“Está explotando una bomba de tiempo que nadie quiso ver” // Entrevista a Vladimir Safatle
Según Safatle, la herencia nunca resuelta de la dictadura y la resistencia al programa neoliberal del pueblo brasileño marcan las condiciones en que los neoliberales decidieron que el único camino para implementar sus políticas es el autoritarismo. La no-campaña de Bolsonaro inaugura una forma de la política post liberal, llevada adelante por fuera del espacio público con un inaudito bombardeo de fake news.
Por João Soares para Deutsche Welle
Publicado el 9 de octubre de 2018
DW: ¿Cómo se explica la creciente adhesión al autoritarismo en Brasil?
Vladimir Safatle: Nada de la actual situación es comprensible sin remitirnos a lo que sucedió con el fin de la dictadura militar. Brasil fracasó rotundamente en conseguir superar su pasado dictatorial, que vuelve a asombrar ahora. Ningún país de América Latina tiene un riesgo tan explicito de militarización e incluso de un golpe de estado en los modos tradicionales como Brasil. Ninguno tiene una presencia tan fuerte en las Fuerzas Armadas en el cotidiano de la vida pública. Esto muestra, muy claramente, que la solución conciliatoria producida por la transición en dirección a la democracia fue la mayor cobardía histórica que el país conoció.
Ese paso conciliatorio conservó sectores de la clase política que estaban completamente vinculados a la dictadura, asi como preservó, en el seno de las Fuerzas Armadas, una mentalidad que justificaba situaciones de excepción que ahora vuelve. También preservó, en el seno de la sociedad civil, un potencial de apoyo a gobiernos aparentemente fuertes y autoritarios debido al hecho de que Brasil, en ningún momento, impuso un deber de memoria y justicia de transición, que sería fundamental para que no estuviésemos viendo regresiones como las de ahora.
DW: ¿Y cuál fue el papel de la Constitución de 1988, que acaba de cumplir 30 años, en este proceso?
VS: La Constitución de 1988 fue la expresión de esa gran política conciliatoria. Se dice mucho que es una constitución ciudadana, que garantiza derechos fundamentales. Por un lado, fue una constitución sin vigencia. Hasta hoy, tuvimos 95 enmiendas constitucionales, más o menos tres por año. Para aprobar una enmienda, el Congreso necesita de dos tercios. En el caso brasileño, esa negociación dura meses. Se llega a la conclusión muy clara, de que la función del Congreso Nacional desde el fin de la Constituyente fue simplemente de des-constituir la Constitución. Nació ya con este sello.
Por otro lado, 30 años después, hay leyes constitucionales que nunca fueron implementadas por falta de leyes complementarias. Es una aberración. La ley que establece el impuesto sobre las grandes fortunas es constitucional y nunca fue aplicada, por mera falta de ley complementaria. La constitución nace letra muerta.
Por otro lado, ella era resultado de una gran estructura de conciliación entre varios sectores de la sociedad brasileña, inclusive ligados a la vida militar. El ejercito llegó con 28 párrafos cerrados, prácticamente haciéndoselos tragar a los constituyentes. Entre ellos, el artículo que define la función de las Fuerzas Armadas. En el caso brasileño, la preservación del orden, otra aberración completa, porque la función de las FFAA es la defensa de la integridad del territorio nacional y punto. Entonces, lo que está explotando ahora era una bomba de tiempo que nadie quiso ver.
DW: ¿Es posible pensar en un gobierno de Bolsonaro en los moldes tradicionales, articulando en el Congreso para gobernar con mayoría?
VS: Dentro de un posible gobierno de Bolsonaro, varias opciones se ponen sobre la mesa. Estas van a depender mucho de los sistemas de resistencia que sucedan. Ahora, es importante recordar algunas cosas. La primera es que Brasil es una cierta aberración desde el punto de vista de los ajustes neoliberales hasta hoy.
Debido a los pactos de la Nueva República, no había condición de avanzar mucho, tampoco de retroceder. Había fuerzas sociales claramente constituidas que creaban un cierto equilibrio. Esto hizo, por ejemplo, que los grandes ajustes neoliberales aplicados en otros países latinoamericanos, como Argentina, no fuesen hechos acá.
Brasil llega a 2018 con dos de las más grandes empresas siendo públicas, así como dos de los más grandes bancos. Además de esto, con un sistema de salud que cubre 207 millones de personas y es gratuito, universal, cosa que ningún país con más de 100 millones de habitantes tiene. Hay, también, 57 universidades federales completamente gratuitas. No son universidades para la élite. Solo en la Universidad de San Pablo, 60% de los alumnos vienen de familias que ganan hasta diez salarios mínimos. Se percibe que Brasil llega a los días actuales en un situación muy atípica desde el punto de vista del neoliberalismo.
Los defensores de la agenda neoliberal comprendieron que la única manera de imponer sus reformas sería de una manera autoritaria, como en el modelo chileno de Pinochet. Es un neoliberalismo claramente autoritario, diferente del que tienen en Europa. Allá, la extrema derecha es anti liberal, proteccionista, que incorpora ciertas demandas sociales provenientes de la izquierda y usa la lucha contra el sistema financiero en su discurso.
Exactamente por esto, el neoliberalismo en Europa tiene que ser implementado por figuras más de centro. No es lo que sucede en Brasil. Hasta por que las encuestas muestran que 68% de la población brasileña está contra las privatizaciones; 71% contra as reformas en las leyes de trabajo y 85% contra las reformas previsionales.
DW: ¿La adopción de esta genda sería, por lo tanto, electoralmente inviable?
VS: Solo tienen una manera de implementarla: escondiéndola, no dejando que sea claramente expuesta y tematizada. La única forma de hacer eso es alimentar y resucitar los peores fantasmas autoritarios de la sociedad brasileña, colocandolos en el centro del debate político. Todas esas bravuconadas prejuiciosas son piezas fundamentales en la estrategia retórica de anulación del espacio político. Lo que vimos fue una anti-campaña, basada en el vaciamiento del espacio político, por medio de ese tipo de provocación a las minorías vulnerables –negros, mujeres, LGBT– que se movilizan, con toda justicia, y ese juego ocupa toda la escena de la campaña.
Por un lado, un potencial fascista que estaba más o menos reprimido gana derecho de existencia y aflora de manera muy fuerte. Esto viene de lejos. La dictadura militar tuvo apoyos civiles, y la gente conoce muy bien el patrón racista y prejuicioso de muchos sectores de la sociedad brasileña. Por otro lado, hay un elemento fundamental y absolutamente impresionante: la campaña sale del espacio público y se desplaza hacia el ambiente virtual, difícil de ser compartido por la sociedad. En ese espacio, la producción continua de imágenes y vídeos falsos de fuerte interpelación retorica, que pueden ser compartidos, termina poniendo el tono.
Vimos lo que pasó con los actos del sábado pasado [las movilizaciones contra Bolsonaro, con la consigna #EleNao]: grandes manifestaciones populares que ocuparon las calles de Brasil y, de repente, fueron anuladas. Nadie estaba sabiendo exactamente lo que sucedió. Justo después de esas manifestaciones, Bolsonaro tuvo un salto en las encuestas. Después fuimos entendiendo. Con una organización impresionante, una red muy vasta de circulación de imágenes, profesionalmente construida, se buscó anular ese acto con la construcción de un acontecimiento falso en su lugar. Hacían circular fotos que no tenían nada que ver con aquellas protestas, con el objetivo claro de denigrar sus propuestas. Consiguieron anular un acontecimiento callejero por medio de una movilización virtual.
Estos dos elementos constituyen otro modelo de campaña completamente fuera de los patrones tradicionales de la democracia liberal. Ella ya tiene sus límites, pero estaba obligada a conservar un espacio público al interior del cual la sociedad, como un todo, podía operar una opocisión. Ese elemento fue brutalmente retirado. El candidato Bolsonaro recibió una cuchillada y pasó la campaña entera fuera de ella. Todas las veces en que su vice o su economista hacían una declaración, eran dichos catastróficos, inmediatamente rechazadas. O sea, no hubo campaña, en el sentido tradicional del termino.
DW: Esta elección ya está marcada por la circulación masiva de las noticias falsas y el rechazo al periodismo. ¿Cómo es posible que haya debate si algunos grupos están cerrados a las discrepancias?
VS: La política nunca fue una cuestión de argumentación. Es un error creer eso. Se trata de la movilización de afectos, que, a su vez, expresan adhesiones a formas de vida distrintas y conflictivas. Vos no podes argumentar contra afectos, sino que los descontituís. Es un proceso diferente. No obstante, los afectos no son irracionales. Ellos tienen una dinámica propia y deben ser comprendidos en su especificidad. En cierto sentido, en una situación tecnológica como la nuestra, cualquiera puede producir fake news.
Cuando eran solo sectores consolidados de la prensa, existían manera de utilizar procesos judiciales para reaccionar y saber quien había sido. De una forma o de otra, un cierto nivel era preservado, pero, incluso así, está lejos de ser una cosa simple. Hay varias modalidades de construcción de noticias, utilizadas constantemente por grupos mediáticos. Pero ahora, hay un proceso en el cual esta función es invisible: uno no sabe quien lo produjo.
La campaña de Bolsonaro parecía un mamarracho, amateur, hecha a las apuradas. Pero empezamos a notar que no era así. Era extremadamente organizada, por la calidad del material que circulaba. Los materiales que anularon la manifestación contra él, comenzaron a circular horas después de los actos y eran extremadamente bien producidos. Yo me pregunto: ¿quién fue el responsable? ¿En qué productora fue hecho?
Ni siquiera se sabe quien es el publicista de Bolsonaro. ¿Será, entonces, que no había estrategia de campaña o, en realidad, ella está siendo pensada en otro lugar donde no llegamos siquiera a ver? Nada cierra en esta historia. Son organizadas redes en WhatsApp con más de 8 mil personas, que se articulan entre sí y proliferan un conjunto enorme de imágenes extremadamente bien editadas por profesionales.
DW: Los cientístas políticos acostumbran analizar la actual crisis política partiendo de la elección de 2014. ¿Pero cual es la relación del momento actual con las protestas de 2013?
VS: ese es un acontecimiento fundamental de la historia brasileña. El fenomeno de 2013 fue la mayor oportunidad perdida por la izquierda. Era una manifestación popular, que dejaba muy claro e nivel de descontento, frustración social, con una perspectiva de enriquecimiento que no ocurrió.
Podría, si, haber sido utilizada por la izquierda para decir: “Estamos presos de una camisa de fuerza para conseguir hacer un segundo ciclo de políticas de crecimiento y redistribución de renta. La gente precisa asumir esto y luchar contra varias barreras políticas” y cosas de esta naturaleza. Pero eso no fue hecho. La izquierda quedó con miedo del hecho de que las manifestaciones llevaron a la calle tanto a quienes estaban dispuestos a ir más lejos, como a sectores reactivos de la sociedad.
Toda manifestación popular convoca a los sujetos emergentes y a los reactivos. Si vos no sabes dar forma a los emergente, los reactivos toman la situación. Fue eso lo que sucedió. Un clásico, literalmente. Marx mostraba esto desde 1848, cuando intentó investigar como la revolución proletaria se perdió, transformándose en el ascenso de Napoleón Tercero, por el golpe del 18 Brumario.
Las protestas de 2013 muestran imágenes del pueblo contra el poder. Ante las imágenes del pueblo que fue a romper el Congreso Nacional y acabó prendiendo fuego el Palacio Itamaraty, siempre tenes aquellos que empiezan a gritar “orden”.
Comenzaron a hacer eso, y ahí llegó 2014. Después de la elección, yo escribí en el diario Folha de S. Paulo que la polarización no terminaría la semana siguiente y sólo iba a profundizarse. Que era necesario estar preparados para eso. Que no iba a ayudar imaginar que la elección había pasado y ahora todo iba a volver a la normalidad. Pero el gobierno creyó que eso sí era posible e intentó crear un modelo de conciliación. Juntó a todos los sectores conservadores dentro del gobierno, desmovilizó su lado, mientras el otro lado fue para arriba ante el vacío, porque no había movilización en reacción.
En una sociedad polarizada, la primer cosa que tenés que hacer es fortalecer tu polo, porque a única posibilidad de sobrevivir es una especia de balance, juego de pelota parada. Vos ves que si avanzar demasiado el otro avanza también. Eso no fue hecho.
La izquierda brasileña quedó embalsamando un cadáver, que es el lulismo. Dio lo que tenía que dar, no daba más. Se dice que Lula tendría el 40% de los votos, y es verdad. Si estuviese en campaña, él ganaría, eso está claro.
Por ese motivo, tuvo que ser puesto en prisión. En caso contrario, se volvía presidente. Pero el hecho es que esto ocurriría por una lógica muy racional de la población. El presente es catastrófico; el futuro, completamente incierto. Por lo tanto, vuelvo al pasado, que era mejor. De hecho, lo era. Esto no tiene nada que ver con el potencial de transformación que Lula representa, sino con una situación de pavor social. En tanto dinámica de transformación, el lulismo es un cadáver, aún cuando ganara.