Anarquía Coronada

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Ante el inminente desalojo de la toma de Guernica // Entrevista a Neka Jara, de la asamblea feminista de la toma

Publicamos un importante documento para entender lo que se juega en la toma de Guernica. A menos de 24hs del plazo legal previsto para el desalojo, Neka Jara, de la asamblea feminista de la toma fue entrevistada esta mañana por Daniel Tognetti. Se trata de un testimonio imprescindible de la necesidad de una presencia diferente del estado, abrazando y no criminalizando a las organizaciones populares. Neka fue, además, militante del MTD de Solano y recordando la Masacre de Avellaneda de junio de 2002, advierte con tono urgente sobre la imperiosa necesidad de frenar una nueva tragedia.

Argentina: Repensar una herencia. Darío Santillán a 18 años de la Masacre de Avellaneda // Miguel Mazzeo

¿Que representa hoy la figura de Darío Santillán para la militancia popular?  ¿Qué proceso histórico colectivo, qué experiencias, vivencias y saberes emancipatorios pueden percibirse en el recorte de esta figura individual? ¿Existen condiciones históricas para una proyección social amplia y efectiva de lo que representa Darío?  

De manera instantánea se nos presentan muchos elementos, todos entrelazados: un ethos popular reconstructor de relaciones humanas y vínculos comunitarios; un espacio horizontal que asume la igualdad como punto de partida (“naide más que naide”) y que está abierto a todos los debates y a todas las inquisiciones; un conjunto de prácticas generadoras de auto-estima en los y las de abajo y unos mecanismos productores de auto-respeto comunitario; un espacio simbólico articulador de experiencias de base bien diversas pero no contradictorias; la recuperación por parte de los y la de abajo de las fuerzas de la cooperación expropiadas por el poder dominante (burgués y despótico); una intensidad de los lazos políticos que no cabe en los esquemas teóricos tradicionales; un rechazo radical de los valores burgueses; un desborde de las formas de la estatalizad y una trasgresión de lo instituido; una ruptura con los procesos formadores de no-sujetos: electoralizados, carecientes, demandantes; un momento radiante y efímero de restitución de la imaginación política radical; un desafío lanzado al núcleo mismo de la dominación del capital.

Pensamos que la voz de Darío jamás ha dejado de trasmitirnos un mensaje principal que resuena en nuestros oídos más o menos así: “si se trata de rebelarse contra la injusticia, de llevar a la práctica una utopía emancipadora, de construir colectivamente una patria/matria para los y las de abajo, cuenten conmigo. Para administrar el orden de cosas existente, para recomponer desde arriba el vínculo entre el pueblo y el Estado burgués, llamen a otros y a otras”.  

Darío es el signo de una subjetividad política marcada a fuego por la rebelión popular de diciembre 2001. Un representante genuino del atisbo de una breve subjetividad revolucionaria en la desolada Argentina de la post Dictadura. La expresión de un momento de la historia preñado de posibilidades para los y las de abajo, de un instante fugaz de amor colectivo. El emblema de la politización del hambre y no de su moralización. Darío es, al mismo tiempo, chispa y pradera. El símbolo de un impasse.

Se podrá argumentar que muchos de estos sentidos remiten a aspectos micro-políticos y subjetivos, a la región de los afectos. Es cierto. Pero estamos convencidos de que en esos aspectos se dirimen las posibilidades de un proyecto radical y se juega la posibilidad de que lo colectivo se torne político. Esos aspectos son fundamentales en los procesos de politización popular. Darío también remite a un intento (fallido hasta ahora) de anclar y fundar una macro-política popular en estos aspectos micro-políticos del universo plebeyo, para que lo colectivo-político pueda trascender lo fragmentario, para proyectar y generalizar lo interno.

Consideramos que la pregunta estratégica que Darío nos dejó instalada es la siguiente: ¿Cómo hacer para que los afectos, los vínculos intersubjetivos y las praxis anticipatorias de la sociedad nueva y buena que anidan en cooperativas, huertas, comedores, merenderos, talleres, centros culturales, experiencias de comunicación alternativa, asambleas, piquetes, movilizaciones, etc., se constituyan en soporte de un proyecto político popular? ¿Cómo contribuir a la producción de una relación dialéctica entre praxis y proyecto? Todavía no hemos rozado la respuesta.

Si bien muchos de los sentidos que vinculamos con la figura de Darío aún habitan en los subsuelos y en los pliegues de la conciencia de un par de generaciones de militantes jóvenes, con desazón debemos asumir que hoy se hallan insertos en embutidos indescifrables. Han perdido terreno frente a otros sentidos y otros lazos. Otras intensidades, otros universos simbólicos, otras interacciones, atraviesan a las organizaciones populares. No estamos seguros de su productividad.

Muchas de las predisposiciones militantes actuales tienden a ser pragmáticas, centristas, “realistas”; tienden a calzarse el uniforme de representantes o  benefactores de las masas. Nos topamos con militancias que suceden en los marcos de las lenguas oficiales. Hablan clisés. Prefieren disputar las instituciones en lugar de sustituirlas. En ocasiones, estas militancias se afincan en estadios corporativos y nutren la complacencia perezosa de las dirigencias que difieren el porvenir, frenando deliberada o inconscientemente los procesos de maduración política del pueblo. O, en sus peores versiones, instituyen un “vandorismo para pobres”. Por ahí, sospechamos, no supura ni arde la herencia de Darío. 

Ya, con una mínima distancia temporal de por medio, podemos ver como el “extractivismo” operó sobre el cuerpo social de diversos modos. No sólo desde lo material, también se ensañó con algunas ideas y algunos afectos. Este vaciamiento produjo en una franja importante del activismo social y político popular un desinterés cada vez mayor por lo micro-político y lo subjetivo y, paralelamente, promovió la fetichización de la macro-política y la gestión estatal, lo que creó condiciones para la articulación de lo antagónico, para la integración subordinada de lo popular en el marco de proyectos ajenos. De a poco, muchos espacios que alguna vez funcionaron como usinas para una nueva radicalidad política, terminaron dispersos y/o subsumidos en una nueva liviandad política.

Para muchas organizaciones populares se fueron tornando menos improbables (y menos descabellados) los escenarios de vecindad con los responsables políticos del asesinato de Darío. De ningún modo estamos planteando que se trata de un efecto deseado, simplemente conjeturamos que determinadas dinámicas pueden conducir a esas inmediaciones. Sólo identificamos un riesgo derivado de una vocación de poder que se mueve en marcos estrechos y convencionales. Una vocación de poder sin horizonte emancipatorio que convierte a las identidades, a las ideologías y a los proyectos populares en rasgos accesorios de una flexibilidad infinita.    

Por su parte, los espacios donde los sentidos que unimos a la figura Darío se mantienen más productivos, tienden a escindir lo micro-político de lo macro-político, la experiencia de base del proyecto general. Por lo general, la riqueza de la experiencia micro-política no se condice con el carácter menesteroso de las opciones macro-políticas, la capacidad de invención social no se condice con la monotonía de las instituciones convencionales. Seguimos fallando en la construcción de un proyecto a la altura de las mejores construcciones de base, las más autónomas, democráticas, anticapitalistas, antipatriarcales; las que mejor prefiguran el futuro socialista. Existe el riesgo de diluir esos sentidos en las participaciones –absolutamente necesarias– en los espacios resistentes más extensos, pero también existe la posibilidad de que estos sentidos calen hondo en estos espacios.

Tal vez en el “extractivismo” arriba mencionado radique la auténtica “pesada herencia” del progresismo argentino: en las “amplias masas” que serializó, en la productividad social y política que despotenció y en el poder que le restituyó a los burócratas, a los punteros y a todos los agentes del “neoliberalismo desde abajo”; en su reemplazo de los espacios y dispositivos de experimentación política, social y cultural que se habían desarrollado espontánea y democráticamente en la sociedad civil popular por otros espacios y dispositivos típicamente estatales, mercantiles y verticales. Una forma de vaciamiento peculiar que abrió las puertas para otros vaciamientos en todas las esferas. Mientras tomó iniciativas valiosas en el nivel macro-político y hasta permitió el desarrollo de algunas lógicas estatales reparadoras, el progresismo argentino mutiló palabras claves que habían nacido para cuestionar a fondo el statu quo, silenció las voces más autónomas y disruptivas.

Por eso es una tarea imprescindible repensar el legado de Darío, los sentidos de una figura como la de Darío. Repensarlos para encontrar las formas más adecuadas de administrarlos en circunstancias históricas en que rigen tiempos políticamente uniformadores y no tiempos de impasse, unas formas que re-actualicen ese legado y esos sentidos pero que al mismo tiempo conserven sus núcleos innegociables. También para liberar a Darío de los ejercicios retóricos y estéticos, de las significaciones superficiales y oportunistas. Para delimitar la parte más auténtica de esa herencia. La parte que es memoria que trabaja para la cohesión popular y prolongada. La que es lenguaje fraternal y religante. La parte la más disruptiva. La más nuestra. La parte que espera para ser re-activada, no para acompañar los proyectos “alternativos” de la gobernabilidad capitalista en la Argentina sino para impugnarlos de raíz.  

Ante la salvaje represión ocurrida en la Argentina el día 26 de junio (26/06/2002) // Colectivo Situaciones

  (comunicación urgente del Colectivo Situaciones)        

Los sucesos del último miércoles 26 de junio nos hablan a todos y a cada uno de nosotros.

Hay dos compañeros asesinados -ambos militantes de la Coordinadora de Trabajadores Desocupados Anibal Verón-, más de 90 heridos y cientos de detenidos. En algunos barrios de la Provincia de Buenos Aires existe aún un virtual Estado de Sitio: un indeterminado número de compañeros no pueden volver a sus casas porque están siendo perseguidos o amenazados por las fuerzas represivas.

Lo que se juega, en este momento, en Argentina, es la existencia y el desarrollo de verdaderas redes de lucha contra el hambre, la represión, la miseria, por la salud, la educación y la dignidad, las que han crecido de manera sostenida y ramificada en los últimos años.

Toda esta multiplicidad de experiencias y luchas se tornaron visibles a partir de las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, quedando expuestas tanto en su riqueza como en su fragilidad frente a quienes pretenden convertir a la Argentina en una verdadera «tierra de nadie» apta para una recolonización salvaje.

Esta nueva conquista de territorios y recursos se desarrolla hoy en buena parte del planeta -los zapatistas hablan de una auténtica Cuarta Guerra Mundial- y está llevando a una crisis sin precedente en todo el continente latinoamericano.

En este contexto se ha activado la represión legal e ilegal -de manera combinada, como en el pasado- para atacar directamente a este movimiento plural y complejo de redes, del cual las organizaciones piqueteras -qué duda cabe- son un componente fundamental y especialmente activo.

La represión se presenta hoy abiertamente con uniforme -policía, gendarmería y prefectura- a las órdenes del estado, o a partir de todo un abanico de modalidades que abarcan el permanente reciclaje de miembros de la última dictadura y de sus métodos: de los grupos parapoliciales y patotas a las agencias de seguridad -convertidas en verdaderos ejércitos privados- al servicio directo de empresas y/o facciones del poder político.

Todo este aparato represivo se complementó, durante las primeras horas, con un vergonzoso llamado al «orden» y a la justificación de la represión por parte de numerosos exponentes de la política y del periodismo profesionalizado, quienes ocultaron información y difundieron versiones abiertamente falsas -tales como que la violencia se debía a disputas internas entre los distintos grupos piqueteros-.

Esta variedad de formas represivas evidencian que los ataques a las experiencias radicales no tendrán una forma única; que no necesariamente hace  falta un golpe de estado clásico para aumentar la violencia contra las iniciativas populares y que intentarán, también en lo represivo, dividir al movimiento -de movimientos, de experiencias y organizaciones en lucha- en «sectores», con el fin de dispersarlo y retraerlo.

Por esto, porque lo que está en juego es la posibilidad misma de desarrollar este contrapoder transversal y difundido que se viene creando en los barrios, las asambleas de vecinos, las escuelas, las universidades, los hospitales, las fábricas ocupadas y las rutas, es que sería una estupidez imperdonable ejercer la indiferencia, el cálculo mezquino o la timidez, frente a la represión de los días pasados sin comprender hasta qué punto el ataque a las organizaciones piqueteras es una declaración de guerra a todo el movimiento.

Ahora más que nunca estamos llamados a poner en funcionamiento las solidaridades concretas desplegadas los últimos meses y años, colaborando con los perseguidos, denunciando la represión, movilizándonos, discutiendo entre amigos y compañeros, tomando iniciativas, protegiéndonos y creando nuevas modalidades de lucha. Desarrollar estas solidaridades y desplegar la potencia de las experiencias de base es la única manera de parar esta guerra.

Hasta siempre,

Colectivo Situaciones,

junio/ 2002

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