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La crítica de los gobernados [1] // Diego Sztulwark

Imaginemos un tipo nuevo de periodismo que no nos cuenta “lo que pasa”, sino que se ocupa de trazar la línea de actualidad de lo que somos: ningún episodio sería a priori banal o trascendente, sino que se situaría como síntoma de aquello que actúa sobre nosotros en el presente. Cada novedad para este periodismo estaría atravesada por una exigencia narrativa muy particular: explicar qué es lo que estamos dejando de ser y en qué nos estamos transformando. Esta idea de un periodismo filosófico aparece ¿Qué es la crítica? de Michel Foucault, un libro recientemente publicado en castellano. Allí se sostiene la tesis según la cual el trazado de la actualidad consiste en la activación de una voluntad política de quienes no quieren ser gobernados “pastoralmente”. La actualidad no sería entonces cuestión de consumo de información sino de disposición a trazar la línea de demarcación, de actitud crítica.

Lejos de un periodismo especializado en cuestiones de filosofía, lo que podemos imaginar leyendo a Foucault es un ademán filosófico propio de quienes buscan una libertad respecto del presente. Un gesto de conexión con aquello que, hoy en día, implica desplazamientos, transformaciones. Este tipo de nuevo periodismo asumiría la tarea de dotarse de herramientas intelectuales –pero también de los estados afectivos- para comprender y adentrarse en aquello está variando en el presente. En otras palabras, se trata de preguntarse qué es lo que tiembla, se agrieta y se diferencia por debajo de la espesa capa de cohesión y permanencia que Peter Sloterdijk estudió como stress colectivo provocado por los medios masivos de comunicación.

Mezcla de artista, analista y periodista, la comunicación crítica supone un nosotrxs en transición, entre fuerzas ellas mismas en conflicto. Foucault empleaba la formula “ontología de lo que somos” que parte de distinguir cuidadosamente la actualidad como presente (periodismo convencional) de  la actualidad como mutación. En Foucault, esta comunicación crítica logra pensar de otro modo sólo porque logra sentir de otra forma. La figura de la investigación “crítica” que de todo esto se desprende –seguimos imaginando-, que es capaz de esta doble mutación (intelectual y sensible), sería aquella capaz de articular el trabajo de archivo según las exigencias de esos catalizadores de transformación que son las luchas colectivas.

Pensar de otro modo y sentir de otra forma son consignas potentes que bien vistas tal vez supongan un tipo de actividad específica, y hasta de una relativa pasividad: para registrar las variaciones de lo que se ve y lo que se dice; para mapear relaciones de fuerza y elaborar nuestras estrategias. La actualidad, en ese sentido, se impone y se sufre. No hay transformación para quien no es capaz de padecer. 

Según Deleuze, la noción de dispositivo en Foucault está concebida como una combinación de líneas heterogéneas. Se trata de, al menos, cuatro: las líneas del “saber” (línea de lo visible, línea de lo enunciable -se trata de “formas”-), líneas de “poder” (se trata de fuerzas, que sólo pueden ser pensadas) y líneas de pliegue o de subjetivación (problemática ética), que van más allá del dispositivo en cuestión. Este más allá del dispositivo (esas resistencias que surgen dentro del dispositivo y van más allá de él) adquieren en el lenguaje de Deleuze el sentido de una “fuga” o “desterritorialización”.  La actualidad de la que venimos hablando remite, precisamente, a estos modos de fugar. Y así como cada línea pasa por todos los puntos –de modo que no hay afuera del saber ni del poder- las líneas de fuga los arrastran –si pueden- hacia zonas desconocidas. 

 

Fuga o desborde, la problemática de la actualidad en Foucault viene asociada a la constitución de una voluntad de no-obediencia (plebeya, anónima). La crítica lo es siempre respecto de las relaciones de fuerzas que en un momento constituyen un cierto presente. Y lo cierto es que Foucault fue uno de quienes mejor diagnosticaron el presente como neoliberalismo: una estrategia de individuación que liga las técnicas del placer y de ascesis (de auto-transformación) a las exigencias dominantes de lo que llamamos mercados. Reconocemos este estado de cosas, en el orden de la comunicación y de la postulación de una cierta temporalidad –un presente plano, un futuro promesa– en la pretensión de sometimiento que consiste en afirmar lo siguiente: la actualidad es neoliberal. 

Esta formula –la “actualidad es neoliberal”- es tan cierta como poco verdadera (si por verdad asumimos la línea de demarcación de lo que se transforma o fuga). El problema de un “nuevo periodismo” que tome sus premisas de lo que muta, con aquello que es capaz de existir mas allá de las líneas de saber-poder que regulan el presente, conecta con el segundo de los grandes temas de ¿Qué es la critica?: la cuestión del pastorado.

El neoliberalismo es el pastorado de nuestro tiempo. Si en el último período de su vida, Foucault reivindica una potencia especifica de los “gobernados” –aquellos sometidos al poder pastoral- es porque cree posible detectar en la pregunta ¿cómo queremos ser gobernados? la formación de una voluntad de no querer ser gobernados pastoralmente. Los gobernados en tanto que tales, sin deseo de convertirse en gobernantes, tan sólo como a partir de rechazar el ser gobernados pastoralmente, tendrían una palabra específica, capaz de romper la dialéctica del gobierno y de ir más allá de lo que la racionalidad del gobernante por sí sola establece. 

Para presentar esta particular capacidad de toma de la palabra del gobernado Foucault acude al término “coraje”, acto de valor específico que consiste en atreverse a decir una verdad que el gobernante no es -en principio- capaz de escuchar. Esto en Foucault recibe el nombre de parresía (el coraje de decir la verdad). En otras palabras, son las luchas de los gobernados las que informan sobre qué estamos dejando de ser y en qué devenir estamos entrando. Son ellas las que determinan la actualidad. Se trata de un tipo de discurso ante el poder, de una practica que desplaza al gobernado de toda sumisión. La parresía se funda un lugar de subjetivación y de resistencia específica al interior del dispositivo neoliberal de gobierno.

La figura ética y política de la parresía resulta atractiva, entonces, en la medida en que no quede restringida a una reducción académica de la política de la filosofía y nos brinde en términos prácticos -como lo recuerda Sandro Chignola en Foucault mas allá de Foucault– criterios de elucidación de la actualidad de los contrapoderes acordes con una imagen teórica post-soberana, en la que ya no se trata de cortarle la cabeza al rey, sino de desactivar un funcionamiento de la verdad pastoral determinado.

Es evidente que la relación entre periodismo, actualidad y crítica es crucial para definir la práctica de la democracia que, desde el punto de vista de los gobernantes, tiende a ser cada vez más definida a partir de una retórica del respeto de las instituciones, y, desde el ángulo de los gobernados, como una dinámica de creación de instituciones de una naturaleza nueva (un nuevo periodismo, por ejemplo).

En los textos de Foucault no encontramos una celebración de la novedad, sino una analítica de las discontinuidades. Se trata de una analítica extramoral atenta a los peligros inherentes a todas las formaciones colectivas de deseos insuficientemente problematizadas. La crítica no se confunde con la objeción: ya no se trata de un fenómeno de gusto o de opinión, sino de mutación. La crítica, en Foucault como en Marx, se resuelve como crítica practica. 

[1] Este texto es la reescritura de una reseña del encuentro que mantuvimos el jueves 23 de agosto de 2018 en el grupo de estudio Cartografías Micropolíticas.

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