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«Tánatos en estado puro»* // Mirta Zelcer

En múltiples aspectos, la política determina y condiciona nuestras vidas, aunque no del todo. Sin embargo, en estas páginas no realizaremos análisis políticos, sino que buscaremos descender varios peldaños más allá de las argumentaciones racionales y lógicas que explican e interpretan las políticas[1] para adentrarnos en la tenebrosa descomposición social actual e intentar percibir algunos signos y microelementos que la sostienen y vehiculizan. Comencemos.

  1. La maldad

Que el Psicoanálisis opera a través de la palabra es una verdad de Perogrullo. Pero la atención del psicoanalista aplica igualmente a otros signos que también son textuales: el tono, las inflexiones de la voz, los silencios, los gestos, etc. Percibe y evalúa, por ejemplo, si las expresiones están articuladas con los contenidos o disociadas de ello, si las inflexiones de voz son las culturalmente entendidas como agresivas, o triunfantes, etc. En el caso de que el lenguaje y los signos asociados sean de una agresión aplastante, proviniesen de una relación asimétrica y resultaran ser repetitivos, sin enmiendas y sin novedades, el lenguaje puede considerarse despótico[2].

¿En qué sentido puede el lenguaje llegar a ser opresor? Puede serlo cuando indica una representación trascendente, una especie de guía inamovible que se sostiene con gestos amedrentadores, y con el objetivo pragmático de ordenar las conductas hacia una centralidad dominante. El miedo que suscita es por la maldad que este lenguaje y sus signos implican. Temor que proviene de las experiencias de muerte y exterminio por las que el mundo y la sociedad argentina han atravesado.

Mucho se ha escrito sobre la maldad. Mencionaremos muy sucintamente a algunos conocidos autores que se ocuparon del tema.

Comencemos por Rousseau, para quien la piedad es la que sostiene una ética fundamental para liquidar la desigualdad entre las personas. Este hecho no pasaría tanto por la racionalidad como por la sensibilidad hacia los seres vivos, en especial, hacia los semejantes. Esta compasión es la médula sustancial de las acciones tanto individuales como políticas. Desde allí, la propuesta rousseriana se dirige a la educación y considera que es menester generar, a través de ella, el objetivo de honrar las vidas y la dignidad de los seres humanos para atravesar la coexistencia social.

También Kant se refirió a la maldad afirmando su concepto de “imperativo categórico”. Esta idea está referida a las acciones de las personas. Se trata de una ley moral que aparece como algo interior, inherente a la persona misma, de lo que debe ser desde la moral incorporada. Es una virtud que no tiene causa. Sin embargo, y a pesar de que aparece como una prescripción, la considera un acto de libertad que, al no tener una causa específica que lo impulse, está fuera del tiempo.[3] Para que esta virtud tenga lugar, la voluntad no puede tener ninguna sujeción. Por lo tanto, las prescripciones provienen del íntimo razonamiento. La libertad trata, precisamente, de la autonomía de la voluntad. De otro modo, la voluntad, la moral y la racionalidad – sumisas y dominadas- son esclavas.

El concepto de imperativo categórico kantiano fue tomado por Freud en varios de sus escritos ––tanto en “El problema económico del masoquismo” como en “Tótem y tabú”– y refiere a que su formación es consecuencia del complejo de Edipo. El superyó se forma sincrónicamente con este complejo. El concepto kantiano cabalga entre la moral y la ética. No así el superyó freudiano que, según se va desarrollando en sus escritos, tiene que ver mucho más con la mora[4]l.

Veamos el mal desde Hanna Arendt. Arendt describió dos tipos de maldad: el mal banal y el mal radical. El primero es peligroso porque es fácilmente irradiable, debido a su falta de racionalidad. Se lo ve en acciones concretas agrandando motivos, razones y justificaciones, precisamente, banales.

El mal radical tiene arraigo en los sistemas absolutistas. A través de estos regímenes se liquida la singularidad, la creatividad y la sinceridad. El ser humano se transforma en una entidad recusable e inútil. Sobrantes sociales, ya que todo se remite a una centralidad que representa al poder, para instruir e impartir acciones. Además, es inalterable. Sin interlocuciones ni negociaciones.

Un tercer tipo de mal trata de conductas habituales, es el mal ordinario, casi normal. A los dos primeros (el mal radical y la banalidad del mal) se los encuentra generalmente, integrados dentro de las organizaciones de los gobiernos de corte fascistoide.

También Deleuze se ocupó de la maldad desde la literatura, enfocando el ejercicio de ésta en el sadismo. Este autor remite a Klossowski[5], quien mostró que la persona sádica cree que existen dos naturalezas: una naturaleza primera “portadora de la negación pura, situada por encima de los reinos y las leyes y que estaría eximida hasta de la necesidad de crear, conservar e individuar: sin fondo más allá de todo fondo, delirio original, caos primordial compuesto únicamente de moléculas furiosas y demoledoras”. Esta naturaleza estaría asociada, para Deleuze, al instinto de muerte. Dice: “Tánatos en estado puro[6]”. Continúa su explicación: “La naturaleza segunda es una naturaleza sometida a sus propias reglas y a sus propias leyes: en ella lo negativo está por todas partes, pero no todo en ella es negación. Las destrucciones son además el reverso de creaciones o de metamorfosis; el desorden es un orden distinto, la putrefacción de la muerte es asimismo composición de la vida”. Esta naturaleza estaría, para Deleuze, asociada a la pulsión de muerte.

El sádico niega la naturaleza segunda. A partir de esta negación delirante existe en él una relación no-personal con las personas. En el puro delirio de la razón “se pregunta en qué condiciones «un dolor B» provocado en la naturaleza segunda podría, por principio, repercutir y reproducirse al infinito en la naturaleza primera. Tal es el sentido de la repetición en Sade, y de la monotonía sádica”.

Nos muestra que, “el lenguaje de Sade es paradójico porque es esencialmente el de una víctima” ya que “Sólo las víctimas pueden describir las torturas”. Los sádicos, “los verdugos, emplean necesariamente el lenguaje hipócrita del orden y del poder establecidos”. Utilizan el lenguaje desde el poder que da razones y fundamenta la tortura. Calladamente engaña; pero aparece públicamente en oposición a los -denominados por él- perversos.

Precisamente, es mediante el desarrollo de la facultad demostrativa como objetivo del lenguaje, que impugna las relaciones a quienes se dirige y quiere gobernar[7].

Deleuze identifica dos tipos de elementos que componen el doble lenguaje del sádico:

  1. “El factor imperativo y descriptivo, representativo del elemento personal, que ordena y describe las violencias personales del sádico, así como sus particulares gustos”.
  2. “Pero también un más alto factor indicador del elemento impersonal del sadismo y que identifica esa violencia impersonal con una Idea de la razón pura, con una demostración terrible capaz de poner al otro elemento bajo su sujeción”. Esta resulta ser una razón fundamental para su requisito, así como también para la necesidad de institucionalizar sus acciones. Sin embargo, y al mismo tiempo, no sólo repudia todo tipo de contrato sino que los menoscaba.[8]

El sádico nunca engaña. Necesita de un elemento que considere insurrecto para actuar, remitiendo su acción destructiva a la decencia. En este desenfreno, la orientación es a poder causar un crimen absoluto. El sádico se presenta como la encarnación del sadismo del superyó freudiano.

  1. Los nombres

El nombre –es decir, la denominación inicial u original que se le otorga a una entidad– es el que otorga continuidad en el tiempo a pesar de todas las mutaciones que un individuo o una comunidad puedan experimentar. Es el componente que puede sostener las identificaciones y des-identificaciones. El nombre se encarna en el cuerpo y sostiene representación; pero también es el nombre principio el que soporta nominalmente al cuerpo cuando éste se separa de determinadas representaciones y se aparta de ellas.

En los sinuosos trayectos de las elaboraciones en la clínica psicoanalítica surgen espontáneamente cambios en los nombres de algunos elementos que habían operado como signos subjetivos. Estos nuevos nombres modifican la ecuación representación-objeto y alteran entonces las relaciones concretas con dichos elementos. De manera que, si nos encontramos en el trabajo clínico de elaboración en el que nada permanece solidificado, cada nombre puede ser penetrado por el pensamiento crítico, y puede llegar a ocurrir que la representación y el nombre encarnado en ella, cambien.

También Deleuze se refirió a los nombres propios. Dice:

El nombre propio no designa un sujeto, designa algo que ocurre cuando menos entre dos términos, que no son sujetos, sino agentes, elementos. Los nombres propios no son nombres de personas, son nombres de pueblos y de tribus, de faunas y de floras, de operaciones militares o de tifones, de colectivos, de sociedades anónimas y de oficinas de producción. El autor es un sujeto de enunciación, pero el escritor no, el escritor no es un autor. El escritor inventa agenciamientos a partir de agenciamientos que le han inventado, hace que una multiplicidad pase a formar parte de otra.

(Deleuze y Parnet, 1977[1980]).

2.1. Respecto de la comunicación humana, Bifo presenta dos modalidades: la conjuntiva y la conectiva. La conjuntiva es la capacidad de entender a otro ser humano mediante signos verbales y también los signos no verbales que vehiculizan la comunicación. La comunicación conectiva reduce la pragmática a la sintaxis. En esta modalidad comunicativa no cabe la ambigüedad, por lo tanto, tampoco cabe la multiplicidad. De ese modo se pone de relieve que, en la sintaxis, aparecen solo dos términos: por un lado, el que designa el objeto, y por el otro, el resto del universo de posibilidades de significados e interpretaciones. De tal modo que, para cada quien, su ubicación dentro de la comunicación conectiva queda reducida a uno de los dos términos.

En este sentido, como lo hemos visto en este mismo trabajo, desde las relaciones asimétrica y de dependencia, el lenguaje puede llegar a ser opresor. Esto ocurre, por ejemplo, cuando un progenitor sentencia “no sos inteligente”, “sabía que tú no ibas a poder”, etc. Resulta que, desde el lenguaje, en este tipo de comunicación la relación se torna amenazante, pues se corre el peligro de un reconocimiento negativo. Sincrónicamente, esta intimidación indica la instrucción de una identificación subjetivante.

2.2. Tomemos ahora el sintagma “persona de bien”. ¿Qué es lo que dice y qué es lo que sugiere? ¿Quiénes serían personas de bien? Ante todo, esta denominación refiere a una cuestión moral: personas que son bien y entonces, personas que no lo son. Aquí hay una divisoria de aguas, puesto que queda sobrentendido que las personas de bien ya existen y que uno podría no serlo. Y frente a la partición que sugiere esta palabra entre lo recto y lo que no lo es, comienza la búsqueda personal que arroja a cada persona fuera de la relación comunitaria y la deja en soledad.

Aquí caben las preguntas que formula Deleuze: “¿Cuál es mi posición en la manada? ¿Soy exterior a la manada? ¿Estoy a un lado, dentro, en el centro de ella?”[9]. En nuestro caso: ¿qué debo sentir, pensar, mostrar para ser y pertenecer a lo que se designa como una persona de bien?

Sin embargo, hay en el sintagma contenida una referencia no explicitada. Pareciera que existieran personas que no necesitan interrogarse si lo son o no lo son. Son los estructurales del bien. Pero están aquellos que desean pertenecer a ese rango, aunque suponen que no posean los signos exteriores de los “bienes” acordes a las personas de bien. El miedo a quedar fuera de lo indicado y la aspiración personal a serlo, abren otra perspectiva: la obediencia en el redoblamiento de expresiones, de ideas y de justificativos podría llevar a la inserción en el grupo personas de bien[10]. Se trataría de una especie de darwinismo social.

Todo ello nos remite a la condición del Deseo.

  1. El deseo

El deseo es siempre social. En el “abecedario”, Deleuze explica que el deseo aparece en un contexto de vida, dentro de un conjunto de circunstancias. Más aun, aclara que desear es construir un agenciamiento[11], construir ese conjunto.

El deseo no es previo a sus distribuciones a lo largo de líneas de fuga[12]; no implica una anterioridad cronológica; él está en la más estricta simultaneidad con aquello que distribuye en los campos sociales. Puntualiza que el deseo es un acontecimiento. Un acontecimiento que tiene que ver con un corte, con algo que no transige con las representaciones dominantes. Se trata de reacciones contra comarcas representacionales que no admitían cuestionamientos. Es una experiencia que parte de alguna “pequeña” afectación a raíz de representaciones que operaban en forma absoluta y que fuga hacia los límites de las esas mismas representaciones. Precisamente, es en estos bordes donde el deseo se manifiesta y toma forma. Lo propio del deseo es entonces tanto la afectación como un proceso de agenciamiento. De allí podemos decir que el deseo es al mismo tiempo singular, biológico y colectivo, nunca individual. Y que siempre está lanzado en las líneas de fuga[13]. Es productivo y, sincrónicamente, social (Deleuze y Guattari, 1998:413).

También Bifo manifestó lo que para él es el deseo. Más que una fuerza, es un campo de diversas fuerzas que tienen intersecciones y confluencias. Dijo: “es el campo psíquico sobre el que se oponen continuamente flujos imaginarios, ideológicos, intereses económicos (…) el campo del deseo es lo central en la historia, porque sobre este campo se mezclan, se superponen, entran en conflicto las fuerzas decisivas en la formación de la mente colectiva; por lo tanto, la dirección predominante del proceso social” (Bifo, 2007:27). Aclara que entonces, el deseo no se califica puesto que puede haber deseos de todo tipo (por ejemplo, de solidaridad, de nazismo, de justicia social, etc.). La fuerza es la del movimiento que sacude el deseo dentro de su campo.

  1. Vicentin

Deleuze y Guattari formulan los conceptos de territorialización y desterritorialización. Este último, trata de una movilidad y de una variación tanto en las representaciones como en las acciones establecidas y arraigadas. Provienen de la incomodidad –quizás angustiante– que genera un deseo. Se realiza a través de las líneas de fuga que yacen en la desterritoralización misma. Ninguno de estos elementos (desterritorialización, deseo, fuga, deconstrucción, atravesamiento de un límite, etc.) preexiste al otro. Son sincrónicos y están en un mismo acto. La reterritorialización, puede llegar a ser una estabilización relativa de todo aquello que fue reformulado. Pero también, y en cambio, es considerada como una vuelta al territorio que se intentó abandonar. Una derrota o una claudicación del deseo.

En nuestro país no existe demasiada diversidad en los deseos colectivos. El año 2019 trazó varios que lograron poner en el ejecutivo a quienes se esperaba los cumplieran, según sus promesas.

El incidente “Vicentin”, aunque en principio desconcertante, fue el símbolo de pasividad gubernamental que indicó que las expectativas deseantes no se cumplirían. Estaban dadas las condiciones plenas para que, en virtud de las fuerzas de la comunidad que sostenían el poder que nos presidía, éste lo ejecutara. Llamativamente, este abandono de la oportunidad se dio al mismo tiempo que una experimentación singular. Se trató del intento de un colectivo liderado por Grabois, de ocupar el campo que correspondía a un integrante de la familia Etchevehere y que fue donado por este miembro a la agrupación liderada por el mismo Grabois. Quizás por una confianza ingenua en el sostén de sus acciones, ambos hechos fueron desatendidos por las facultades procedimentales del Poder Ejecutivo. Ambas situaciones como posibles líneas de fuga a ser concretadas. Esta retracción del ejecutivo no fue inocente: la dirección del Gobierno no sólo sostuvo las consecuencias sociales allí implicadas, sino que también dejó a los poderes judicial y legislativo fuera de cualquier tipo de operación. Estaba visto: nada iba a cambiar. Los opositores al gobierno se quedaron tranquilos: podían ir por más. Tuvieron libre el camino para sus deseos de codicia, de poder y para efectuar la maldad.

Con el apriete de las personas de bien a los jueces probos en ambos casos (llamados erróneamente “escraches”), se territorializó lo posible de ser desterritorializado. El deseo de los votantes del gobierno no solo fue estrellado contra las evidencias concretas, sino también aplastado. Pero a las fuerzas vitales que sostienen al deseo no se las puede apagar en forma definitiva.

Con Milei apareció lo carnal, lo erótico, lo excesivo. Lo reactivo de la dimensión del deseo. Deseo destructivo, pero deseo al fin, que volvió a estimular el interés de muchos y variados sectores populares.

 

 

Estamos gobernados por la ceguera y el facilismo de la muerte: la destructividad deseante; la codicia arrasadora que no contempla ni qué ni a quienes aniquila; la crueldad; la intención de que cada quien permanezca en soledad, mirándose y comparándose con lo incierto de ser “persona de bien”, fuera de la comunión de los encuentros. La maldad. Tanatos en estado puro.

Vivimos en un remedo de democracia representativa. Si bien su descomposición comenzó hace muchos años, en estos momentos llegó a un grado de putrefacción en el que reconocemos el intento concreto de su disolución. Diríamos que se ha vuelto “normal”, habitual. En esta podredumbre vivimos, e inhalamos su pestilencia.[14]

La maldad, la burla a la percepción y a la inteligencia, las palabras soeces, los insultos, la argucia en la confusión de realidades, los agravios hirientes, nunca fueron frenados ni castigados. Antes bien, estos hechos se fueron acelerando y extendiendo. Fue aceptando su transcurrir, lo que equivale a la acción de haber sido sostenidos. Aún no se vislumbran de manera definida los procedimientos para salir a respirar algún aire algo más saludable.[15]

 

Bibliografía

  • Bifo, Franco Berardi (2007) Generación Post-Alfa: patologías e imaginarios en el semiocapitalismo, Buenos Aires, Tinta Limón.
  • Deleuze, Gilles (s/d) El abecedario de Gilles Deleuze. Trad. Raúl Sánchez Cedillo.
  • Deleuze, Gilles y Parnet, Claire (1980) Diálogos, París, Editorial Pretextos. Edición original: 1977.
  • Deleuze, Gilles y Guattari Félix (1988) Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valencia, Pre-Textos.
  • Deleuze, Gilles (2001) Presentación de Sacher–Masoch. Lo frío y lo cruel, Buenos Aires,. Traducción de Irene Agoff. Edición original (1967) Présentation de Sacher–Masoch. Le froid et le cruel, París,Editions de Minuit.

 

Notas

*La frase corresponde a Deleuze, en Presentación de Sacher-Masoch. Lo frío y lo cruel. (ver Deleuze, 2001:22)

[1] Si buscara resumir en pocas palabras el momento actual de la política, podría decir que la única lógica y razón última que encuentro es la acumulación extraordinaria de riqueza y poder de personas no sólo de nuestro país, sino también de otros, siempre con el mismo objetivo, y la misma razón.

[2] “La lengua es una realidad esencialmente heterogénea”, dicen Deleuze, Gilles y Félix Guattari (1988).

[3] En Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785) Kant expone diversas formulaciones del imperativo categórico: Fórmula de la ley universal: «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal» (AA IV:421); Fórmula de la ley de la naturaleza: «Obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por tu voluntad, ley universal de la naturaleza» (AA IV:421); Fórmula de la humanidad: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio» (AA IV:429); Fórmula de la autonomía: «El principio de toda voluntad humana como una voluntad legisladora por medio de todas sus máximas universalmente» (AA IV:432); Fórmula del reino de los fines: «Obra por máximas de un miembro legislador universal en un posible reino de los fines» (AA IV:439).

[4] En la aproximación clínica, sin embargo, una de las razones de la ruptura de Freud con Jung fue, justamente, el apartamiento de todo juicio respecto de las razones morales de la enfermedad. Es que, en el trayecto de su teoría sobre el superyó, verificamos que denota cada vez con mayor claridad y con más fuerza la incidencia del factor tanático en esta instancia.

[5] Ibid. Pág. 49 y siguientes.

[6] ibid

[7] Dice Deleuze: “las consignas, los imperativos lanzados por los libertinos son a su vez como enunciados de problemas que remiten a la cadena más profunda de los teoremas sádicos”. Y agrega: “Se escucha a un libertino 1) leer un panfleto riguroso, exponer sus teorías interminables, elaborar una constitución, o bien 2) consiente en hablar, en platicar con su víctima” (Deleuze, 2001:22)

[8] Deleuze lo explica de este modo: “El sádico piensa en términos de posesión instituida, y el masoquista, en términos de alianza contraída. La posesión es la locura propia del sadismo” (Deleuze, 2001: 25).

[9] Deleuze hizo estas definiciones en su “Abecedario” (ver referencias).

[10] La idea es que cada quien solo debe mostrar lo que se espera de él para poder pertenecer a esa categoría y conseguir la aceptación. Lo único que lo define es la obediencia a lo que se le indica pensar y decir: aceptar, obedecer y no pensar.

[11] Se lee en el Dialogo 5: “¿Qué es un agenciamiento? Es una multiplicidad que comporta muchos géneros heterogéneos y que establece uniones, relaciones entre ellos, a través de edades, de sexos y de reinos de diferentes naturalezas. Lo importante no son las filiaciones sino las alianzas y las aleaciones; ni tampoco las herencias o las descendencias sino los contagios, las epidemias, el viento. Un animal se define menos por el género y la especie, por sus órganos y sus funciones que por los agenciamientos de que forma parte. Por ejemplo, un agenciamiento del tipo hombre-animal-objeto manufacturado; HOMBRE-CABALLO-ESTRIBO. Lo primero que hay en un agenciamiento es algo así como dos caras o dos cabezas. Estados de cosas, estados de cuerpos; pero también enunciados, regímenes de enunciados. Los enunciados no son ideología. Son piezas de agenciamiento, en un agenciamiento no hay ni infraestructura ni superestructura. Los enunciados son como dos formalizaciones no paralelas, de tal forma que nunca se hace lo que se dice, y nunca se dice lo que se hace, sin que por ello se mienta; no se engaña a nadie ni tampoco se engaña a sí mismo. Lo único que uno hace es agenciar signos y cuerpos como piezas heterogéneas de una misma máquina. En la producción de enunciados no hay sujetos, siempre hay agentes colectivos. Son como las variables de la función que no cesan de entrecruzar sus valores o sus segmentos” (Deleuze y Parnet, 1977[1980]). Para Deleuze, la unidad real mínima no es la palabra, ni la idea o el concepto, ni tampoco el significante. La unidad real mínima es el agenciamiento.

[12] Las líneas de fuga remiten a los desplazamientos que escapan de lo establecido. Estas líneas implican una indisciplina, un atrevimiento, un riesgo y una osadía.

[13] Lopez Mosteiro, Beatrice, dice: “Falta por ahora creatividad e imaginación para oponernos de manera eficaz. Por eso el gobierno puede prever los movimientos y hacer un protocolo. Cuando suceda lo inesperado, no habrá protocolo que valga.” (comunicación personal).

[14] Como lo demostró Rocco Carbone, tomó relevancia desde 2007 en el gobierno de la ciudad de Buenos Aires y luego, haciéndose más públicamente, en toda la nación. La mafia aprendió que ya no necesita articular con los gobiernos sin aparecer oficialmente: puede ella misma estar en el mando en forma directa.

[15] Dicen Deleuze y Parnet: “Un devenir-revolucionario es más importante que el futuro o el pasado de la revolución. Un devenir-mujer, un devenir-animal son más importantes que la diferencia de sexos y de reinos. No pararse a recapitular: mejor trazar líneas. Las líneas no tienen origen, crecen por el medio. Nunca se hace tabla rasa. Como la hierba, siempre se está en medio de algo. Cuanto más consideremos el mundo a partir de su situación actual más posibilidades tendremos de cambiarlo. La única oportunidad es devenir revolucionario” (Deleuze y Parnet, 1980). 

Genocidios y Crímenes contra la humanidad // Mirta Zelcer

Hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, el juez Hersch Lauterpacht, uno de los padres de los movimientos de derechos humanos, introdujo la expresión “crímenes contra la humanidad”, que ingresó en el Estatuto de Nuremberg. Se denomina con este concepto la matanza y el extermino sistemático de una población civil. Con esfuerzo, las ideas de Hersch Lauterpacht se fueron adoptando en distintos ámbitos, y lograron incluirse en la tarea del Comité de Crímenes de Guerra y la labor de la Comisión de Naciones Unidas creada con ese fin.

Por otro lado, Rafael Lemkin, estudiando los materiales –precisamente– para el juicio de Nuremberg, encontró una pauta de comportamiento para describir y expresar el delito que se ajustaba a la acción de los nazis y serviría para acusarlos: el “genocidio”.

¿En qué reside la diferencia entre una expresión y otra? El concepto de “crímenes contra la humanidad”, acuñado por Hersch Lauterpacht, se ocupaba de la protección de los individuos. “Genocidio”, en cambio, se dirigía a la salvaguarda de la destrucción física de grupos y/o minorías; este último concepto abarcaba  tanto naciones como grupos étnicos. En su momento, ambos términos compitieron entre sí.

En 1944 apareció el libro El dominio del Eje en la Europa ocupada publicado por el Fondo Carnegie para la Paz Internacional. Fue allí donde R. Lemkin acuñó el nuevo término para definir un nuevo delito: el genocidio.  En el prefacio, Lemkin planteaba el objetivo de ponerle fin a la “omnipotencia del Estado”. Mediante estos conceptos se hicieron viables las presentaciones de juicios por crímenes de guerra. Utilizando términos como vandalismo y barbarie, incluyó el “genocidio cultural” y pretendió que se instalara una justicia interestatal que tuviera en cuenta los genocidios.[1]

Por su parte, la Columbia University publicó el libro de H. Lauterpacht, donde propone que la Declaración Internacional de los Derechos del Hombre –que sostiene que la protección de los individuos– debía ser la raíz y la base del derecho internacional.[2]

La reciente propuesta del presidente norteamericano Joe Biden de liberar las patentes de las vacunas contra el coronavirus, al tiempo que abrió en la población mundial una esperanza de cuidado, protección e integración, dejó develado el efecto criminoso de la utilización de la propiedad privada y del acopio de valor de renta en el dominio del neocapitalismo. ¿Qué velo descorrió al decirlo? ¿Qué conciencias despertó? ¿Sobre qué cornisa nos hizo ver Biden que estamos caminando? ¿Qué existe de un lado y del otro? Propiedad privada-sí, Propiedad privada-no. Vida-sí, Vida-no.

En nuestra existencia cotidiana, entre la vida y la muerte, se precipitan acciones regulares, “normales”, comunes, referidas al Estado y al capitalismo, que por lo regular resultaban invisibles. Sin embargo, surgió un suceso impensado en todo el mundo que resultó ser crítico; este suceso creó una situación grave y crucial que puso en riesgo de muerte a los seres humanos del planeta. ¿Y quién mejor que el neocapitalismo para moverse en este fango?

En su artículo “Marry crisis”, el autor (o los autores) que se han dado a conocer como “El Comité Invisible” afirma que las crisis en el neocapitalismo tienen un doble discurso. Para este “Comité”, se trata de una doble verdad.  La presentan como creadora de posibilidades, pero al mismo tiempo la ven como método político de gestión sobre las poblaciones. Su propósito sería triple y sincrónico: a) sostener una reestructuración permanente en la que el capitalismo se reconvierte en forma indefinida; b) demostrar, justamente mediante esta reestructuración, que las crisis son efectivas y c) ser un generador de un “pavor sin fin”, a través de la supuesta identificación de amenazas para las que, no obstante, el capitalismo actual podría prevenir y evitar un fin espantoso. De esta manera, el capitalismo contemporáneo puede instalar profecías propias del sistema para  auto-regenerarse.[3]

Estas percepciones son cercanas a las de Deleuze y Guattari. En las reseñas sobre la lectura de estos autores, elaboradas por Alfredo Aracil  de las reuniones del grupo Máquina de guerra que coordina Diego Sztulwarc, podemos leer: “… el capitalismo (…) para su provecho no tiene límite. Hace del límite su motor. Su límite es interiorizado continuamente. (…) No deja de ir a la crisis ni un minuto. (…) Pero por más agudas que sean, nunca se trata de crisis finales. Son parte de su propia dinámica. Porque las sociedades anteriores vivían ese tipo de crisis como finales, es tan difícil asumir que el capitalismo vive las crisis como un elemento de su propio dinamismo. Es la frase que citan los autores [Deleuze y Guattari]: que el capitalismo se aprovecha de que las cosas solo andan estropeadas, con la destrucción de fuerzas productivas, pestes, pandemias, guerras.(…) Lo que las izquierdas vemos como el límite exterior, de límite que no puede rebasarse, el capitalismo hace de la crisis su futuro relanzamiento”. [4]

En cada nuevo envión que retoma el capital neoliberal se incluyen los modos de producción y de acumulación que absorben toda la capacidad científica y técnica de una sociedad.

Sin quererlo, y por retroacción, Biden demostró que la letalidad de la operatoria de este sistema se puso de relieve por la patente de las vacunas respecto de grupos circunscriptos pero inadvertidos, por donde la muerte levita en forma permanente. Conjuntos no instituidos que se forman desde esta política socioeconómica: sociedades indígenas cuyos territorios fueron apropiados por la fuerza, refugiados en los campamentos, sociedades cuyo territorio está ocupado militarmente, grupos de lúmpenes (marginales, indigentes, mendigos, etc.). Tampoco son asalariados. Se trata de aquellos sujetos que no abultan el valor de renta del capital y que, desde ya, no acceden a ningún crédito con valor a futuro. Carne humana que no cuenta como plusvalía humana. Espectros que, cuando se hacen presente (como en este momento en Medio Oriente) es necesario volver a aplastar.

La covid-19 perforó el borde de estos conjuntos condenados a un lento genocidio y la muerte se desparramó. Este hecho, desde los gobiernos, tropieza levemente –sigue habiendo gente viva y asustada– con la voracidad del capital, montada sobre la pandemia.

Para los sostenedores de este sistema, los insaciables neocapitalistas, lo humano queda reducido a cuerpos que sirven sólo como piezas para acumular valor.[5] Sus políticas encontraron formas para conjurar las sensibilidades, los sentimientos y el pensamiento, así como también la acción que se pueda oponer a ellos. Si no fuese así, existen las acciones del Estado para consumar sus finalidades. Creemos que, en la percepción de los capitalistas neoliberales, esta dimensión humana está disociada de la materia del cuerpo humano. De algún modo, la categoría de “humanidad” referida a estos atributos sólo está considerada para su evitación.

El acopio de los nuevos capitalistas no se detiene. ¿Estarán sumando al genocidio –y sin escrúpulos– los crímenes humanitarios? ¿Podrá aparecer algún hecho que se transforme en su límite?

 

[1]Según el historiador francés Bernard Bruneteau, Lemkin veía la asunción del crimen de genocidio «como el punto de partida de un nuevo Derecho internacional». Dice Bruneteau: «Para Lemkin, el genocidio iba más allá de la eliminación física en masa, que a su juicio era un caso límite y excepcional; consistía, más bien, en una multiplicidad de acciones destinadas a destruir las bases de la supervivencia de un grupo en cuanto grupo. Era una síntesis de los diferentes actos de persecución y destrucción». Así Lemkin, proponía una acepción amplia a la noción de genocidio, que englobaba los actos que más adelante se calificarían como etnocidio y que «se refiere de forma prioritaria a un tipo de aniquilación no física. En cierto modo, la muerte era la consecuencia, y no el medio, del fin perseguido» (ver https://es.wikipedia.org/wiki/Raphael_Lemkin [Consulta: 16/5/2021]).

[2] La expresión  “crímenes contra individuos de la sociedad civil” no sólo fue introducida en el derecho internacional sino que bajo ese concepto se unieron rusos y estadounidenses, franceses e ingleses.

[3] “Marry Crisis and Happy New Fear (A Nous Amis)”, Comité Invisible, diciembre 2015. 19:10.

[4] Comentarios del grupo “máquina de guerra» sobre el libro de Deleuze y Guattari El Antiedipo, capitalismo y esquizofrenia.

[5] Decíamos en un artículo anterior que “El exterminio humano sistematizado y la representación de que algunos grupos de seres humanos son potencialmente exterminables –por haber ocurrido, por ser ya un patrimonio de la experiencia de la cultura– ingresó como representación en el imaginario de los individuos que compartían y siguen compartiendo dicha cultura occidental.” Mirta Zelcer “Subjetividades y actualidad” (ver https://www.topia.com.ar/articulos/subjetividades-y-actualidad, consulta: 16/5/2021).

Zombies // Mirta Zelcer

Estamos siendo testigos de la corrosión de la gobernabilidad. ¿Cómo se hace efectiva? ¿Y para qué?

             

Los ampulosos gritos de un individuo de “¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad!” –cita de un fragmento de la primera estrofa de nuestro himno nacional– proferidos en estos días de pandemia, y desde allí, amplificados a través de las pantallas televisivas fueron emblemáticos de la primera manifestación de los así llamados “anticuarentena” en la República Argentina. Se ha dicho que tales gritos instigadores de acción podrían entenderse como un código mafioso. ¿Por qué?

 

Uno de los rasgos más importantes de la operación mafiosa es crear un estado dentro del estado legítimamente elegido e instituido, pero que tiene al mismo sistema estatal como objeto de operaciones.  Para ello, se vuelve necesario corroer esta legitimidad desautorizándolo y burlándose de las acciones políticas haciendo al mismo tiempo otras que pretenden reemplazarlas. se trata de la ilegalidad metida en los tejidos de la legalidad.

 

Con el apoyo de numerosos medios masivos de comunicación, usan el sentido tácito de esas palabras, degradadas, para sus propios fines. Términos como “Libertad”, “Patria”, «Democracia» o “República” inducen a la acción a aquellos que quieren conseguir desesperadamente lo que perdieron. Lo que desean recuperar no es sólo una mejor situación económica, sino que también buscan sentirse nuevamente sujetos históricos: quieren restituir en el poder legítimo a aquellos que no los van a confundir con “cabecitas negras”, desean mostrarse como los verdaderos patriotas argentinos. Quizás arañan, incluso, la ilusión de sentirse jóvenes por ser desobedientes. Añorante de acciones heroicas, la mafia neoliberal no tiene escrúpulos para el uso de estos cuerpos inducidos. Con este fin agitan otros vocablos para llegar a una acción que advierta y conjure la amenaza de peligros espantosos: «Venezuela», «comunismo», «judíos».

 

En el trayecto que va de la inducción a la acción, esta última termina tomando la forma de conductas neofascistas encarnadas en cuerpos que parecen vivos. Esclavos que se entregan a la opresión creyendo que se liberan. Zombies que se mueven des-subjetivados. Autómatas voluntarios infectados de arrojo. Soldados zombies envueltos en banderas argentinas que puedan aparecer en la TV salvando a la Patria, a la República y a la libertad. Zombies cuyos procesos de individuación y de pensamiento singular y comunitario, vibrando al unísono, fueron obturados. Zombies que quieren volver a Eros, pero aferrándose a Tánatos.

 

No nos confundamos: las llamadas “movilizaciones” que impulsan las mafias no consisten en lo que habitualmente entendemos por tales. Sus asistentes son zombies colonizados por una muerte que enceguece, y que están movidos para el botín de acumulación de capital y de dominio de los inductores. Excrecencias de un mundo que redobla las fuerzas que conducen a la fatalidad. La depredación, el poder y el dominio conforman la meta.

 

La conjunción de las conductas mafiosas y neofascistas se infiltra y sostiene a la sociedad neoliberal. Desde ya, no estamos hablando solamente de los ciudadanos inducidos. Estamos en presencia de apartamientos de acuerdos gubernamentales de clara ruptura desobediente y traicionera. Como si la cultura mafiosa ya fuese una cuestión regular instalada fuera de los personajes de la mafia misma.

¿Qué ocurriría si se descubre la manipulación mafiosa? ¿Tenemos un gobierno que advierte de qué se trata? Si lo sabe, ¿con qué fuerzas cuenta para desactivar o –por lo menos- amortiguar las fuerzas que llevan a la destrucción?

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