Anarquía Coronada

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Reseña: La ofensiva sensible // Pablo Delgado

El investigador militante, ensayista y docente Diego Sztulwark, se ha convertido a través de sus intervenciones, sus notas en el blog Lobo suelto! y los libros que ha publicado en una figura central del debate teórico-político actual. Luego de publicar en 2018 Vida de perro. Un balance político de un país intenso, del 55 a Macri, en conversación con el escritor y periodista Horacio Verbitsky, bajo el sello de la editorial Siglo XXI, llegó en el segundo semestre de 2019 su libro más reciente llamado La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político, de la Editorial Caja Negra.

Han pasado los meses y la tinta desde que salió a la luz el texto, cambió el signo político del gobierno nacional y nos encontramos en el medio de una pandemia que al trastocar de lleno nuestra “normalidad”, ha provocado un impasse profundo en la reproducción del Capital. ¿Qué elementos, entonces, podemos encontrar en este escrito para pensar lo que ya está ocurriendo?

Foucault definió que “no hay plusvalor sin subpoder”, y Marx en el primer tomo de El Capital expuso que el análisis de la mercancía “demuestra que es un objeto endemoniado, rico en sutilezas metafísicas y reticencias teológicas”. Bajo la estela de estos autores y estas preocupaciones, Sztulwark sostiene en los primeros trazos del texto que “la teoría política del Estado ya no es suficiente para explicar el orden, se precisa un suplemento”. Y ese suplemento lo encuentra en la analítica del tipo “micropolitica”, es decir, un tipo de análisis que implica que las preguntas giren en torno a la microfísica del poder (plano “molecular”) y de cómo éste se teje, tensa, entrelaza, refuerza o entra en contradicción con su plano macropolitico (o “molar”). Se trata de un nivel infinitesimal en el que se ponen en juego afectos, sensibilidades, tácticas de la vida cotidiana, saberes, sueños… la subjetividad misma. Dicho esto, la atención del autor está puesta en esa “política silenciosa” porque allí se cocina tanto la percepción y adaptación a la norma como también la posibilidad de subvertir jerarquías y poner en discusión la normalización del Capital, porque allí diversas escalas de tiempos y espacios se conjugan de manera híbrida “para luego sedimentar, repercutir o bien proyectar sobre la escena de la política visible” favoreciendo o bloqueando acontecimientos históricos. Ergo, Sztulwark realiza en este escrito una lectura micropolitica de la coyuntura argentina que va de 2001 a 2019 partiendo del “potencial epistemológico y político de la crisis”, en nuestro caso la del 2001, y su “valor cognitivo”, pero también de lo que él llama “crisis de la inteligencia”, su desconexión con lo sensible, y de una “sensibilidad dañada” profundamente. De ahí que el autor señale como tendencia una imposibilidad generalizada de poner en juego empatía más allá de lo reglado, codificado o no dicho ni visto. La sensibilidad aparece entonces como problema crucial; para el autor argentino, resulta imposible relanzar lo político sin una nueva centralidad de lo erótico, lo sensual y lo sensible (Sztulwark, D. 2019:27). No hay batalla cultural sin una ofensiva sensible porque el gobierno de las emociones y sus técnicas son una pieza clave del mando neoliberal.

Mediante un enorme acervo de autores y autoras en el que cruza pensamiento europeo y latinoamericano, y retomando también discusiones contemporáneas elaboradas en nuestro país, el autor que nos convoca piensa al neoliberalismo como una “realidad de larga duración” que no se reduce a un partido político ni a una coyuntura específica y que no necesita ganar elecciones para gobernar. En palabras del filósofo español Amador Fernández-Savater, amigo y colega del pensamiento con Sztulwark, el neoliberalismo “no ha sido simplemente un ataque a la composición obrera y al salario, es también un contragolpe en términos de deseo”. En ese marco, el libro expone puntos endebles y “pobrezas” en la teoría política populista de Laclau, entre ellas su poca capacidad para “pensar la persistencia e influencia de las micropoliticas neoliberales, que no necesitan controlar el Estado para crear modos de vida”. Así, el autor afirma que la racionalidad neoliberal despliega su potencial colonizador “sobre todo en el plano de los hábitos colectivos e individuales, y opera sobre las zonas ciegas de la razón populista, con la que comparte parcialmente una compleja genealogía que se remonta a las tecnologías de poder del cristianismo y de periodo colonial”. Si “aun en crisis, el neoliberalismo es la política de la verdad de nuestro tiempo”, el problema no solo es conceptual, sino que también de estrategia, exhorta Sztulwark. Contra el cerrojo neoliberal que pretende neutralizar lo político y que en la micropolitica no se abran nuevos horizontes, el autor encuentra en Maquiavelo y en la izquierda inspirada en él piezas centrales. Ante la pregunta, actualmente en discusión, acerca de la forma que toma El Príncipe contemporáneo, sostiene que si ponemos en el centro la potencia subjetivadora de la ley del valor que rige en nuestras sociedades y partimos de que la valorización capitalista está atada a la efectuación de mundos, tendremos que hablar de un Príncipe más bien colectivo: en línea con Toni Negri y su libro El poder constituyente. Ensayo sobre las alternativas de la modernidad, Sztulwark se nutre de un “maquiavelismo desde abajo” para abrir el concepto de lo político y que este no se reduzca a la mera gestión estatal, sino que se articule fundamentalmente con la idea de Poder Constituyente y así construir un “nexo entre desterritorialización y pueblo nuevo”. Como refiere Toni Negri, “el Príncipe es el poder constituyente, y el pueblo es el Príncipe cuando toma las armas”, es decir, cuando se organiza en tanto multitud para enfrentar al poder constituido y abrir un tiempo otro, porque al fin y al cabo es el Trabajo Vivo el que mueve y produce al mundo. Pero más allá de la multitud, la clase o el “campo popular”, el autor oriundo de Buenos Aires establece una distinción central: emerge de las fracturas de la dominación lo plebeyo como aquella vida que no se deduce de la axiomática capitalista, que se sustrae a la estandarización y sus mandatos. En tanto oleaje irreverente de fenómenos individuales y colectivos que intempestivamente ponen en duda nuestras maneras de vivir y sentir, lo plebeyo constituye el reverso de lo político y la posibilidad de releer o actualizar su concepto en clave democrática y no servil ante el modo de producción de subjetividad neoliberal.

Una de las preguntas básicas de este libro es: ¿de dónde saca sus fuerzas el fenómeno neoliberal? Recuperando la corriente de análisis que toma como punto de partida El Nacimiento de la Biopolitica de Foucault, ubicada a contrapelo de las lecturas economicistas o súper-estructurales de este fenómeno, que ponen el acento en la libertad (de ser empresario de mí mismo) como tecnología de gobierno, Sztulwark señala que el orden neoliberal conlleva una profunda intolerancia frente a lo que él denomina “síntoma”, más precisamente, que frente a la incapacidad de recuperar ciertos equilibrios sociales básicos, el neoliberalismo devela su carácter fascista: busca desplegar su rodillo compresor contra todo aquello que aparezca como sintomático o anómalo y busque sus propias verdades sin plegarse a la empresa capitalista como modo de vida. Vemos entonces que el programa neoliberal, en estado de crisis global, empieza a sostenerse cada vez más en base al neofascismo, como los de Trump a Bolsonaro y tantas otras expresiones. En ese contexto, el sujeto sintomático entendido como aquel que “no logra adaptarse a las exigencias conectivas de los modos de vida triunfantes”, y es expulsado de ellas, es tratado de una manera específica en esta racionalidad. Sea por el coaching o desde una dimensión intolerante y represiva, se busca el control del síntoma para evitar que ponga en tela de juicio la valorización capitalista y la adecuación del deseo a la mercantilización. Hay una pedagogía clara: o la espectacularización de la violencia y la represión con sus técnicas necropoliticas, o la socialización de un diagnóstico de cómo manejarse en el estado actual de incertidumbre cotidiana. Se trata de una fobia al síntoma (a la diferencia sexual, racial, clasista) que expresa horror ante “la tendencia a la autonomización de las formas de vida” y “las subjetividades de la crisis”, desplegando un ataque virulento y organizado ante ello. Lo sensible así deviene foco de todo tipo de ofensivas y contraofensivas, sostiene Sztulwark. Dicho esto, si con el biopoder los mecanismos de explotación penetran hasta en nuestra intimidad, en este libro podemos encontrar algunas premisas sobre qué Ciencia Política practicar ante este panorama: por un lado, no se la puede desligar de la lucha de clases ni del antagonismo social; por otra parte, debe poner en su centro la incalculabilidad de lo social y lo aleatorio como forma privilegiada de la multiplicidad, de modo tal que “el saber finito de la política” aumente su potencia y erija nuevos posibles a partir de estos “movimientos anarquizantes” de la sociedad.

Estas reflexiones se conectan con una serie de conclusiones que el autor esboza a raíz de la aturdidora derrota del kirchnerismo frente a la “cultura de la normalidad” macrista en 2015. Una de ellas indica que la micropolitica neoliberal creció al calor del estímulo al consumo desplegado por los gobiernos del denominado “ciclo progresista” porque las iniciativas de su “voluntad de inclusión” se desarrollaron sobre la base de la empresa neoliberal de rendimiento, sin discusión alguna, y por lo tanto terminaron conectando directamente con su régimen de modelización e individuación empresarial. Politizar el consumo, entonces, implica actualizar la consigna marxiana de la “socialización de los medios de producción” y desplegar una imaginación política que ponga en el centro de la toma de decisiones al poder popular.

 

Trímbolis y recórcholis: ¡qué novelita de verano! // Juan Pablo Maccia

Alentado por mi prima Laura, fanática de Adorno y novel peronista, dediqué todo el verano a leer un libro extraordinario (por lo extraño, lo extenso y lo zafado) llamado Espía tu vuestro cuello, memorias y documentos de trabajo (2004-2007) escrito por un tal Javier A. Trímboli, que se presenta desde las solapas como profesor de historia de la UBA y cuadro del aparato kirchnerista de la cultura vía ministerio de educación y la televisión pública.

La novela –por llamarla de algún modo- relata el aprendizaje de un historiador nacido en los últimos sesentas: clase media acomodada-Colegio Nacional Buenos Aires- coqueteo político filoperonista en el PC de Luder Vittel-docencia. Memorias de alguien que, triste, es consciente de que las instituciones que lo formaron esperaban más de él.

Aunque en el inicio puede desalentar (¿hay un lugar más trillado que la obsesión de un joven ilustrado con el peronismo montonero, justo cuando la historia garpa por ese tipo de simulacros?), vale la pena seguirla, al menos hasta la leer los cuatro capítulos que separan al primero del sexto y últimos, menos avasalladores.

Pero la segunda parte es excepcional: nuestro historiador ya no cabe en ningún discurso. Enloquecido en su propio humor se entrega –a partir de una ponencia en un curso de formación de docentes- a una narración brillante –incluso y no a pesar de lo disparatado- de historia argentina. La novela entera puede leerse como una reflexión demente sobre los años ochenta del siglo que nos antecede, desquiciada por la interlocución con Ramos Mejía y, a  través de ella, con no pocos episodios del siglo XIX en torno a los cuales se descubre el carácter de la nación añorada (como la observación crucial según la cual la batalla de La verde, en la que el propio Ramos fue militarmente derrotado, fue crucial en nuestra historia pasada por medio de la introducción del Remington, tecnología decisiva para la concreción del estado centralizado).

Se trata de un libro largamente esperado: la primera pieza escrita de una “alta cultura” kirchnerista (por eso me lo habrá reglado Lau, sabe que el kirchnerismo me aburre por lo berreta de sus voceros habituales). En él, y de un modo enteramente nuevo, se reconocen los problemas y las soluciones al interior de la estricta historia nacional. Si Beatriz Sarlo acusa a la Presidenta Cristina de aprender mal y a las apuradas la historia nacional, y Horacio González se esfuerza hasta lo indecible (llega incluso a discutir con Feinmann en un libro improbable de edición Planeta) por dotar al kirchnerismo de un poder de fundamentación dialogal, con la escritura de Trímboli nada de esto se hace necesario. No hace falta justificar nada (ni mal ni bien, ni contra ni a favor). Al contrario, alcanza con “romper el tapper” que hace de la última década un encriptado universo de sentido y volver a dar un paseo por extravagantes textos del pasado para hallar una ubicación natural en el presente.

Si por algo se destaca su escritura –burlona hasta el cansancio, sí, pero para nada banal- es por el modo en que se alivia la manía ilusoria de la argumentación. Página tras página nos adentrarnos con en comentarios de gran sutileza sobre las guerras decisivas del pasado, particularmente Malvinas, y sobre la dictadura y la herencia nefasta de los setentas; pero también sobre las capas de significación a las que hay que acudir para comprender eso que se llama historia; o sobre la calidad de las tareas que la nueva democracia dio a sus jóvenes (militantes o intelectuales, ese es el universo); y sobre el estado de perplejidad en que nos puso –y aún nos supone- el peronismo. Todo esto sin acudir un ápice a la solemnidad. ¡Al fin!

A mil kilómetros de la exposición universitaria, la afirmación militante y la retórica crítica, la oralidad del texto se vanagloria de navegar a favor de la corriente, apoyándose en todo tipo de frases y refranes de sentido común. ¿Cómo lo leerán los amigos dedicados a hacer de cada palabra un tramo clave en la batalla ideológica?

Hay algo de “proustiano”, ejem, en la escritura de la experiencia como aprendizaje del mundo (de desciframiento del tiempo); y de realismo conservador en la fina ironía con la que son desdeñados los temas y referentes actuales de la crítica política de la globalización capitalista (no da seguir a los autores que desde las europas prometen filosofías para un comunismo vitalista universal). Aún tomando en cuenta todo el patetismo que el autor encuentra en el recorrido de la generación a la que pertenece, su decisión es transparente: sólo en los hombres brillantes –y extravagantes- de la tradición nacional podremos hallar la luz necesaria para interpretar los enigmas del siglo pasado; la fuente de la cual extraer la fuerza para asumir las tareas del presente. Asunto de enigmas, pues. Porque la incapacidad proverbial  de las élites para dominar como se debe (se sabe: toda dominación instaura una relación de obligación mutua, en la que unos proporcionan protección a cambio de obtener a cambio, obediencia legítima; cuando no, el viejo Thomas Hobbes) acabó por excluir a las masas de toda posibilidad de convivencia nacional armónica. En esa falla en la voluntad de dominio sucedió lo que no debía, y sin embargo se veía venir: el peronismo.

Los puntos salientes de articulación de este razonamiento pueden ser captados, como decía antes,  no “a pesar” sino “gracias a” la desopilante fluidez con que se expone el des-encuentro entre cultura letrada y fascinación contrariada por las masas. En ese firmamento se alza la maestría de Ramos Mejía –que emerge así como autoridad fundamental -, así como el fastidio por sus herederos, el socialista Ingenieros y tras él, el comunista Ponce. Qué lejos han quedado esos nombres!

Pero bueno, ¿qué es lo que nos enseña Ramos?: que la guerra es el nervio de lo político; la locura el corazón de lo humano; el texto el elemento de la historia; y las masas una materia apasionada que jamás de los jamases hay que desdeñar, sino que como lo femenino en Maquiavelo, la fortuna, debe ser gobernada. Es este Saber el que habíamos perdido y hoy –nuestro tiempo, nuestra tarea – volvemos a reconquistar.

Novelita de verano, en la que desfilan los alucinados de toda laya que nos precedieron en ostentación de valores nobles: los hubo épicos, teólogos y racionalistas; todos ellos renegaron del comercio de los asuntos humanos, único referente atendible a la hora de esgrimir la filosófica “inmanencia”.

Gobernar – multitudes- es, pues, asunto serio. Sabe hacerlo quien aprende a leer los signos, primero en su propia vida, y luego en los otros, como Alcibíades (o nuestra Eva): el nuevo príncipe (o princesa). Y dado que en este amanecer de los pueblos está aún todo por hacerse, no cabe lugar para las reticencias. Toca a los intelectuales (léase: al nuevo historiador, mucho más que al filósofo) otorgar al Estado aquel fundamento del que carecieron nuestras clases dominantes, y que el peronismo vio frustrarse en 1976: darprotección a las masas, obtener por fin un orden vivible. No hay nación sin cobertura. Ramos, el autor de las “multitudes argentinas”, avezado lector de Le Bon, se nos anuncia, por fin, como el heraldo inesperado de un kirchnerismo aún por inventar.

Punk-Nietzsche (o acerca de Los violadores como rock existencialista) // Mariano Pacheco

 Reseña de Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras: un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer  (editorial Planeta).

Fue en 1991 cuando escuché hablar de Los violadores por primera vez, cuando tocaron de teloneros de Los Ramones en su segundo show en la Argentina (el primero había sido en 1987 y Los violadores no pudieron oficiar de teloneros porque estaban de gira fuera del país). Tenía apenas once años. Fue entonces que mi hermana mayor asistió al recital en Obras Sanitarias. Un año después, cuando logré ir con ella a Obras para ver a Los ramones, los teloneros ya no fueron Los viola (separados meses antes) sino Todos tus muertos, así que recién pude ver a Los violadores en vivo en 1995, en Cemento cuando Pil volvió a los escenarios, ya sin el resto de “los históricos”. En el medio pude visitar a Pil en su casa de Villa Urquiza, una calurosa tarde de 1994. Aún atesoro las fotos que sacamos entonces.

Veinte años después de aquella vuelta a los escenarios elegí “¿Y ahora que pasa, he?” y “Más allá del bien y del mal” como canciones para acompañar las artísticas de La luna con gatillo, programa radial semanal del que formo parte y al que entre los amigos solemos denominar como “trinchera radiofónica”. Allí hablamos de cine; de teatro; de música; de la realidad política y social del país, y del mundo; y de libros, por lo general, varias de las novedades editoriales que nos interesan. Así, 30 años después de que los neoyorquinos inauguraran la ramones-manía, llegó a mis manos Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras, un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer publicado por editorial Planeta que da cuenta de la historia de Los violadores con testimonios de todos sus integrantes e incluso un compilado de voces vinculadas de un modo u otro a la escena punk local.

En el principio fue el verbo… en un libro

Cuenta Pil que fue en el verano de 1981 cuando se topó con el libro Punk la muerte joven (de Kreimer) mientras recorría librerías en la calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Un libro que se transformó en su biblia y que 35 años después, al recorrer los mismos rincones de la ciudad, pudo encontrar reeditado con un nuevo apartado titulado “Historias paralelas”, en el que aparecen… ¡Los violadores!

Fue en la madrugada del 27 de febrero de 1981 cuando Pil debutó en la banda, luego de que su primer cantante, Orlando García Paladini, se hubiese alejado del grupo tras el primer recital realizado el 19 de enero de 1980. Y si bien ocho días después, en el segundo recital, la banda zafó con el bajista (Beto) oficiando de cantante, también éste desertó de la banda tras ese segundo show “cansado de caer preso”, según cuenta en su testimonio.

Esta historia del punk en Argentina no remite tanto al legado británico sino al polaco, o a una mezcla de ambos en realidad.

Roberto Zelazek llegó a la Argentina con su familia cuando tenía siete años. Desde chico sus padres lo llevaron al Centro Polaco de Buenos Aires, sitio al que también asistía la madre de Pedro Braun, el chico unos años mayor que él que en un momento determinado, en pleno Proceso de Reorganización Nacional, apareció con los pelos parados y alfileres de gancho en la solapa. Para entonces ya había estado en Londres, se hacía llamar Hari B y traía un disco de The Clash en la mochila que rápidamente hizo escuchar a su amigo “El Polaco”. Juntos emprendieron la conformación de una banda que con el tiempo pasó a llamarse Los violadores y tuvo en sus filas a Sergio Gramática en batería y a Stuka en guitarra, tras un breve paso por el bajo.

El 1o de diciembre de 1983, mientras el radical Raúl Alfonsín asumía la presidencia de la Nación, Hari B abandonaba la banda para dedicarse a su otra pasión: el montañismo. Días antes había salido a las calles “Los violadores”: primer disco de la banda con doce canciones grabadas en dos días entre mayo y junio de 1982. Pero tuvieron que esperar un año y medio hasta que Umbral (un sello under especializado en folclore pero que ya había grabado con V8) aceptara promocionar a esa banda punk que cantaba canciones como “Sucio poder” o “Represión” en plena dictadura cívico-militar.

Punk-Nietzsche

¿Qué es el rock? ¿Y el punk-rock?

Henry Rollins dice que el rock no es una fiesta de cumpleaños: es una acto para hacer catarsis, un acto extremo para que los que asisten vean algo más allá de lo que ven siempre, dice Sergio Gramática en una frase que parece rememorar aquello que los formalistas rusos afirmaban respecto de la literatura: que su función era la de desautomatizar la mirada.

Hoy Nietzsche diría que una vida sin rock no tiene sentido, arriesga Stuka, quien supo tener su paso por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Gramática, por su parte, define el estilo de Los viola como un engendro mutante de tipos medio alocados y sostiene que el punk es romper con lo establecido. Patear el tablero. Desobedecer. Y también: una revolución intestina dentro del rock, que cuenta con instrumentos como los fanzines para promover una lectura propia de las cosas. Aunque para muchos pueda parecer una sorpresa, hay una profunda posición intelectual detrás del punk, al menos de esta primera camada y de muchos que luego recogieron ese legado.

Pablo Cosso sostiene que el punk argentino es un colectivo de denuncia, agitación y resistencia. Tal vez por eso las palabras de este crítico musical aparecen citadas en el libro para reforzar dicha idea: el movimiento punk como radicalidad sin estructuras, que cuenta con las letras de sus canciones, los fanzines que edita y los flyers o afiches que promueve como sostenes comunicacionales y sus actuaciones y eventos culturales como focos de agitación.

Pocos advierten que los punks y sus primos hermanos los heavys son bichos intelectuales. Ni que debajo de su nihilismo hay lecturas, cine, pensamiento, reflexión, “cultura”. Las últimas décadas del siglo XX no tienen en el campo rockero argentino, quien mezcle con tanta virulencia la cosa literaria, la cosa filosófica, la cosa ideológica con la cosa musical y actitudinal. Editores de sus propios fanzines, escritores de cuentos y crónicas, de poesías, de análisis políticos, manifiestos, promotores de eventos, los punks no son diletantes. Más bien tenaces. Se hacen sus propios afiches, se producen sin plata, graban por su cuenta, afirma por su parte el crítico musical Leandro Donozo.

Algo de eso parecer querer corroborar Pil, cuando en su testimonio sostiene:

Los punks somos más cultos, leemos, pensamos, reflexionamos mucho, nos construimos una base cultural y desde ahí somos muy críticos. No atacamos a algo porque no nos gusta. O por prejuicio. O por resentimiento.

Puede verse que la crítica a los “viejos vinagres” del rock no era mera postura, sino modo de entender(se) en el mundo. Punk es existencialismo, dice Pil. Y aclara: preguntarte ¿quién soy? ¿qué hago acá? Y luego remata: una banda de rock es una revolución posible. En lo social y en lo personal. Idea que en otra parte del libro complementa con la de resistencia:

La resistencia consiste en recuperar el tiempo para reflexionar sobre lo que estamos haciendo, en no dejarse embalar por una corriente de cosas y hábitos que se nos van imponiendo y elegir qué hacer y qué no hacer. Es abrirse a otras voces, voces de personas que no transan, voces que aparecen en tus oídos y te advierten que algo huele mal…

Tal vez pensando esta idea sostenida por Pil, Kreimer escribe hacia el final del libro que el verbo del punk por excelencia es confrontar. Y aclara: no sólo al tipo que pasa desprevenido, o dormido, o muy seguro de que su visión es la que vale. También a vos mismo, para que no te quedes pegado a ninguna creencia.

Rabia, velocidad, ruido, incorrección, inconformismo, rechazo, oposición, descreimiento, provocación: los atributos centrales del punk-rock.

¿Intelectual punk?

Cuanta Pil que de jovencito trabajó en mil cosas. Fue zapatero, trabajó en una imprenta y en varios lugares más antes de entrar a cantar a Los violadores. Siempre destinó gran parte del dinero que cobraba a comprar libros y discos. El primero fue la edición argentina de The Clash, en diciembre de 1977. También cuenta que, varios años más adelante, un día agarró su CPU e impresora y los vendió: con esa plata fue y se compró una colección de libros clásicos: Goethe, Flaubert… y volvió a releer a Verne.

Tengo mis fetiches -dice Pil-. Uno es Stendhal, con Rojo y negro. La canción que se llama “Ellos son” dice: “Rojo y negro/ son diferentes emblemas”. Otra es “Le Rouge et le Noir”, que habla de un asesinato en una ópera. Y ahora una nueva “Rot und Schwwartz”, esos colores en alemán, inspirada en El jugador de Dostoievski, un tipo que va por la vida buscando gitanas que le adivinen su suerte, y solo juega al negro y al rojo. Me faltarían una “Rosso e Nero”, una “Red & Black”, un “Vermelho e Preto”, ¿no? Leía en la cama hasta que se me cerraban los ojos.

También Pil deja en clara su pasión por el cine en este libro:

Cuando estábamos ahí nos íbamos en el 140 a Corrientes, a la Cinemateca del SHA o a la Lugones del Centro San Martín. Si daban, no sé, un ciclo de Joseph Losey, de lunes a sábado, íbamos. ¿Cómo ver sin que te pase nada El sierviente o Kind and Country? El perro andaluz de Buñel, o Eréndira. El séptimo sello de Bergman… Éramos hípercinéfilos.

Hace cinco años ya que este cronista vive en la provincia de Córdoba, con lo cual está lejos de corroborar si, en plena “Revolución de la alegría”, la Lugones sigue dándole continuidad a esa rica historia. Pero puede asegurar que, hasta hace al menos unos años atrás, aún podían verse allí films documentales imposibles de conseguir en Argentina y también la obra completa de algunos grandes clásicos, como la del ruso Andréi Tarkovski o la del italiano Pier Paolo Pasolini.

Esta pasión cinéfila y literaria Pil muchas veces la expresó en sus canciones, como ya ha remarcado y como sigue contando en distintos tramos del libro:

Después aporté otro tema rápido, “Guerra total”, en el que empiezan mis ganas de meter la geopolítica en la banda, algo que no tenía y la necesitaba. Porque lo que pasaba era también la historia. A mí siempre me gustó saber cómo se dieron las situaciones, qué pasaba en el mundo para que se dieran determinados cambios y transformaciones, la sociedad industrial, el neocolonialismo.

Geopolítica pura, arremete en otro tramo del relato. Y aclara con orgullo: en eso fuimos pioneros. Bajábamos líneas con las letras que a los chicos les volaban la cabeza. Geopolítica e historia que conectan el destino sudamericano (en palabras de Jorge Luis Borges) con el devenir de la política mundial. Remata Pil:

Los “hijos predilectos” eran los alemanes que habían generado eso, la Segunda Guerra Mundial. Los hijos predilectos era la metáfora de lo que estaba pasando por los campos argentinos, el Olimpo, etcétera. Clarín titulaba “Enfrentamientos entre bandas subversivas y el Ejército: doce guerrilleros muertos”. No que “plantaban” cadáveres, que los mataban en un lado y los tiraban en otro diciendo que se habían muerto en un enfrentamiento. ¡Acá hay campos, acá hay campos!, desperté diciéndome un día. Por todos lados nos estaban violando y los malos de la película éramos nosotros que nos habíamos puesto ese nombre transgresor.

Con gran capacidad de síntesis y un humor ácido capaz de captar los microfascismos que por entonces circulaban en nuestra sociedad, Pil escribió en el último tramo de la dictadura una canción con el ritmo de la publicidad de Mantecol; pero en lugar de decir: “Mantecol a la vuelta de tu casa, Mantecol en el kiosco de la esquina, Mantecol en la panadería, Mantecol 24 horas al día”, Pil cantó el mismo ritmo suplantando la palabra Mantecol por represión. Fue el comienzo de una leyenda que se complementaría con “Uno, dos, ultraviolento”: tema inspirado en La naranja mecánica (film de Stanley Kubrick realizado en 1971 sobre la base de la novela homónima de ciencia ficción publicada en 1962 por Anthony Burgess) que se convirtió en hit en los años ochenta.

Punk, instantaneidad y legado

Pil es un tipo con historia dentro del punk, qué duda cabe. Fundó la primera banda del género que “la pegó” en la Argentina. Pero no es un nostálgico o alguien pegado al éxito de tiempos pretéritos. Supo salir adelante en los momentos más difíciles, fundar nuevas bandas, saber cuando “pactar” con los antiguos camaradas antaño enfrentados y rearmar Los violadores en más de una oportunidad. Pero también supo captar los nuevos aires de la historia, las lógicas de las nuevas generaciones estructuradas por las dinámicas de la revolución científico-técnica de las últimas dos décadas. Siempre, sin embargo, pervivió en él cierto espíritu punk ligado a la autogestión, al empuje, al asumir los problemas como desafíos.

En una época el “Sí” era terrible: se llevaba parte de la boletería a cambio de un destacado, dice Pil Trafa en referencia al Suplemento Cultural del diario Clarín, para luego reflexionar:

A puras redes sociales, con una plata mínima te garantizás unas trescientas, cuatrocientas entradas. Se ocupa tu mánager. Pone una pauta tipo promocionar publicación en facebook, crea contenidos, fotos, nosotros vamos agregando imágenes y actualizando nuestros sitios con esos materiales y los amigos nos etiquetan. El verdadero difusor de lo que hacés sos vos mismo. Los medios están para redondear la movida. En definitiva, para legitimarla.

De algún modo, con esto Pil propone volver a las fuentes pero utilizando todas las cuestiones tecnológicas a su alcance:

La alternativa es la del manual punk: venderla vos mismo en los shows. Cuando viajamos, casi siempre vendemos casi todos los CD que llevamos. Uno de cada tres del público se vuelve a su casa con uno. Los vendemos sin el recargo del distribuidor, a cien pesos. También vendemos muchas remeras, las mandamos a hacer nosotros mismos. Las últimas de Pilsen se vendieron todas. No es taaaanta plata lo que deja, pero apuntala otros gastos que no se ven: traslado, mantención de equipos, volantes…

Pil también destaca el hecho de que por más caro que le salga a una banda, hoy en día sin un video no existís. Pero también advierte que hay una sensibilidad del artista que suele no llevarse bien con el éxito. Y que para alimentar esa sensibilidad hay que cuidarse de que la presión (por ejemplo, de las discográficas que exigen sacar discos) no perfore la creatividad. Además, una banda punk no es una simple banda de rock. Es algo más fuerte que tiene que ver con las vibraciones del sonido. Por eso Pil destaca el hecho de que hoy en día en una computadora, en un mp3, el sonido no tiene la misma fuerza que antes tenía en un CD e incluso mucho antes en un vinilo. De allí que, si bien siempre lo consideró importante, hoy más que nunca crea que el punk mantiene cierta vitalidad ligada con su historia en el recital, en el en vivo. En los pubs recién me siento satisfecho  cuando la gente sentada empieza a pararse y saltar. Cuando algunos se suben a las mesas…, explica Pil. Y remata: el día que yo vea que eso deja de pasar con el público que nos va a ver, dejo de tocar. El día que termine con la gente sentada, ya está, ¡a descansar, abuelo!

Bonus track: ese punk que llevamos dentro

Desde que salieron por primera vez de Buenos Aires para tocar en Córdoba a fines de 1982, hasta que dieron por finalizada la experiencia a mediados de 1991, Los violadores viajaron por varios lugares del país y también visitaron otros países. Tocaron con Sumo y con V8; tuvieron a Andrés Calamaro como baterista en un ensayo; grabaron canciones para un disco en vivo con un tenor (Carlos Darío Saidman, el reconocido cantor de ópera que cantó en el Lincoln Center de Nueva York) y fueron teloneros de Los ramones, entre otras travesías.

Una década y media después, con la formación original, Los violadores se presentó en el Luna Park no sin un nuevo escándalo, puesto que el show fue prohibido para menores de 18 años por presiones ejercidas por la Iglesia Católica puesto que el nombre de la banda -se argumentó- resultaba “nocivo”. “Moral y buenas costumbres” titularon uno de los temas que pudo escucharse en el Lado B de su primer disco. ¿El eterno retorno nietzscheano de la sociedad argentina?

Un año y pico después de aquél recital Pil vuelve a figurar en los medios de comunicación, esta vez junto a Juan Carlos Kreimer, ambos autores de este libro que estamos reseñando en el que también aparecen los nombres de Patricia Pietrafesa, promotora del Fanzine Resistencia entre 1984 y 2001, actualmente bajista de la banda Kumbia Queers y el profesor de filosofía y conductor televisivo Darío Sztajnzrajber, quien destaca que el punk es nietzscheano o, más bien, que Federico Nietzsche supo ser un precursor del punk al propiciar una poética nihilista retomada por el movimiento musical centrada en destruir las falsas idealizaciones a la vez que proponer hacer pasar lo constructivo por esa destrucción. También está presente el testimonio de la filósofa Esther Díaz (profesora titular de la Cátedra de Pensamiento Científico del Ciclo Básico Común para ingresar a las distintas carreras de la UBA), quien se hizo leyenda no sólo por ir a los recitales punks sino por asistir a sus clases con borceguíes, tachas y ropas de cuero negro. Para Díaz, además de Nietzsche fueron los filósofos cínicos los precursores del punk (el primer aullido punk en la historia universal) ya que en el siglo IV a.C se oponían a los poderes dominantes, no se sometían a las pacatas normas sociales, incluían mujeres pensadoras que se burlaban de las lujosas vestimentas de los filósofos oficiales y de sus ideas universalistas al servicio de los poderosos.

Además de integrantes del Salón Pueyrredón, figuran testimonios de los ya mencionados críticos musicales Pablo Cosso y Leandro Donozo, para quien el punk trató de desarrollar la idea de auto-gobierno y crear una patria paralela (una internacional -aclara Donozo- rememorando el lenguaje de los viejos luchadores) que desenmascara a la hegemónica a la vez que propone alternativas de producción, de mirada sobre el mundo y de vida.

Qué duda cabe que en esa construcción crítica el rol de Los violadores fue fundamental.

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Reseña de El psicoanálisis en la revolución de Octubre // Mariano Pacheco

Reseña de El psicoanálisis en la revolución de Octubre, editorial Topía

Especial 100 años de la Revolución Rusa en La luna con gatillo

 

La intrepidez de un pensamiento audaz como el psicoanálisis y una época de expansión de la idea comunista. ¿Qué pasó con la práctica y los postulados impulsados por Sigmund Freud en las tierras en donde por primera vez las ideas de Karl Marx funcionan como usina para poner en marcha la maquinaria de construcción de una nueva sociedad?

 

 

Por Mariano Pacheco

 

 

“El coraje es necesario para un hombre de acción, pero parece que es necesario un monto mucho mayor de audacia para pensar”

Prólogo a la versión rusa de Más allá del principio del placer

(Lev Vygotski y Alexander Luria)

 

 

Cinco autores ensayan cinco textos diferentes para abordar el vínculo entre marxismo y psicoanálisis, en este año plagado de aniversarios fundamentales para la cultura de izquierdas en el mundo: 50 del asesinato de Ernesto Che Guevara, 150 de la publicación de El capital de Marx y, finalmente, 100 de la Revolución Rusa, acontecimiento sobre el que se concentra este libro. Publicado recientemente por editorial Topía, El psicoanálisis en la revolución de Octubre (compilado por el director de la revista Topía, Enrique Carpintero), cuenta con textos del propio Carpintero, Eduardo Gruner, Alejandro Vainer, Hernán Scorofitz y Juan Carlos Volnovich. El libro tiene además un apéndice donde se reproduce el prólogo a la versión rusa de Más allá del principio del placer (emblemático libro de Sigmund Freud), escrito por Lev Vygotski y Alexander Luria; texto presentado por Juan Duarte, quien realizó la traducción del ruso al castellano.

 

Reconstrucción de un imaginario revolucionario

En su texto titulado “De Rusia: ¿con amor? Luces y sombras de la Revolución de Octubre”, Eduardo Gruner contextualiza la situación de los primeros años del proceso soviético y su posterior decadencia, ascenso del stalinismo de por medio. El autor de El género culpable problematiza la relación entre memoria y olvido en el mundo contemporáneo, llamando la atención sobre el “prestigio desmedido y peligro” que adquirió el concepto de memoria en el actual discurso de la “corrección democrática” y advierte asimismo sobre lo problemático de la estrategia del olvido del Ser de las revoluciones promovida por el poder: recordar todo el tiempo que estos procesos no valen la pena de ser recordados y mucho menos repetidos, colocando al fracaso de las apuestas revolucionarias como destino ineluctable de los procesos de transformación. Gruner se pregunta por qué se ha mitigado entre las masas el imaginario revolucionario, y afirma que hay que volver a discutir “el horizonte revolucionario como tal”. Recordando una frase del escritor Gilbert Chesterton sentencia: “las causas perdidas son precisamente las que podrían haber salvado al mundo”.

En “Los freudianos rusos y la Revolución de Octubre”, Carpintero destaca por su parte el hecho de que la revolución bolchevique haya abierto “el camino de la creatividad” en todos los ámbitos, al romper con la rígida censura religiosa (en especial en las manifestaciones artísticas y científicas), y reconstruye el ingreso del psicoanálisis en Rusia a partir de una figura (Osipov) que, si bien tuvo sus posiciones políticas conservadoras (cuando triunfa la Revolución del 17 emigra a Praga, sin ir más lejos), fue una figura muy importante en el período pre-revolucionario. Osipov, reseña Carpintero, fue un psiquiatra que había sido encarcelado en 1897 por haber participado del movimiento estudiantil, y luego expulsado de la Universidad de Moscú, donde estudiaba Medicina (estudios que continúa luego en Alemania y Suiza). Años después (1906), al regresar a Rusia, Osipov trabajó en la clínica de la Universidad de Moscú, donde enseñó y practicó la terapia impulsada por Freud, con quien poco después estudió en Viena, convirtiéndose a su vez en uno de sus traductores al ruso. En 1910, junto con Moshe Wulff (el primer médico que practicó el psicoanálisis en Rusia), Ospiv funda Psikhoterapiia, una revista en la que publica algunos artículos sobre teoría freudiana. Aparecieron 30 números de esta publicación desde su fundación hasta 1914, cuando deja de salir por razones económicas vinculadas al contexto de inicio de la 1° Guerra Mundial, tras la que Wulff se establece en Moscú para abrir un departamento especializado en el abordaje de enfermos mentales desde una perspectiva psicoanalítica en una una clínica psiquiátrica. A diferencia de Ospiv, Wulff sí fue partidario de la Revolución de Octubre, aunque luego (1927) tuvo que emigrar producto de la persecución stalinista (su estadía en Berlín dura unos años, tras los cuales debe emigrar nuevamente, ésta vez producto de la persecución del nazismo).

En su ensayo, Carpintero también realiza una reivindicación de mujeres que fueron fundamentales en esta historia de vínculos entre el marxismo y el psicoanálsis, como Alexandra Kollantai, la primera mujer en participar de un gobierno y la primera en ejercer la función de representante ante un gobierno extranjero. “Con el nuevo gobierno fue elegida Comisaria del Pueblo de la Asistencia Pública, desde donde luchó para alcanzar la igualdad política, económica y sexual de hombres y mujeres”, descata Carpintero, quien recuerda que fue la “Rusia de los Sóviets” el primer lugar en el mundo en donde se estableció total libertad de divorcio y donde el aborto fue libre y gratuito (medidas anuladas luego por el stalinismo, quien se propuso afianzar la figura de la familia tradicional). También es recordada Tatiana Rosenthal, formada en el feminismo, el freudismo y el marxismo, quien llegó a participar de las reuniones de los miércoles en casa de Freud, mujer que formó parte del “comité de bienvenida” a Lenin en abril de 1917 y dos años más tarde, fue designada médica principal y supervisora de la sección clínica del Instituto de Patología Cerebral. Finalmente, Carpintero rescata a Sabina Spierein, mujer que estudió medicina, se analizó con Jung y fue discípula de Freud, además de tener como paciente a Jean Piaget; figura también reivindicada por Juan Carlos Volnovich en su texto “Sabina Spielrein. Expropiación intelectual de la historia del psicoanálsis” en donde, entre otras cuestiones, recuerda que Sabina, al llegar a Moscú, fue recibida con todos los honores por las autoridades del Partido, por ser considerada la psicoanalista mejor  formada en el país (luego integró la presidencia de la Unión Psicoanalítica y co-dirigió el Hogar psicoanalítico, además de ejercer la docencia en la Universidad de Moscú y el Instituto Estatal de Psicoanálisis, la única institución estatal de psicoanálisis en el mundo).

 

 

El ocaso de los ídolos

En “La Revolución Rusa y sus resonancias entre psicoanalistas europeos. La construcción de una izquierda freudiana”, Alejandro Vainer se propone romper con dos mitos fundamentales: el que coloca a Freud como un héroe (en sentido grandilocuente de “genio”) y el que restringe al psicoanálisis como una práctica específicamente burguesa.

Vainer destaca el carácter colectivo de los inicios del psicoanálisis, en el cual maestros, pares y discípulos jugaron un rol fundamental dentro del “movimiento”, emergente a su vez de una sociedad y una cultura determinada. “La visión liberal burguesa del genio es la de un individuo, y no la del pico más alto de un movimiento que es histórico social, encarnado en lugares y en una producción colectiva de grupos de trabajo”, destaca Vainer, argumentando contra la idea que coloca a Freud en el lugar de un “héroe iluminado” que creó, él sólo, el psicoanálisis.

Operación de lectura que realiza el coordinador general de la revista Topía cuando también desmitifica el carácter exclusivamente burgués del psicoanálisis. Y lo hace rescatando un texto del propio Freud, de 1918, titulado Nuevos caminos en la terapia psicoanalítica, en donde el profesor vienés afirma que los psicoanalistas pueden atender a las clases acomodadas de la sociedad, haciendo poco por las capas populares, cuyo sufrimiento neurótico es “enormemente más grave”. “Esta ponencia de Freud fue muchas veces repetida y citada. Pocas veces puesta en su materialidad histórica y las consecuencias concretas para el movimiento psicoanalítico”, sostiene Vainer, antes de rescatar la experiencia de la “Budapest pre-revolucionaria” donde tuvo origen el proyecto de fundación de Clínicas Psicoanalíticas Gratuitas (12 expandidas por Europa), que también tuvieron carnadura  en centros neurálgicos como Berlín (1920) y Viena (1922), en momentos claves de sus procesos históricos, con intentos revolucionarios en Alemania (como los encabezados por Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht de la Liga Espartaquista previos a la República de Weimar) y en medio de la “Viena roja” gobernada por el “austro-marxismo” que, entre otras cosas, llevó adelante una audaz política de salud pública en el marco del cual se desarrolló la experiencia del Ambulatorium. En Berlín, por ejemplo, el Poliklinik tuvo como política establecer los honorarios de acuerdo a las posibilidades que los pacientes manifestaban en su primera entrevista. Con instalaciones montadas a partir de la fortuna personal donada por Maz Eitingon, el lugar fue acondicionado por Ernest, el hijo arquitecto de Freud, y llegó a contar no sólo con habitaciones con divanes sino también con modernas técnicas de aislamiento acústico. Por allí pasaron 969 varones y 989 mujeres, la mayoría trabajadores, desocupados y estudiantes, en una quinta parte analizados gratuitamente (algo similar pasó en Ambulatorium, por donde pasaron 800 mujeres y 1445 varones).

Ambas experiencias cayeron al son del tambor de los nuevos aires de la historia. El avance del stalinismo en Rusia fue acompañado por el ascenso del fascismo en Italia y el nazismo en Alemania. Tal como destaca el autor, en la década del 30 “el giro a la derecha  de la Asociación Psicoanalítica Internacional terminó de consumarse”.

 

 

Encuentros y desencuentros

Cabe destacar el aporte realizado por Hernán Scorofitz  a esta publicación, quien en su ensayo “León Trotsky, el freudiano de la revolución de octubre”, realiza un recorrido por las posiciones del jefe del Ejército Rojo en relación a la disciplina fundada por Sigmund Freud (esto dicho con todos los reparos ya mencionados por Vainer).

En este texto, Scorofitz recuerda que Trotsky comienza a interesarse por el psicoanálisis en los años inmediatos a la revolución de 1905, mientras permaneció exiliado en Viena y frecuentó tertulias en cafés donde asistían personas pertenecientes al núcleo íntimo de Freud. Si bien el teórico de la revolución permanente tuvo momentos de mayor y menor entusiasmo frente a los postulados freudianos (una de sus hijas que frecuentaba divanes se suicidó), nunca consideró al psicoanálisis como “incompatible” con el marxismo, como sí lo hizo la posición oficial del stalinismo, quien consideró al freudismo como “desviación burguesa”, algo de lo que muy bien da cuenta en su texto  Volnovich, quien recuerda que así como en 1923 la Unión Psicoanalítica Rusa se incorpora a la Asociación Psicoanalítica Internacional (convirtiéndose el Instituto Psicoanalítico de Moscú en el tercer instituto de formación de psicoanalistas reconocido por Freud en el mundo, tras el de Viena y Berlín), al año siguiente –tras la muerte de Lenin– trotsky cae en desgracia y el psicoanálisis pierde a su protector. Tiempo después de desmantelan instituciones de vanguardia, como el Hogar de niños y el Instituto Estatal de Psicoanálisis, proceso que se acrecienta en 1930 cuando el Primer Congreso de Psicología de la Unión Soviética denuncia al freudismo como teoría reaccionaria y disuelve la Unión Psicoanalítica Rusa y, finalmente, en 1933 se prohíba el psicoanálisis en la URSS.

Coincidiendo con el centenario de la gesta de aquel pueblo que supo dar figuras como la de Vladimir Lenin y poner en marcha la construcción del primer Estado Obrero en el mundo, la salida de este libro en Argentina contribuye a repensar los vínculos entre las apuestas de los procesos de transformación material de la sociedad (hoy tan vigentes como hace un siglo) en serie con los procesos de transformación subjetiva, es decir, la relación existente entre el cambio en las relaciones de producción y las relaciones de los hombres y las mujeres (los devenires diversos en realidad) consigo mismo y con los demás.

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