumento criminal al servicio de la desvalorización de la vida y la valorización de la acumulación de capital-dinero. Sin embargo, no diría que el gobierno de Piñera es el único responsable de la ausencia o retirada de la justicia en la sociedad chilena. Es muy probable que más temprano que tarde el Sr. Piñera y su gabinete deba comparecer ante tribunales por violación de derechos humanos y por su responsabilidad directa en las más de 30 muertes que ha dejado el excesivo y criminal actuar de la institución policial de Carabineros. No hay duda de que los que han sido mutilados en sus ojos, violentados y torturados por la policía de carabineros, a vista de todo el mundo, deberán en algún momento componer hoy la demanda infinita de justicia. En Chile, la demanda de justicia es lo que está entrelazado a eso que la revuelta social ha llamado la dignidad. Esta se ha expresado en varias consignas y, quizá, la que mejor capta el hecho de que la dignidad es una política de valorización de la vida y, al mismo tiempo, un movimiento interno del clamor de la justicia social, es la que llama a luchar “hasta que la dignidad se haga costumbre”. Esta consigna conmueve porque revela que el movimiento de protesta está arraigado en la valorización de la vida frente a un Estado criminal. Por eso, si queremos ser verdaderamente fieles al espíritu de la revuelta del 18 de octubre y al movimiento de desobediencia civil hay que rechazar la cuarentena como estado de inmovilidad política, es decir, como imposición de una política de control de la población. No digo que no haya que hacer cuarentena, digo que la cuarentena debe hacerse al interior del espíritu que la revuelta social ha abierto como posibilidad de otro mundo, de otro Estado, de otras instituciones a imaginar.                 

Si se respetara la libertad de expresión no habría crisis de legitimidad.  ¿Debe haber más de una voz oficial? ¿Qué papel juegan las redes sociales?

La pandemia del Covid19 y la revuelta social en Chile han tensado tanto a la oficialidad de los medios de comunicación como a las redes sociales. La comunicación es por decirlo así un campo de batalla, una lucha permanente por la circulación de significantes, es decir, por el derecho a la información. Que Chile esté atravesando por dos hitos excepcionales hace proliferar las estrategias por el control de la comunicación. Las redes sociales han permitido una cierta democratización de lo que se comunica y es comunicado. Pero no creo que puedan competir con el control y poder de la televisión y, sobre todo, con los modos en que este medio de comunicación produce efectos de verdad y, por lo tanto, efectos de opinión. La televisión es sensacionalista y publicitaria y sabe desde hace mucho del poder que tiene el uso y la circulación de la información. La pregunta por la libertad de expresión y la legitimidad es la pregunta por quienes controlan los medios de comunicación. Este control se da de manera desigual. No es lo mismo el muro del Facebook de un amigx inteligente que según la lógica algorítmica opina al interior de una comunidad virtual más o menos homogénea en sus modos de percibir el mundo, la política, la cultura, el tema de las diferencias, al poder que tiene Televisión Nacional de Chile y su periodismo de pacto oligárquico. La desinformación en este país es indisociable de la estructura publicitaria y neoliberal, es decir, es indisociable de la subjetividad cínica y publicitaria del comercio comunicacional. No lo digo solo por el acierto de la consigna “el mercurio miente”, sino también por el hecho de que toda la prensa alternativa que intenta resistir la lógica neoliberal de las comunicaciones no cuenta con los recursos y la cobertura como para hacer posible tanto la libertad de expresión y el derecho a informarse de manera confiable. En otras palabras, la liberad de expresión es una moneda cambiaria que oscila generalmente en beneficio de la información pactado con el orden del capital. Para que la libertad de expresión no sea solo un refugio lisonjero de los valores del liberalismo burgués y pueda componer  los criterios de razonabilidad, verdad y transparencia que se merece la sociedad civil habría que democratizar y nacionalizar como mínimo la televisión pública y, sobre todo, velar porque su estructura comunicacional no se subordine a los intereses del capital privado. Las redes sociales no están ajenas ni son una isla en el mar de las bondades de la comunicación. De hecho, siempre están intervenidas bajo el imperio del algoritmo, la selectividad de las comunidades virtualizadas o la corrupción de los gobiernos que pueden falsear cuentas y agitar verdades a medias. También tienen el peligro de producir lo que Daniel H. Cabrera llama vidas apantalladas. El apantallamiento en las redes sociales o en plataformas digitales no informa ni crea estados de proximidad con el pensamiento ni con la afectividad del que se duele. Si pensamos en la frase del idiota que ha sido capturado por el sensacionalismo de una noticia y dice “¡Prende la televisión!” nos deberíamos dar cuenta de que el imperativo del idiota es el llamado a apantallarse. El imperativo de la frase que urge a la disposición de apantallarse no solo es reaccionaria e irreflexiva es también la frase del idiota que, en su desafección, no desea resistir, pensar o imaginar más allá del morbo de la pantalla. Esto que ocurre con la televisión también ocurre con las redes sociales porque éstas no siempre están a distancia del sensacionalismo, de la propagación del miedo con el que mediáticamente se desatan toda clase de virus que hacen imposible una comunidad informada en la comunicación, la cual es sin duda imposible en contextos donde solo prima la oficialidad de la voz publicitaria de la vigilancia, el control y la publicidad.

De una herida lo que importa es la cicatriz. ¿La izquierda está sacando conclusiones de estos dos fenómenos: la pandemia y la revuelta?

La metáfora de la herida y la cicatriz es tan acertada que inmediatamente me asaltan imágenes de la historia del horror: la del Palacio de la Moneda en llamas, la de los militantes de partidos de izquierdas que fueron lanzados al mar, la inmolación de Sebastián Acebedo, la crueldad del asesinato de Natino, Parada y Guerrero, el asesinato de los hermanos Vergara, entre muchas otras. La crueldad de los años de la dictadura no cesó con la llamada transición a la democracia. El estado neoliberal prolongó las formas del horror en la articulación de lo que Clement Rosset llama “el principio de crueldad”. El principio de configuración de la sociedad chilena desde el plebiscito de 1989 hasta nuestros días ha sido el de un permanente despliegue del principio de crueldad.  Si hubiese que pensar en la genealogía democrática de este principio habría que decir que comenzó con la creación del “Consejo coordinador de seguridad pública”, es decir, con la creación de La Oficina a principios de los años noventa. Como institución que debía asegurar la seguridad pública contra el “terrorismo” de una exaltada izquierda para tiempos democráticos. La Oficina condensa la historia del comienzo del terrorismo de Estado articulada, esta vez, por la inteligencia de la izquierda. Esta instancia fue dirigida por militantes de la Democracia Cristiana y del Partido Socialista y desmanteló prácticamente a todos los sectores de la izquierda más radical que habían sido centrales en la conquista de los derechos democráticos. ¿Cómo los desarticuló? Empleando ex agentes de la DINA y CNI e implementando los mismos métodos de la dictadura para aniquilar a los “terroristas”. El principio de crueldad es puesto en marcha para velar por el espacio de la democracia. Pero una democracia que siguió prolongando las instituciones del horror de la dictadura, cambiando las formas y blanqueando, por ocultamiento o estrategia publicitaria, el terrorismo de estado. Sin ese principio no podría haber detenido la barbarie neoliberal. El dispositivo de la democracia ha suplementado la prolongación y radicalización del principio de crueldad en el que se sostienen las instituciones de la democracia neoliberal. La crueldad de los infanticidios en el SENAME se prologa en el ancianicidio del sistema de pensiones. A través de las instituciones neoliberales, el principio de crueldad de la sociedad chilena aparece como la articulación completa de la degradación de la vida infantil hasta la vejez. Entre medio de esos dos pilares que deben sostener la diferencia entre crueldad y civilización, están todas las otras instituciones (educación, derechos laborales, vivienda, salud). Estas instituciones, reproducidas y resguardadas por la clase política en estas últimas tres décadas, constituyen el lugar de usufructo del trabajo de chilenas, chilenos, inmigrantes, mujeres, niños, diferencias sexuales y étnicas. ¿Por qué puede ser legítimo usufructuar, explotar, extraer plusvalía del trabajo de los otros? La revuelta social del 18 de octubre sabe que la respuesta se halla en el simulacro de la legitimidad de la constitución de 1980. Por lo mismo, no estoy seguro si esas heridas que dejó el golpe de 1973 han cicatrizado. Si lo hubieran hecho no habría en nuestro país historia de la insubordinación de las clases media y popular. Tengo la impresión de que las heridas no van a cicatrizar en las manos de la tradición de la izquierda que puso en marcha la crueldad de las instituciones democráticas heredadas de una constitución ilegítima y antidemocrática. La izquierda tradicional del viejo sistema de representación de partidos políticos mantiene las heridas abiertas porque no estuvo a la altura de las demandas por restitución de la justicia social que emanaron de las jornadas de protestas durante la dictadura y mucho menos está hoy a la altura de la demanda de justicia de la revuelta social. La izquierda que ha sido gobierno durante los 30 años que señala la consigna “no son 30 pesos, son 30 años” no puede conducir el descontento, el malestar social y subjetivo que expresa la desobediencia civil de la revuelta. Por eso, no sé qué consecuencias puede estar sacando de la pandemia y de la revuelta que no sean las de contener la trasformación de raíz de un modelo económico y de una vida cívica y social que, inscrita en el principio de crueldad, favorece a la oligarquía nacional e internacional. Al mismo tiempo, favorece a la clase política que teme perder los privilegios que le da una vida parlamentaria basada en el lucro de la política. Si la revuelta social sospecha de la clase política es porque esta no tiene ni el carisma ni la legitimidad para trasformar el modelo neoliberal. Una izquierda que participa de la reproducción neoliberal podría estar sacando conclusiones erradas de la pandemia. Por ejemplo, podría estar pensando en volver a atar el pacto que ha tenido con las instituciones que lucran con la educación, la salud y el sistema de pensiones y que la revuelta social ha hecho difícil de sostener. Cuando empiecen a morir cientos y, quizá, miles de ancianos y ancianas, jóvenes y no tan jóvenes vulnerables al coronavirus; cuando los hospitales no puedan cubrir las necesidades de los que ingresan con problemas respiratorios y empecemos a padecer la impotencia de una sociedad en el que la “cuidadocracia” está privatizada y el derecho a los ventiladores es solo para los más acomodados; entones volverá una y otra vez el mar de cuerpos desobedientes a interrumpir el principio de crueldad del estado neoliberal. La única conclusión, a la altura del clamor por la dignidad y el derecho de vivir en paz, que debería tener la izquierda en el gobierno es que la pandemia vaya a radicalizar el conflicto.  La sociedad civil sabe que las medidas de control social y policial usadas por el gobierno no tienen un propósito de sanidad pública, no están basadas en el cuidado de la población. La provocación del presidente Piñera de ir a sentarse a Plaza Dignidad es la constatación más clara de que el gobierno vive la pandemia de Covid19 como un arma para sofocar la revuelta. Sin ir más lejos, no ha tenido ninguna sensibilidad con los más de dos mil presos políticos (casi todos niñas y niños adolecentes) que han sido encarcelados por resistir el principio de crueldad del modelo económico en Chile.

La situación actual en Chile // Entrevista a Alicia Maldonado

 

Fuente: Radio Nacional Libertador

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