Anarquía Coronada

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Peronismo

Gustavo Rearte y el origen de la Tendencia revolucionaria del peronismo // Diego Sztulwark

Hace algo más de medio siglo, se creaba la primera Tendencia del peronismo revolucionario de la mano del dirigente Gustavo Rearte. Un libro reciente, La patria socialista (Ediciones en Lucha, Buenos Aires, 2020), creado por militantes de ese movimiento -Eduardo Gurucharri, Jorge Pérez, Edgardo “Cambá” Fontana y la fallecida Sara Alfaro-, reúne por primera vez valiosos documentos y testimonios de la corriente que bregó durante una década y media por la unión de la estrategia armada, la lucha de masas y la organización político-ideológica.

La corriente fundada por Rearte tomó nombres y senderos distintos desde el lanzamiento del MRP -el 5 de agosto de 1964-, pasando por la JRP y su sucesor el MR17, el FRP y la fusión de los dos últimos en el FR17, previo a la derrota bajo la última dictadura.

Creado a instancias de un Perón exiliado en Madrid, a través del financista Héctor Villalón, y sometido a los vaivenes de sus disputas con el neoperonismo liderado por el dirigente sindical Augusto Vandor, el MRP surge con la intención de agrupar a la militancia combativa del peronismo en una única organización, con el propósito inmediato de dinamizar el retorno del líder, a cargo por entonces de las estructuras sindicales burocratizadas. Muy pronto, la Juventud Revolucionaria Peronista siguió su camino y, como otras vertientes de la militancia, recibió la influencia de la Revolución Cubana. Rearte viajó a la isla en 1966, al tiempo que consolidó su afinidad con la Acción Revolucionaria Peronista (ARP) de John William Cooke. Mientras, colaboraba con el entonces nuevo delegado de Perón, el mítico mayor Bernardo Alberte, quien perdería en abril de 1968 la jefatura táctica del movimiento, por haberse recostado sobre su ala revolucionaria. Eduardo Gurucharri publicó, en 2001, Un militar entre obreros y guerrilleros, una biografía política de Alberte que incluye su correspondencia con Perón. 

Luego de los estallidos populares de 1969, la organización de Rearte pasó a denominarse Movimiento Revolucionario 17 de Octubre. El intento de constituir una organización nacional que articulase la lucha armada con la lucha de masas es argumentado en el texto de Rearte  “Violencia y tarea principal”.

Rearte, de sólida implantación territorial en el peronismo de La Matanza, y otros notables referentes de la resistencia peronista como Jorge Di Pascuale “vieron con aprensión y a despecho del optimismo predominante, el primer retorno de Perón al país”, en noviembre de 1972. Unos meses después, en julio de 1973, fallece Rearte con apenas 40 años. El MR17, la organización heredera tras la muerte de su líder, apoyó la candidatura de Perón, reprobó públicamente el atentado contra el secretario general de la CGT, José Rucci, y el asalto del ERP al cuartel de Azul, condenó la acción de la ultraderecha peronista y desistió de participar del acto del 1ro. de Mayo de 1974, en desacuerdo con el rumbo del gobierno.

Luego, el MR17 impulsó la unificación de los sectores del peronismo revolucionario afines al suyo. En mayo de 1975, concretó la fusión con el Frente Revolucionario Peronista de Armando Jaime y Juan Carlos Arroyo. El FR17 llamó a la resistencia popular contra el gobierno de Martínez de Perón y el golpismo militar.  En lo ideológico, reivindicó su adhesión al marxismo como teoría de análisis de la realidad.

El congreso clandestino del peronismo revolucionario, convocado por la JRP, del cual surgió la Tendencia, se realizó el 17 (en FOETRA) y el 18 (en el sindicato de Farmacia) de agosto de 1968. El texto del llamamiento corrió por cuenta de Rearte. Este proponía la inminente unidad de las organizaciones peronistas dispuestas a asumir una estrategia revolucionaria de la lucha armada, apegada a la lucha de masas. Dirigentes clave como Jorge Di Pascuale (del gremio de farmacia y de la CGT de los Argentinos), Juan García Elorrio (director de la revista Cristianismo y Revolución), Alicia Eguren y John W. Cooke (de la ARP) y el mayor Alberte se sumaron a los preparativos. Una de las consecuencias inmediatas del encuentro fue la publicación del mensuario Con Todo. Su primer número salió con una hoja suplementaria, escrita de urgencia por Alicia Eguren, anunciando el fallecimiento de Cooke, el 19 de septiembre de 1968, el mismo día en que resultaba abortado el intento guerrillero de las FAP en Taco Ralo, Tucumán, menos de un año después de la caída del Che en Bolivia. 

En agosto de 1967, se había celebrado en La Habana la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS). Aquel encuentro se proponía apoyar activamente las luchas contra las dictaduras proimperialistas de América, y nombró como presidente honorario al Che, ya instalado en Bolivia. La delegación argentina de siete miembros, presidida por Cooke, tuvo una fuerte representación del peronismo revolucionario, cuyos principales dirigentes -entre ellos Cooke y Rearte- dieron a Guevara garantías de apoyo en caso que llegase a la frontera argentina.

La tendencia revolucionaria del peronismo fue la corriente que con mayor intensidad registra, en la Argentina, el doble proceso de una revolución democrático-burguesa o de “liberación nacional” interrumpida (peronismo), y una naciente revolución de proyección continental (la Cubana). Entre Madrid y La Habana, entre Perón y Guevara, se gestó una sensibilidad específica, de nítida presencia en la correspondencia entre Perón y Cooke, contra la que reaccionó la derecha peronista y la burocracia sindical, primero, y luego el Plan Cóndor, dimensión regional de la doctrina de seguridad nacional. 

Entre los textos preparatorios del Congreso del MR17, en octubre de 1974, la corriente de Rearte expone su balance de la derrota en Bolivia y realiza una crítica explícita a la doctrina foquista de Guevara. Si el Che acertaba en desarrollar la lucha armada y oponerse al pacifismo de los partidos comunistas, erraba sin embargo al reducir la lucha armada al foco rural: “La experiencia demostró que la mera instalación de un foco guerrillero no aseguraba el desarrollo de condiciones subjetivas” de la revolución. El grupo de Rearte insistía en su camino de vincular la estrategia armada con la lucha ideológica y la organización política, con el trabajo entre las masas, en particular obreras, y prestaba particular atención a las diferencias específicas entre distintas regiones del continente.

Sentido de oportunidad: a propósito de Horacio González // Lobo Suelto!

Lobo Suelto! admira la maestría de Horacio González. Mientras la más rancia derecha -aquella herida por la contundencia de la votación del 11 de agosto- dispara contra las ideas de este viejo profesor, llamamos la atención sobre lo que muchos llaman “el campo propio”, personas de todas las edades que temen que se digan verdades en tiempos de campaña electoral, sin advertir que silenciar estas ideas es condenarse a un futuro miserable. Una miserabilidad cultivada en el campo propio. ¿Qué dijo González? 

-«Abandonar las ideas de Cooke sería abandonar el peronismo».

-«Veo así a la Cosmópolis argentina. Hay que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales, donde hay una multiplicidad graciosa y finita. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración te diría positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable.

-«La política como estudio y no como estudio en gabinete cerrado sino en medio de las grandes movilizaciones. Yo creo en la calle. El gobierno es una forma de comprimir en leyes, dictámenes, en discusiones reservadas todo lo que se expresa en la calle. Considero que el próximo gobierno debe ser un gobierno de acción inmediata y urgente pero también de mucha meditación en caliente».

-«Para ejercer el poder tenés que tener algo de anarquista. Cristina tiene algo de eso. Alberto Fernández continuamente dice “soy hijo de un juez, soy profesor universitario”. Tiene la vestimenta del viejo porteño, pero debería dejarse invadir por ese rasgo de anarquismo que tienen todas las formas del poder».


 

Los años del kirchnerismo

Agencia Paco Urondo: ¿Qué recuerda del llamado de Néstor Kirchner, cuando lo convocó a dirigir la Biblioteca Nacional?

Horacio González: Creo que habían pasado varios meses, casi un año, de modo que estaba con una expectativa de carácter alto. Yo estaba bien dispuesto hacia el gobierno. No recuerdo qué había sucedido ya, pero creo que ya había bajado el cuadro de Videla, recuerdo el estilo informal, algunos signos de la indumentaria. En relación con las primeras medidas sobre la deuda externa, la disposición para reformular la estructura injusta que tenía todo el sistema económico argentino. Rasgos de atrevimiento que no eran habituales. Una especie de desprolijidad creativa, en fin, todo eso me generó simpatía.

Y por supuesto, cuando recibí ese llamado no se me ocurrió decir que no. Es difícil que te llame un presidente y uno le diga que no a algo, a no ser que uno sea otro político y se crea con facultades medibles con las de un presidente y le empiece a pedir cosas, pero no era mi caso. Y así estuve durante 10 años al frente de la Biblioteca. En medio de grandes dificultades, pero también llevando a cabo grandes acciones que se han hecho con todo el personal de la Biblioteca y eso me genera un recuerdo agradable. Y después todo lo que significó acompañar al kirchnerismo en esos años difíciles, que también los recuerdo con mucha simpatía, sabiendo que la historia no tiene la facultad dadivosa de repetirse. Pero no creo que ese periodo esté destinado al olvido.

APU: Dice que hubo momentos difíciles en ese período, ¿cuáles fueron?

HG: Hay un lugar específico, el gobierno tenía definiciones que estaban sometidas a una dura prueba de la realidad, pero definiciones en general atrevidas, si es que podían sustentarse en hechos y en creación de nuevas instituciones, y de nuevos lenguajes políticos con la intrínseca debilidad que tenía el gobierno con sus cuadros políticos, tal como habían sido convocados. De alguna manera como fui llamado yo, en forma espontánea y vertiginosa. De modo que se originaba la pregunta si en el vértigo de los acontecimientos y con los recursos políticos que se tenían, era posible cumplir con el trazado de un horizonte más bien ambicioso. Porque los objetivos políticos siempre eran auspiciosos y al mismo tiempo los recursos políticos con los que se contaba no siempre fueron los suficientes. En gran parte también era por la heterogeneidad del gobierno. Se nutrió de los diversos afluentes del peronismo y otras fuerzas políticas que provenían de distintos campos y que en el pasado habían tenido actitudes menos frentistas.

Yo lo viví como una experiencia nueva e innovadora, con aire fresco y de nuevos personajes que no reproducían necesariamente la lógica rutinaria de la política argentina, y eso es siempre motivo de discusión. Como ahora, que surge un período nuevo, con características imprevisibles, pero que tienen la gran promesa de superar una época oscura que duró poco, tres años y medio o cuatro, pero que es una época tenebrosa de la historia nacional, la pregunta es la misma: ¿Habrá fuerza política para dejar de lado e interceptar todo lo que deja potencialmente instalado este gobierno? Un estilo neoliberal que cuajó en buena parte de la población. Porque pertenecía o pertenece a un terreno propicio que diseña esta época histórica en el mundo, por eso no es cualquier cosa el macrismo. Ya estaba inserto en forma latente en la sociedad argentina y sigue vigente en la política mundial, de modo que si se produce la victoria que todos esperamos de Alberto Fernández y Cristina Fernández, si realmente ocurre este formidable episodio de la derrota electoral del macrismo, a la Argentina le cabrá luchar en condiciones muy desfavorables para establecer una posición original, soberana y de corte humanístico que tenga en cuenta el sufrimiento de las grandes poblaciones, no sólo de la Argentina sino del mundo. Es decir, hay un proyecto que puede reformularse de la Argentina en su intervención de la política mundial que herede las mejores tradiciones del modo en que Argentina ha opinado sobre el mundo en toda su historia.

 

 

Explicar el peronismo

APU: En su libro Historia y pasión, escrito con José Pablo Feinmann, encontré muchos momentos que intentan explicar el peronismo. ¿Cómo podemos entender el peronismo, que de tan heterogéneo que es a veces parece diluirse?

HG: En principio te diría que la acción de comprender es necesaria. Pero es cierto que el peronismo tiene características que son la conjunción de elementos heterogéneos y una perdurabilidad sobre la base de hacer aún más extrema esa heterogeneidad. Las artes de la comprensión política existen de modo tal que sin ellas la política no sería una actividad humana con sentido. La comprensión nunca hay que dejarla de lado. Es cierto que, en el caso del peronismo, hay mayores desafíos que si estuviera ante una fuerza lineal que cumple su tarea en la historia, demora el tiempo necesario para cumplirla y después se desvanece. No es el caso del peronismo, que tiene muchos rostros, ha atravesado muchas etapas, con cierta capacidad de adaptarse a ellas y al mismo tiempo ha producido algo que supera la capacidad adaptativa de esas etapas que se van sucediendo.

De modo que cuando se escriba la historia integral del peronismo, con los recursos críticos correspondientes a la historia argentina, cierta faceta del peronismo, el menemismo y lo que después se llamó macrismo coinciden en ciertas preposiciones económicas, de una ciudadanía totalmente débil, su definición como entes consumidores de los símbolos que rehacen al sujeto y festeja como una forma de felicidad la pérdida de su autonomía. Eso es el liberalismo y a eso se llama mérito. El peronismo de Menem anticipó esto. Y hubo peronistas en el seno del macrismo, el jefe de la bancada peronista en el Senado por ejemplo, Pichetto, que ahora revela su verdadera forma como vicepresidente de Macri. O también el jefe de la bancada macrista en Diputados, Monzó. ¿Era peronista, se decía peronista, qué tipo de fantasmagoría es el peronismo?

La ontología del misterio peronista es sobrevivir bajo distintas facetas y vestiduras. La permanencia del peronismo tiene que ver con su capacidad de iniciativa política. De todos modos, no me parece que en nombre de una realización estética de la política se deba festejar el enorme ramillete de contradicciones que tiene el peronismo. Porque esto explica por qué es tan fácil de deshacer y puede ocurrir esto, en las circunstancias del triunfo electoral de Alberto Fernández. Ahora, si este ramillete fuera una fuerza más unívoca, que tenga en cuenta la etapa que vive la humanidad de deterioro de las fuentes creativas, tanto en el arte como en la naturaleza, se corren fuertes riesgos de estar festejando esa multiplicidad que “es” y no se convoca a entenderla al precio altísimo que después cuando se deshaga fácilmente, no sabríamos qué balbucear para hacernos perdonar que no la quisimos entender.

Por eso me parece que hay comprenderla, entenderla, refinarla, fortificarla y aún con el mismo nombre, darle los recursos necesarios para que tome iniciativas históricas de gran significación, y frente a las potencias del mundo también. Y eso supone planes sociales, planes económicos, proyectos artísticos.

APU: Mientras charlábamos antes de entrevistarlo, nombró a John W. Cooke, y pareciera que la idea del peronismo de Cooke desapareció.

HG: En mí no. No desapareció y no debe desaparecer. No para que haya alguien que cumpla con el mismo itinerario biográfico de Cooke, que forma parte siempre de lo irrepetible. Pero veo  que muchos creen que no mencionando el nombre de Cooke se tranquilizan las aguas. Y no es así. Es una figura que, al salir de lo común, tenía el factor carismático que excedía a lo natural y esperable. No era alguien que se había acomodado del marxismo al peronismo. Era alguien que estaba en el interior mismo de las tantas fisuras que había producido el peronismo. Cooke habita la casa del peronismo en tanto marxista y es un marxista en tanto peronista. Esa conjunción habilita naturalmente al peronismo lo que es. Entonces, esa figura de Cooke responde un poco la explicación de qué es el peronismo, que es el arte de hacer entrechocar distintas ideas que ha producido la humanidad.

Abandonar las ideas de Cooke sería abandonar el peronismo. Sería cegar, cortar e inhabilitar el peronismo mismo. Quienes lo hacen, porque temen ciertas palabras o porque dicen que la época ya pasó o este no es el momento, desconocen que siempre hay un momento que atraviesa todos los momentos. Siempre hay un tiempo genérico que atraviesa todos los tiempos. Quien no lo entienda así no está en condiciones de hacer una política más profunda, llamándose como se llame.

 

 

El debate sobre los medios, la cultura y el lenguaje inclusivo

APU: ¿Y frente a los medios de comunicación cómo hacemos? Con la televisión, por ejemplo.

HG: Frente a la televisión hay una razón muy específica ya que nació el 17 de octubre de 1952. Su primera imagen fue la de Evita, entonces, el aniversario de la televisión argentina tiene el mismo día del aniversario del peronismo. Son dos grandes hechos míticos, el 17 de octubre de 1945 y el 17 de octubre de 1952. Ocurre que el peronismo tuvo su momento de esplendor con la radio. La voz de Evita es una voz radial. Y la de Perón, que es una voz de mando, también está muy pasada por la radio. La radio tiene voz, pero no tiene cuerpo. En la televisión hay imágenes que se reiteran, pero no siempre es más importante que la radio. Dicho esto, le cabe a este nuevo ciclo argentino que se va a inaugurar con el desplazamiento del macrismo, repensar los medios de comunicación. Alberto Fernández está pensando en los medios y yo considero digna su actuación frente a los medios. Es parte de un debate necesario, que en algún momento deberá tomarse con seriedad, y esa seriedad incluye el antecedente de la Ley de Medios.

Esto no quiere decir que no haya que tomar en cuenta todo lo acontecido. Primero, la reacción de la ley por medio de los movimientos sociales; después, la aprobación por el Parlamento. Luego, la anulación por parte del macrismo. Y una nueva consideración al respecto tiene que tener en cuenta toda esta secuencia: cómo se avanzó, cómo se retrocedió y cuál es el nuevo punto de acuerdo respecto a lo que es un avance sensato sobre la regulación de los medios de comunicación. Quizás «regulación» no sea la mejor palabra, pero sí el modo en que los medios de comunicación construyen cotidianamente estilos de reflexión y uso de la lengua. Estilos ideológicos. Construyen y a la vez retoman, en un ciclo de realimentación, el modo en que proceden las millones de conversaciones públicas que hay durante un día en la ciudad: toda esa gran masa hablada, refinada por la televisión, ésta la devuelve de una forma intervenida en la construcción de la lengua. Y siempre apunta a ponerle un horizonte más bien chato. La televisión dice: hay que trazar una línea de inteligibilidad única, que es muy baja. Como dice Alejandro Fantino: “Profesor, hable claro que lo escuchan cinco millones de personas”, ahí se te viene encima una especie de aplanadora que te deja mudo y el único que puede hablar es Fantino, que sabe lo que piensan cinco millones de personas.

Todo esto, la ley anterior no lo trató. Trató la distribución de las audiencias, fue democratizadora, pero esto, de algún modo, tiene que volver a ser tratado. De algún modo, digo, porque entiendo las dificultades y la correlación de fuerzas que se van a establecer ahora en adelante. Otra cosa importante que debe ser tratada es cómo la televisión tiene que respetar los distintos planos de la lengua. La televisión no puede ser un dictaminador que forje la lengua única y diga, “profesor lo están escuchando en Calamuchita, tiene que hablar con un diccionario de 20 palabras”. Porque esto implica un desprecio hacia lo popular muy grande. Justo el medio que se dice habilitador de lo masivo, finalmente lo empobrece. Y esto no lo hace ninguna ley, sino que lo hace la discusión pública. Esa es la lucidez de la soberanía lingüística de un país. El gobierno de Fernández y Cristina va a tener que elevar su condición de relación entre dos personas, a un plano superior, porque si no, corren el riesgo de debates muy previsibles que pueden debilitar esa alianza. Además, esta alianza se presenta como un rasgo de amistad, entonces tiene que predominar esto último y no una mera alianza política.

Y en este seno, hay una discusión sobre la cultura, la lengua, en la que hasta el momento Fernández no ha entrado y pienso que debe hacerlo. Por supuesto que tratar el tema de la deuda es prioridad inevitable, pero las cuestiones culturales también lo son; y en esto, Fernández está un poco por debajo. También es un diálogo necesario y urgente redefinir qué es cultura pública, cultura creativa y cultura popular, que al mismo tiempo den lugar a vanguardias y experimentaciones, obras individuales y que no sea sólo temas de subsidios. Y que ni siquiera sea sólo discusión de creación del Ministerio de Cultura, que creo que hay que crearlo por supuesto, sino que sea el horizonte que establezca el poder público en su propia forma de comportamiento cultural, porque hay una cultura política que forma parte de la cultura genérica de un pueblo.

Entonces los gobernantes tienen que hablar de cierta manera, usar los distintos planos del lenguaje, incluso el vulgar, en el sentido de que se tiene que notar que están experimentando sobre la cultura crítica de un país. Esto es lo que considero yo un gobierno democrático y espero que este próximo gobierno que asuma lo sea.

APU: En el universo de lo cultural, claro, las decisiones políticas son las que tienen que aspirar a más y no a menos.

HG: Sí. Esa aspiración a más no la veo como un campo específico. Primero está la economía, después la política y después la salud pública y las políticas energéticas. Veo un macizo de cosas integradas. No veo que la cultura sea un pedacito que hay que atender después de negociar la deuda externa o después de establecer la emergencia alimentaria. Todo esto hay que resolverlo con absoluta urgencia y empuje del gobierno, pero esto no implica que la cultura sea la que deba esperar. La cultura es lo que nos baña, nos identifica, lo que nos hace hablar como hablamos y discutir como discutimos. Por lo tanto, yo diría que no es lo último. La cultura es la estructura secreta de todo lo que se hace, incluso en materia de economía.

APU: ¿Qué nos puede decir del lenguaje inclusivo? Del uso de la E, la X, la arroba.

HG: Todo movimiento social importante tiende a reformar el lenguaje. Como ejemplo el peronismo, que no intervino en la gramática, en la sintaxis, en la declinación de los verbos y en la homologación de las figuras sexuales o sexualización de la lengua, en términos de lo que consideraremos igualitario. La sintaxis de lo femenino en la lengua tendría una ausencia que no se correspondería con el movimiento feminista en el plano de la realidad de lo social. Este es un gran debate. Para mí, por un lado, me parece que hay un derecho a reformar el idioma y a crear las palabras propias. El peronismo lo hizo a su medida creando muchísimas palabras como, por ejemplo, la palabra “conducción”, pero no modificó la estructura gramatical y no asimiló su sujeto social que era el trabajador, al impacto que se produciría sobre la estructura de la lengua.

Con el feminismo es diferente porque propone un impacto en el centro de la estructura idiomática al colocar su sujeto específico, que son los derechos femeninos, la legalización del aborto, etc. Es una gran discusión, porque yo me tengo que preguntar por qué no hablo lenguaje inclusivo siendo que acepto y acompaño todas las medidas y reivindicaciones del movimiento feminista. Entonces la expresión inclusivo ahí provoca un dilema, porque, por un lado, cumple el rol de incluirnos a todos, pero yo no estoy incluido. Al mismo tiempo que me gusta, le veo dificultades, porque tarde o temprano puede chocar con la lengua popular y eso sería un riesgo para el movimiento feminista.

Es una experiencia única en la historia de los movimientos sociales, intervenir en la norma idiomática y convertirse en la real academia del movimiento social, y disputar con la real academia el dominio del idioma, es algo que no suele suceder. Quiero decir, los grandes movimientos revolucionarios de la humanidad han disputado el calendario, por ejemplo. Pero el feminismo es uno de los movimientos sociales de mayor atrevimiento en la historia contemporánea, al intervenir feministicamente la recreación de un idioma que se postula como neutral. Esto es realmente atrevido, cruza una frontera muy difícil donde se llama inclusiva, pero de hecho, genera una discusión donde no muchos quieren incluirse, y entre esos muchos hay personas que apoyan totalmente al movimiento.

Estamos en esta situación donde la comunicabilidad del movimiento descubre que tiene que tener un idioma nuevo, donde la figura de la mujer emancipada tiene que estar dentro de un idioma que a su vez se emancipe. Esto provoca una cantidad innumerable de problemas con el habla común. De hecho la televisión no lo ha adoptado. O las series y películas con actrices feministas tampoco lo adoptaron. Y esto termina siendo una clave de reconocimiento en las asambleas y en los artículos de diario (Página/12 contiene esta novedad), pero es una búsqueda. La prueba es que primero se usaba la arroba para desincorporar al masculino del idioma, pero se incorporaba lo informático. Era sacar un mal para poner otro aún peor. Un conjunto idiomático al servicio de Sillicon Valley que reúsa la arroba, viejo signo del comercio medieval, utilizado por la informática en el lenguaje inclusivo. Surje la X, también con dificultades y luego la E, que la usan naturalmente otros idiomas como el gallego, por ejemplo.

Es una búsqueda importantísima. A mí me parece tan importante como difícil. O, mejor dicho: porque es difícil, es importante; caracteriza la originalidad del movimiento feminista, que debe tener en cuenta la dificultad. Escucho muchas chicas que hablan de corrido lenguaje inclusivo y es admirable, no por tener esa facilidad de hablarlo, sino por la cantidad de problemas grandiosos que eso propone. Es un movimiento social que interviene drásticamente en un juicio idiomático que no pertenece al habla común mayoritaria e interpela a todos.

 

 

Por una reescritura de la historia

APU: ¿Cómo piensa la historia argentina?

HG: Pienso que va a ser rehecha y reescrita. A superar las divisiones, no para que se haga más cómoda sino al contrario, tiene que hacerse más difícil. Pero hay que reescribirla, ni siquiera te diría que buscando nuevos documentos. Ver de otra manera a Moreno, a Rosas, al Combate de Obligado, la Campaña del Desierto. Esto tiene que incorporar hoy una visión que reponga la presencia de la veta indigenista en la política y cultura argentina de otra manera. Y que llegue en su extremo último de debate a colocar al país como un país plurinacional. Que conserve todas las características de su apertura como dice la Constitución Nacional, a todas las corrientes del mundo que quieran habitarlo. Definirlo argentino por la capacidad que tiene esta tierra de convertirse en propicia para la habitabilidad de todos aquellos que quieran habitarla, el caso de hoy son los senegaleses. En 20 años esto va a generar una mixtura interesante con aquellas personas provenientes de África.

Veo así a la Cosmópolis argentina. Hay que reescribir la historia argentina pero no en esa especie de neoliberalismo inspirado en las academias norteamericanas de los estudios culturales, donde hay una multiplicidad graciosa y finita. Sino que tiene que ser una historia dura y dramática, que incorpore una valoración te diría positiva de la guerrilla de los años 70 y que escape un poco de los estudios sociales que hoy la ven como una elección desviada, peligrosa e inaceptable.

APU: Como si eso no formara parte de nuestra historia.

HG: Claro, pero al mismo tiempo tiene que ser una historia comprometida con la creación de un sujeto social nuevo en la Argentina, de carácter productivo y popular, como también capaz de tomar partido en determinada coyuntura histórica y generar un tiempo diferente. No puede ser un tiempo lineal, se tiene que escribir la historia de Mariano Moreno como si ocurriera hoy y la historia de John William Cooke como si hubiera ocurrido en 1810. Superponer las capas del tiempo, eso es lo que veo que la historiografía argentina no ha hecho.

APU: Pareciera que para nuestro universo cultural en estos últimos 10 ó 15 años, tuvimos un acercamiento a una nueva lectura de Moreno, San Martín, Belgrano. Pero no pudimos ir un poco más atrás y mirar a los pueblos indigenistas u originarios. ¿Por qué piensa que estamos tan alejados de ellos?

HG: Argentina es el país más alejado respecto a eso de toda Latinoamérica. Hubo una actitud de exterminio de las poblaciones indígenas. No es el caso de los países andinos donde había grandes culturas menos nómades que la cultura indígena argentina, la palabra argentina acá está de más, pero para referenciar este lugar que llamaríamos las pampas. Persistía una idea alberdiana de “gobernar es poblar” y de que todo era un desierto y renegaba de la presencia indígena en la vida nacional. El reconocimiento de derechos incluye también el respeto a la naturaleza, incluye postergar o no realizar excavaciones petrolíferas en territorios que pertenecen a las etnias que han sido relegadas o exterminadas. Ahora, esa pertenencia, ¿qué juridicidad debe tener? Este es un gran debate, porque ya pasó en la historia nacional. Es lo que le pasó a Mansilla cuando firmo el pacto con Marianito Rosas. Sarmiento expone en el Senado que el país no puede firmar un pacto con otra parte del país. Esto significaba reconocerle soberanía a los Ranqueles.

Esto puede cambiar con este gobierno nuevo y pueda rehacer el mapa etnocultural de la argentina. Y esto sería tan importante como pagar la deuda externa, la legítima o la ilegitima. Y cuando digo Argentina no pienso en potencia sino en un centro de las nuevas humanidades. Por eso resalto que articular cultura y economía son formas indispensables de la política hoy. Por eso insisto en esta idea que debe ocurrir el día uno del nuevo gobierno: el planteo de lo económico y también lo cultural.

APU: El nuevo gobierno debe irrumpir desde lo simbólico, cultural, económico para dejar de acercarnos como sociedad a los gobiernos de derecha. ¿Por qué cree que la derecha está tan presente hoy?

HG: Hay una derecha salvaje. Lo podemos ver en los editoriales del diario La Nación, no en todo el diario, sino en sus editoriales. O en programas de televisión, algunos que parecen de entretenimiento o de almuerzos, son la derecha argentina fuerte. Esto supone una tarea cultural importante, es decir lo que no es derecha tampoco es definible necesariamente de izquierda, sino como una nueva cultura de lo humano, como autogeneración de un campo de novedades. Por comodidad podríamos llamarlo “izquierda social y cultural”, y tiene que tener una gran capacidad de tomar herencia, no de la derecha económica a la que hay que desplazar.

Esto significa la política como estudio y no como estudio en gabinete cerrado sino en medio de las grandes movilizaciones. Yo creo en la calle. El gobierno es una forma de comprimir en leyes, dictámenes, en discusiones reservadas todo lo que se expresa en la calle. Considero que el próximo gobierno debe ser un gobierno de acción inmediata y urgente pero también de mucha meditación en caliente. Por más programa que hagan los equipos técnicos, lo que sucede en la calle va mucho más allá de lo técnico. Para ejercer el poder tenés que tener algo de anarquista. Cristina tiene algo de eso. Alberto Fernández continuamente dice “soy hijo de un juez, soy profesor universitario”. Tiene la vestimenta del viejo porteño, pero debería dejarse invadir por ese rasgo de anarquismo que tienen todas las formas del poder.

APU: ¿Igualmente es optimista en relación al nuevo gobierno?

HG: Sí, por supuesto. Con respecto al nuevo gobierno soy lo más optimista que puedo ser. Primero porque nos saca de esta salvajada que hicieron en lo económico y en lo espiritual. Gente que hace retiros espirituales, pero no sabe qué es eso del espíritu. Gente que pregona la religión de la meritocracia sin contemplar el daño que hacen a millones de personas.

APU: Pero no aprendimos de la historia reciente. Venimos de la experiencia del menemismo, del delarruísmo y accedimos a Macri, ¿por qué?

HG: Un momento de debilidad del pueblo argentino y de estupidez también, que todavía persiste un poco en los que lo apoyan siendo dañados por eso. Es que el alma humana es difícil y a veces apoya a quien te hace daños. El macrismo cultivó ese gusto masoquista y lo convirtió en política. Igual está decreciendo en las discusiones que escuchás en la ciudad. En un taxi, por ejemplo, esas pequeñas cárceles, se puede hablar un poco más tranquilo, si le decís algo al taxista y por ahí no salió todavía de su encierro masoquista, por lo menos se queda callado pensando.

 

 

APU: ¿Por qué cree que perdió Daniel Scioli?

HG: Hay razones políticas inmediatas. Quien aceptó que sea candidato no lo apoyó literalmente. Eso es una evidencia. Después, él no era un gran candidato. Su relación con la prensa era mala, si lo comparás con Fernández, este es un gran polemista y un político tiene que ser un gran polemista. Scioli no lo era. Y después compartía en gran medida el mundo de Macri. Se puede decir que establecía una diferencia clara: que Scioli venia del peronismo, que sé yo. Pero podríamos decir que había una trama de peronismo silencioso dentro del macrismo y un macrismo silencioso dentro del peronismo.

Ahora hay que desanudar esa trama. Y Fernández creo que está en condiciones de hacerla. Sobre todo, porque está Cristina Fernández incluida en este proyecto de desanudar esa trama argentina. En este sentido, ella no puede ser una mera vicepresidenta y tampoco puede tomar decisiones que debe tomar el presidente. Entonces ese campo está por ser diseñado. Ella no puede ser una mera vicepresidenta porque fue ella quien abrió paso a esta nueva etapa. Esto no lo puede ignorar ningún político, sobre todo no lo puede ignorar Alberto Fernández. Hay un primer lugar que le corresponde a Alberto Fernández, pero antes hay un primer lugar que le corresponde a ella por abrir esta posibilidad.

Ella ocupa como dos lugares: el primero es simbólico y el segundo táctico-político. Cualquier cosa que haga es mucho más que lo que podría hacer una vicepresidenta. La figura de Cristina es un suplemento y debe ser complementario a la figura de Alberto Fernández, pensando cosas nuevas respecto a lo que él es: profesor de derecho penal, moderado, un personaje de gabinete, un conservador progresista. Todo esto va a tener que ser repensado en función del equipo que formaron, porque si no, no va a funcionar eso. Lo primero que hay que evitar en esta alianza es el universo de las conspiraciones internas.

APU: Esto es inédito en la política argentina.

HG: Sí, es inédito y puede salir mal. Por eso hay que cuidarlo a Alberto Fernández. Pero el cuidarlo es un tema, porque no puede ser que la gente no hable o no esté en la calle. Pero es cierto también que hacer una mala manifestación hoy, a pocos días de la decisión fundamental, sería muy irresponsable. Por eso hay que trabajar con todas las fuerzas sociales, que en la Argentina son muchísimas, y también las fuerzas empresariales, para desalojar este fallido humano que fue el macrismo.

Fuente: http://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/horacio-gonzalez

Cooke como hecho maldito del peronismo burgués (Recordar, Repetir, Reelaborar) // Mariano Pacheco

Hace 40 años moría John William Cooke, producto de un cáncer de pulmón.

¿Qué sentido tiene recordarlo hoy, cuando nuestras funciones de respiración se ven alteradas no por una enfermedad biológica de nuestro cuerpo sino por lo asfixiante que se torna el saludable momento que atraviesa –que sigue atravesando más bien, deberíamos decir– el cuerpo social? El “realismo capitalista” (como designó el pensador británico Mark Fisher a este sentimiento de que el capitalismo se presente sin fisuras como el único horizonte de posibilidades) está a la orden del día, en Argentina, en Nuestra América y en el mundo entero.

Cooke (el Bebe Cooke; el Gordo Cooke) puede aparecer como una pieza de museo, o más bien como un personaje simpático de una serie de Nettflix (no faltará quien tal vez lo confunda con un personaje de “Paeky Blinders”). Recordar, repetir, reelaborar.

Cooke, lector de Sartre. El joven diputado del peronismo histórico que argumenta como ninguno; el agitador de la resistencia peronista; el preso político y el delegado de Juan Domingo Perón en territorio nacional tras el exilio del líder (incluso, por única vez, el sucesor del General nombrado por él mismo). El Bebe, impulsor de una temprana tendencia revolucionaria del peronismo. El Gordo, hombre de confianza de Ernesto Guevara en Cuba, miliciano en defensa de la Isla contra la invasión imperialista. Cooke, quien muere horas antes de que cayeran en manos de la policía los integrantes de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) que habían instalado un destacamento de guerrilla rural en Taco Ralo (Tucumán). John William Cooke, el dirigente que supo afirmar que en Argentina los comunistas eran los peronistas, y que el peronismo era el hecho maldito del país burgués hoy se nos presenta, él mismo, como el hecho maldito de un peronismo burgués que –al menos en términos orgánicos– no parece estar dispuesto a ir más allá de una gestión progresista del capital, vía democracia parlamentaria.

Cooke –como supo destacar mi amigo y compañero Miguel Mazzeo– fue un hereje de dos iglesias: la peronista y la de izquierda. Es decir, fue un enemigo declarado de los dogmatismos, y supo habitar las tensiones y la incomodidad de dicha situación.

Aunque de nuevo surge la duda: ¿qué sentido tiene recordarlo hoy?

Quizá para que la invención de las nuevas generaciones no prescinda de una conversación con una determinada herencia, una experiencia del ayer que puede funcionar no como mandato sino como una inspiración para el hoy.

Tal vez –como hemos dicho en más de una oportunidad haciéndonos eco de una reminiscencia benjaminiana– para seguir tejiendo ese secreto compromiso de encuentro entre las generaciones del pasado, y la nuestra.

Revisitando papeles de archivo

Hoy quiera rescatar a un Cooke menos conocido que el que suele circular. El que en 1965 publica, a pedido del Comité Editorial de la revista La Rosa Blindada (luego también editorial, fundada y dirigida por José Luis Manghieri) un texto titulado “Bases para una política cultural revolucionaria”, en el que realiza una aguda lectura de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de Karl Marx.

Cooke no sólo demuestra en este texto ser un lector atento de los clásicos marxistas (empezando por el propio Marx), sino también estar al tanto de los debates marxistas en los distintos tramos de su historia. En tal sentido, basta ver las referencias a Lefebvre o las “notas bibliográficas” no especificadas pero que dan cuenta del manejo que tiene, ejemplificado en la mención que hace de la primera traducción española de los Manuscritos (tomada de la traducción francesa del original alemán).

El Gordo sostiene en este texto que las claves de la acción cultural hay que buscarlas en dos niveles diferentes. Y especifica: por un lado, la teoría general del socialismo; por otro lado, en la correcta interpretación de lo concreto-nacional. Y sale, después de dicha aclaración, al cruce de la “ortodoxia”. Dice Cooke que, por el dogmatismo, el marxismo no se ha permitido situar en su debido lugar al concepto de alienación en Marx, que denuncia el “carácter alienado y alienante de la sociedad burguesa, en la cual tratamos de dirigir la actividad revolucionaria”. Y tras repasar con brillante precisión y claridad el capítulo del “Trabajo enajenado” (alienación del obrero en el producto de su trabajo; alienación en el acto mismo de producción y alienación respecto de sí) recuerda que es bajo la forma política de la liquidación de la condición asalariada que la sociedad en su conjunto podrá implicarse en una dinámica de libertad.

Tal como ya había hecho Milcíades Peña en su Curso de 1958 de “Introducción al Pensamiento de Karl Marx”, también Cooke plantea la necesidad de leer los Manuscritos en serie con El Capital. Recordemos que son los años de auge del estructuralismo y de difusión del “corte epistemológico” promovido por Louis Althusser en su lectura que separa un joven Marx (aún no marxista) y un Marx maduro (científico, plenamente marxista). El frente de batalla teórico se presenta entonces en dos direcciones: contra las interpretaciones hegemónicas en Europa y contra los efectos del stalinismo en la línea soviética para el movimiento comunista internacional. “La relación entre sacrificios gigantescos que demandaba la supervivencia de la Unión Soviética cercada y el objetivo final de lograr la libertad humana quedó olvidada, relegada, reducida a algunas ofrendas retóricas del florilegio formalista”, escribe Cooke.

Meses después, en el mismo medio, León Rozitchner publicará “La izquierda sin sujeto”, en la que discute entre líneas con el texto del Bebe. Los frentes de batalla se multiplican, y no sólo en el terreno de la teoría. Guevara ya ha publicado su texto titulado “El socialismo y el hombre en Cuba”, en donde pone contra las cuerdas las formas de subjetividad que quedan atadas a la forma-mercancía más allá del cambio del régimen político y faltan apenas dos años para que lance su “Mensaje a los pueblos del mundo” a través de la Tricontinental, antes de dirigirse a poner en pie la guerrilla en Bolivia y morir asesinado por la CÍA en el mismo momento en que pretendía llevar adelante su mensaje de crear muchos Vietnam empezando por el Cono Sur de Latinoamérica.

¿Qué rol podían o no jugar los movimientos nacional-populares en una estrategia general de cambio social a escala nacional e internacional? ¿Qué límites encontraba el socialismo como transición? ¿Qué contribuciones podían generar los aportes teóricos y no sólo el avance de las luchas de los pueblos? Preguntas que entonces no quedaron en manos de intelectuales que desde su torremarfilismo desplegaban sus elucubraciones sino que fueron parte de los debates que las militancias  y, como parte de ellas, una determinada cantidad de intelectuales críticos, intentaron dar por distintos medios para hacer carne aquello sentenciado por Lenin. A saber: que sin teoría revolucionaria no proceso revolucionario. O para decirlo con un argentinismo esgrimido por León: que cuando el pueblo no lucha la filosofía no piensa, pero –podríamos agregar– cuando los pueblos luchan y las filosofías no piensan estamos frente a una incoherencia si se quiere seguir posicionado en la barricada del pensamiento crítico.

“Criticar teóricamente/revolucionar prácticamente!, tal como supo escribir Marx en sus Tesis sobre Feuerbach. Algo que el Gordo Cooke, como tantos en aquellos años, hicieron carne a través de su praxis revolucionaria.

 

* #LibrosyAlpargatas: reseñas de un escritor cabeza, columna radial en La luna con gatillo (jueves de 19 a 21 horas por Radio Eterogenia: www.eterogenia.com.ar)

El marxismo plebeyo de John W. Cooke // Diego Sztulwark

A Manuel, el Negro Molina

 

 El verdadero oximorón de nuestros días es el peronismo de base

Miguel Mazzo

 

La primera vez que escuché hablar de John William Cooke fue a través de dos personas que lo conocieron bien: Eduardo Luis Duhalde y Manuel “el Negro” Molina. Duhalde,  compilador de su Obra Completa en cinco tomos,[1] hablaba de “el Bebe” en charlas de “formación” en un local de la calle Perón, a fines de los años ochenta. Lo ubicaba como figura contrapuesta a Juan José Hernández Arregui; ambos representaban dos modos opuestos de cruzar marxismo y peronismo. El Negro, en cambio, hablaba en voz baja y en charlas de uno a uno.

 

El Negro, procedente de Mendoza, llegó a Buenos Aires a fines del primer peronismo. Una tarde de 1955, una requisa militar hizo bajar por la fuerza a un contingente de trabajadores que viajaba en colectivo por la zona de Plaza de Mayo, y el Negro se vio arrastrado a lo que sería su bautismo de fuego en la resistencia, rompiendo veredas y apedreando uniformados en defensa de Perón. Luego fue dirigente sindical de los barraqueros, en Avellaneda (donde Herminio Iglesias era su chofer y juntos salían a tirar “miguelitos”), y apoyó activamente la campaña de Andrés Framini como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, en 1962. Mucho más adelante, participó en la fundación de SUTEBA (fue compañero de Mary Sánchez) y fue próximo al ignoto grupo Proa (Partido Revolucionario de los Obreros Argentinos).[2] Cooke aparecía siempre en sus conversaciones de los años noventa. El Negro estaba horneado en ese peronismo obrero referenciado en Amado Olmos y en un marxismo antiimperialista fuertemente moldeado por la Revolución Cubana. Él había sido parte de un grupo de trabajadores seleccionados por el propio Cooke para recibir formación política. Pablo Levin –varias décadas más tarde inspirador de Axel Kicillof– le daba clases sobre El Capital. Bajo el hechizo de las narraciones del Negro, no quedaba otra que sumergirse en la lectura atenta de los libros de Cooke y maravillarse con su escritura. El Negro siguió en contacto con los compañeros y compañeras de la ARP (Acción Revolucionaria Peronista), la organización fundada por Cooke a su vuelta de Cuba, hasta el final de sus días.

 

Durante la segunda mitad de la década de los noventa y como parte de la irrupción de los llamados “movimientos sociales”, comenzaron a circular numeroso trabajos sobre Cooke (recuerdo sobre todo los libros de Richard Gillespie, John W. Cooke. El peronismo alternativo;[3] de Norberto Galasso, Cooke, de Perón al Che;[4] y las páginas de Resistencia e integración de Daniel James[5]). Cooke era parte del debate militante universitario y de las organizaciones sociales. Manuel Gaggero, que lo había conocido bien, hablaba de él en las Cátedras Che Guevara, en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Cooke impresionaba por el uso diestro del lenguaje, certero y literario, por su radicalidad política, sus tensiones con Perón y su amistad con el Che; también por la complejidad de su dialéctica en la que la lucha de clases era concebida como una contradicción entre peronismo y antiperonismo y, simultáneamente, como un antagonismo interno en el propio peronismo. Pero por sobre todas las cosas, cautivaba su tentativa de ligar teoría y práctica política en un mismo movimiento, un marxismo plebeyo (el célebre “hecho maldito del país burgués”) con eje en la experiencia concreta de la radicalización obrera de la época de la resistencia. Años más tarde, ya en medio del conflicto por la 125, Horacio González –siempre interesado por Cooke, y autor de un artículo mítico sobre la correspondencia con Perón publicado en la revista Unidos– le preguntó por Cooke al ex presidente Néstor Kirchner, en el transcurso de una de las asambleas de Carta Abierta, en la Biblioteca Nacional. ¿Era viable ese engarce entre cookismo y kirchnerismo? Otro que hablaba de Cooke era León Rozitchner: habían sido amigos en La Habana y polemizaron sobre peronismo y revolución en la revista La Rosa Blindada.[6]

 

En paralelo a estos recuerdos, el nombre de Cooke siempre estuvo en boca de Miguel Mazzeo: desde su militancia en el grupo Retruco y en el activismo universitario en La Mariátegui, hasta su participación en el Movimiento de Desocupados de la Zona Sur del conurbano y luego en el Frente Popular Darío Santillán, Mazzeo no dejó nunca de investigar y publicar sobre Cooke. Su libro El hereje, apuntes sobre John William Cooke[7] no es una tesis académica sino el resultado de una prolongada pasión intelectual y vital. Se trata de una biografía política y de una toma de partido en el campo de las ideas, de una investigación histórica y de una fuerte afirmación en las discusiones recientes sobre peronismo y revolución (subtítulo del libro Sublunar, de otro historiador de la UBA de la misma generación, Javier Trímboli[8]). Además del repaso sistemático y al detalle de los textos de Cooke en El hereje, Mazzeo realiza una serie de afirmaciones que permiten apreciar la calidad e incluso la vigencia de Cooke como pensador político argentino. Enumero algunas:

 

  1. Los planteos de Cooke no se adecúan a los planteos de la izquierda peronista que asumió como opción al kirchnerismo, ni a las teorías populistas a la Laclau.[9] Mientras que Cooke concibió la transformación social con la dinámica de radicalización popular, las teorías populistas identifican el cambio político con el control del Estado. El peronismo, al que el Bebe le reclamaba las tareas propias de un frente de liberación nacional y social, quedó reducido a un movimiento de regulación de la lucha de clases y, en versiones más progresistas –dice Mazzeo– a gestionar del modo más inclusivo posible los ciclos del capital.

 

  1. La práctica política de Cooke fue la de una pedagogía múltiple y dinámica, explicaba el peronismo a la izquierda y la izquierda al peronismo, y argumentaba ante el propio Perón sobre la necesidad de una palabra suya que autorizara a quienes como él sostenían posiciones socialistas. Esta pedagogía combinaba una fina percepción de la realidad argentina –y del peronismo– como una pluralidad en estado de desfasaje entre las palabras y las cosas, junto a una pasión intelectual por traducir fenómenos difíciles de armonizar en una estrategia revolucionaria (radicalidad obrera, burocracia sindical, ambigüedad entre el carácter encarnado y mítico del liderazgo). Para Cooke –no olvidemos que su muerte ocurrió en 1968–, el peronismo estaba recorrido por una tensión constitutiva que lo volvía incompatible objetivamente (radicalización obrera) y compatible subjetivamente (influencia de la burocracia) con el capitalismo. Se trataba, por lo tanto, de orientar esa subjetividad hacia la revolución (lucha de clases dentro del peronismo).

 

  1. El propio Cooke fue tomado por este proceso de radicalización plebeya que arrasaba el país y el continente. En una carta de 1961, le explica a Perón que en la Argentina “los comunistas somos nosotros”, los peronistas; cinco años más tarde, el mítico “delegado de Perón” sustituiría la conducción estratégica del general por la del Che Guevara (sin que quepa reducir este mix cookeano armado de guevarismo y peronismo a ninguna estrategia de tipo foquista).

 

  1. Si hubo algo así como un “cookismo” –y hasta un “walshismo” –, dice Mazzeo, resultaría completamente incomprendido sin reparar en el “grupo Avellaneda”, referenciado en Domingo Blajaquis y Raymundo Villaflor, emergentes de una cultura obrera autodidacta y politizada, que hacía su propia traducción plebeya del marxismo y que elaboró las premisas del alternativismo expresado por las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y el Peronismo de Base. Cooke converge con el grupo Avellaneda en la comprensión del peronismo como territorio de disputa entre autonomización y subordinación de contingentes obreros a la influencia de la burocracia –sindical, intelectual y política– que hizo del peronismo un fenómeno de contención de un amenazante movimiento obrero.

 

  1. Las aporías de Cooke se plantearon sobre todo con relación a los dobles de Perón: el Perón de carne hueso (cada vez más alineado con los valores occidentales) y el Perón mítico (invocado por todas las fracciones del movimiento). ¿Cuál de ellos podía ser utilizado a favor de la revolución? ¿Cuál de ellos la frenaba? Mientras que el lenguaje político de Perón era oscilante e “incierto” (finalmente decantó en posiciones abiertamente contrarrevolucionarias), el de Cooke era preciso y buscaba las definiciones que el general evitaba; mientras que la concepción de la política de Perón estaba dentro de los marcos del equilibrio y de la contención, la de Cooke era la del desborde y la ruptura.

 

  1. Si algo enseña la lectura de la lucha de clases en la Argentina de Cooke es a distinguir plebeyismo de populismo. El peronismo supo contener -sobre todo luego del 55, fecha a partir de la cual Cooke da por agotado el programa del 45- dos vertientes antagónicas de lo nacional-popular: una resistencia obrera antiimperialista en constante radicalización, y un sistema de liderazgos estratégicos conservadores, incapaces de ir más allá del horizonte burgués marcado por la intervención del Estado en la regulación del conflicto. Si el plebeyismo es un movimiento de descodificación y ruptura con el mando del capital, el populismo –lo nacional y popular desde arriba– es una praxis de imitación de captura de lo plebeyo y de imitación de lo popular desde abajo. El peronismo, dice Mazzeo, subsiste como fenómeno de simulación.

 

  1. Cooke se hizo marxista de adulto y fue un gran lector del Marx de la alienación y de Lukács. No fue leninista sino un crítico del centralismo y del elitismo de la vanguardia, más próximo a un luxemburguismo de la autodeterminación popular. Sí fue un prematuro gramsciano que concibió al intelectual como organizador de la hegemonía de las clases subalternas. Mazzeo no deja de señalar con razón que Cooke fue injustamente ignorado por los estudiosos del gramscismo en la Argentina, mayormente reformistas y populistas

 

Sobre el final del libro, los apuntes de Mazzeo trazan un perfil –los rudimentos de una biografía– de la compañera de Cooke, Alicia Eguren, una figura tan fascinante como eludida por buena parte de las militancias, y relata una triste escena ocurrida en 2014, en ocasión de la ceremonia durante la que se arrojaron las cenizas de Cooke en el Río de la Plata, con presencias del establishment peronista. Una cita de Horacio González le sirve para sintetizar un sentimiento: “Toda la política argentina media frente a Cooke muestra su carácter incompleto y desdichado”. El libro se abre con un prólogo de Guillermo Cieza y cierra con un epílogo a cargo de Mariano Pacheco: un modo de enlazar al menos tres generaciones en el interés por la singular figura de este  “Trotsky del peronismo”. El cookismo histórico que Mazzeo nos presenta en su articulación política puede valer, ante todo, como introducción a una comprensión actual de lo “plebeyo” como conjunto de desacatos al mando neoliberal y al paternalismo populista.

 

 

[1] Eduardo Luis Duhalde (comp.), Obras Completas de John W. Cooke (5 tomos), Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2007-2011.

[2] De Proa, organización clandestina que funcionó entre 1974 y 1977, sólo supe de oídas por Duhalde, Molina y otros amigos. Disponemos de la investigación de Gabriel Rot: Itinerarios revolucionarios, Eduardo L. Duhalde/Haroldo Logiurato. De la resistencia peronista  al Partido Revolucionario de los Argentinos, La campana de palo, Buenos Aires, 2016.

[3] Richard Gillespie, John William Cooke. El peronismo alternativo, Buenos Aires, Cántaro Ediciones, 1989.

[4] Norberto Galasso, Cooke, de Perón al Che. Una biografía política, Buenos Aires, Editorial Nuevos Tiempos, 1997.

[5] James, Daniel, Resistencia e integración: El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976, 2ª ed., Buenos Aires, Siglo Veintuno,Editores, 2010.

[6] En la compilación que hizo de la revista –La Rosa Blindada, una pasión de los ’60. Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1998- Néstor Kohan reproduce un fragmento de una entrevista con León Rozitchner en la que este último le cuenta sus conversaciones con Cooke en La Habana sobre Perón: “Él era muy crítico de Perón. Me mostró las cartas, tenía copia de todo. Lo único que no podía hacer, para seguir siendo peronista, era revelar la verdad y decir públicamente que Perón era un cabrón (…). Yo le planteé mis críticas en Cuba y él me reconocía que Perón era un hijo de puta pero que había que pincharlo al viejo para ver si podía inscribirlo en un campo determinado, diferente, de izquierda, y no de derecha. Y no fue viable porque Perón era de derecha. El punto ciego, no sólo de Cooke sino de toda la izquierda peronista, era que lo que decía no podía escribirlo y publicarlo”.

[7] Miguel Mazzeo, El Hereje, apuntes sobre John William Cooke, Buenos Airesel colectivo, 2016.

[8] Javier Trímboli, Sublunar. Entre el kirchnerismo y la revolución, Buenos Aires, Cuarenta Ríos, 2017.

[9] El populismo es, para Mazzeo, “una estrategia para diluir los contenidos populares más radicales en una totalidad que los incluye pero que los subordina a través de significantes flexibles”, una “estrategia de regulación de la lucha de clases” y un juego de “polarización social limitada y controlada”.

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