Anarquía Coronada

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Otras imágenes del poder // Diego Singer

La potencia de la filosofía está indisolublemente ligada a su exterioridad. A aquello que irrumpe en su tradición discursiva para abrirla a problemas que atraviesan la materialidad de nuestra existencia. Y al modo en que los conceptos filosóficos permiten comprender y actuar la vida de otras formas. Componer en el mundo y no simplemente en el claustro implica también poder hacer un uso profano de la historia de la filosofía. Despreocuparse un poco de la precisión interpretativa propia de los especialistas para privilegiar la capacidad de torsión que la filosofía puede generar en otros territorios.

En este sentido, la nota de opinión “Nietzsche, Spinoza y la recomposición del movimiento” que publicó recientemente Juan Grabois es más que bienvenida porque invita a ampliar la imaginación política y utiliza conceptos filosóficos para hacer preguntas en torno a los modos que permiten hacer comunidad y organizar las fuerzas.

Antes de exponer los conceptos de Nietzsche y de Spinoza, Grabois afirma que “cualquier filósofo profesional” podría demoler su presentación. Hay que decirlo, quienes enseñamos filosofía o nos dedicamos a leer con atención a ciertos autores, tenemos a menudo la tentación de corregir o amonestar a quienes hacen usos “inadecuados” de tales o cuales conceptos. Pero justamente Nietzsche y Spinoza tienen en común el haber señalado esta posición sacerdotal que ocupa aquel que pretende mediar entre una pretendida verdad absoluta y el mundo profano. El pedagogo/especialista que reconduce una y otra vez a una interpretación única oficia como sacerdote y, en términos spinozianos, nos entristece al impedirnos experimentar y leer de otras maneras.

La pregunta que me interesa entonces no es cuán fiel fue Juan Grabois en su nota al concepto de “voluntad de poder” en Nietzsche o al “conatus” spinoziano. Lo que quiero pensar y poner en conversación, fundamentalmente en conversación política, son los alcances y las consecuencias del uso que hace de estos conceptos y explorar al mismo tiempo la necesidad de ampliarlos.

Pues bien, la nota de Grabois gira en torno a una propuesta formulada en el comienzo: “menos Nietzsche y más Spinoza”. Esta elección ético-política se fundamenta a partir de una interpretación diferencial respecto de cómo ambos conciben, respectivamente, el poder y la potencia: “mientras la voluntad de poder se reafirma sobre otro, la potencia puede aumentar o disminuir en contacto con el otro”.

Así, la figura de Nietzsche quedaría asociada al ejercicio de un tipo de poder que se impone a los otros (individuos, clases, pueblos) abusando de su debilidad y por ese motivo Grabois afirma que “suficiente de esa pulsión oligárquica y bestial tenemos con la derecha deshumanizada”. Spinoza, por el contrario, con su concepto de “conatus” como capacidad de obrar, permitiría pensar la composición de tal manera que los encuentros de las partes aumenten su potencia, en lugar de que una simplemente destruya o esclavice a la otra.

Esta interpretación comparada de Nietzsche y Spinoza tiende en ocasiones a tornarse en un juicio moral sobre sus posiciones. En el caso de la nota de Grabois el giro es explícito: si bien comienza advirtiendo sobre el facilismo que implicaría una condena moral de la voluntad de poder nietzscheana, termina asociando este tipo de poder al “mal” y afirma que “así como el mal tiende a expandirse, el bien también lo hace. Más allá del bien y del mal… no hay nada.” Reinstaura así la posibilidad del bien del lado de la potencia Spinoza y la necesidad del mal en la voluntad de poder nietzscheano. Insisto, más allá de esta nota de opinión, es una lectura extendida y aceptada por muchos que el poder cuando se lo piensa en términos de mando-obediencia es intrínsecamente reprobable en términos morales.

Intentemos despejar ahora algunos posibles equívocos con el fin de ampliar la potencia de la filosofía para actuar en el entramado de nuestras encrucijadas éticas y políticas actuales.

Propongo, para comenzar, que no convalidemos la apropiación que la derecha reaccionaria hace de Nietzsche. No es conveniente entregar armas de ese calibre al adversario confirmando su pretensión de poner en ejercicio una voluntad de poder fuerte. No por salvaguardar el honor de la filosofía nietzscheana, sino para disputar una interpretación que es muy dañina. Esa imagen del poder se despliega en dos grandes tipos que, por supuesto, tienen mixturas y solapamientos varios.

En primer lugar, el poder se identifica con la figura del emprendedor neoliberal asociado al éxito económico, pero sobre todo a una serie de características propias de lo que se supone una “voluntad fuerte”: audacia, gusto por el riesgo, creatividad estratégica, perseverancia respecto a las metas, capacidad de liderazgo, resiliencia para superar las dificultades. En última instancia, es su ambición desmedida (su “voluntad de poder”) la que le permite “alcanzar lo imposible”, superar todas las adversidades e imponerse de modo heroico sobre los demás en un ambiente de competencia despiadada llamado “mercado”.

Una segunda imagen del poder está asociada con una figura neoconservadora: la ambición de mando no es aquí económica, implica directamente la defensa de una serie de valores “tradicionales” que se pretenden reinstaurar y volver dominantes evitando la contaminación o degeneración interna y combatiendo al enemigo externo. Así, la salvaguarda de la familia heterosexual burguesa con su centro en la fuerza viril del varón, una idea pura de los valores patrios, un integrismo religioso o racial se sintetizan en las fórmulas “Dios, patria y familia” o “Tradición, familia y propiedad”.

Esta última manera de imaginar y actuar el poder está más dispuesta a utilizar modos violentos, tanto verbales como físicos a la hora de imponerse. Permite liberar una crueldad que, en el caso de la figura del emprendedor neoliberal está más bien sublimada en la hiper-productividad. Pero tal como dijimos, y nuestro presente político-social pone en evidencia, estas dos figuras del poder pueden combinarse de muchas maneras. Proponiendo, por ejemplo, un híbrido ideal en el que el empresario exitoso y el hombre heterosexual hipermusculado libren la batalla por la defensa de los pretendidos valores de Occidente. No es de extrañar tampoco que ante esta idea de poder, los feminismos y las disidencias sexuales sean blanco directo de ataques y que se reinstaure una figura de la “degeneración” que puede ser tanto moral como “fiscal”.  

Ahora bien, este ideal del poder que comprende las relaciones de mando-obediencia como una forma de ambición personal capaz de las peores vilezas y tiranías para reafirmar su posición de mando y su identidad, no se condice de ningún modo con la idea de una “voluntad de poder” fuerte tal como Nietzsche la entiende. Al contrario, parece el sueño húmedo de la figura que denomina “último hombre” y que se corresponde con el debilitado sujeto burgués. Suponer que el poder fuerte actúa así, como un matoncito de barrio, como alguien que busca la crueldad directa sobre los otros o que quiere escalar posiciones, es claro síntoma de una debilidad de la voluntad de poder.

Lo que debemos poner en evidencia frente a esa imaginación es justamente su idea raquítica del poder, su incapacidad para articular otras relaciones de mando-obediencia. Y la filosofía nietzscheana provee para esta urgente tarea política las mejores herramientas. Veamos.

La obra quizás más importante y conocida de las que Nietzsche publicó en vida, Así habló Zaratustra, nos da una importante cantidad de pistas para pensarlo. Para distanciarse burlonamente de esa pretensión de mando, Nietzsche crea a Zaratustra con las características típicas de aquel sacerdote que “baja” con su mensaje para hablar al pueblo aunque, en este caso, se termina yendo sin discípulos. Ese “fracaso” no es síntoma de su debilidad, sino al contrario.

Si su intención hubiera sido mostrar que la vida sana y fuerte se realiza imponiendo las propias ideas a los demás, entonces el personaje principal que creó Nietzsche para esta obra debería haber sido un líder mesiánico que con su palabra o mediante la demostración de poderes sobrenaturales convence a un grupo de personas para que lo siga. Después de todo, este es el sueño tanto del emprendedor como del sacerdote: lograr disuadir a una audiencia de que posee una mercancía o una palabra sagrada de un valor tal que genere una relación de dependencia. Solamente una voluntad débil –hoy diríamos por caso un influencer- fantasea con hacerse de “seguidores”. Es la sobreabundancia de Zaratustra la que le permite, justamente, encontrarse con los otros sin generar lazos de servidumbre.

Todo el libro de Nietzsche tiene una preocupación que, en algún sentido, es muy cercana a la de Juan Grabois, ¿cómo componer de otras formas?, ¿cómo encontrarse con otros sin estar mediados por el resentimiento, la ambición de poder, la venganza? Para que eso sea posible es necesario dejar caer una idea del poder, lo que Zaratustra también llama “la hora del gran desprecio”. Para despreciar esa imagen que tenemos de lo que es “tener poder” justamente es necesaria una vida saludable, no para ejercer el poder en base a ese modelo idealizado.

El primer discurso de Zaratustra, con el título “Las tres transformaciones del espíritu” propone tres formas, tres configuraciones distintas que puede tomar la voluntad de poder. Todas ellas son fuertes en términos nietzscheanos. En ninguno de los casos se pone en evidencia “la reafirmación del propio poder en detrimento del poder de otros” como Grabois interpreta a Nietzsche.

La primera configuración de una voluntad de poder fuerte es la del camello. Es un animal que carga con valores que se le imponen. Se puede ser camello de los valores cristianos o de los capitalistas, pero el héroe es sobre todo una figura de obediencia, y su capacidad de mando si algo se ocupa de dominar es su propia soberbia. No es necesario haber leído a Byung-Chul Han para comprender que el sujeto neoliberal del rendimiento es un esclavo de sí mismo que obedece al mandato de capitalización contemporáneo. Se trata de un tipo de camello nietzscheano, versión siglo XXI.

El león, segunda configuración de la voluntad de poder fuerte, tampoco es una figura que quiera imponerse violentamente a los demás. Su potencia es emancipatoria, se libera de sacerdotes, dioses y valores trascendentes. Aquí la relación mando-obediencia tampoco es una invitación a subyugar a otros.

Por último, el niño, la configuración instintiva más fuerte de las tres y aquella a la que Nietzsche en última instancia nos invita, es la vida misma explorando sus potencias de modo inocente. Ningún tirano musculoso imponiendo sus formas de vida a otros o defendiendo violentamente identidades rancias, ningún camino de éxito empresarial. La voluntad de poder en su mayor afirmación es un niño jugando, “un santo decir sí”: un tipo de obediencia que es escucha generosa a los modos delicados e inaparentes mediante los que la vida compone y se afirma.  

Pensemos en términos colectivos. El camello es un pueblo ordenado por valores santos que no pone en discusión y que venera. El león, un pueblo que se emancipa de un valor sagrado que se le tornó asfixiante porque algo nuevo nace en él. El niño, un pueblo que experimenta composiciones nuevas a partir de la obediencia a sí mismo, una suerte de “mandar obedeciendo” como afirmó el zapatismo. En ninguno de los tres casos, las relaciones de mando y obediencia generan algo similar a un pueblo tiranizando a otro.

Nietzsche inclusive comparte con Grabois la afirmación de que las formas saludables de composición se ven arruinadas por las pequeñas rencillas, pasiones tristes y disputas egoístas y bajas propias de la pequeña política. Así dice Zaratustra:

“¡Ved, pues, a esos superfluos! Adquieren riquezas, y con ello se vuelven más pobres. Quieren poder y, en primer lugar, la palanqueta del poder, mucho dinero, – ¡esos insolventes! ¡Vedlos trepar, esos ágiles monos! Trepan unos por encima de otros, y así se arrastran al fango y a la profundidad. Todos quieren llegar al trono: su demencia consiste en creer -¡que la felicidad se asienta en el trono! Con frecuencia es el fango el que se asienta en el trono – y también a menudo el trono se asienta en el fango.”

Necesitamos de la potencia de la filosofía nietzscheana para emanciparnos de las interpretaciones débiles del poder que hoy se han vuelto dominantes. Y no solamente en el campo político adversario. Es nuestro deber no naturalizar estas imágenes del poder y poner en evidencia que se trata de síntomas de fuerzas extenuadas y desorientadas.

Aún más, es necesario ampliar la imaginación política y la experimentación para crear otras formas de mando-obediencia que no estén hechas a imagen y semejanza de ese ideal ya gastado, pero todavía efectivo. Suponer que simplemente vamos a evitar el mando y la obediencia es, en términos nietzscheanos, pretender evitar la vida misma.  

No se trata entonces de que la filosofía spinoziana sea moralmente buena y la nietzscheana mala. O de que el filósofo holandés busque el encuentro y la cooperación mientras el alemán es individualista y tiránico. De hecho, Spinoza habilita interpretaciones utilitaristas que serían impensables en Nietzsche. Así como al conatus spinoziano, que se esfuerza por seguir siendo lo que es, le resultaría inconcebible esta línea de la obra de Nietzsche: “¡Qué importas tú, Zaratustra! ¡Di tu palabra y hazte pedazos!”.  

Ambas son filosofías que ponen en evidencia el difícil trabajo que hay que hacer sobre sí para que las diferencias se compongan de modos virtuosos. Es verdad que Nietzsche es, de algún modo, más peligroso. Pero ese riesgo es vitalizante justamente porque se dirige a nuestros propios corazones.

Hay una sola pregunta que Zaratustra plantea y es si la vida está a la altura de sí misma. La condición para poder contestarla es correr el riesgo implicado en ella. La pregunta, la condición y la respuesta afirmativa son una y la misma.

Las metamorfosis de Nietzsche //Gilles Deleuze

El primer libro de Zaratustra comienza con el relato de tres metamorfosis: “Cómo el espíritu se convierte en camello, cómo el camello se convierte en león, y cómo el león, por fin, se convierte en niño”. El camello es el animal que carga: carga el peso de los valores establecidos, los fardos de la educación, de la moral y de la cultura. Los transporta hacia el desierto, y allí se transforma en león: el león quiebra las estatuas, pisotea los fardos, conduce la crítica de todos los valores establecidos. Finalmente corresponde al león convertirse en niño, es decir, en Juego y nuevo comienzo, creador de nuevos valores y de nuevos principios de evaluación.

Según Nietzsche, estas tres metamorfosis significan, entre otras cosas, momentos de su obra, y también estadios de su vida y su salud. Sin duda, los cortes son completamente relativos: el león está presente en el camello, el niño en el león; y en el niño está el desenlace trágico.

 

Federico Guillermo Nietzsche nació en 1844 en la casa parroquial de Röcken, una región de Turingia anexada a Prusia. Tanto del lado de la madre como del padre, la familia estaba compuesta por pastores luteranos. El padre, delicado y culto, él mismo pastor, muere en 1849 (reblandecimiento cerebral, encefalitis o apoplejía). Nietzsche se crío en Naumburg, en un entorno femenino, con su hermana menor Elisabeth. Es un niño prodigio; se conservan sus disertaciones, sus ensayos de composición musical. Hace sus estudios en Pforta, luego en Bonn y en Leipzig. Escoge la filología contra la teología. Pero la filosofía ya lo acosa con la imagen de Schopenhauer, pensador solitario, “pensador privado”. Los trabajos filológicos de Nietzsche (Teognis, Simónides, Diógenes Laercio) hacen que se lo nombre profesor de filología en Basilea en 1869.

Comienza la intimidad con Wagner, a quien había conocido en Leipzig, y que vivía en Tribschen, cerca de Lucerna. Como dice Nietzsche: entre los días más bellos de mi vida. Wagner tiene casi sesenta años; Cósima, apenas treinta. Cósima es la hija de Liszt y abandonó al músico Hans von Bülow por Wagner. En ocasiones, sus amigos la llamaban Ariadna, y sugieren las equivalencias Bülow-Teseo, Wagner-Dioniso. Nietzsche encuentra aquí un esquema afectivo, que es ya el suyo y del que se apropiará cada vez más. Los buenos días no carecen de alteraciones: a veces se tiene la desagradable impresión de que Wagner se sirve de Nietzsche, y le toma su propia concepción de lo trágico; otras veces la deliciosa impresión de que, con la ayuda de Cósima, él va a arrastrar a Wagner hacia verdades que este no habría descubierto por sí solo.

Su profesorado lo ha convertido en ciudadano suizo. Durante la guerra del 70 forma parte del servicio de ambulancias. Pierde allí sus últimos “fardos”: cierto nacionalismo, cierta simpatía por Bismarck y Prusia. Ya no puede soportar la identificación entra la cultura y el Estado, ni creer que la victoria de las armas sea un signo de cultura. Aparece su desprecio por Alemania, su incapacidad para vivir entre los alemanes. En Nietzsche, el abandono de las viejas creencias no constituye una crisis (lo que produce crisis o ruptura es más bien la inspiración, la revelación de una Idea nueva). Sus problemas no son de abandono. No tenemos razón alguna para sospechar de las declaraciones de Ecce Homo, cuando Nietzsche dice que, ya en materia religiosa y a pesar de la herencia, el ateísmo fue para él algo natural, instintivo. Pero Nietzsche se hunde en la soledad. En 1871, escribe El nacimiento de la tragedia, donde el verdadero Nietzsche se abre camino bajo las máscaras de Wagner y de Schopenhauer: el libro es mal acogido por los filólogos. Nietzsche se experimenta a sí mismo como el Intempestivo, y descubre la incompatibilidad entre el pensador privado y el profesor público. En la cuarta Consideración intempestiva, “Wagner en Bayreuth” (1875), las reservas sobre Wagner se vuelven explícitas. Y la inauguración de Bayreuth, la atmósfera de kermesse que encuentra allí, los cortejos oficiales, los discursos, la presencia del viejo emperador lo asquean. Sus amigos se asombran ante lo que parecen ser cambios de Nietzsche. Se interesa cada vez más en las ciencias positivas, en la física, en la biología, en la medicina. Su propia salud ha desaparecido; vive entre dolores de cabeza y de estómago, trastornos oculares, dificultades en el habla. Renuncia a enseñar. “La enfermedad me liberó lentamente: me ahorró toda ruptura, todo paso violento y escabroso… Me confirió el derecho de cambiar radicalmente mis hábitos”. Y como Wagner era una compensación para Nietzsche-profesor, el wagnerismo cayó con el profesorado.

 

Gracias a Overbeck, el más fiel e inteligente de sus amigos, Nietzsche obtuvo de Basilea una pensión en 1878. Comienza entonces la vida viajera: sombra, inquilino de modestas habitaciones, en busca de un clima favorable, va de estación en estación, en Suiza, en Italia, en el Sur de Francia. A veces solo, a veces con amigos (Malwida von Meysenburg, vieja wagneriana; Peter Gast, su antiguo alumno, músico con quien cuenta para reemplazar a Wagner; Paul Rée, al que lo acerca el gusto por las ciencias naturales y la disección de la moral). En ocasiones, regresa a Naumburg. En Sorrento, vuelve a ver a Wagner por última vez, un Wagner que se ha vuelto nacionalista y piadoso. En 1878, inaugura su gran crítica de los valores, la edad del León, con Humano, demasiado humano. Sus amigos lo comprenden mal, Wagner lo ataca. Sobre todo, está cada vez más enfermo. “¡No poder leer! ¡No poder escribir más que en raras ocasiones! ¡No frecuentar a nadie! ¡No poder oír música!”. En 1880, describe su estado de este modo: “Un continuo sufrimiento, cada día durante horas una sensación muy próxima al mareo, una semiparálisis que me vuelve difícil el habla y, para divertirme, furiosos ataques (en el último vomité durante tres días y tres noches, tenía sed de muerte…). Si pudiera describirles lo incesante de todo esto, el continuo sufrimiento que atormenta la cabeza, los ojos, y esta impresión general de parálisis, de la cabeza hasta los pies”.

¿En qué sentido la enfermedad –o incluso la locura– está presente en la obra de Nietzsche? Ella nunca es fuente de inspiración. Nietzsche jamás concibió la filosofía como algo que pudiera provenir del sufrimiento, del malestar o de la angustia –aunque el filósofo, el tipo de filósofo según Nietzsche, padezca un exceso de sufrimiento–. Pero tampoco concibe la enfermedad como un acontecimiento que afecta desde afuera a un cuerpo-objeto, a un cerebro-objeto. En la enfermedad, ve más bien un punto de vista sobre la salud; y en la salud, un punto de vista sobre la enfermedad. “Observar como enfermo conceptos más sanos, valores más sanos; luego, a la inversa, desde lo alto de una vida rica, sobreabundante y segura de sí, hundir la mirada en el trabajo secreto del instinto de decadencia, esta es la práctica en la cual más a menudo me he adiestrado…”. La enfermedad no es un móvil para el sujeto que piensa, pero tampoco un objeto para el pensamiento: constituye más bien una intersubjetividad secreta en el seno de un mismo individuo. La enfermedad como evaluación de la salud, los momentos de salud como evaluación de la enfermedad: esta es la “inversión”, el “desplazamiento de las perspectivas”, allí donde Nietzsche ve lo esencial de su método, y de su vocación para una transmutación de los valores . Ahora bien, a pesar de las apariencias, no hay reciprocidad entre los dos puntos de vista, entre las dos evaluaciones. De la salud a la enfermedad, de la enfermedad a la salud, aunque solo fuera como idea, esta movilidad misma es una salud superior, este desplazamiento, esta ligereza en el desplazamiento es el signo de la “gran salud”. Por eso Nietzsche puede decir hasta el final (es decir en 1888): yo soy lo contrario de un enfermo, soy sano en el fondo. Evitaremos recordar que todo ha terminado mal. Pues Nietzsche vuelto demente es precisamente Nietzsche habiendo perdido esa movilidad, ese arte del desplazamiento, ya no pudiendo mediante su salud hacer de la enfermedad un punto de vista sobre la salud.

En Nietzsche todo es máscara. Su salud es una primera máscara para su genio; sus sufrimientos, una segunda máscara, a la vez para su genio y para su salud. Nietzsche no cree en la unidad de un Yo, y no la experimenta: sutiles relaciones de potencia y de evaluación, entre diferentes “yo” que se ocultan, pero que también expresan fuerzas de otra naturaleza, fuerzas de la vida, fuerzas del pensamiento: esta es la concepción de Nietzsche, su manera de vivir. Wagner, Schopenhauer, e incluso Paul Rée: Nietzsche los vivió como sus propias máscaras. Después de 1890, algunos de sus amigos (Overbeck, Gast) llegan a pensar que la demencia, para él, es una última máscara. Había escrito: “Y a veces la locura misma es la máscara que oculta un saber fatal y demasiado seguro”. De hecho, no lo es, sino solamente porque indica el momento en que las máscaras, al dejar de comunicar y de desplazarse, se confunden dentro de una rigidez de muerte. Entre los momentos más altos de la filosofía de Nietzsche están las páginas donde habla de la necesidad de enmascararse, de la virtud y la positividad de las máscaras, de su instancia última. Manos, orejas y ojos eran las bellezas de Nietzsche (se congratulaba por sus orejas, consideraba las orejas pequeñas como un secreto laberíntico que conduce a Dioniso). Pero sobre esa primera máscara, otra, representada por el enorme bigote. “Dame, te lo ruego, dame… ¿Qué? Otra máscara, una segunda máscara”.

Después de Humano, demasiado humano (1878), Nietzsche prosiguió su empresa de crítica total: El viajero y su sombra (1879), Aurora (1880). Prepara La gaya ciencia. Pero surge algo nuevo, una exaltación, una sobreabundancia: como si Nietzsche hubiera sido proyectado hasta el punto en que la evaluación cambia de sentido, y donde se juzga la enfermedad desde lo alto de una extraña salud. Sus sufrimientos continúan, pero a menudo dominados por un “entusiasmo” que afecta al propio cuerpo. Nietzsche experimenta entonces sus estados más elevados, ligados a un sentimiento de amenaza. En agosto de 1881, en Sils-Maria, bordeando el lago de Silvaplana, tiene la revelación estremecedora del eterno Retorno. Luego la inspiración de Zaratustra. Entre 1883 y 1885, escribe los cuatro libros de Zaratustra y acumula notas para una obra que debía ser su continuación. Lleva la crítica a un nivel que antes no tenía: hace de ella un arma para una “transmutación” de los valores, el No al servicio de una afirmación superior. (Más allá del bien y del mal, 1886; Genealogía de la moral, 1887). Es la tercera metamorfosis, o el devenir-niño.

Sin embargo, experimenta angustias y vivas contrariedades. En 1882 tuvo la aventura con Lou von Salomé. Esta joven muchacha rusa que vivía con Paul Rée le pareció a Nietzsche una discípula ideal, y digna de amor. Siguiendo un esquema afectivo que ya había tenido ocasión de aplicar, Nietzsche le pide matrimonio de inmediato, por intermedio del amigo. Nietzsche persigue un sueño: siendo él mismo Dioniso, recibirá a Ariadna, con la aprobación de Teseo. Teseo es “el Hombre superior”, una imagen de padre –lo que ya Wagner había sido para Nietzsche–. Pero Nietzsche no se había atrevido a pretender claramente a Cósima-Ariadna. En Paul Rée, y anteriormente en otros amigos, Nietzsche encuentra Teseos, padres más juveniles, menos impresionantes . Dioniso es superior al Hombre superior, como Nietzsche lo es a Wagner. Con mayor razón, como Nietzsche lo es a Paul Rée. Es fatal, es claro que tal fantasía fracasa. Ariadna prefiere siempre a Teseo. Malwida von Meysenburg como chaperona, Lou Salomé, Paul Rée y Nietzsche formarán un extraño cuarteto. Su vida común estaba hecha de riñas y reconciliaciones. Elisabeth, la hermana de Nietzsche, posesiva y celosa, hizo todo lo posible por la ruptura. La obtuvo, pues Nietzsche no logró librarse de su hermana, ni atenuar la severidad de sus juicios sobre ella (“personas como mi hermana son inevitablemente adversarios irreconciliables de mi manera de pensar y de mi filosofía, esto se funda sobre la naturaleza eterna de las cosas…”, “no amo, pobre hermana, las almas como la tuya”, “estoy profundamente hastiado de tus indecentes parloteos moralizadores…”). Lou Salomé no sentía amor por Nietzsche; vuelve más tarde para escribir un libro extremadamente bello sobre él .

Nietzsche se siente cada vez más solo. Se entera de la muerte de Wagner, lo que reactiva en él la imagen Ariadna-Cósima. En 1885, Elisabeth se casa con Förster, wagneriano y antisemita, nacionalista prusiano; Förster se irá con Elisabeth a Paraguay, a fundar una colonia de arios puros. Nietzsche no asiste a la boda, y no soporta a ese cuñado enojoso. Escribe a otro racista: “Quiere dejar de enviarme sus publicaciones, temo por mi paciencia”. En Nietzsche, las alternancias entre euforia y depresión se suceden, cada vez más cercanas. A veces todo le parece excelente: su sastre, lo que come, el recibimiento de la gente, la fascinación que cree provocar en las tiendas. A veces prevalece el desánimo: la ausencia de lectores, una impresión de muerte, de traición.

Llega el gran año 1888: El crepúsculo de los ídolos, El caso Wagner, El Anticristo, Ecce Homo. Todo sucede como si las facultades creadoras de Nietzsche se exacerbaran, tomaran un último impulso que precede al hundimiento. Incluso el tono cambia, en esas obras de gran maestría: una nueva violencia, un nuevo humor, como lo cómico en lo Sobrehumano. A la vez Nietzsche erige de sí mismo una imagen mundial cósmica provocadora (“algún día el recuerdo de algo formidable estará ligado a mi nombre”, “solo a partir de mí existe la gran política sobre la tierra”); pero también se concentra en el instante, se preocupa por algún suceso inmediato. Desde fines de 1888, Nietzsche escribe extrañas cartas. A Strindberg: “He convocado a una asamblea de príncipes en Roma, quiero hacer que fusilen al joven Kaiser. ¡Hasta la vista! Pues nos volveremos a ver. Una sola condición: Divorciemos… Nietzsche-César”. El 3 de enero de 1889, en Turín, la crisis. Todavía escribe cartas, firma Dioniso, o el Crucificado, o los dos a la vez. A Cósima Wagner: “Ariadna te amo. Dioniso”. Overbeck acude a Turín, encuentra a Nietzsche extraviado, sobreexcitado. Lo lleva como puede a Basilea, donde Nietzsche se deja internar mansamente. Se le diagnostica una “parálisis progresiva”. Su madre hace que se lo traslade a Jena. Los médicos de Jena suponen una infección sifilítica, que se remonta a 1866. (¿Se trata de una declaración de Nietzsche? Siendo joven, contaba a su amigo Deussen una curiosa aventura, en que un piano lo había salvado. Un texto de Zaratustra, “entre las hijas del desierto”, debe considerarse desde este punto de vista). A veces calmo, a veces en crisis, pareciendo haber olvidado todo de su obra, todavía componiendo música. Su madre lo acoge en su casa; Elisabeth vuelve de Paraguay a fines de 1890. La evolución de la enfermedad prosigue lentamente, hasta la apatía y la agonía. Muere en Weimar en 1900 .

Sin una certeza completa, el diagnóstico de parálisis general es probable. La pregunta más bien es: ¿forman los síntomas de 1875, de 1881 y de 1888 un mismo cuadro clínico? ¿Es la misma enfermedad? Probablemente sí. Poco importa que se trate de una demencia, antes que de una psicosis. Hemos visto en qué sentido la enfermedad, incluso la locura, estaba presente en la obra de Nietzsche. La crisis de parálisis general señala el momento en que la enfermedad sale de la obra, la interrumpe, vuelve imposible su continuación. Las cartas finales de Nietzsche dan testimonio de ese momento extremo; por eso ellas pertenecen todavía a la obra, forman parte de ella. En tanto que Nietzsche tuvo el arte de desplazar las perspectivas, de la salud a la enfermedad e inversamente, gozó, por enfermo que estuviese, de una “gran salud” que volvía posible la obra. Pero cuando le faltó dicho arte, cuando las máscaras se confundieron en la de un payaso o un bufón, bajo la acción de un proceso orgánico u otro, la enfermedad misma se confundió con el final de la obra (Nietzsche había hablado de la locura como una “solución cómica”, como una última bufonada).

Elisabeth ayudó a su madre a cuidar a Nietzsche. Ofreció piadosas interpretaciones de la enfermedad. Hizo agrios reproches a Overbeck, quien respondió con mucha dignidad. Tuvo grandes méritos: hacer todo para asegurar la difusión del pensamiento de su hermano; organizar el Nietzsche-Archiv, en Weimar. Pero esos méritos se desdibujan frente a la suprema traición: intentó poner a Nietzsche al servicio del nacionalsocialismo. Último rasgo de la fatalidad de Nietzsche: la pariente abusiva que figura en el cortejo de cada “pensador maldito”.

Eterna Cadencia. 

Punk-Nietzsche (o acerca de Los violadores como rock existencialista) // Mariano Pacheco

 Reseña de Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras: un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer  (editorial Planeta).

Fue en 1991 cuando escuché hablar de Los violadores por primera vez, cuando tocaron de teloneros de Los Ramones en su segundo show en la Argentina (el primero había sido en 1987 y Los violadores no pudieron oficiar de teloneros porque estaban de gira fuera del país). Tenía apenas once años. Fue entonces que mi hermana mayor asistió al recital en Obras Sanitarias. Un año después, cuando logré ir con ella a Obras para ver a Los ramones, los teloneros ya no fueron Los viola (separados meses antes) sino Todos tus muertos, así que recién pude ver a Los violadores en vivo en 1995, en Cemento cuando Pil volvió a los escenarios, ya sin el resto de “los históricos”. En el medio pude visitar a Pil en su casa de Villa Urquiza, una calurosa tarde de 1994. Aún atesoro las fotos que sacamos entonces.

Veinte años después de aquella vuelta a los escenarios elegí “¿Y ahora que pasa, he?” y “Más allá del bien y del mal” como canciones para acompañar las artísticas de La luna con gatillo, programa radial semanal del que formo parte y al que entre los amigos solemos denominar como «trinchera radiofónica». Allí hablamos de cine; de teatro; de música; de la realidad política y social del país, y del mundo; y de libros, por lo general, varias de las novedades editoriales que nos interesan. Así, 30 años después de que los neoyorquinos inauguraran la ramones-manía, llegó a mis manos Más allá del bien y del punk. Ideas provocadoras, un libro de Pil y Juan Carlos Kreimer publicado por editorial Planeta que da cuenta de la historia de Los violadores con testimonios de todos sus integrantes e incluso un compilado de voces vinculadas de un modo u otro a la escena punk local.

En el principio fue el verbo… en un libro

Cuenta Pil que fue en el verano de 1981 cuando se topó con el libro Punk la muerte joven (de Kreimer) mientras recorría librerías en la calle Corrientes, en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires. Un libro que se transformó en su biblia y que 35 años después, al recorrer los mismos rincones de la ciudad, pudo encontrar reeditado con un nuevo apartado titulado “Historias paralelas”, en el que aparecen… ¡Los violadores!

Fue en la madrugada del 27 de febrero de 1981 cuando Pil debutó en la banda, luego de que su primer cantante, Orlando García Paladini, se hubiese alejado del grupo tras el primer recital realizado el 19 de enero de 1980. Y si bien ocho días después, en el segundo recital, la banda zafó con el bajista (Beto) oficiando de cantante, también éste desertó de la banda tras ese segundo show «cansado de caer preso», según cuenta en su testimonio.

Esta historia del punk en Argentina no remite tanto al legado británico sino al polaco, o a una mezcla de ambos en realidad.

Roberto Zelazek llegó a la Argentina con su familia cuando tenía siete años. Desde chico sus padres lo llevaron al Centro Polaco de Buenos Aires, sitio al que también asistía la madre de Pedro Braun, el chico unos años mayor que él que en un momento determinado, en pleno Proceso de Reorganización Nacional, apareció con los pelos parados y alfileres de gancho en la solapa. Para entonces ya había estado en Londres, se hacía llamar Hari B y traía un disco de The Clash en la mochila que rápidamente hizo escuchar a su amigo “El Polaco”. Juntos emprendieron la conformación de una banda que con el tiempo pasó a llamarse Los violadores y tuvo en sus filas a Sergio Gramática en batería y a Stuka en guitarra, tras un breve paso por el bajo.

El 1o de diciembre de 1983, mientras el radical Raúl Alfonsín asumía la presidencia de la Nación, Hari B abandonaba la banda para dedicarse a su otra pasión: el montañismo. Días antes había salido a las calles “Los violadores”: primer disco de la banda con doce canciones grabadas en dos días entre mayo y junio de 1982. Pero tuvieron que esperar un año y medio hasta que Umbral (un sello under especializado en folclore pero que ya había grabado con V8) aceptara promocionar a esa banda punk que cantaba canciones como “Sucio poder” o “Represión” en plena dictadura cívico-militar.

Punk-Nietzsche

¿Qué es el rock? ¿Y el punk-rock?

Henry Rollins dice que el rock no es una fiesta de cumpleaños: es una acto para hacer catarsis, un acto extremo para que los que asisten vean algo más allá de lo que ven siempre, dice Sergio Gramática en una frase que parece rememorar aquello que los formalistas rusos afirmaban respecto de la literatura: que su función era la de desautomatizar la mirada.

Hoy Nietzsche diría que una vida sin rock no tiene sentido, arriesga Stuka, quien supo tener su paso por la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Gramática, por su parte, define el estilo de Los viola como un engendro mutante de tipos medio alocados y sostiene que el punk es romper con lo establecido. Patear el tablero. Desobedecer. Y también: una revolución intestina dentro del rock, que cuenta con instrumentos como los fanzines para promover una lectura propia de las cosas. Aunque para muchos pueda parecer una sorpresa, hay una profunda posición intelectual detrás del punk, al menos de esta primera camada y de muchos que luego recogieron ese legado.

Pablo Cosso sostiene que el punk argentino es un colectivo de denuncia, agitación y resistencia. Tal vez por eso las palabras de este crítico musical aparecen citadas en el libro para reforzar dicha idea: el movimiento punk como radicalidad sin estructuras, que cuenta con las letras de sus canciones, los fanzines que edita y los flyers o afiches que promueve como sostenes comunicacionales y sus actuaciones y eventos culturales como focos de agitación.

Pocos advierten que los punks y sus primos hermanos los heavys son bichos intelectuales. Ni que debajo de su nihilismo hay lecturas, cine, pensamiento, reflexión, “cultura”. Las últimas décadas del siglo XX no tienen en el campo rockero argentino, quien mezcle con tanta virulencia la cosa literaria, la cosa filosófica, la cosa ideológica con la cosa musical y actitudinal. Editores de sus propios fanzines, escritores de cuentos y crónicas, de poesías, de análisis políticos, manifiestos, promotores de eventos, los punks no son diletantes. Más bien tenaces. Se hacen sus propios afiches, se producen sin plata, graban por su cuenta, afirma por su parte el crítico musical Leandro Donozo.

Algo de eso parecer querer corroborar Pil, cuando en su testimonio sostiene:

Los punks somos más cultos, leemos, pensamos, reflexionamos mucho, nos construimos una base cultural y desde ahí somos muy críticos. No atacamos a algo porque no nos gusta. O por prejuicio. O por resentimiento.

Puede verse que la crítica a los “viejos vinagres” del rock no era mera postura, sino modo de entender(se) en el mundo. Punk es existencialismo, dice Pil. Y aclara: preguntarte ¿quién soy? ¿qué hago acá? Y luego remata: una banda de rock es una revolución posible. En lo social y en lo personal. Idea que en otra parte del libro complementa con la de resistencia:

La resistencia consiste en recuperar el tiempo para reflexionar sobre lo que estamos haciendo, en no dejarse embalar por una corriente de cosas y hábitos que se nos van imponiendo y elegir qué hacer y qué no hacer. Es abrirse a otras voces, voces de personas que no transan, voces que aparecen en tus oídos y te advierten que algo huele mal…

Tal vez pensando esta idea sostenida por Pil, Kreimer escribe hacia el final del libro que el verbo del punk por excelencia es confrontar. Y aclara: no sólo al tipo que pasa desprevenido, o dormido, o muy seguro de que su visión es la que vale. También a vos mismo, para que no te quedes pegado a ninguna creencia.

Rabia, velocidad, ruido, incorrección, inconformismo, rechazo, oposición, descreimiento, provocación: los atributos centrales del punk-rock.

¿Intelectual punk?

Cuanta Pil que de jovencito trabajó en mil cosas. Fue zapatero, trabajó en una imprenta y en varios lugares más antes de entrar a cantar a Los violadores. Siempre destinó gran parte del dinero que cobraba a comprar libros y discos. El primero fue la edición argentina de The Clash, en diciembre de 1977. También cuenta que, varios años más adelante, un día agarró su CPU e impresora y los vendió: con esa plata fue y se compró una colección de libros clásicos: Goethe, Flaubert… y volvió a releer a Verne.

Tengo mis fetiches -dice Pil-. Uno es Stendhal, con Rojo y negro. La canción que se llama “Ellos son” dice: “Rojo y negro/ son diferentes emblemas”. Otra es “Le Rouge et le Noir”, que habla de un asesinato en una ópera. Y ahora una nueva “Rot und Schwwartz”, esos colores en alemán, inspirada en El jugador de Dostoievski, un tipo que va por la vida buscando gitanas que le adivinen su suerte, y solo juega al negro y al rojo. Me faltarían una “Rosso e Nero”, una “Red & Black”, un “Vermelho e Preto”, ¿no? Leía en la cama hasta que se me cerraban los ojos.

También Pil deja en clara su pasión por el cine en este libro:

Cuando estábamos ahí nos íbamos en el 140 a Corrientes, a la Cinemateca del SHA o a la Lugones del Centro San Martín. Si daban, no sé, un ciclo de Joseph Losey, de lunes a sábado, íbamos. ¿Cómo ver sin que te pase nada El sierviente o Kind and Country? El perro andaluz de Buñel, o Eréndira. El séptimo sello de Bergman… Éramos hípercinéfilos.

Hace cinco años ya que este cronista vive en la provincia de Córdoba, con lo cual está lejos de corroborar si, en plena “Revolución de la alegría”, la Lugones sigue dándole continuidad a esa rica historia. Pero puede asegurar que, hasta hace al menos unos años atrás, aún podían verse allí films documentales imposibles de conseguir en Argentina y también la obra completa de algunos grandes clásicos, como la del ruso Andréi Tarkovski o la del italiano Pier Paolo Pasolini.

Esta pasión cinéfila y literaria Pil muchas veces la expresó en sus canciones, como ya ha remarcado y como sigue contando en distintos tramos del libro:

Después aporté otro tema rápido, “Guerra total”, en el que empiezan mis ganas de meter la geopolítica en la banda, algo que no tenía y la necesitaba. Porque lo que pasaba era también la historia. A mí siempre me gustó saber cómo se dieron las situaciones, qué pasaba en el mundo para que se dieran determinados cambios y transformaciones, la sociedad industrial, el neocolonialismo.

Geopolítica pura, arremete en otro tramo del relato. Y aclara con orgullo: en eso fuimos pioneros. Bajábamos líneas con las letras que a los chicos les volaban la cabeza. Geopolítica e historia que conectan el destino sudamericano (en palabras de Jorge Luis Borges) con el devenir de la política mundial. Remata Pil:

Los “hijos predilectos” eran los alemanes que habían generado eso, la Segunda Guerra Mundial. Los hijos predilectos era la metáfora de lo que estaba pasando por los campos argentinos, el Olimpo, etcétera. Clarín titulaba “Enfrentamientos entre bandas subversivas y el Ejército: doce guerrilleros muertos”. No que “plantaban” cadáveres, que los mataban en un lado y los tiraban en otro diciendo que se habían muerto en un enfrentamiento. ¡Acá hay campos, acá hay campos!, desperté diciéndome un día. Por todos lados nos estaban violando y los malos de la película éramos nosotros que nos habíamos puesto ese nombre transgresor.

Con gran capacidad de síntesis y un humor ácido capaz de captar los microfascismos que por entonces circulaban en nuestra sociedad, Pil escribió en el último tramo de la dictadura una canción con el ritmo de la publicidad de Mantecol; pero en lugar de decir: “Mantecol a la vuelta de tu casa, Mantecol en el kiosco de la esquina, Mantecol en la panadería, Mantecol 24 horas al día”, Pil cantó el mismo ritmo suplantando la palabra Mantecol por represión. Fue el comienzo de una leyenda que se complementaría con “Uno, dos, ultraviolento”: tema inspirado en La naranja mecánica (film de Stanley Kubrick realizado en 1971 sobre la base de la novela homónima de ciencia ficción publicada en 1962 por Anthony Burgess) que se convirtió en hit en los años ochenta.

Punk, instantaneidad y legado

Pil es un tipo con historia dentro del punk, qué duda cabe. Fundó la primera banda del género que “la pegó” en la Argentina. Pero no es un nostálgico o alguien pegado al éxito de tiempos pretéritos. Supo salir adelante en los momentos más difíciles, fundar nuevas bandas, saber cuando “pactar” con los antiguos camaradas antaño enfrentados y rearmar Los violadores en más de una oportunidad. Pero también supo captar los nuevos aires de la historia, las lógicas de las nuevas generaciones estructuradas por las dinámicas de la revolución científico-técnica de las últimas dos décadas. Siempre, sin embargo, pervivió en él cierto espíritu punk ligado a la autogestión, al empuje, al asumir los problemas como desafíos.

En una época el “Sí” era terrible: se llevaba parte de la boletería a cambio de un destacado, dice Pil Trafa en referencia al Suplemento Cultural del diario Clarín, para luego reflexionar:

A puras redes sociales, con una plata mínima te garantizás unas trescientas, cuatrocientas entradas. Se ocupa tu mánager. Pone una pauta tipo promocionar publicación en facebook, crea contenidos, fotos, nosotros vamos agregando imágenes y actualizando nuestros sitios con esos materiales y los amigos nos etiquetan. El verdadero difusor de lo que hacés sos vos mismo. Los medios están para redondear la movida. En definitiva, para legitimarla.

De algún modo, con esto Pil propone volver a las fuentes pero utilizando todas las cuestiones tecnológicas a su alcance:

La alternativa es la del manual punk: venderla vos mismo en los shows. Cuando viajamos, casi siempre vendemos casi todos los CD que llevamos. Uno de cada tres del público se vuelve a su casa con uno. Los vendemos sin el recargo del distribuidor, a cien pesos. También vendemos muchas remeras, las mandamos a hacer nosotros mismos. Las últimas de Pilsen se vendieron todas. No es taaaanta plata lo que deja, pero apuntala otros gastos que no se ven: traslado, mantención de equipos, volantes…

Pil también destaca el hecho de que por más caro que le salga a una banda, hoy en día sin un video no existís. Pero también advierte que hay una sensibilidad del artista que suele no llevarse bien con el éxito. Y que para alimentar esa sensibilidad hay que cuidarse de que la presión (por ejemplo, de las discográficas que exigen sacar discos) no perfore la creatividad. Además, una banda punk no es una simple banda de rock. Es algo más fuerte que tiene que ver con las vibraciones del sonido. Por eso Pil destaca el hecho de que hoy en día en una computadora, en un mp3, el sonido no tiene la misma fuerza que antes tenía en un CD e incluso mucho antes en un vinilo. De allí que, si bien siempre lo consideró importante, hoy más que nunca crea que el punk mantiene cierta vitalidad ligada con su historia en el recital, en el en vivo. En los pubs recién me siento satisfecho  cuando la gente sentada empieza a pararse y saltar. Cuando algunos se suben a las mesas…, explica Pil. Y remata: el día que yo vea que eso deja de pasar con el público que nos va a ver, dejo de tocar. El día que termine con la gente sentada, ya está, ¡a descansar, abuelo!

Bonus track: ese punk que llevamos dentro

Desde que salieron por primera vez de Buenos Aires para tocar en Córdoba a fines de 1982, hasta que dieron por finalizada la experiencia a mediados de 1991, Los violadores viajaron por varios lugares del país y también visitaron otros países. Tocaron con Sumo y con V8; tuvieron a Andrés Calamaro como baterista en un ensayo; grabaron canciones para un disco en vivo con un tenor (Carlos Darío Saidman, el reconocido cantor de ópera que cantó en el Lincoln Center de Nueva York) y fueron teloneros de Los ramones, entre otras travesías.

Una década y media después, con la formación original, Los violadores se presentó en el Luna Park no sin un nuevo escándalo, puesto que el show fue prohibido para menores de 18 años por presiones ejercidas por la Iglesia Católica puesto que el nombre de la banda -se argumentó- resultaba “nocivo”. “Moral y buenas costumbres” titularon uno de los temas que pudo escucharse en el Lado B de su primer disco. ¿El eterno retorno nietzscheano de la sociedad argentina?

Un año y pico después de aquél recital Pil vuelve a figurar en los medios de comunicación, esta vez junto a Juan Carlos Kreimer, ambos autores de este libro que estamos reseñando en el que también aparecen los nombres de Patricia Pietrafesa, promotora del Fanzine Resistencia entre 1984 y 2001, actualmente bajista de la banda Kumbia Queers y el profesor de filosofía y conductor televisivo Darío Sztajnzrajber, quien destaca que el punk es nietzscheano o, más bien, que Federico Nietzsche supo ser un precursor del punk al propiciar una poética nihilista retomada por el movimiento musical centrada en destruir las falsas idealizaciones a la vez que proponer hacer pasar lo constructivo por esa destrucción. También está presente el testimonio de la filósofa Esther Díaz (profesora titular de la Cátedra de Pensamiento Científico del Ciclo Básico Común para ingresar a las distintas carreras de la UBA), quien se hizo leyenda no sólo por ir a los recitales punks sino por asistir a sus clases con borceguíes, tachas y ropas de cuero negro. Para Díaz, además de Nietzsche fueron los filósofos cínicos los precursores del punk (el primer aullido punk en la historia universal) ya que en el siglo IV a.C se oponían a los poderes dominantes, no se sometían a las pacatas normas sociales, incluían mujeres pensadoras que se burlaban de las lujosas vestimentas de los filósofos oficiales y de sus ideas universalistas al servicio de los poderosos.

Además de integrantes del Salón Pueyrredón, figuran testimonios de los ya mencionados críticos musicales Pablo Cosso y Leandro Donozo, para quien el punk trató de desarrollar la idea de auto-gobierno y crear una patria paralela (una internacional -aclara Donozo- rememorando el lenguaje de los viejos luchadores) que desenmascara a la hegemónica a la vez que propone alternativas de producción, de mirada sobre el mundo y de vida.

Qué duda cabe que en esa construcción crítica el rol de Los violadores fue fundamental.

https://www.lalunacongatillo.com

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