Anarquía Coronada

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Estar en guerra // Diego Valeriano

Los pibes, las pibas, los guachines por los que ya nadie pregunta, las nenitas que lo único que quieren es que el novio de la mamá no entre a la pieza. Los murales, las lágrimas tatuadas, las velas que alguien prende, el dolor de la madre como único criterio de verdad. La piba que pone su cuerpo en cada comisaría donde pregunta por su novio que no aparece. Magalí, Marquitos, Joana. La política en patrullero. 

Lo genuino, ese dolor en el pecho, esa angustia que crece. Blas, Facundo, Florencia, los nombres que caen en un agujero negro donde crece la crueldad, la indiferencia, el olvido. Los juzgados que hablan otro idioma, la guerra por otros medios, las comisarías siempre negocio, intocables, mano de obra, territorialidad. Lo ministerios bien machos, el silencio militante, las nuevas explicaciones y la secretaría de derechos humanos muy lejos del barrio. 

Lo ortiba en los corazones, los posteos vigilantes, el regimen de la opinión, y hablar de la victima según quien sea el victimario. Luciano, Santiago, el Negrito y su abuela que nunca más volvió a ser la misma. 

Cartonear bajo la lluvia, quemar cables para hacer un billete, recorrer la ciudad con la mochila al hombro y la app estallada, comerse la verdugueada de los de la tercera cada vez que bajan en la estación. Masticar bronca, saber que nada cambia. Carlos, Gonzalo, Camila, Danilo. Dar mil vueltas para no pasar por el puesto de gendarmería. Evitar a esos chabones que le dicen diosa, linda, qué ojitos, te invito un helado. Que se le llenen los ojos de lágrimas y miedo con apenas 12 años. Ser piba, pibe, esquivar a la policía como defensa propia, como lo que hay que hacer para llegar al otro día, como lo aprendido de tanto andar. Estar en guerra, estar solos.

Fuerza imparable // Diego Valeriano

No hay mayor gesto antipolicial que segundear. Estar ahí, escuchar, bancar con el cuerpo lo que las palabras ni dicen, abrazar como lo hacen las amigas, acompañar sin tanta pregunta, sin moral ni bando. Plantarse sabiendo que vamos a cobrar, que las piñas ya me duelen mucho, que las marcas quedan ahí, que cuesta cicatrizar. Nadie segundea desde arriba de un patrullero, ni por zoom, ni pidiendo la ubicación, ni dando un discurso. Nadie lo hace para controlar, enseñar, señalar. Se segundea para encontrar otras potencias, para que todo alcance lo máximo que pueda alcanzar, para que lo que se desvía, se desvíe de manera gozosa, plena, festiva. Se segundea para defender nuevas formas de vida. Formas que aún no conocemos, pero que claramente no son estas tan absurdas, crueles y vigilantes. 

El segundeo es un lazo tan fuerte como estar en las que hay que estar. No siempre ni en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas, en las que nos necesitamos. ¿Hay algo más importante que segundear? ¿Hay algo más importante que construir estrategias de deserción frente a lo vigilante que se puso todo? ¿Hay algo más importante que no ser policía? Segundear es una actitud cero vigilante que rechaza esa manija insaciable de juzgar. Ya no hay deudas impagables, ni postergaciones, ni aparentes absoluciones, ni juicio ortiba, ni ayuda desde el patrullero. Ya no hay nada a cambio, solo esta amistad que borra las jerarquías. 

Ahora que los patrulleros se acercan, que el ministro sigue tirando tiros con la boca, que el gobernador retrocede, que la gorra se agranda,  ahora que los guachos y las madres están cada vez más solas, ahora que los desalojos son plan de vivienda, que lo policial es político, ahora es urgente apelar al segundeo como tarea vital, lucha diaria, gesto profundamente ideológico, real, posible. Como necesidad vital ante tanta crueldad, como fuerza imparable capaz de cambiarnos para siempre.

La gorra sabe // Diego Valeriano

La gorra sabe lo que puede. Siempre pudo y ahora sabe que puede un poco más, justo ahora que ni lo esperaba. Sabe cómo hacer que las pibitas se caguen de miedo cuando vuelven de noche, sabe cómo hacer que los guachos trabajen para ellos, sabe lo que puede un fierro. Saben descansar, verduguear, hacer crecer el miedo, mirar para otro lado. Saben qué calles esquivar cuando es necesario. Saben qué decirle a la novia linda del preso nuevo cuando llora toda triste en la comisaría. Saben hacer desaparecer. 

La gorra sabe de política. ¿Cómo no saberlo? Sabe cuándo atacar, cuándo correrse, que decir, cuándo pueden ir un poco más allá. Saben del odio y desprecio de la política a lo que vagabundea, a lo que no obedece, a lo que se escapa, a lo joven, a la vagancia. La gorra sabe que los necesitan, saben que ciertos territorios hostiles ellos caminan para que no los caminen otros. Saben qué hacer, entienden las consignas, las interpretan, las patrullan. Sabe el valor de la política sobre la vida y la diferencia entre un militante y un guacho.

La gorra sabe y si se la banca sabe más. Sabe que mañana, cuando Facundo sea olvido, cuando el ministro siga ahí boqueando sin filtro, cuando las panelistas griten otra cosa, sabe que pueden dar unos pares de trompadas más. Apretar más tranquilos, verduguear lo más piola, disparar sin armar tanta escena, romper la noche en la lancha por la Rivadavia levantando a las chicas del cementerio de Morón, patear puertas, seguir despreciando madres que preguntan por sus hijos. También saben que ahora en el patrullero no están solos, los acompaña el miedo de Axel, la prepotencia de Berni, el silencio de la militancia, la complicidad de la justicia y ese odio bien manija y visceral de todos los que nacieron así, con el corazón ortiba. 

Macho // Diego Valeriano

Te recabió todo lo macho que es. Castrense, entrenado, brutal, chamuyero: Macho. A vos, que explotás de amor cuando Alberto dice todes, que posteas fotos de Tomi el 24 en la plaza, que discutís con tu tía macrista en el grupo de wasap. Te caben sus arengas a la gorra, las declaraciones en la tele, los spots, cómo teatraliza eso que dicen que es caminar el territorio. Esa manija por mostrarse bien poronga. Cómo se nos ríe en la cara, cómo desprecia el dolor de la mamá de Facundo, cómo se sabe necesario frente al desconcierto de militantes, twitteras estrellas, vecinos y panelistas. 

Te cabió su odio por todo lo que vagabundea, que use cuidados como otra forma de decir zona liberada. El ruido infernal que hace, los silencios menos esperados que provoca, la manera que tiene de llegar y cómo se abren a su paso. Te cabe la permanente reconfiguración que hace de eso que creés que tenés que postear como militante. Cómo te deja careta, callado, obediente, ortiba. Con una mueca en la cara esperando que pase otra cosa, que no sea así, que no sea verdad. 

Te cabe cómo es él, tan enfierrado, brilloso, convencido, elocuente. Cómo se hace el otro, que sea la figura principal en la pandemia de un gobierno del que esperábamos otra cosa. Tan anti pibe que ya duelen las ausencias, tan arruina guacho que no lo podés creer, tan contrario de esas luchas que crecieron estos años que parece el motor fundamental de la contraofensiva conservadora, hegemónica y vigilante. Nos re cabe que no es ni siquiera más de lo mismo, sino una instancia superior, una plataforma política, una forma de vida. Algo horrible, nuevo y cruel.

 

Volver mejores // Diego Valeriano

Diego nos dice que los amigos y amigas son aquellos con quienes reunimos los ánimos necesarios para huir de nuestro tiempo. ¿Acaso queda otra cosa que la amistad con los guachines y las pibas frente a este garrón que es la vida? Su vida, nuestra vida, este tiempo. Frente a los ministros machos, el silencio militante, el griterío de los medios, la violencia de la gorra que no cesa ni se controla, frente a la ética vigilante del equipo de la escuela, ¿acaso es posible hacer otra cosa que segundearnos, ayudarnos. esperarnos? 

Ni docencia, ni militancia, ni posteo de funcionaria de niñeces, ni papá garrón, ni cura villero. Amiga, amigo, cómplices. Ponernos pillos para no ser pollo. Compartir un tiempo, buscar el aire necesario para respirar, darnos el empuje suficiente para combatir, huir, desafiar el estado actual de las cosas. Una amistad para poder habitar el mundo de otra manera, para manejar los tiempos, para entrar en una, para reírnos de pavadas, para aprender todo lo que no sabemos. Para superar la ilusión, la piedad y el miedo. Para desertar las veces que sean necesarias.

Una amistad cero vigilante que rechace esa manija insaciable de juzgar, de enseñar, de controlar. Una amistad para estar en las que hay que estar. No siempre, no en cualquier momento, no para jugar roles prefijados y aburridos. Estar es estar en las bravas. ¿Hay algo más importante que la amistad a la la hora de enfrentar toda esta crueldad? ¿Hay algo más importante que bancar sin una idea clara, sin jefas, sin especulaciones, sin ideología, sin mezquindades? ¿Hay algo más importante que aguantarla como sea y donde sea por esta amistad?

Amistad como ejercicio posible, crítico, anímico, manija: las cosas y las formas de dominio a veces cambian, a veces no, a veces mas o menos, pero la amistad encuentra siempre el modo de ser una revuelta, refugio, encuentro. Amistad para volvernos Facundo, rocha, Joana, negro, piba, Marquitos, turro. Amistad, como dice Luciano, para volvernos mejores, para volvernos guachines. 

Ese estallido que dicen que no ocurrió // Diego Valeriano

Quienes dicen que en la Argentina no hubo estallido por la esperanza de un nuevo gobierno nunca cruzaron Plaza Miserere a las tres de la mañana, ni fueron a un 15 en Merlo a unos pares de cuadras del Reconquista, ni a un bautismo de esos que siempre son de fuego. Ni Uber de Ciudadela a José León Suárez, ni delivery en la noche de Casanova, ni transa por las calles de Mariló. Nunca sintieron lo que es correr el bondi a las seis de la mañana, no para no perderlo, sino para esquivar la banda que gede en la esquina. 

 

Miran manija las imágenes de Chile, empachadas de lucha, de poses, de imágenes, de me gustas, sin saber qué es lo que pasa en la tercera de Morón un miércoles cuando cae el sol. Twittean, postean, miran C5N, opinan, mientras la base escurre a los pibes de las manos de las madres, mientras Milli, aterrada como cada vez que vuelve del laburo, duda si caminar más cuadras hasta la avenida o cruzar el campito y ver su suerte, mientras los guachos corren con el fierro en la cintura de los shores, mientras la vida vale poco.

El estallido llegó hace rato y está plagado de guachos saltando urgentes por la punta del andén en Flores, de putas viejas en la colectora después del Buen Ayre,  de quemas de rancho del violador, de ferias absurdas y abundantes, de pibas que se toman el 238 en Libertad para morir un viernes por la noche y resucitar lo más chetas un domingo a la mañana.

Los caretas de la política, las ortibas de las palabras, los panelistas estrella ven solo a la Plaza de Mayo como campo de batalla válido, como referencia piola, como todo llanto. No saben, no quieren, no ven lo que ya estalló, lo que no vuelve, lo que ya es para siempre. Esos cuerpos que mutaron de manera definitiva, esas fiestas que siguen siendo a muerte, y esas  ganas tremendas de no hacer caso, de pelear a fondo, de morir si es necesario que tienen en los ojos los guachines que pasan en el carro. 

 

Reírse de los datos del INDEC // Diego Valeriano

Reírse de la palabra ojete, de los datos del INDEC sin siquiera conocerlos, de los borrachos de la estación. Correr el camión de las gaseosas hasta bloquearle todos los caminos, plantarse, caretear unas Cocas, aprender a ser temidos. Salir a pedir, vagar, armar las fábulas necesarias, poner esa cara, esa mirada, sentir el pulso de la ciudad, saber hacer una moneda, cuidarse de los giles. 

Saber que son el motivo por el que existe el Estado, sacar astilla de eso. Desquiciar el tiempo, el orden, las distancias, las estadísticas caretas. Aprender a bailar, a perrear, a tirar rimas, a como se abre un candado, aprender solo lo que se necesita. Reírse del amor sincero de alguna maestra, desconfiar de los educadores que siempre son efímeros, que siempre van por temporadas, que después consiguen un trabajo mejor. Intuir que los centros comunitarios cada día se parecen más a una comisaría, a un negocio, a un posteo sensible en el Face. 

Negar mil veces la palabra padre, novio, hermano, tío, padrastro. Dormir con miedo pero amasando la venganza, soñar mil maneras distinta de matarlo. Saber que a ese gil le va a re caber; hoy o mañana, en algún momento le va a re caber. Clavarle dos tramontinas en la espalda. Saber de pura intuición que cualquiera que venga del juzgado es el enemigo y que charlar con la trabajadora social solo vale para obtener beneficios. Jugar con el psicólogo poniendo las reglas, los tiempos, las distancias. Evitar ser psicologiada, adormecido, educada, legajo.

Ni víctima, ni victimario, ni numero frío de las estadísticas, menos todavía foto de campaña, discusión de panelista, posteo indignado y conmovido. Mejor guachin, enemigo, desertor, piba para deshacer las ideas que batatean los especialistas, sus negocios, sus contratos, sus prestigios, sus congresos aburridos llenos de tipos y minas. Mejor flashearla desde el carro y descubrir que el mundo es inmenso, nuevo y  posible. Saber que para lo que le depara el futuro, mejor no tener ninguno. 

 

Imagen: «Guachines» (Corto, año 2014)

Mejor ser peligroso que estar en peligro // Diego Valeriano

Si los pibes no fueran peligrosos ¿por qué se reúne el gabinete psicopedagógico tres veces por semana? ¿Por qué alguien quiere ser profesora de historia y generar conciencia? ¿Por qué existe un organismo que se encarga de diseñar y ejecutar políticas de promoción? ¿Por qué hay talleres de embarazo adolescente, un régimen penal juvenil, reuniones de educadores, programas de Desarrollo Social, patios abiertos, planificaciones y becas?

Son peligrosos cuando rompen la noche por Rivadavia aunque ya sea de día, cuando el transa no les contesta y lo van a buscar al barrio. Cuando la locura no baja, cuando la manija es insoportable y le roban la garrafa a la vecina. Cuando no se quieren ir de la ranchada hasta que la ley no salga. Son bien peligrosos cuando descubren que el negocio puede ser de ellos y de nadie más que de ellos, y en los bloques estalla la guerra.

Cuando matan, cuando tiran, cuando se ponen bien pillos. Cuando riman las verdades que pasa en los pasillos. Cuando sueñan mover kilos, cuando hay billete de a montones, cuando la noche es toda de ellos y al volver sacan los parlantes a la vereda. Cuando la venganza es bien piba, bien silenciosa, bien pilla. Cuando corren en shores con el fierro en la cintura, cuando se clavan los shores bien arriba. Cuando entrás el auto y el miedo manija se apodera de vos. Cuando esos ojos negros te cruzan en el bondi.

¿Por qué hay psicólogas, trabajadores sociales, psicopedagogas, policía local, técnicos en recreación, gendarmes en los trenes, maestras, requisas en las plazas, educadores populares, doñas con miedo? ¿Por qué esa insistencia con promesas de futuros venturosos?

Negar la peligrosidad es negar su vitalidad, su manija, su capacidad de enfrentar lo que los mata, su runflerío, sus modos desquiciados de ser cada vez. La posibilidad permanente que tienen de fabular el mundo, de revelarse. Es otra manera de controlar, de contener, aunque sea un poco, eso que nos desborda y nos deja careta. Es otra forma del miedo.

Cuando no aceptan como opción ni estudiar, ni quedarse en el barrio, ni viajar dos horas, ni saltar del bondi al tren y de ahí a mulearla diez horas. Cuando se ríen de los que hacen dos cuadras de cola para conseguir un trabajo, una changa, una mierda. Cuando burlan a los que marchan por el plan y el bolsón.

Mejor maldita, atrevido, zorra, verdugo, desertora. Mejor ser alguien y aprender a caminar. Mejor ser peligroso que estar en peligro. Mejor ser transa, trapero, chorro, puta que esperar a terminar la escuela, que tener 15 días de vacaciones, que ir a aburrirse al centro comunitario. Vagar antes que Glover, preso antes que ortiba, caminar la colectora antes que limpiar por 100 mangos la hora en alguna casa del barrio.

Lágrimas de guachín // Diego Valeriano

El guachín llora, sus lágrimas caen. Llora por hambre y acusa con sus ojos negros, hermosos, enormes que se meten en la cámara. La tele feliz, los posteos urgentes, las panelistas corren cuando se enciende la cámara. El régimen de visibilización se activa. Todo se activa. Un guacho llorando, indefenso, angustiado, con hambre, con esos ojos negros,  que habla sin berretines y que denuncia con lágrimas, esas lágrimas de una potencia única.

El guachín sabe lo que él genera con esas lágrimas. Sigue, por pura intuición, un guión no escrito. Segundea a la madre, aliada de mil batallas. Ella, pilla, alza la voz, resalta las lágrimas, pide que lo escuchen. Ambos saben. Las hermanitas también saben. Miles de movilizaciones, cortes, cambios de banderas, listado de altas, discursos insípidos, hacer la cola con los tappers metidas en el barro, aplaudir a quien haga falta. Estrategias puras de sobrevivencia que enseñan, marcan, forjan.

Una tía que vive en Buenos Aires le manda un audio porque lo vio en la tele. Los de la radio se vienen a la puerta de la casa. La referente pasa a tomar mate. Tal vez por unos días tengan beneficios, tal vez los visite alguien, tal vez tengan la vacante en la guardería. En el barrio corre el rumor, la fama se viraliza, las doñas hablan, la ex mujer del papá de su hermanita la acusa de algo por Facebook.

Él, pillo, se mira en el celu: tiene su imagen hecha meme, hecha dolor de movilero, hecha consigna, posteo indignado. Captura la imagen y la pone como fondo. Le gusta que quede para siempre, que quede hasta que le roben el teléfono, hasta que no prenda más. Sonríe al verse. Sonríe de una manera amplia, grande, bastante luminosa, como sonríen los guachines cuando saben que les sale una bien.

Tres años de gobierno de Cambiemos: El gobierno más represor desde 1983 // CORREPI

A tres años cumplidos de gestión de Cambiemos, hoy el Archivo refleja el imponente salto represivo del gobierno que ha batido todos los récords de sus antecesores desde fin de 1983, y ya ha comenzado a superar los propios. A fin de 2017, decíamos que, por primera vez en los 35 años transcurridos desde el fin de la dictadura cívico-militar-eclesiástica, el actual gobierno había superado la barrera de un muerto por día a manos de su aparato represivo.

Señalábamos que, frente al promedio de un muerto cada 30 horas del conjunto de los 12 años de gobierno kirchnerista, e incluso frente al pico de uno cada 28 horas de 2015, el macrismo había incrementado la frecuencia exponencialmente, con un caso cada 25 horas para fin de 2016 y uno cada 23 al año siguiente.

Tres años después, el promedio de muertes bajo el gobierno del PR gravedad del dato, que es mucho más que un número, basta comparar el ritmo del crecimiento: Al kirchnerismo le llevó más de 10 años pasar de un caso cada 30 horas a uno cada 28. El macrismo, en apenas tres años, incrementó a más del doble la frecuencia.

En el curso de este año incorporamos 1.102 casos al Archivo, totalizando 6.536 hasta diciembre de 2018, y 6.564 si incluimos 28 casos ya chequeados de 2019, ocurridos en enero y primeros días de febrero, contra 5.462 que teníamos registrados hace un año.

Un total de 1.303 personas fueron asesinadas por el aparato represivo estatal durante la gestión de Cambiemos, entre el 10 de diciembre de 2015 y el 12 de febrero de 2019.

 

 

Más del 85% del total de personas asesinadas por el aparato represivo estatal estaban en un calabozo o caminaban por un barrio.

Las recurrentes y ampliadas campañas de “ley y orden”, al amparo del discurso oficial de la “inseguridad”, invisibilizan los homicidios de gatillo fácil contra jóvenes y pobres, que sólo trascienden en circunstancias muy particulares, o cuando son seguidos de una fuerte reacción popular que atraviesa el muro mediático. En estos tres años se da una paradoja significativa, al ritmo de la época: mientras los fusilamientos de personas desarmadas, en particular varones jóvenes, como se verá más adelante, crecen a un ritmo nunca antes visto, es cada vez menor el reflejo de esos hechos en los medios del sistema. Excluyendo los casos de contacto directo con la familia o amigos, son los medios de comunicación popular y las redes sociales los que nos permiten enterarnos la mayoría de las veces. A la vez, se desató como nunca antes una campaña de legitimación de estos fusilamientos, protagonizada por los funcionarios de primera línea del gobierno y amplificada hasta el paroxismo por los medios hegemónicos. El abrazo del presidente Mauricio Macri al policía de gatillo fácil Luis Chocobar y el de la ministra de Seguridad Patricia Bullrich a la policía fusiladora Carla Céspedes son las dos fotos que ilustran uno de los rasgos distintivos de la gestión Cambiemos: la explícita y frontal reivindicación pública del gatillo fácil como política de estado, que se complementa con medidas normativas, como la Resolución 956/18 y el Programa Restituir.

En la categoría de muerte de personas privadas de su libertad, que incluyen cárceles, comisarías y todo otro lugar de detención (incluso patrulleros) confluyen los clásicos “suicidios”, que encubren, en una enorme proporción, la muerte por aplicación de tormentos, e incendios que se inician como medida de protesta o pedido de ayuda y que, invariablemente, no reciben auxilio o lo reciben tardíamente. En 2018, resulta inevitable destacar el caso de la comisaría de Transradio, Esteban Echeverría, que estaba inhabilitada para tener personas detenidas por la falta de condiciones mínimas para el alojamiento. De 27 personas hacinadas en un calabozo con capacidad para mucho menos que la mitad, 10 murieron como consecuencia de un incendio. Por otra parte, las muertes violentas por heridas de arma blanca son, en muchos casos, ejecuciones por encargo de los servicios penitenciarios, que usan para ello los llamados “coches-bomba” (sicarios). También se registran de manera creciente fallecimientos por enfermedades que nunca causarían la muerte con una mínima atención médica (apendicitis, hepatitis, tuberculosis, etc.).

En los pocos casos en los que podemos acceder a datos oficiales, como los de la Procuración Penitenciaria de la Nación respecto de las cárceles federales, o los de la Comisión Provincial por la Memoria bonaerense, constatamos que también en este “rubro” el gobierno de Cambiemos muestra su eficacia represiva, con un promedio cercano a las 150 muertes al año solo en unidades penales de la provincia de Buenos Aires. Es indudable que el aumento espectacular de la población carcelaria condiciona el incremento de las muertes intramuros. En las cárceles federales, con una capacidad para 12.235 personas, se hacinan hoy 13.529, mientras que las unidades bonaerenses, con capacidad para 29.000 personas, hay 38.000, sin contar las más de 4.000 amontonadas en comisarías de la provincia, con espacio para menos de 1.000 y sólo por períodos breves.

 

La casi totalidad de las muertes en comisaría corresponde a personas que no estaban detenidas por acusaciones penales, sino arbitrariamente arrestadas por averiguación de antecedentes o faltas y contravenciones. En esos casos resulta aún más incomprensible el argumento de la “crisis depresiva”, como dicen los partes policiales, pues son personas que en horas recuperarán la libertad. Rodolfo Walsh lo explicaba mejor que nosotros: “Como todo el mundo sabe, la melancolía que inspiran las altas paredes de una celda fomenta negras ideas en los jóvenes débiles de espíritu, los ebrios, los chilenos carteristas y, en general, la gente sin familia que pueda reclamar por ella. Otro factor deprimente que acaso contribuya a la ola de suicidios en tales calabozos son las inscripciones que dejan los torturados”.

Las casi 200 desapariciones registradas no están desagregadas como modalidad aparte, pues pueden concurrir tanto con fusilamientos de gatillo fácil como con muertes bajo custodia y hasta con asesinatos intrafamiliares u otras modalidades. Así, los casos en los que la víctima fue vista en una comisaría, o cuando la detenían, están listados bajo la categoría muertes en lugares de detención; los casos en que la víctima fue fusilada y luego desaparecida están bajo la modalidad gatillo fácil, y Santiago Maldonado, se sumó, junto a Rafael Nahuel, al listado de asesinados en la represión a la protesta y el conflicto social. En los casos que no se conoce lo sucedido, o no se trata de ninguna de las modalidades principales, se incluyen en la categoría “otras”.

Los asesinatos en el marco de causas fraguadas para “hacer estadística” y los hechos resultantes de otros delitos cometidos por miembros de las fuerzas de seguridad, reconfirman la constante participación policial en delitos comunes, vendiendo información, proveyendo zonas liberadas, proporcionando armas o interviniendo directamente en la organización de robos tipo comando, tráfico de drogas y autos robados, secuestros extorsivos, trata de personas, etc., incluso a veces como parte de “operaciones de prensa” para ganar prestigio desbaratando los ilícitos que ellos mismos generan, o para ganar espacios en sus disputas de poder internas, potenciadas por la coexistencia de más de una fuerza en los territorios.

Los asesinatos en el marco de la protesta social, en marchas, movilizaciones y cortes de ruta, suman 91 desde 1995. El gobierno de Cambiemos inauguró en 2017 su cuenta, con la desaparición y asesinato de Santiago Maldonado, y el fusilamiento de Rafael Nahuel, por mano de GNA y PNA respectivamente, y sumó, en 2018, los asesinatos de Ismael Ramírez (13) en la represión a un piquete de desocupados en Sáenz Peña, Chaco, y de Rodolfo Orellana, militante de la CTEP, en la represión a un conflicto por tierra y vivienda en La Matanza.

Que bajen la edad de la imputabilidad // Diego Valeriano

Que bajen la edad de la imputabilidad, total qué les importa, ellos se la aguantan y se plantan. Total si tienen que tirar, tiran ¿o alguien cree que los guachos quieren ser guachines? Que la bajen a 15, a 12, a nada.

Que hagan encuestas, que le pregunten al gordo de la rotisería, a la doña detrás de las rejas. Que bajen la edad a nada si eso los alegra, total la guerra es cuerpo a cuerpo y la vida no vale ni un tantito así. Que se ortiben más todavía, que el odio los ponga manija y que la crueldad los mantenga vivos.

Que opinen las trabajadoras sociales, los psicólogos, las educadoras, los militantes. Que posteen urgente, total ya les recabió. Que eduquen a los educables, a las que aceptan las consignas. Que se lamenten por las que no vienen, que pregunten por Joel. Que hagan rondas, juegos, giladas. Que no paren de aburrirse en esos talleres que paga Desarrollo. Que hagan la parte que les corresponde.

Que sepan que cada bala tiene nombre, que la noche no se rompe sola, que los murales son memoria piola, que las lágrimas tatuadas no se borran. Que sepan que estamos en guerra hace una banda de años y que hay novias que envejecen recorriendo comisarías y juzgados.

Que sepan que amor es arrancar, que los bautismos solo son de fuego y que ningún pibe espera nada de la letra muerta. Que se aviven que el futuro no es estudiar, ni volantear disfrazado de Mickey, ni juntar el pis de las viejas, ni cuidar nenas que odian.

Que sepamos que 15 o 16 es lo mismo, casi lo mismo, casi siempre lo mismo, y más aún cuando se cruzan con un patrullero en alguna noche sin luna.

12° Marcha de la Gorra: “Terrorista es el Estado, no quien tenés al lado”

“Terrorista es el Estado, no quien tenés al lado”. Con esa consigna, esta tarde, cientos de personas y organizaciones marcharán por las calles de Córdoba. La Marcha de la Gorra llega así a su 12ª edición para manifestarse contra las políticas represivas del Estado, el gatillo fácil, la estigmatización y la criminalización de “quienes se salen de la norma, quienes viven en los barrios, quienes se visten de una u otra forma, quienes se organizan y movilizan”.

“Lo que empezó como una vuelta a la plaza San Martín de pibes de barrio, es hoy un movimiento nacional”, expresan desde la Mesa Organizadora Marcha de la Gorra Córdoba. Y cuentan que esta manifestación nació en la ciudad de Córdoba hace más de una década, en el año 2007, cuando distintas personas y organizaciones que trabajaban en los barrios veían, una y otra vez, el hostigamiento policial y las detenciones arbitrarias que sufrían lxs jóvenes de sectores populares. Fue entonces que decidieron juntarse y organizar la primera Marcha de la Gorra, un 20 de noviembre, en consonancia con el Día Internacional por los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes. El principal reclamo, en aquel momento, era la derogación del Código de Faltas que regía en la provincia de Córdoba.

“Primero, eran concentraciones y vueltas alrededor de la Plaza San Martín como forma de decir acá estamos, igual venimos al centro, empezar a disputar esa presencia de los pibes y las pibas que era negada por prácticas policiales, basándose en la arbitrariedad del Código de Faltas y, más que nada, en el artículo más cuestionado del merodeo, donde la detención dependía de la interpretación del policía en el momento”, dice Rocío de la Mesa Organizadora Marcha de la Gorra Córdoba.

Año a año, se fueron sumando otros grupos afectados por ese código contravencional y su aplicación en la vía pública, como artistas callejerxs y trabajadoras sexuales. Poco a poco, se fueron incorporando también agrupaciones estudiantiles, sindicatos, partidos políticos, organizaciones sociales y de derechos humanos. “Es una de las marchas que nuclea más diversidad de espacios y posiciones, porque la Marcha de la Gorra tiene un piso común que atraviesa a todas las otras luchas, que es la lógica antirrepresiva”, explica Rocío.


Después, las manifestaciones también empezaron a replicarse en otros lugares del país. Esta vez, serán diez en total las ciudades que la realizarán el mismo día y de manera articulada: CABA, Mina Clavero, Río Cuarto, Villa María, Rosario, Tandil, La Plata, Mar del Plata, San Francisco y Córdoba. “Porque no son hechos aislados, son políticas de Estado”, expresan desde la organización.

Aunque lxs organizadorxs aclaran que, desde la marcha, se han denunciado a lo largo de estos doce años las violencias de los diferentes gobiernos, también remarcan que las políticas represivas se han endurecido en estos últimos años.

“La consiga de este año, ‘terrorista es el Estado, no quien tenés al lado’, tiene que ver con hacer esta lectura de contexto: de que tenemos unas pluralidades de policías inventadas a más no poder, como la policía barrial, y más presencia de fuerzas armadas, tenemos a gendarmería, infantería en la calle, pidiendo documentos, por ejemplo. ¿Pero por qué? Porque desde las estructuras de poder, desde instituciones estatales, medios de comunicación, desde ‘la justicia’, se construye que quien tenés al lado es la persona peligrosa. Buscan generar este enemigo interno y romper con los lazos comunitarios”, explica Rocío.

Y agrega: “Entonces, nos construyen un terror, pero para generar impunidad de acciones estatales, donde se plantea que los buenos somos nosotros y los subversivos, los mapuches, los anarquistas, son los otros, son las personas que tenés al lado. Eso termina habilitando este aval social de que está bien que te revise gendarmería en el colectivo, porque seguramente o sos un asesino o sos un ladrón, o sos pro derechos humanos, anarquista, etc. Y, en realidad, lo que genera son enfrentamientos entre nosotros, entre el pueblo mismo”.

La Tinta

Foto: Colectivo Manifiesto 

 

El rati sabe // Diego Valeriano

El rati camina hacia  el nene que lo mira con unos ojos enormes. El rati avanza y Matias disimula de manera tierna, infantil, como lo hace un guachin de 9 años, el  revólver de juguete. Los dos pibitos lo ven acercarse y no tienen miedo, como mucho los retaran, le dirán algo, un no sé qué de la autoridad, que ellos están para cuidarlos y listo. ¿Qué más puede pasar piensa el hermano de Matías cuando el rati está a unos pasos? Ninguno de los dos piensa en llamar a la mamá, a ver si todavia los caga a pedo.

El rati sabe que el guachin solo le hizo un chiste, que estaba jugando, ya le vio la cara al hermano y casi que le leyó los labios mientras lo cagaba a pedos. El rati sabe todo y lo sabe porque tiene calle. Porque pasa horas y horas arriba de ese patrullero que tiene su olor más que su cama. El rati baja tranquilo, saluda con la mirada a la kioskera y casi se detiene a decirle algo, algo tranqui, como un chiste de vecino, de esos chistes pavotes, algo de Aldosivi o de las cosas vencidas que vende. El rati baja porque puede y bien sabe que puede. El rati baja y lo hace donde quiere, por eso es quien es, por eso hace pata ancha.

El rati observa detenidamente el arma de juguete y ni por un segundo piensa en cuando él era chico, en cuando jugaba a ser ladrón como todos los nenes del barrio, cuando quería ser ladrón como todos los nenes del barrio. Tampoco piensa en los guachos que andan enfierrados todas las noche, llenos de falopa, esos que a veces los tiene enfrente y a veces trabajan juntos. No piensa en nada cuando ya está a pocos metros de los pibes.

El rati ya soltó a Matias y vuelve tranquilo al patrullero. No es que lo pensó de entrada cuando recién bajó, no es que se volvió loco, que se le salió la cadena, no es nada. Hizo lo que hace, lo que esperan de él. Se hizo respetar y no importa la edad, el se la aguanta con los grandes también, asi que imaginate con los guachines irrespetuosos.  Ese guacho, su hermano, los de la cuadra y varios más van a entender que con nosotros no se jode, ni chistes se nos hacen. Escucha los gritos de la madre mientras sube al auto. Su compañero lo mira y él entiende que se ríen juntos. El nene llora mucho, pero el piensa que no es para tanto, tampoco se lo lastime señora murmura entre dientes mientras arrancan para seguir haciendo su laburo.

Así te arma una causa la Bonaerense. // Cosecha Roja

Los cuatro policías de la Bonaerense que allanaron la casa de Darío Ávalos en Arturo Seguí, en las afueras de La Plata, no tenían orden judicial. Dijeron que habían visto al joven vendiendole drogas en la calle a una mujer y se metieron en la casa por la fuerza. Revisaron todo, le robaron más de mil pesos, le plantaron medio kilo de marihuana en el auto y se lo llevaron detenido. Después le pidieron plata a su madre para bajarle la imputación.

La mamá de Darío denunció la extorsión y la fiscal Virginia Bravo abrió una investigación. Bravo recordó que unos días antes, mientras estaba de turno, había tenido en sus manos un acta policial que le había llamado la atención. Según el documento, dos días antes del operativo en la casa de Darío, la policía había detenido en la calle a un hombre que estaba vendiéndole drogas a otros dos en la puerta de su casa. En esa causa, la fiscal había pedido un allanamiento que dio positivo y después envió el expediente a la Unidad Fiscal de Investigación 1, que lleva adelante las causas por estupefacientes en el departamento judicial de La Plata.

La fiscal cruzó los datos y descubrió que los policías que intervinieron en ese allanamiento eran los mismos a los que había denunciado la mamá de Darío por extorsión. El modus operandi también era igual: “Los policías falseaban los procedimientos. Decían que se topaban en la calle con un ‘pasamanos’ y entraban en las casas sin orden judicial”, contó a Cosecha Roja la fiscal Bravo. En los allanamientos truchos robaban dinero y objetos de valor, plantaban drogas, detenían a algunas personas y extorsionaban a sus familiares. “Los testigos de actuación eran convocados recién cuando estaba hecho el procedimiento. Los policías se cuidaban de no de no decirles a qué diligencia iban”, explicó la fiscal.

***

El día que los policías llegaron a la casa de Darío, él no estaba. Los policías fueron recibidos por la mamá, la novia y otros dos familiares. Los agentes dijeron que era un operativo en una causa por drogas pero no les mostraron ninguna orden judicial.

A la novia de Darío la obligaron a subir a un Ford Escort de civil y le exigieron que los guiara hasta donde estaba el joven. Lo cruzaron cuando salía del gimnasio en su VW Gol, lo llevaron hasta la casa y revisaron todo. En una linterna sin pilas los policías tenían escondida la marihuana que le plantaron.

Como testigo del procedimiento habían traído a una mujer que vive a la vuelta de la casa y a la que en el barrio señalan como transa.

Mientras se llevaban detenido a Darío los policías le pidieron plata a la mamá para “favorecer” su situación judicial. Ella no alcanzó a pagarles porque una vecina ex policía intervino y habló con los agentes.

“La diligencia que culminara con la detención de Ávalos fue plasmada en un acta falsaria en la que se consigna el inicio del procedimiento a raíz de haber advertido una maniobra callejera de ‘pasamanos’ entre Ávalos y una vecina”, dice el expediente.

***

Después de un año de investigación, la fiscal pidió la detención de cinco policías de la comisaría 12 de Villa Elisa. Fernando Pardo, Facundo Rodríguez y José Sosa quedaron detenidos. Rolando Morales y Jorge Porsella tienen pedido de captura y presentaron un pedido de eximición de prisión.

Los cinco policías están imputados y procesados por los delitos de abuso de autoridad, privación ilegal de la libertad agravada, allanamientos ilegal, tentativa de extorsión, hurto agravado por su condición de funcionario público y omisión de persecución de delitos y delincuentes.

Los investigadores creen que el comisario Cristian Demarco, en ese entonces a cargo de la comisaría de Villa Elisa, podría haber estado al tanto de los falsos operativos pero todavía no hay elementos para confirmarlo. El comisario estuvo al frente de la seccional hasta febrero de este año, cuando fue relevado por una investigación de Asuntos Internos.

 

http://cosecharoja.org

Amistades // Barrionuevo Toxico

 

Soy amigo de un pibe zombi y no cabe duda que se trata de un asunto de percepción. Es una amistad insólita que coquetea con la complicidad, con intuiciones mutuas, un vínculo que se cocina en la remundancia.

Pero no se apresuren, no estamos hablando de la amistad tal cual hablamos siempre, ni la que arrastramos desde la infancia o la escuela. Ni la de gustos o inquietudes comunes. Tampoco de las que bastan sólo con una mirada, nada parecida a la del barrio, menos aún la que banca en momentos difíciles, ni de la amistad consejera o del amigo en que se puede confiar siempre. Desconfiar del amigo o confiar sin confiarse; desconfiar del pibe zombi y viceversa él de mí. Siempre está la traición en esta amistad, el mordisco por la espalda, el consejo a mano, la transmisión o el ataque. La mutua desconfianza seguramente es el elemento más fuerte de nuestra amistad, el que la mantiene viva.

En una amistad como ésta no nos esforzamos en buscar ideas o palabras comunes. En verdad no hay palabras. Aunque balbucee, entiendo lo que quiere decir con sus gruñidos. Nos entendemos sin tener que explicarnos. Hay algo así como un pre-lenguaje común que hace que nos sintamos cómodos. No se trata en absoluto de la comunidad de las ideas, sino de algo bastante más misterioso. Mi amistad con el pibe zombi tiene la talla de una categoría filosófica, de una verdadera condición para transitar vorazmente estos territorios remundantes.

Ya sé, ya sé… no se puede ser amigo de un pibe zombi. Sí, ya lo sabemos. No somos iguales, no vivimos lo mismo, no padecemos lo mismo; ¿dónde quedaría la “responsabilidad” si fuésemos realmente “amigos”?, ¿y la “distancia”? Ocurre que sólo a partir de la violencia, el humor y del misterio de esta amistad que nos arrolla y nos empuja a producir; nos permitimos salir y generar situaciones. Nos volvemos mutuamente misterios.

El misterio de la vida cuando la entendemos como emisión de signos. Pura emisión. Signos que tenemos que interpretar, signo sobre signo, sin código. Queda dicho: no hablamos de entender palabras determinadas, ningún argot en especial. No se trata aquí de un asunto de traducciones. Sino de un asunto de intercambio de signos, de percepciones y repercusiones. De estar contentos, cómodos, preocupados –genuinamente preocupados–, de estar riéndonos, quejándonos, de estar también gestionando. De estar intercambiando, sin funciones. Tal vez los dos percibamos –y esto sea lo que más nos une– los signos de este  Apocalipsis.

Pedagogia Mutante 2 / Pibe, repugnancia y abundancia

Barrionuevo Toxico

Ed. Tinta Limón 

Mueran por coger // Diego Valeriano

Mueran por coger, ahora, en este momento, por abrir las piernas, por querer gozar, por acabar jugoso. Mueran en los hospitales inmundos, mueran en las guardias, mueran mientras el médico duerme, mientras alguien reza, mientras los senadores oportunistas ven que hacen.

Mueran por ser guachines, por no ser nenes, por ser irreverentes, por mal educados, por arrogantes, por plantarse en el aula frente al autoritarismo, por no aceptar ninguna gilada más, por no dejarse educar. Que mueran solos en el rancho devorado por el fuego, por una bala perdida, porque el agua tapo todo, que mueran mientras la trabajadora social está en el juzgado haciendo el expediente.

Mueran por pibas, porque nos dan miedo, porque desarman las pobres existencias, porque hacen vida cada vez, porque nos re cabio. Mueran mientras el patrullero no llega, mientras los cagones que postean militancia agachan la cabeza por la noche, mientras una amiga grita sola, mientras los ortivas festejan.

Mueran por travas, por estar ahí cuando llevo a mi hijo a la escuela, por la imagen que nos devuelven, por la falopa que les compramos, por la fantasía que nos despiertan. Que mueran por venir de tan lejos, por dejar todo atrás, por ser una vergüenza en la familia, por no pedir perdón.

Mueran por enemigos, por pibes, por romper la noche, por llevar el fierro en la cintura, por tomársela toda, por devolver la crueldad tal cual es.  Mueran en el calabozo, total todos lo sabemos, mueran en un patrullero total igual dormimos. Que mueran, total no es el primero de los hermanos que pierde, total las lágrimas de madre ya están tatuadas de antes.

Que mueran los gedes, las negras que piden, los locos, las turras que solo quieren divertirse, los que cagan a piedrazos el tren, las que esperan alguna oportunidad, los que matan sin preguntar, las putas viejas de colectora, los que no entienden de tu solidaridad, las que faltan a los talleres y se quedan fumando en el campito.  Que se mueran por voraces y descanseras, por estar de fiesta un martes y no dejarnos dormir, por reflejar la vida como un espejo peposo y cínico, un espejo manija que nos hace parecer bastante a eso que decimos enfrentar.

 

Foto: Colectivo Manifiesto

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